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 LIBRO QUINTO

CAPITULO PRIMERO.

Muere Fernando VII.-Defensores de D. Cárlos.-Alzamiento de Bilbao y Vitorla.-ld. de la mayor parte de Guipúzcoa .-Retírase la diputacion a San Sebastian.-El general Castañón ataca en vano a Azpeltla.- Se retira á San Sebastián. - Entran en Tolosa guipuzcoanos y viscainos.-Vencimiento y dispersion de los carlistas.

Los sucesos acaecidos en Guipúzcoa despues de la muerte de Fernando VII, son de tal gravedad é importancia, que difícilmente se hallarán otros semejantes, si no es en los azarosos tiempos del siglo xv y anteriores. Acaso en ninguna otra época mostraron los guipuzcoanos, á la par de los demás vascongados y sus hermanos los navarros, mayor ánimo para arrastrar cuanto pudiese sobrevenir, como despues de la muerte de Fernando VII, (29 de setiembre de 1833).

Ni es fácil especificar el verdadero impulso, ó mas bien, decir si fué uno solo el que movió á los guipuzcoanos á tomar las armas. Cierto que como la monarquía no habia sido injusta con ellos, quitándoles los fueros, no podían alegar contra ella los agravios que otras provincias. Con todo esto, no se ha de creer que en Goipúzcoa, como en lo demás del territorio vasco-navarro, hubo nunca unanimidad, y menos en· la época de que vamos hablando.

Fácilmente habrá comprendido el lector que, si en general el pueblo, y no pocos propietarios y personas de representacion, se hallaban bien avenidos con la monarquía absoluta que, hasta entonces, al menos, habia respetado la santa libertad heredada de padres á hijos, no dejaba de haber, especialmente en los pueblos importantes y en la costa, muchos amigos del sistema constitucional. La narracion de sucesos, por breve que haya sido, demuestra la verdad de lo que decimos; y aun podría asegurarse que por aquellos tiempos habia cierto número de vascongados dispuestos cuando no á trocar, á poner ponto menos que en olvido sus fueros, con tal de ver el triunfo de la Constitucion. La inesperiencia propia de cuantos ensayan nuevos sistemas de gobierno, estorbaba á los liberales de Guipúzcoa, como á los del resto de España, el ver que con la centralizacion francesa la libertad no podía vivir sino efímera y tristísima vida.

Como quiera, los ánimos que por toda España se mostraban á la sazon encendidos y dispuestos á valerse de todos los medios imaginables para combatir al enemigo, en pocas partes habían llegado á mayor malestar que en el pueblo vasco-navarro. El gobierno de Madrid trataba hacia tiempo de modificar, cuando no destruir, los fueros seculares; y si bien los vascongados defendían su libertad por cuantos modos podían, · acaso creyeron que la mejor manera de conservarla, era presentarse con las armas en la mano para defender al que tenían por legítimo rey.

Era D. Cárlos el hermano á quien Fernando VII tenia mayor cariño, si bien quedó pospuesto al amor con que el rey no podía menos de mirar á sus hijos. Con esto, el primer impulso que á nuestros guipuzcoanos movió en defensa de D. Cárlos, fue el creer amenazado cuanto á la sazon existía en España, si llegaban á vencer los defensores de Isabel II. Tal vez no habría podido ningun vascongado especificar los pormenores de lo que todos temían, pero es indudable que á la par del amor á sus fueros, á que tan constantemente apegados han vivido los hijos de Vasconia, alentaba en ellos el amor á la religion y al rey, tal como hasta entonces la habían comprendido todos los españoles.

Habiéndose alzado Bilbao y Vitoria, aclamando á D. Cárlos por legítimo sucesor á la corona, desde luego correspondieron los guipuzcoanos, haciendo lo mismo, si bien la capital, San Sebastian, quedó siempre en manos del gobierno. Era plaza fuerte, y como tal, guarnecida de tropas y artillada, con lo que don Federico Castañon, capitan general de las Provincias Vascongadas, pudo mantenerse en ella, y aun acudir con tropas en contra de los insurrectos. El número de estos aumentaba en Guipúzcoa diariamente, á la par de las otras provincias, y el capitan general que habia llegado hasta Azcoitia, creyó prudente retroceder, quedando de esta manera libres de las armas del gobierno Alava, Vizcaya y gran parte de Guipúzcoa, en donde ya, por el mes de octubre del año 39, habia dos batallones de voluntarios, basa sobre la cual, con diversas alternativas, prósperas ó adversas, se fueron luego creando los demás batallones con que Guipúzcoa ayudó durante seis años á las armas de D. Cárlos María Isidro de Borbon.

Ya hemos dicho, y es fuerza tenerlo presente, que no todos los guipuzcoanos se mostraron adictos á la referida causa. La diputación foral, con el corregidor D. Pascual Félix de Puig, que por tanda residía á la sazon en Azpeitia, hubo de trasladarse á Tolosa, obedeciendo .al mandato del general Castañon. Pero la insurreccion llegó hasta las puertas de Tolosa. Presentáronse siete batallones vizcaínos y dos guipuzcoanos, mas notables por el gran número de individuos que los formaban que por su organizacion y disciplina, lo cual hizo quedaran vencidos y obligados á retirarse.

Con esto, no creyendo ya posible la diputación hallar seguridad en Tolosa, se retiró á San Sebastian en compañía de muchos vecinos de opiniones liberales que no podían permanecer espuestos al grave peligro que les amenazaba si llegaban á entrar en la villa los defensores de D. Cárlos. La tardía determinacion del capitan general de atacar á Azpeitia perjudicó notablemente á la causa de la reina. Defendiéronse con buen éxito los carlistas, y Castañon viendo malogrado su intento, y aun temiendo mayores daños de las fuerzas enemigas que le seguían, apenas se detuvo en Tolosa, continuando la marcha hasta San Sebastian, con lo cual quedó toda Guipúzcoa en manos de los defensores de D. Cárlos.

Guipuzcoanos fueron los primeros que señorearon á Tolosa, la misma noche del 6 de noviembre en que Castañon se habia retirado, entrando al dia siguiente los vizcaínos. Mandaba á los primeros el coronel de la guardia real D. Ignacio de Lardizabal; de los segundos, era jefe D. Martín de Bengoechea con el título de brigadier. No parece que los guipuzcoanos cometieran graves desmanes. En cuanto á los vizcaínos, se mostraron mas exigentes, segun refiere un historiador moderno de la villa de Tolosa (1), á quien no podemos menos de seguir frecuentemente, á causa de la abundancia de datos que se halla en su obra debidos á la solicitud y diligencia del autor.

Tenían los carlistas su diputacion á guerra, la cual entró tambien en Tolosa, disponiendo el alistamiento de cuantos mozos solteros hubiese de 18 á 40 años de edad, así como que se entregasen dos individuos por cada fuego en el término de 48 horas. De esta suerte se formó el tercer batallon de Guipúzcoa.

La entrada del general Sarsfield en Vitoria fué golpe; al parecer, mortal para la causa carlista, cuyos defensores, perseguidos y dispersos por los montes, veian con dolor sus risueñas esperanzas ponto menos que desvanecidas. Mas no quería la desventura de España que tan pronto desaparecieran los daños que trae siempre consigo toda guerra civil.

Mientras los carlistas, cobrando nuevos bríos, mantenían la guerra por cuantos modos podían, los defensores de Isabel II fortificaban todos los pueblos de alguna importancia, organizando al propio tiempo compañías de tercios vascongados. Así quedaron divididos y para largos años no solo más enemigos mortales los amigos de la Constitocion y los de D. CarIos, como si unos y otros no hubiesen nacido á la par en el honrado solar guipuzcoano. Entre tanto, y mientras la causa carlista sujeta i los vaivenes y quebrantos de la guerra parecía en mayor peligro, un nombre nacido en verdad para grandes cosas, y á quien el demócrata Vasco-Francés Chao ha llamado no sin exageracion el último vascongado, tremolaba con ferrea mano y corazon sereno la bandera carlista por los montes de Navarra.

NOTA AL PIE

(1) Bosquejo... de Tolosa..., por Pablo Gorosabel.

CAPITULO ll.

Zumalacárregui. - Su salida de Pamplona. - Su presentacion á los defensores de D. Cárlos. - Su biografía hasta el comienzo de la guerra. - El general Srafled vence y dispersa á los carlistas. - Vuelven Bilbao y Vitoria á la obediencia del gobierno. - Se reorganizan las tropas carlistas. - Ocupan tropas del gobierno las principales poblaciones de Guipúzcoa. - Entra el general Quesada en Villafranca. - Fusilamientos.

Triste y lluviosa habia amanecido una mañana de fines de octubre de 1833, mostrándose la tierra con aquel aspecto propio de los dias que anuncian la llegada del invierno, en los cuales la vida de la naturaleza, cansada ya de producir, como la del hombre cuando va para su ocaso, vela los cielos con nubes, desata la tempestad por el Océano, y mientras viste las cumbres del Pirineo nueva capa de purísima nieve, alfombran valles y montañas remolinos de hoja seca.

A poco de abrirse las puertas de Pamplona, echados ya los puentes levadizos, y cuando el destacamento, que despues de las formalidades de costumbre para semejante acto en toda plaza fuerte y mucho mas en tiempo de guerra se hallaba ya de vuelta en el cuerpo de guardia, pasó por delante de este un hombre de estatura poco mas que mediana, el cual, á pesar de so capote de paño gris y morrion con funda de hule, que desde luego le daban á conocer por militar, pasó embozándose cuidadosamente, tratando de que nadie le viese encaminarse á las afueras de Pamplona.

Logrólo, y habiendo pasado el Arga por el puente Nuevo, siguió el camino de lrurzun. Hallaríase como á tiro de cañon de la plaza, cuando se le presentó un hombre con un pequeño caballo del diestro. Calzó el incógnito militar una espuela que á prevencion llevaba, y pidiendo breves momentos los ojos en Pamplona, despidiéndose, sin duda, de lo que mas amaba en el mundo, partió al cabo á buen paso, andando en dos horas las cinco leguas que hay hasta Huarte-Araquil. En este pueblo durmió aquella noche, no sin hablar antes larga y detenidamente con D. Pedro Miguel Irañeta, cura párroco del pueblo, y D. Luis Mongelos, honrado vecino de Pamplona.

Al dia siguiente salieron los tres en busca de don Francisco Iturralde, jefe de las fuerzas carlistas de Navarra, á quien hallaron en Piedramillera. El militar que de tan estraño modo habia salido de Pamplona el dia anterior, y al presente acudía en busca de los defensores de D. Cárlos acompañado de las dos personas que mas arriba nombramos, se llamaba Zumalacárregui {1).

Ajena España al suceso que acabamos de referir, no era fácil comprendiese nadie que la salida de Pamplona de aquel hombre desconocido en la política y olvidado en un rincon por los que debieron con mayor empeño utilizar sus excelentes calidades en favor del gobierno constituido, era señal de cruelísima guerra, cuyo éxito habría sido probablemente harto distinto del que vieron los campos de Vergara, á no estorbarlo la muerte.

En Ormaíztegui, provincia de Guipúzcoa, nació D. Tomás de Zumalacárregui, de padres nobles y acomodados. Tuvo tres hermanos varones, de ellos, dos eclesiásticos, y el primogénito, diputado en las Cortes de Cádiz el año 12, siguió siempre en política por camino del todo opuesto al en que D. Tomás adquirió mas adelante tan señalado renombre, como si ambos ·hermanos hubieran de resumir el estado de la opinion por aquellos tiempos, en Guipúzcoa como en el resto de España.

Defensor voluntario de Zaragoza en 1808, y alistado á las inmediatas órdenes del célebre guerrillero don Gaspar Jáuregui hasta el fin de la guerra de la Independencia, quedó luego por ayundante particular de D. Juan Cárlos de Areizaga, capitan general de las Provincias Vascongadas. Su amor á las armas no le consintió jamás ocuparse en nada ajeno al servicio militar, tanto que apenas tomaba en las manos libro que de otras materias tratase. Servía el año 20 en el regimiento de Vitoria, cuando desde Zamora paseó á Pamplona para casarse con la señora doña Pancracia de Ollo, de quien tuvo numerosa prole, si bien llegaron á la pubertad solo tres hembras.

Fiel siempre al deber, no es creíble faltara nunca Zumalacárregui á su bandera, mas parece hubo siempre formal empeño en obligarle á tomar las armas en contra del gobierno. Habiendo ocurrido en 1822 el alzamiento de Navarra contra la Constitución, Zumalaoárregui, que servía en el regimiento de las Ordenes militares y á quien hacia tiempo tachaban de realista, fué separado del mando de su compañía y puesto á diaposicion del comandante general de Alava.

Separado y perseguido, nuestro guipuzcoano tomó parte en el alzamiento de Navarra, hasta que en la nueva organizacion del ejército (1824) quedó sin empleo.

Al alío siguiente le dieron en comision el mando del 1º de ligeros de infantería, si bien solo como teniente coronel, en cuyo estado permaneció hasta que nombraron coronel del regimiento en propiedad á don Clemente Madrazo Escalera. Nadie pudo advertir en Zumalacárregui el menor sentimiento de verse en la obligacion de ceder el primer puesto que tanto merecía y tan largo tiempo habia ocupado.

Al cabo, y despues de varias alternativas que tuvieron siempre ventajoso resultado para nuestro héroe, fué nombrado coronel del tercer regimiento de infantería ligera. Por todas partes dejaba Zumalacárregui señalada y honrosísima huella de su paso, reformando abusos y poniendo los cuerpos que mandaba en tal disposicion, que cuando la revista pasada por el inspector Llauder, le confesó este que en su regimiento era el único en que no se advertían faltas. Aumentaba su crédito de dia en dia, y el gobierno le dió el mando del regimiento número 14.

NOTA AL PIE

(1) Vida y hechos de D. Tomás de Zumalacárregui, nombrado por el Dr. D. Cárlos Maria Isidro de Borbon capitan general del ejército realista, duque de la Victoria y conde de Zumalacárregui, escrita por el general del msmo ejército, D. J. Antonio Zaratiegui. Madrid, 1845. Imprenda de D. José de Rebolledo y compañia, calle del Fomento, número 15.

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De esta época de la vida de Zumalacárregui hemos hablado ya con cierta detencion en otro lugar (1). Hallábase el regimiento en Galicia, y el capitan general Eguía reemplazó con él al 15 de línea, mandado por Sanjuanena, en la guarnicion del Ferro!, de cuya plaza quedó tambien Zumalacárregui por gobernador interino. Grandes fueron los méritos contraídos por nuestro guipuzcoano en servicio de la patria. Era su principal deseo corregir todo género de abusos, y así pocos pudieron sobrevivir en Ferrol á su gobierno. Sobre todo, persiguió á una partida ó mas bien sociedad de ladrones, de la cual formaban parte individuos de todas las clases, que no lo habrian pasado muy bien á no sobrevenir á tiempo para ellos el cámbio político que puso término al gobierno de nuestro guipuzcoano.

Eran las ideas de este harto conocidas, si bien puede asegurarse, que á no haberle en cierto modo obligado á ello, jamás faltara al gobierno constituido. Privado del mando por órden del general D. Vicente de Quesada, inspector de Infantería, no logró sino despues de muchísimos disgustos, el retiro para la ciudad de Pamplona, de donde libre ya de todo compromiso, le hemos visto salir en demanda de las fuerzas carlistas. No se conocía á la sazon, ó por lo menos no se admitía con la facilidad que en otras épocas, el que un militar volviese la espada contra el mismo á quien se la debía. De igual suerte, y prévia ya la exencion del servicio, fueron presentándose muchos oficiales en defensa de D. Cárlos, especialmente desde el punto en que se vieron como atraídos por el nombre de Zumalacárregui.

No consiente la índole de esta obra entrar en grandes pormenores aun acerca de los mas ilustres y conocidos hijos de Guipúzcoa, cuya crónica vamos únicamente estendiendo. Con todo, la vida de Zumalacárregui resume el primero y mas glorioso período de las armas carlistas en el territorio vasco-navarro, y fuerza será detenerse y aun salir, siquiera sea brevísimos momentos, de loa límites de nuestra provincia para esplicar los muchos y notables sucesos acaecidos en ella.

A pesar de no consentir Iturralde la voluntad de todas las personas de representacion del campo carlista, dió á Zumalacárregui el mando de las fuerzas, llegando al cabo los hombres mas notables de las Provincias Vascongadas á reconocer igualmente la superioridad de nuestro guipuzcoano.

El primer impulso del alzamiento habia cedido ante las armas de Sarsfteld, mas puede decirse que semejante resultado vino como á poner de manifiesto que si era fácil vencer á voluntarios realistas, en lugar de estos iban á quedar soldados mas aptos para la guerra y menos dispuestos á ceder ante el ejército.

NOTA AL PIE

(1) Crónica de la Coruña, parte sexta, época moderna, cap. XVI, página 9º

De los restos de aquellos numerosos batallones de Vitoria y Bilbao, formáronse otros en mas corto número, y viendo los hijos del territorio vasco-navarro que ya no era tiempo de pararse en rencillas personales ante el peligro que les amenazaba, convinieron desde luego en elegir por jefe á persona de antecedentes y nombradía militar. De ese modo las diputaciones de Vizcaya y Guipúzcoa, unidas con la junta de Navarra, dieron á Zumalaeárregui el mando en jefe de las tropas.

Aspecto bien distinto en verdad del que al principio, y harto menos halagüeño, presentaba á los ojos de los carlistas cuanto acababa de suceder. Vitoria y Bilbao en poder de las tropas del gobierno, así como todos los pueblos importantes, apenas quedaba á los defensores de D. Cárlos sino reducidísimo espacio por do quiera amenazado.

Nada arredró á Zumalacárregui, cuyos soldados, no pocos sin fusiles ni aun bayonetas, tenían la mayor parte. El comienzo de la guerra fué para nuestro guipuzcoano aquel en que dió mayores muestras de su talento organizador y su disposición para el mando, como fácilmente se comprende con solo tener presentes los escasos recursos de que podia disponer. En cámbio tenia á su disposición el afecto y aun el entusiasmo de los naturales.

Acaecidos fuera de nuestro territorio la mayor parte de los sucesos jmportantes del principio de la guerra y no consintiendo el plan de esta obra mayor detencion, habremos de pasar por alto multitud de encuentros y acciones, en los cuales, si las tropas carlistas no lograban vencer, por lo menos se iban acostumbrando á afrontar al enemigo.

Guipúzcoa, en tanto, puede decirse, permaneció la mayor parte en manos del gobierno, que si bien los campos daban asilo y aun formal ayuda á los defensores de D. Cárlos, todos los pueblos, así de la costa como de lo interior, estaban fortificados y tenian guarniciones. Pero así como despues de oirse por algun tiempo el lejano y sordo estruendo de la tormenta, llega al cabo, como una ráfaga de esta que anuncia su aproximacion, así vieron los vecinos de Villafranca de Guipúzcoa entrar en su territorio al general Quesada, retirándose ante Zumalacárregui.

Por fortuna no corresponde á nuestra crónica dar cuenta de los tristes sucesos que otras provincias presenciaron: bástanos decir que la desventura de España quiso, que cada vez mas ensañados los partidos derramaran la noble sangre española, no ya en los combates sino en horrendos y vergonzosos fusilamientos. De ellos, así como de cuantos se cometan en casos semejantes, tal vez habrá quien crea poder defender á su partido achacando la culpa al contrario; pero la historia imparcial debe condenar igualmente, no menos á quien comienza que á quen por venganza le imita.

 

CAPITULO III.

Encuentros.-Rodil, sucesor de Quesada. - Ejército de Portugal. - Alocución de Zumalacarregui. - No de los navarros en Salinas de Oro. - Persigue Rodil en vano a D. Carlos. - Ventajas de Zumalacárregui. - Mina sucede a Rodil. -  Combate de Ormaiztegui. - Guarniciones cristina en Guipúzcoa. - Chapelgorris. - D. Miguel Gomez. - Ataque de Villafranca. - Sorpresa de Descarga. - Se entregan varias poblaciones fortificadas.

A la sazon habian ya ocurrido importantes encuentros en Huesa, Oñate, Guernica, Muro, Bermeo, Alsásua, Lumbier y otros lugares, mientras Zumalacárregui habia llegado á entrar por sorpresa en Vitoría, aunque viéndose obligado á retirarse. Los acontecimientos ocurridos despues hicieron creer al gobierno que era necesario reemplazar á Quesada, siendo el sucesor, Rodil, esforzado hijo de Galicia, cuyo renombre adquirido con la gloriosísima defensa del Callao, lejos de disminuir, habia aumentado en la breve campaña de Portugal llevada á cabo con toda felicidad.

A las tropas que ya tenia el gobierno en el territorio vasco-navarro, era preciso añadir el ejército que traía Rodil, compuesto de diez mil hombres de infantería y tambien caballería en proporcion, de suerte que la mitad del ejército español, compuesto á la sazón de 75,000 infantes y 9,500 caballos, puede decirse quedaba desde luego á las órdenes del general en jefe.

La nube que de tal manera amenazaba al ejército carlista, era para atemorizar á los corazones mejor templados; pero Zumalacárregui, contando con el animoso esfuerzo de los suyos, trató mas bien de ponerles de manifiesto el peligro que de ocultarle. Firme en semejante propósito, dirigió á sus tropas una alocucion, en la cual hablaba de los recursos de que Rodil disponía adelantándose á cuanto pudieran suponer ó aumentaran los tímidos ó los enemigos de su causa, para que de todo tuviesen conocimiento los voluntarios.

Bien conocía el caudillo guipuzcoano el carácter de los suyos, pero con todo, no era fácil esperar el dramático suceso de que vamos á dar cuenta, á pesar de ser muy propio de la energía de los antiguos vascones.

Formados los batallones navarros en la plaza de Salinas de Oro, leyóles un oficial la alocucion, mas cuando llegó á las siguientes palabras: «

¿Al ver tan numeroso ejército, voluntarios, os acobareis? »

«¡No!" Respondieron todos á una voz. Semejante grito, debido al mas generoso esfuerzo de la energía navarra, halló eco en todos los demás voluntarios vascongados, y acaso debió de hallarle tambien en las entrañas de la madre España, cuyos hijos se disponían á despedazarse con mayores alientos que hasta entonces.

Cierto que al verse Rodil al frente de tan numeroso y aguerrido ejército, siendo aun muy superiores en todos sentidos las tropas que hallaba á su disposicion en las márgenes del Ebro, debió de esperimentar aquella satisfaccion que á todo hombre inspira la seguridad del triunfo; mas no contaba, en verdad, con las dificultades que á cada paso le habían de oponer los hombres y el áspero suelo que trataba de señorear.

Desde luego, y como la constante disposicion para moverse era so primera calidad, determinó apoderarse de la persona de D. Cárlos, el cual había entrado en Navarra desde Francia, á poco del suceso que acabamos de referir acaecido en Salinas de Oro.

Baste decir, que es á cuanto puede estenderse nuestra pluma, que nada logró Rodil de todo lo que se habia propuesto, salvo el cansar sin fruto á sus tropas, y lo ,que debia de ser mas doloroso para el, ver que durante su mando crecieran en poder y prestigio las fuerzas de Zumalacárregui. Ni aun la caballería cristina, que tan superior habia sido por todas razones á la carlista, dejó de ceder ante la feliz estrella del caudillo vasco-navarro; mejor digamos, de su talento organizador y de su temple enérgico y cual ningun otro á propósito para el mando.

Señalados triunfos adquirieron en las Peñas de San Fausto y en los Campos de Viana los infantes y ginetes carlistas, con lo cual fueron cobrando ánimo sus jefes para embestir á las poblaciones fortificadas de lo interior y de la costa. En Guipúzcoa trató Guibelalde de apoderarse de Vergara, y si bien salió vano su intento, no era ya para los guipuzcoanos liberales tan seguro el verse libres de sus enemigos, ni aun al amparo de las fortificaciones.

El territorio vasco-navarro consumía generales al gobierno, como la antigua España á Roma. Mina, el antiguo héroe de Navarra, fué enviado á Pamplona, quedando al frente de las Provincias Vascongadas el general Osma, division de mando llevada á cabo por no desairar del todo á Rodil, pero que no podia menos de ser por estremo perjudicial. En tanto, las tropas de D. Cárlos ceñian, digámoslo, cada vez mas estrechamente á las poblaciones fortificadas ele Guipúzcoa.

Acababa de vencer Zumalacárregui, primero á O'Doyle y después á Osma, cuando llegó Mina á Pamplona, donde halló las cosas en estado muy poco lisonjero. Parecía que la suerte, enemiga de los carlistas en los campos de Mendaza y Asarta, habia de seguir favoreciendo á los cristinos, cuando el mismo vencedor, Córdova, perdió mil heridos y trescientos muertos en el puente de Arquijas, viéndose obligado á ceder el campo y retirarse.

El 1º de enero de 1835 hallándose Zumalacárregui en Villareal de Guipúzcoa, acudieron en contra suya Espartero, Juáregui, Lorenzo y Carratalá con diez mil hombres, y el carlista determinó esperar en Ormaiztegui á sus enemigos. Mandaba en jefe Carratalá, y hallándose tan cerca unos y otros que se oian las voces de mando de los respectivos ejércitos, trató de dar una carga á la bayoneta. Obedecieron los francos, mas al ver caer á su comandante, retrocedieron desordenados, dando lagar á que el enemigo, saliendo de sus parapetos, cayese sobre los de Carratalá, obligándole á replegarse al llano que se estendia al pié de la combatida montaña. Llegó la noche, y al dia siguiente el general cristino cedió el campo, y, con él la victoria á Zumalacárregui.

Siguieron por Navarra los sucesos de la guerra, casi siempre ventajosos á la causa carlista, y quemas y fusilamientos aumentaron el horror y la desventura de España. Entre tanto la guerra adquiría mayor fuerza por nuestra provincia, en la cual trató Zumalacárregui de apoderarse de Villafranca. Defendía esta poblacion un muro alto y bastante fuerte que la rodeaba, con doble foso, interior y exterior, empalizadas y caballos de frisa, teniendo en ella el gobierno una de las cuatro guarniciones q a e conservaba en el camino de Madrid á Francia; las otras, eran las de Irun, Tolosa y Vergara, sin contar las de San Bebastian, Guetaria y Eybar, que señoreaban el resto de Guipúzcoa.

Habia en esta tres batallones de voluntarios, cuyo comandante general, así como de la provincia, era D. Bartolomé Guibelalde, quien tenia por segundo á D. Ignacio de Lardizabal. Contra los defensores de D. Cárlos, tenia el gobierno, además de los puntos y plazas fuertes ya citados, la columna ó division de Chapelgorris (boinas encarnadas) cayos individuos, hijos de la tierra, eran tambien llamados peseteros, del sueldo que diariamente recibían. Con tantas guarniciones y estorbos, apenas podían los batallones guipuzcoanos mantenerse en so provincia, .pues no hallaban cierta seguridad sino en Cegama y Segura, villas que tenian excelentes salidas á Navarra. Tambien D. Cárlos solía residir en Oñate.

A esto, Zumalacárregui reemplazó á Guibelalde con D. Miguel Gomez, que, si bien hijo de Andalucía, habia guerreado diversas ocasiones en las Provincias Vascongadas y conocía el terreno perfectamente. Los guipuzcoanos ayudaban á menudo á los navarros del Baztan, mandados por Sagastibelza, mas no nos es posible dar pormenores de sucesos acaecidos fuera de la provincia, salvo aquellos que fueren del todo necesarios. Al presente, ya hemos dicho el intento de Zumalacárregui con respecto á Villafranca, pero la falta de buena artillería, así como la de caminos carreteros para trasportarla, estorbaba á menudo el que los carlistas pudiesen rendir á tiempo los fuertes y poblaciones fortificadas.

No hacia mucho que el caudillo guipuzcoano habia embestido á Villafranca, cuando acudieron de distintos lugares dos columnas cristinas. Venia con la primera, desde San Sebastián, el general Jáuregui, quien desde Tolosa mostraba deseos de socorrer á Villafranca, de donde solo distaba tres horas. A Jáuregui opuso Zumalacárregui los batallones guipuzcoanos, mandados por D. Miguel Gomez, los cuales bastaron para contener al jefe cristino. Desde Vergara venia el general Espartero con fuerzas iguales, por lo menos á las de Zumalacárregui.

En semejante estado, aun tuvo ánimo el caudillo carlista para llevar adelante el ataque de Villafranca, disponiendo al propio tiempo que el comandante general de Vizcaya, D. Francisco Benito Eraso, observase desde Villareal de Zamárraga, con parte de sus tropas, á las de Espartero, cuyo paso no había de estorbar, antes bien tenia órden de dejarle libre, cuidando única- · mente de ocupar á Villareal de nuevo, apenas las fuerzas cristinas hubiesen seguido adelante: en seguida Eraso debía atacar á la retaguardia enemiga.

Entre tanto, Zumalacárregui, cuyo mayor deseo era atraer á Espartero, mandó siguiese el fuego con  mayor fuerza. contra la poblacion. Habia subido este último al alto de Descarga en donde se hallaba acampado el dia 2 de junio (1835). Era ya anochecido, y Eraso, tratando de hacer un reconocimiento, envió varias compañías y un escuadron, quedando los demás batallones formados, por lo que pudiese suceder. Siguieron adelante los de Eraso, y ya de noche, entraron á escape por medio del campamento enemigo, gritando: Viva el REy !Hay cuartel!

Las voces, el brillo de las armas que las hogueras reflejaban, aumentando el número de los carlistas a los ojos despavoridos que tan impensadamente les veian llegar, todo, en fln, contribuyó á que la sorpresa fuera tal, que los que no quedaron prisioneros, huyeron desbandados, salvándose únicamente los que tomaron el camino de Vergara, pues los demás fueron al cabo cayendo en manos de los carlisas. Espartero pudo huir, por medio de los lanceros de Zumalacárregui, valiéndote para ello la oscuridad de la noche. Quedaron en poder de los de D. Cárlos cerca de dos mil prisioneros, sin que los vencedores esperimentaran la pérdida de un solo hombre. Villafranca se rindió, y Valdés, que acudia á envolver a Zumalacárregui, desistió de su empresa retirándose á Pamplona. Jáuregui, por su parte, abandonó tambien á Tolosa, no sin dejar en ella muchos efectos de guerra.

Baños de Arechavaleta / Cronica de Guipuzcoa / Fernando Fulgosio

Baños de  Arechavaleta

Ni paró aquí el resultado de la sorpresa de Descarga, ó mejor, de la verdadera superioridad moral del general carlista sobre sus enemigos , pues en seguida capitularon los mil hombres que guarnecían á Vergara, haciendo lo mismo los defensores de Eibar, cuya hermosa fábrica quedó á disposición de D. Cárlos. Todo esto, unido a la derrota de Oráa en Alzaburu, donde perdió 800 hombres, aceleró la retirada de las tropas de la reina así de Durango como de Ochandiano y tambien del Baztan.

Entonces eaclamó Zumaladrregui: «¡Llevaré mis voluntarios á Madrid!»

CAPITULO IV.

Señorean los carlistas la provincia de Guipúzcoa. - Enemigos de Zumalacárregui en su propio partido. - Se altera la salud del caudillo. - Sitio de Bilbao. - Falta de recusos para emprenderle. - Se niega Zumalacárregui á bombardear á Bilbao. - Es herido. - Sus palabras á D. Cárlos. - Su muerte. - Retrato. .- Consideraciones.

Quedeó la provincia de Guipúzcoa en manos de carlistas, escepto San Sebastian, Irun y Guetaria, únicas poblaciones importantes que por entonces conservaron los liberales. Y cierto, que si por la rápida estension de las armas de Zumalacárregui hubiéramos de juzgar, no parece aventuraba mucho el caudillo carlista cuando tenia por seguro entrar en Madrid, pues al mismo tiempo que sus tropas adelantaban por todas partes, sin hallar en ninguna formal resistencia, era por demás tristísimo el estado en que se hallaban las tropas del gobierno.

Cabalmente por entonces comenzó la negra envidia, que luego habia de dividir y perder á los defensores de D. Cárlos; á mostrarse mortal enemiga de uno de loa mas grandes caudillos que haya tenido jamás ningún príncipe de la casa de Borbon. Con razon dice el mejor historiador de Zumalacárregui (1), que mientras este se afanaba en todos sentidos por el completo triunfo de la causa, algunos miserables, cuyos nombres no quiere mentar, además de entorpecer las diligencias encaminadas á procurar varios recursos del estranjero, empleaban toda clase de amaños á fin de cercenar le los que con su espada se habia adquirido.

Tamaños disgustos alteraron la salud del jefe carlista, por lo que envió la dimision á D. Cárlos, mas este acudió al día siguiente á Vergara, donde aquel se hallaba; Zumalacárregui salió á caballo á cierta distancia de la villa seguido de todo su estado mayor, y· volvió acompañando á su rey, el cual pasó entre filas y fué recibido con salvas de artillería y repique general de campanas.

 D. Cárlos habló. breve rato á solas con Zumalacárregui, y es de creer que, mas tranquilo este, no tratara de insistir en su dimision. Despues de la visita de don Cárlos fué cuando rindió á Ochandiano; y cuando, conforme á lo que mas convenía á la causa carlista, trataba de dirigirse á Vitoria, parece que recibid de don Cárlos un papel en que solo se leian estas palabras: puede tomar á Bilbao?» A lo que el general respondió: «Se puede, pero á costa de muchos hombres, y sobre todo, de un tiempo preciosísimo.»

La razon principal que movía á D. Cárlos á insistir en el sitio de Bilbao, era la esperanza de poder hallar en esta villa abundantes recursos, bien por medio de un empréstito forzoso, ya por la adquisicion de la garantía suficiente para un empréstito ofrecido desde Holanda. Como quiera, no podía menos de dolerse Zumalacárregui de ver que la imprevision y vanidad de ciertos consejeros hallaron mas fácil acogida en el ánimo de D. Cárlos, que la prudente determinacion de encaminarse desde luego á Vitoria para continuar en seguida hasta Madrid. Cierto que la sagacidad y esperiencia de Zumalacárregui le aconsejaban bien, pues no se ha de juzgar del éxito de su espedicion por el que mas adelante tuvo la llamada espedicion real. Con todo esto, el caudillo carlista cometió gravísimo error en ceder fácilmente al loco empeño de perder el tiempo delante de Bilbao, cuando las tropas del gobierno se hallaban casi del todo imposibilitadas para estorbarle el paso á Madrid.

NOTAS AL PIE

(1) ZARIATEGUI. Vida y hechos, etc., obra ya citada pág. 966--6'7.

Cediendo, al cabo, ante el empeño de los inespertos consejeros del cuartel real, emprendió con la mayor desconfianza el sitio de la codiciada Bilbao, y en todas sus conversaciones, como que presentía la desgracia que le amenazaba. Seguíanle catorce batallones, y para una plaza defendida por 4, 000 hombres, sin contar los urbanos, y artillada con cerca de 50 cañonea, de los cuales, treinta eran de grueso calibre, además de las fuertes obras de campaña é infinitos recursos de una poblacion como Bilbao, solo podía disponer de dos cañones de á doce, uno de á seis de hierro, dos de á cuatro de bronce, dos obuses y un mortero, para el cual solo habia 36 bombas, hallándose las demás piezas no macho mejor dotadas. En cuanto al viejo y célebre cañón , llamado el Abuelo , del cual, á falta de cosa mejor, se habían servido hasta entonces los carlistas, quedaba ya desechado por inútil.

A decir verdad, maravilla que con tan escasos recursos tratase Zumalacárregui de complacer á don Cárlos, ó mas bien á ciertos consejeros del cuartel real, y solo se esplica teniendo en cuenta la lealtad de nuestro guipuzcoano á su rey. Además, y como si no hubiera ya bastantes obstáculos, hallábanse en la ría un vapor inglés y otro francés, ambos de guerra cuya estancia estorbaba la completa circunvalaoion de la plaza. Al cabo se hizo el reconocimiento y quedaron establecidas tres baterías, á las cuales contestaron las de la plaza con estraordinaria ventaja, como no podía menos. de suceder. Los que tenían por cosa fácil la toma de Bilbao, aun á pesar de lo que estaban viendo, ó mejor deberían vér, insistían en que unas cuantas bombas arrojadas al centro de la poblacion serian mas que suficientes para que los mismos vecinos obligasen al gobernador á capitular, pero Zumalacárregui, atento al bien de sus conciudadanos, solía responder: «Mientras el enemigo se mantenga en la línea de fortificaciones esteriores, yo no puedo mandar arrojar proyectiles sobre las casas, pero sí lo haré en el momento en que, rechazado de los fuertes, trate de defenderse en aquellas.»

Durante el dia 10 los carlistas hicieron tan continuado fuego, que, antes de la noche, reventaron los cañones de mayor calibre, quedando reducido el tren de batir á un cañon de á seis y dos de á cuatro. Cierto, no se comprende, á no tener presente el respeto de Zumalacárregui á D. Cárlos, que todavía insistiera en sacrificar hombres y tiempo delante de Bilbao. Llegada la noche, y mientras todo habia quedado en silencio, el caudillo realista se lamentó con cuantos le rodeaban, del grave compromiso en que le habia puesto el deseo de entrar en Bilbao á toda costa.

Ni comió durante el dia, ni á la noche durmió, descansando solo breves momentos despues de firmar un parte en que anunciaba á los ministros que la desproporcion de sus fuerzas con las del enemigo acabaría por obligarle á levantar el sitio.

El dia 15 de junio, hallándose, aunque sin salir á lo esterior, en el balcon de una casa inmediata al santuario de Nuestra Señora de Begoña, mirando á la plaza, hirióle una bala de fusil en la pierna. Retiráronle de allí las personas que le rodeaban, y mandó desde luego que le llevasen á Cegama por el camino de Durango. Cuarenta granaderos le conducían, relevándose á ratos, y medio incorporado ó sentado en la camilla, pasó buena parte del camino fumando y hablando con sus soldados.

Cosme de Churruca / Cronica de Guipuzcoa / Fernando Fulgosio

D. Cosme de Churruca

 

Notables fueron sus palabras á D. Cárlos. Habiendo este llegado á visitarle, le reconvino afectuosamente por lo mucho que se habia es puesto, á lo cual respondió: Que no haciéndolo así, nada podría adelantarse; que demasiado habia vivido ya, y en aquella guerra tan desigual y destructora, por necesidad habían de morir cuantos la habían comenzado.» La herida que al principio no habia parecido de la mayor gravedad, comenzó á causar tan grandes dolores al paciente, que al cabo los facultativos Gelos y Boloqui estrajeron la bala, si bien causando notable destrozo en la pierna; mas despnes de la operacion se apoderó de Zumalacárregui estraordinario temblor, con lo que advirtiendo era llegada so última hora, se confesó con el párroco de Cegama.

Llegó el escribano á decirle: "Señor D. Tomás, ¿qué deja Vd. y cual es su última voluntad? Entonces el temido caudillo que habia estado á punto de poner en las sienes de su rey la corona de España, contestó: "Dejo mi mujer y tres hijas, únicos bienes que poseo: nada mas tengo que poder dejar.• Administráronle la sagrada Eucaristía, y á los pocos momentos espiró.

Tenia Zumalacárregui cinco pies y dos pulgadas de estatura, la espalda ancha y algo inclinada, los ojos de color castaño. claro, el mirar penetrante, la tez clara, la nariz aguileña y el cabello castaño oscuro, que habia ya comenzado á encanecer. Caminaba mirando frecuentemente al suelo, y era, especialmente en su rostro, verdadero prototipo de la raza vascongada que le habia dado el sér.

En su tiempo se celebró el tratado de lord Elliot, que si bien escitó el torpe enojo de los exaltados de ambos partidos, sirvió para conservar la vida á muchos generosos españoles , que de otra manera habrían sido cruel é inhumanamente sacrificados.

,¿Murió á tiempo Zumalacárregui'? Tal vez haya razon para decir que sí; cuando no para su gloria, al menos, para la tranquilidad de su alma. No parece difícil que hubiese entrado en Madrid conquistando para D. Cárlos la corona, pero es muy probable que habría visto pagados sus eminentes servicios con verdadera ingratitud, si se ha de juzgar por la que esperimentó aun antes de morir.

De todas maneras, Zumalacárregui es á no dudarlo uno de los mas señalados varones que pueden hallarse en la historia de Goipúzcoa; y á semejanza de las cumbres del Pirineo, cuyas faldas y ramales fueron teatro de las hazañas del insigne guerrero, su nombre aumenta con la distancia, sus horrores disminuyen, y á la par crece la aureola de gloria que le circunda.

 

CAPITULO V.

Honores póstumos a Zumalacárregui.-Gonzalez Moreno, general a jete del ejército carlista.- Tentativa cpntra San Sebastlan.-Eguia, sucesor de Moreno, toma á Guetaria.-.combates de Arlaban.-Bloqueo de San Sebastián.-Ataca Evans las líneas de Hernani.-Nuevos combates por Arlaban y las lineas.-Derrota de los legionarios. -Toma el ejército constitucional á Irun y Fuenterrabía[a.-Indlsciplina.-Asesinato de Ceballos Escalera, Sarafleld y otros oficiales. Muñagorri.

Por decreto de 25 de jonio (1835) nombró D. Cárlos á' Zumalacárregui capitan general, concediendo la viuda el sueldo de teniente general, y además dos mil reales de pension vitalicia á cada una de sus hijas. Once meses despues, siendo ministro universal D. Juan Bautista Ero, se espidió nuevo decreto para perpétuar la memoria del ilustre caudillo, concediendo á su descendencia la grandeza de España con los títulos de duque de la Victoria y conde de Zumalacárregui. Fácil era recordar su memoria y aun ver de reparar en lo posible pasadas injusticias, mas no hallar capitan que lograse poner á nuestro guipuzcoano en olvido. Generales tuvo D. Cárlos que dieron notable impulso á su causa; crecieron el ejército y territorio que al príncipe obedecían, mas, á no dudarlo, faltó con Zumalacárregui aquel irresistible empuje que llevaba' los soldados carlistas de vctoria en victoria.

Los generales del gobierno que habian permanecido como atónitos ante el ejército de D. Cárlos, poco antes compuesto de un puñado de hombres mal armados y al presente en disposicion de acometer todo género de empresas, conocieron desde luego que con la falta del caudillo perdia la causa carlista su mas firme apoyo. Continuó la guerra, para mal de la triste España. Encastillado el ejército vasco-navarro en sus enhiestas montañas, opuso siempre tenaz é incontrastable resistencia á la entrada de las tropas liberales, mas estas, en cámbio, lograron mantener á la devocion del gobierno las comarcas aquende el Ebro.

Sucedió á Zumalacárregui, Gonzalez Moreno, á quien reemplazó Eguía, pero como los sucesos mas importantes acaecían fuera de nuestra provincia, no creemos justo salir de su territorio, puesto que ni aun á ello nos obliga el seguir los pasos de alguno de sus hijos ilustres.

En tanto, y mientras liberales y realistas combatían con varia fortuna, hicieron las tropas de Guipúzcoa una tentativa contra San Sebastian, cuya ciudad tenia medios suficientes para resistir á los escasos que pudieran allegar las tropas de D. Cárlos. Así concluyó la campana de 1835.

El año siguiente (1836) comenzó con un suceso próspero para Eguía, quien tomó á Guetaria, retirandose los defensores al castillo del monte de la Atalaya. Estrechaba la guerra á nuestra provincia, así por el mar como por las fronteras de Alava. Fórmanlas por este lado los montes de Arlaban, á los cuales habia acudido el general Córdova, deseoso de dar victorias al gobierno, que á todo trance las pedía. Dispuesto el general carlista defender el paso, aprovechó cuantas ventajas le ofrecía el terreno, mientras su enemigo dispuso las tropas en tres cuerpos. Para flanquear la derecha del enemigo por la Bornuda, destinó á la legion inglesa mandada por Evans; debia Espartero atacar la izquierda, tratando sobre todo de señorear á Villareal de Guipúzcoa, y en tanto, el general en jefe atacaría el centro. Replegándose las guerrillas carlistas, hacian desde las cubiertas pendientes mortífero fuego, con lo que fué necesario que Rivero tomara una altura de la izquierda, ocupada por cuatro batallones. Logrólo al cabo, mas llegó la noche, y ambos ejércitos acamparon en donde les halleS la oscuridad. Evans y Espartero cumplieron tambien con las órdenes de Cordova, mas los carlistas combatieron por todas partes, y si bien de tan reñidos encuentros no lograron unos y otros ventaja señalada, los de la reina señorearon las cumbres que se habían propuesto.

Cierto, que si por el resultado se ha de juzgar de una empresa, la de Cordova salid fallida, y comprendiéndolo este así, mandeó la retirada durante la noche, quedando encendidas fogatas para evitar la persecucion del enemigo, á quien hizo creer permanecia acampado.

Mantenían los carlistas el bloqueo de San Sebastian, contra la cual tenían líneas establecidas. Contra estas y por estremo inmediatas, dispusieron los liberales las suyas, que corrían desde Pasajes, viniendo por Ayete hasta San Sebastian. Las líneas carlistas comenzaban en Rentería, incluyendo el fuerte de San Márcos, bajando al Urumea y estendiéndose por las alturas de Oriamendi, con lo que Hernani quedaba detrás. Évans al frente de la legion atacó á las dos líneas que tenian los de don Cárlos mandados por Sagastibelza. Mucha fué la sangre derramada en aquel dia (5 de mayo). Perdieron los carlistas unos trescientos hombres, con el jefe. Los de la reina perdieron mas de mil hombres, por haber combatido á pecho descubierto.

Mientras esto acaecía por el Norte de la provincia, Cordova amenazaba por la parte del Sur. Hubo, en efecto, sangrientísimos combates en los montes de Arlaban, desde el .dia 21 al 25, en los cuales costeó la posesion de una cumbre tanto es mas que las de una poblacion fortificada. Mas adelante (octubre) hubo nuevos combates en las famosas líneas de San Sebastian, sostenidos por Evans contra los carlistas.

(1837) Formado el plan de invadir por distintos lugares á la vez el territorio sujeto á las armas de D. Cárlos, abrió la campaña el general Evans por nuestra provincia, atacando los reductos y atrincheramientos que los carlistas tenían en Ametzagaña, monte que en aquellos tremendos dias trocó el nombre por el de Ilmendi ó Monte de la Muerte (marzo). Grandes fueron las pérdidas por ambas partes; Evans contaba con la llegada de Sarafield por la parte de Lecumberri, la cual estorbó una nevada. En todo debió de haber mala inteligencia. Ello fué que vencido Evans, Espartero, que babia llegado basta Elorrio y se disponía á un reconocimiento hácia Mondragon, donde los carlistas tenian catorce batallones, se retireó.

Evans, cumpliendo con su empeño, mandó á una de sus brigadas allende el Urumea para tomar á Loyola y dos casas que habia en las alturas, para seguir despues adelante y señorear la venta de Hernani. Despues de varios combates de guerrilla, formó una columna de ataque, compuesta de tres batallones ingleses y uno español, los cuales arma al brazo, atacaron á los parapetos carlistas, cuyos defensores los abandonaron. Siguió el combate al dia siguiente, y los enemigos iban cediendo terreno hasta las inmediaciones de Hernani, mas habiendo recibido ocho batallones y tres piezas de artillería de refuerzo, embistieron á su vez á los soldados de Evans. En el puente de Astigarraga abandonó so puesto un batallon de legionarios, y dado el mal ejemplo, siguiéronle ingleses y españoles.

Aprovechó el desórden á los carlistas, y arremetieron con mayor empuje aun, cansando á Evans la pérdida de ochocientos hombres solamente en heridos. Los carlistas tuvieron siempre la batalla de Oriamendi, nombre de la altura que recobraron, por una de las mas gloriosas y favorables á sus armas. Poco despues, construyeron de noche una batería, para ver de recobrar la parte de línea que antes habían pose ido hácia Loyola, mas cuando ya estaban muy próximos, las tropas de la reina, que se hallaban apercibidas, les rechazaron. Casi siempre correspondían las operaciones militares por la parte de Arlaban á las que se verificaban por las líneas de Hernani; y por entonces tambien, el vizconde Das Antas, jefe de la division auxiliar portuguesa, atacó y venció á los enemigos, obligándoles ' retirarse á Salinas.

Creyeron los generales del gobierno que era necesario reparar el daño que sus armas habían padecido en las líneas de Hernani, con lo que Espartero, reunidas ya sus tropas, emprendió el movimiento hácia lo interior, á las cuatro de la mañana del dia 14. Mochas fueron las alternativas favorables ó contrarias á realistas y liberales, mas estos señorearon por asalto Irun, y por capitulacion á Fuenterrabía, pérdidas ambas de gravísima importancia para las armas de D. Cárlos.

(Agosto) Mientras Espartero se hallaba ocupado en perseguir á la espedicion de D. Cárlos, cundió de horrible manera la indisciplina entre las tropas de la reina. En Peñafiel, Bilbao y otros puntos, pero sobre todo en Miranda de Ebro, Pamplona y Vitoria, fueron asesinados por sus propios soldados, Ceballos Escalera y Sarsfield, así como otros jefes militares y personas de representacion. Tambien por Guipúzcoa hallaron eco tan vergonzosos desmanes, pues en Hernani fueron muertos dos oficiales, habiéndose librado á duras penas de igual suerte el general Mirasol.

(1838) La guerra, que se habia en este tiempo estendido por toda España, fué menos cruda por Guipúzcoa, si bien no dejaba de haber choques mas ó menos sangrientos en las líneas. Acaso fue el acontecimiento mas notable uno que, no por haber tenido mal éxito, dejó de dar la primera señal de la bandera que, andando el tiempo, habian de aclamar los vascongados con preferencia á cualquier otra.

Muñagorri, escribano de Berastegni, creyó llegado el momento de librar á su tierra de los males que la oprimían, con el grito de Paz y Fueros, (abril). No tardó mucho en conocer lo vano que era á la sazon su intento, y que además no tenia la suficiente representacion para influir en el ánimo de sus paisanos  hasta el punto de persuadirles á dejar la causa de don Cárlos. Años adelante Muñagorri halló á la fortuna ·mucho menos propicia todavía en otra empresa. política, pues habiendo tomado parte en el alzamiento de octubre de 18-U, fué muerto cerca de la ferrería de Zumarriata.

 

CAPITULO VI.

Discordia entre los defensores de D. Carlos.- Fusilamientos de Estella.- Irresolución de D. Carios. -Arias Teljeiro.- Maroto en Irurzun y en. Tolosa.-Decretos contradictorios.-Destierro de los enemigos de Maroto.-Libertad de los generales y jefes encarcelados .-Necesidad de transijir.-D. Carlos en Vlllareal de Zumaraga.-Revlsta de Elorrlo.- Aumentan los deseos de paz entre vizcainos y guipuzcoanos. - Convenio.

No eran Muñagorri, ni aun las aguerridas y numerosas tropas liberales, los mayores enemigos de la causa de D. Cárlos. En tiempos de revueltas y especialmente en los de guerra civil, el príncipe ha de tener ánimo para llevar adelante su política, que no hay para él nada tan pernicioso como la falta de voluntad y de fijeza en las resoluciones. Faltóle á don Cárlos la suficiente energía para dominar la discordia que de día en dia aumentaba entre los suyos.

(1839) Tanto por ajenos á nuestro propósito como por la falta de espacio, habremos de pasar en silencio los diversos sucesos acaecidos por efecto de la division cada vez mas enconada entre los que podríamos llamar moderados y exaltados carlistas. Despues de los fusilamientos de Estella, D. Cárlos firmó un decreto en que declaraba traidor á Maroto, privándole del mando del ejército, así como de todos sus empleos y condecoraciones, y sujetándole al rigor de las leyes militares. Los fusilamientos habían sido la crísis de la discordia que despedazaba las entrañas del partido carlista. De la malquerencia habían pasado todos al ódio, y este no podía parar sino en la muerte de los menos afortunados. Lo fueron los enemigos de Maroto, y padecieron la muerte que acaso algunos preparaban este. Plegue á Dios llegue cuando antes el dia en que los españoles nos convenzamos de que la muerte de un enemigo político da la vida á ciento dispuestos á vengarle. La triste esperiencia de un siglo entero ha demostrado al mundo que aquella negra máxima del revolucionario francés: Il n'y a que les morts que ne revinnent pas (1), es tan errónea como verdadera la contraria, pues cabalmente ¡los muertos vuelven siempre! El partido de la córte, lleno de consternación al ver la actitud de Maroto, proponía á D. Cárlos medidas contradictorias, conforme eran dictadas por el terror ó el ódio. Solo Arias Teijeiro mostró ánimo varonil y resuelto, proponiendo al príncipe el decreto contra Maroto que mas arriba hemos mencionado; además separó á Valdespina del ministerio de la Guerra, nombrando en su lugar al duque de Qranada; puso á Villareal al frente do las tropas que no se hallaban con Maroto, y llamando á varios generales, hasta entonces en desgracia, trató de esta manera de dar en tierra con el general en jefe. No hallaron benigna acogida los designios de Arias Teijeiro, pues solo en Estella los parientes y amigos de los infelices fusilados desenterraron los cadáveres é hicieron algunas demostraciones en son de venganza. En cuanto á las tropas, no obedecieron las órdenes del ministro.-

NOTAS AL PIE

(1) •Los muertos son los únicos que no vuelven. Palabras de Barére

 

Maroto, en Irurzun, puso de manifiesto cuanto ocurría para que nadie lo ignorase, y habiéndole respondido los jefes de la obediencia de las tropas, corrió en el ejército el grito de Al real. Alentado con esto, encaminóse á Guipúzcoa, llegando á Tolosa, donde halló algunas tropas puestas á las órdenes de Urbiztondo para estorbarle el paso. Conferenciaron ambos generales, y hallándose de acuerdo, Maroto entró en la villa, con cuyo suceso y la ida de su segundo el conde de Negri al cuartel real, que se hallaba en Villafranca, para decir que el general en jefe no tardaría en llegar, vinieron abajo los planes de Arias Teijeiro, quien se vió precisado á huir.

D. Cárlos dió un decreto declarando á Maroto fiel y leal servidor, rehabilitándole y aprobando sus actos; debilidad imperdonable en un príncipe que ante todo necesita carácter enérgico, para no ver puesta en tela de juicio y aun atropellada so voluntad. Mostrose Maroto sumiso y complaciente con el príncipe, para lo cual poco tenia que hacer, pues hallaba satisfechos sus deseos. Fueron desterrados los amigos de Arias Teijeiro; Elío y Zariátegui en libertad, y el primero de comandante general de Navarra; la division castellana quedó á cargo de Urbiztondo, y mientras Gomez y demás jefes perseguidos salian de sus prisiones, Maroto recorría las provincias , hallando excelente acogida. Mas la causa carlista acababa de llevar golpe mortal, en el hecho de verse obligado el príncipe á ceder ante la exigente voluntad de su defensor.

Si en aquel momento D. Cárlos, ya que hasta entonces falto de energía hubiese tenido la suficiente para abdicar en su hijo, no es posible decir cuál Cuera á la larga el resultado de la guerra. Quedaron, pues, los carlistas hondamente divididos para siempre, puesto que entre los dos partidos que tanto se aborrecían mediaba la indeleble mancha de la sangre.

Culpaban los mas al débil carácter de D. Cárlos de los daños que amenazaban de muerte á su causa, y creyendo de buena fé que Maroto podría salvarla, aun contrariando al mismo príncipe , pusieron en aquella esperanza. Maroto no correspondió á los que de tal manera confiaron en él.

Seis años de guerra habian agotado los recursos y el sufrimiento del pueblo vasco-navarro. La guerra podía durar todavía, pero como todas las civiles, tendría que acabar por transigir los bandos enemigos, puesto que no era posible que uno esterminase al otro. Que las tropas de la reina no podían entrar en el territorio señoreado por los carlistas sin esponerse á gravísimos descalabros, era cosa que se había visto repetidas veces; pero tambien era fácil comprender que e 1 ejército liberal, dueño de la mayor parte de España y disponiendo de infinitos recursos, así como de la amistad y aun apoyo cui directo de todas las naciones que rodeaban á España, podía esperar mas, cansando al cabo la constancia de loa fieles defensores de D. Cárlos. Ca odia, pues, entre todos el deseo de transigir, y en aquellos momentos solemnes en que un Zumalacárregui podía tal vez haber labrado la eterna "tentara de España , faltó al general carlista ánimo para corresponder á la confianza que en él había puesto la inmensa mayoría de los suyos.

Contrista el ánimo la mera suposición de que Maroto, en vez de pelear por la victoria y el lustre de sus armas, no opusiese la debida-resistencia á las tropas enemigas, comprometiendo ·choques y aun ·formales encuentros, y sacrificando en ellos centenares de vidas, siempre con la intencion de ceder la victoria al contrario, de lo cual no creemos capaz á Maroto; pero á decir verdad, no tuvo la suficiente grandeza de ánimo para salir adelante y coa gloria del grave compromiso en que las circunstancias y su propia voluntad le habían puesto.

Habiéndose sublevado en lrurzun el 5º batallon de Navarra, se encaminó á Vera, punto inmediato á Francia, y allí acudieron Aguirre, su antiguo jefe, el cara Echevarría y D. Basilio García. D. Cárlos, que no perdonaba á Maroto el que de tal manera hubiese contrariado su voluntad, antes y después de los sucesos de Estella, favorecía á los insurrectos. Maroto quedaba entre dos fuegos, pues además de tener enfrente al ejército constitucional, tenia á la espalda á los sublevados de Vera, por mas que estos permaneciesen solos y sin hallar séquito en los otros batallones. El general de D. Cárlos, atento al mas grave peligro, que para él en semejante caso era la insurrección de los suyos, marchó contra ellos autorizado por D. Cárlos, pero este le detuvo en Villarreal de Zumárraga, presentándose inesperadamente en la citada poblacion. Al ver á su general, le dijo no era necesario siguiese adelante, pues los sublevados le habían ofrecido avenirse; y él por su parte, lo que deseaba á la sazon -era -presenciar la resistencia que las tropas iban á oponer al enemigo, que, habiendo llegado hasta Villareal de Alava, amenazaba á Ochandiano.

Vióse Maroto obligado á ceder á l.as razones de don Cárlos, y habiendo este á la noche manifestado estrañeza porque no se le habían presentado loa jefes de los batallones, acudieron todos á besarle la mano, así como á su esposa é ·hijo. Propicia era la ocasion para que el príncipe tratase de sondear, siquiera fuese indirectamente, el ánimo de los comandantes, mas se contentó con las acostumbradas frases: «Adiós: ¿estas bueno? ¿Qué batallon mandas?»

(Agosto) Como se ve, acaecieron por. entonces muy aefíalados sucesos por nuestra provincia. D . . Cárlos que, ya en Durango, viviendo Zumalacárregui se apresuró á cometer el gravísimo yerro de dar un manifiesto para decir que no reconocía los empréstitos hechos y los que en adelante pudieran hacerse al gobierno de Madrid dude la muerte de su hermano, D. Cárlos qué, -por su desgracia y la de sus defensores, se vió en adelante tan mal aconsejado como en la ocasion que acabamos de referir, siguió cometiendo errores no menos graves, que de dia en día le alejaban del trono. Las intrigas del cuartel real estorbaban del todo á los generales el mando de los ejércitos, pues cuando era necesario atender al enemigo, había que contrarestar la mala intencion y las calumnias de los que, no sin causa para ello, merecieron de los naturales del territorio vasco-navarro el dictado de ojalateros. «Ojalá que ataquen y ganemos» eran sus espresiones favoritas, si bien no por eso esponian sus personas, atentos solo el medro personal y no á defender con las armas en la mano la causa de D. Cárlos, tan combatida y espuesta á todo género de azares. Ya Zumalacárregui habia esperimentado tan sérios contratiempos de parte de los intrigantes, que se creyó . obligado á presentar la dimision á D. Cárlos. Sus sucesores, hombres muchos de ellos de verdadero mérito pero inferiores todos á aquel gran caudillo, se veían tambien en el caso de perder preciosísimo tiempo en· sortear los daños que á cada paso temían, no de los enemigos que les afrontaban, sino de los que les amenazaban por la espalda.

Fuera pequeño un libro para dar cuenta de las intrigas, calumnias y desafueros de todo género cometidos con los mas antiguos y leales servidores de don Cárlos, todo lo cual en daño de este redundaba mas bien que de otro alguno; de suerte que, cuando ya encendidos los ánimos se comenzó á derramar· sangre, empezando por la del desventurado brigadier D. José Cabañas y su asistente, temieron todos , no por ver menospreciados sus servicios , mas por la honra y la vida.

Habia, pues, conformidad en la mayoría de los defensores de D. Cárlos, en cuanto á la necesidad de transigir, bien que pocos, ó acaso ninguno, habrían estado con Maroto, á .saber la forma en que este lo intentaba. Siguieron los tratos entre los generales de ambos ejércitos, y D. Cárlos determinó presentarse á las tropas, por si con su .presencia despertaba en ellas el antíguo entusiasmo. Encaminóse desde Villafranca á Elorrio, sorprendiendo con su llegada á Maroto.

Formados los batallones, les arengó D. Cárlos, comenzando por los castellanos. Escena triste y lamentable para los que durante seis años habían derramado su sangre en .defensa del príncipe. Mientras unos batallones aclamaban al general, el 5º gritó «!viva el reyl» Y este, sin .ánimo para serlo, mostró únicamente irresolucion, cuando mayor energía necesitaba, .con lo que dió lugar á que, especialmente los vascongados, concluyeran por gritar á una: ¡La paz ¡La paz! Tiempo era de matar ó morir; no de torcer las. riendas del caballo y alejarse á buen paso, que fué lo único que hizo D. Cárlos.

Conforme seguían adelante los sucesos, Maroto, que sin contar con nadie los traia preparados de antemano, manifestaba mayor irresolución, no pareciendo sino que le abandonaban las fuerzas, cuando puestos por él los jefes y oficiales entre la muerte ó el convenio, las cosas iban llegando irremisiblemente á su fin.

Crecía por momentos entre guipuzcoanos y vizcaínos el deseo de paz. Por villas, aldeas y caseríos  no se hablaba de otra cosa, y en tanto, el territorio mal defendido, y por consecuencia en gran parte señoreado ya por las tropas de Espartero, no ofrecía seguridad á un ejército, que si bien había de dejar con dolor y aun con lágrimas en los ojos las armas con que habia combatido y la causa que tan valerosamente habia sustentado, no hallaba otro remedio á las desventuras de la pátria que transigir con el enemigo. Poco antes del convenio, todavía creyeron los que tan fiel y constantemente habían defendido ' D. Cárlos, que el convenio se habia de estender en otra forma harto distinta de la que vieron despues, y á semejante creencia les movia el deseo de no faltar á la honra ni al deber que se habían impuesto. Hay en política momentos supremos que suelen, digámoslo, forzar la voluntad del hombre, y en los cuales, si este moda de bandera, solo puede dar maestra de su buena fé sacrificando so vida. Así lo han hecho no pocos jefes y oficiales procedentes del convenio, en defensa de una misma bandera y unidos con los valientes que durante seis afños habían sido sus enemigos.

El 31 de agosto de 1839 será para siempre memorable para la nacion española, pues en él se verificó el convenio de Vergara. El dia antes se habia presentado Maroto en dicha villa, donde tenia Espartero su cuartel general, diciendo que las tropas se negaban á la transaccion, mientras no contaran con la seguridad de que las Cortes habían de aprobar los fueros. Por su parte, la division castellana, que se hallaba en Anzuola, habiendo recibido la órden enviada por D. Cárlos desde Lecumberri de acudir á esta última poblacion, se habia puesto en marcha, obedeciendo al mandato, por olas que todos los jefes y oficiales estuviesen seguros del peligro á que se esponian, pues á no dudarlo, machos de ellos, aborrecidos de ciertos sanguinarios consejeros de D. Cárlos, habían pagado con la vida su obediencia.

En aquel momento el general Urbistondo, que mandaba la referida division, acudió desde Vergara y dió la órden de deshacer lo andado: tornó la division á Anzuola, y siguiendo adelante, bien puede decirse que a la sazon ignoraban todos cuál iba á ser so suerte.

Siguieron hasta Vergara, y hallaron dos divisiones de Espartero, entre las cuales formaron. Arengóles este concluyendo con vivas á la reina, y habiendo llegado despues guipuzcoanos y vizcaínos, hizo con ellos lo mismo. Espartero abrazaba á Maroto, invitando con su ejemplo y palabras á los soldados de ambos ejércitos á que le imitasen. Los hijos de Guipúzcoa dejaron casi todos las armas, y mientras D. Cárlos entraba en Francia escoltado por alaveses y navarros, la paz mostraba su sonrisa á la desveaturada España. ¿Cumplió con lo que ofrecía? No es nuestro hablar sino de la provincia de Guipúzcoa, y de ella podemos decir que la paz fué, con breves interrupciones, soberano beneficio para sus hijos. El vascongado, libre desde que nace y amante del trabajo, no ha padecido como otras provincias de España el encono sangriento y vengativo de turbulentas facciones.

CAPITULO VII.

Paz de Guipuzcoa. -Alzamiento de octubre de 1841.-Pierde la provincia parte de sus fueros con el establecimiento de jefes políticos, ayuntamiento, Juzgados y aduanas de mar y tierra.- Vuelve la paz, y co ella la prosperidad de Guipúzcoa. - Abdica el rey Cárlos Alberto en Tolosa. - Sale de España doña Isabel de Borbon. - Consideraciones acerca de los fueros. Contestación al Sr. Sanchez Silva

En la prosperidad que para Guipúzcoa empezó con la paz, solo hablaremos breve paréntesis. Cuando los tristes habitantes iban reedificando las casas derruidas ó quemadas, y todo convidaba al reposo de los ánimos, estalló en Pamplona la revolucion acaudillada por el general O'Donnell contra el general Espartero, regente del reino (2 de octubre de 1841). El 7 de octubre correspondió parte de la guarnicion de Madrid al .movimiento de Pamplona, cual ya lo había hecho Piquero en Vitoria, donde se instaló el nuevo gobierno presidido por Montes de Oca, en Bilbao el marqués de Santa Cruz, Galiano, Escosura y Benavides, y por último, Borso di Carminati en Zaragoza, de donde salieó con tres batallones de la Guardia real, encaminándose al punto á Pamplona.

Tristísimo fué el resultado del movimiento para nuestra provincia. Sabido es que la mayor parte de los jefes de la insurrección que cayeron en manos del gobierno fueron fusilados. En cuanto á Guipúzcoa, no menos que las otras dos provincias hermanas, vieron notablemente mermados sus fueros, pues por decreto dado en Vitoria por Espartero (29 de octubre), se establecieron jefes políticos, diputaciones provinciales, ayuntamientos y juzgados de primera instancia, con arreglo á las leyes y disposiciones generales del reino. Además se pusieron aduanas en las costas y fronteras.

Despues de tan lamentable suceso, Guipúzcoa gozando, si no en todo, en parte al menos, de la libertad secular de sus fueros, buenos osos y costumbres, ha prosperado de sorprendente manera, siendo con toda verdad notables los progresos de su agricultura é industria&.

Puesta á la entrada de Francia, pasando siempre por ella los caminos que á Madrid conducen, puede decirse que apenas ha venido á España persona de representacion que no haya pasado por nuestra provincia.

Entre las muchas personas reales que podríamos citar, fué notable el rey de Cerdeña, Cárlos Alberto. Llegó este príncipe á Tolosa desde Francia el 3 de abril de 1849, alojóse en el parador de la casa número 4 actual de la plazuela de Arramele, y en el mismo día abdicó la corona en su hijo Víctor Manuel, actual rey de Italia, en presencia del marqués Cárlos Ferrera de Lamármora, el príncipe Macerano, primer ayudante de Campo de su majestad, y el conde Pouza de San Martino, intendente general; siendo testig-oa D. Antonio Vicente de Parga, jefe político de Guipúzcoa, y D. Javier de Barcáiztegai, diputado general, segun consta del acta otorgada por testimonio de don Juan Fermin de Furundarena, escribano de número de Tolosa y secretario del Ayuntamiento.

Por último, en la provincia de Gnipúzcoa, y cuando ya iba mediada la crónica que vamos estendiendo, acaeció uno de los mas señalados sucesos que pueden hallarse en la historia del pueblo español. Hallándose tomando baños en Zarauz doña Isabel de Borbon, estalló en Cádiz el alzamiento, que, en breve dilatado por todas las provincias, paso fin á cuanto en el órden político existía. Sucesos tan recientes, que puede decirse aun están acaeciendo, no necesitan grandes pormenores en obras como la presente, que por su calidad de históricas, exigen cierta distancia para ver aquello de que tienen que dar cuenta.

Estaba ya doña. Isabel de Borbon en San Sebastian, y en vista de cuanto sucedía, encaminóse á Francia por Irun (29 de setiembre de 1868), quedando la nacion española en plena posesion de sí propia, y dando, en verdad, notabilísima muestra de su generoso carácter, pues en revolución de tan grandes consecuencias como la presente, no ha habido mas sangre derramada que en los campos de batalla ni enconadas venganzas llevadas á cabo. Tan feliz comienzo augura halagüeño porvenir á pueblo quede tal manera sabe conservar el órden en medio de uno de los mas importantes cámbios ocurridos en la Península ibérica, desde que el hombre conserva en él la memoria de su existencia.

Aún á riesgo de persistir con esceso en una idea, no podemos menos de lamentar la falta de espacio que nos ha obligado á resumir y encerrar en breves páginas la historia gloriosa del pequeño pueblo guipuzcoano. Como su vida es tambien la de sus fueros, no hemos podido tampoco pasar á. estos· en silencio, pues no creemos que ningun amigo de las Provincias Vascongadas lo será sincero, si á sus antíguas leyes, buenos usos y costumbres se opone.

En ellos, y con razon, se fundan los hijos de las tres provincias para mantener so buena opinion de fieles custodios de la antigua libertad española. Los vascos han conservado lo que el resto de la Península fué poco á poco dejando en manos de los reyes. ¿Habrá quien por eso culpe á los vascos? ¿Nos piden ellos, por ventura, que renunciemos á la libertad por nuestra parte? Antes bien, y cuando por siglos y siglos hemos permanecido con la cerviz rendida á la opresion, ellos nos brindaban con su ejemplo. Ellos han servido para demostrar que el español no era incapaz de ser libre, como se ha solido decir. A cuantos de tal modo se atrevieran á calumniarnos, fácilmente se les podía responder: que la libertad, nacida en España y mantenida por parte de sus hijos, en España podía retoñar tan bien ó mejor que en cualquiera otra parte.

Tal vez nos hallemos equivocados, á la par de nuestros generosos hermanos los vascos que jamás han negado semejante hermandad; pero nada acaso nos ha dolido tanto como el oir al Sr. Sanchez Silva oponer á los fueros de las Provincias Vascongadas una ciudad, hija del privilegio, cual ninguna otra en el mundo.

Fuerza es repetir aquí las palabras del Sr. Sanchez Silva, para que se comprenda nuestra réplica.

Si se trata, dice, de alegar privilegios y hacer valer la importancia de cada uno ante el país, yo invoco la gran Sevilla, como pudiera invocar otras grandes ciudades; yo invoco á la ciudad querida de Julio César, la joya de San Fernando, la perla de Andalucía.

Yo traigo á vuestro recuerdo, señores senadores, el pueblo que asentado en las floridas riberas del Bétis y brillando por sus vergeles, como por sus guerreros y artistas, reune mas fueros y exenciones que años tienen los siglos. La ciudad que siendo señora de mas de cincuenta pueblos, dueña de montes, ríos y oficios enajenados, pudiendo nombrar escribanos y poner jueces, teniendo fortalezas y alcaides, siendo suyos los diezmos, adquirido todo á título oneroso, tenia suficiente poder y dignidad para rechazar el nombramiento de corregidores, esos corregidores que los vascos admitían, porque Sevilla decía no tener de qué corregirse, si bien aceptaría á los delegados del rey bajo el título de teniente de asistente. Pues bien, si á ese pueblo, á esa ciudad glorificada por los poetas y adulada por los poderosos, le preguntara yo si quería hacer uso de sus privilegios, de sus fueros, ¿sabeis lo que me contestaría? Pues yo os lo diré en su nombre, que ' tanto se atreve mi confianza. Me contestaría con su grandeza tradicional: "Yo no quiero fueros para escatimar la sangre de mis hijos á la pátria, ni mis recursos á la defensa de su honra.» Esa seria so respuesta (1).

El Sr. Sanchez Silva, atribuyendo á la ciudad de Sevilla la energía espartana, no sin mezcla de aquella magnilocuencia á menudo escasa de buen gusto, propia de los paisanos de Góngora y Herrera, se apresura á dar por cosa hecha la respuesta que acabamos de ver. ¡Sevilla, la hija del privilegio, la que debería tener los edificios de oro y el empedrado de plata, aunque no fuera mas que por el torpe monopolio puesto en sus manos á poco del descubrimiento de América; Sevilla, á donde tenían que acudir los hijos de San Sebastian y Bilbao, de Santander y Gijon, de la Coruña y Vigo, de Barcelona y de Málaga, si querían, no ya embarcarse, sino tener la menor relacion con las Indias de Occidente! ¡Y es Sevilla, la que durante centenares de años ha tenido el mas inaudito privilegio que han visto ni verán los siglos, la ciudad que el Sr. Banchez Silva intenta poner, no ya por modelo, mas por ejemplo que afrente al generoso pueblo vascongado

Amara ó no Julio César á la oscura Hispalis, el ser Sevilla la joya de San Fernando no quiere decir lo fuera de otro modo que por derecho de conquista, llevada á cabo por el esfuerzo de los leales soldados del rey de Castilla, y especialmente de los que en la costa boreal nacieron desde el desagüe del :Miño hasta el embocadero del Bidasoa. Complacíanse griegos y romanos del bajo imperio en la ciudad únicamente, mirando con desden y aun aborrecimiento al campo; pero jamás las razas generosas no contaminadas por el vicio y la molicie trocaron á gusto la honrada vida del campo por la estrecha prision de la ciudad en donde el hombre se consume y muere; cabalmente lo que ha sucedido á nuestra raza infeliz, desde que saliendo de sus pequeñas aldeas y aislados caseríos de la region del Norte, ha ido á enervarse en las grandes ciudades del Mediodía, que el desierto circunda.

NOTA AL PIE

 (1) Discurso pronunciado en el Cenado el día 14 de junio de 1864.

En cuanto á los verjeles que el Sr. Sanchez Silva tráe tambien á cuento por dar en tierra con los fueros, no comprendemos á qué viene la poética alusion. Cuando la poesía no babia visto sino las riberas del Mediterráneo, bien podía mostrarse embelesada con el verdor ceniciento del olivo y el tristísimo ciprés, únicos árboles que al parecer estiman los campesinos de Andalucía; mas el Sr. Banchez Silva ha visto nuestras provincias del Norte, y sabe que mientras los agostados campos de Sevilla apenas ofrecían sombra ni resguardo contra el insoportable calor que señorea la mitad del año la cuenca del Guadalquivir, á él le era lícito respirar aire puro, en vez de fuego, en la mas apacible region de Espalia, cuyos valles y montañas son otros tantos verjeles harto superiores en frondosidad y hermosura á los abrasados bosquecillos que solo de vez en cuando asombran las márgenes desiertas del olivífero Bétis. Y aun tuviera el señor Sanchez Silva en mayor estima la pa de que gozaba, con solo advertir vivía seguro en medio de hombres que por enemigo le tenían, pues lo era de sus fueros, y compararla con el estado de guerra, propio de la Edad media, en que sin fueros ni tradicionales costumbres viven los hijos de Andalucía, que ni para el mas inmediato cortijo se atreven á alejarse sin el retaco á la espalda ó en el arzon de la silla.

De los privilegios y riquezas que Sevilla fué poseyendo desde la conquista de San Fernando, no ha citado el Sr. Sanchez Silva el principal, á que ya nos hemos referido; esto es, el monopolio del comercio con América, á cuyo lado los demás nada valen. En cuanto á Sevilla, siglos enteros ha permanecido moda, recibiendo ó perdiendo las mercedes otorgadas, mientras los vascongados han conservado incólume hasta el presente la libertad merecida.

En resolución, el vasco, mas atento á las obras que á las palabras, no gasta en flores retóricas el tiempo debido al trabajo; por eso, sus estériles campos se han trocado en floridos verjeles; la familia es ejemplo de patriarcal honradez, y su raza entera, orgullo de todos los buenos españoles , incapaces de envidia.

¿A qué, pues, desear que descienda á nuestro mísero estado, cuando, con el ejemplo, nos brinda á imitarle?