NOTICIA DE LAS COSAS MEMORABLES DE GUIPUZCOA / PABLO GOROSABEL

LIBRO II 

DE LOS HABITANTES DE LA PROVINCIA

-

CAPITULO IV 

DE LOS USOS Y COSTUMBRES DE LOS NATURALES

-

SECCIÓN II

De los juegos, diversiones y fiestas

 

/415/ Uno de los juegos principales de los guipuzcoanos, el más popular y al que tiene más afición, es indudablemente el de la pelota, el cual se verifica de cuatro maneras conocidas con los nombres de largo, rebote, blé y trinquete. El juego de largo se hace en plazas abiertas, que las hay en muchos pueblos muy capaces y bien arregladas, con los correspondientes límites o tierras de piedra, que determinan su anchura, puestas por ambos lados. Generalmente los partidos de largo se juegan entre un individuo contra otro, dos contra dos, tres contra tres, o cuatro contra cuatro, cuyo número de competidores no excede por lo común, a menos que se juegue con alguna ventaja de la una parte, respecto de la otra. Los respectivos jugadores se colocan mirándose los unos a los otros, en cuya actitud deben mantenerse para repeler las pelotas que tiran los contrarios. Principia el juego sacando uno de ellos la pelota hacia sus contrincantes a mano limpia, dando antes un bote sobre el botillo, que es una piedra de encimera tersa, la cual desde el suelo se eleva como hasta la cintura de un hombre de mediana estatura. Rebátela uno de los contrarios, y de aquí resulta, o bien la ganancia del quince, o que se haga raya, según uno de los campos haya conseguido pasar o no del todo la pelota respecto del otro. Cada juego se compone de cuatro puntos, llamados vulgarmente quinces; es decir, que, para ganar un juego, cada una de las partes debe alcanzar este número en pelea con /416/ la otra dichos cuatro puntos se denominan, a saber: el primero, quince; el segundo, treinta; el tercero, cuarenta,. el cuarto completa el juego. Si ambos campos ganan a cada dos puntos, se dice que están a dos,. y cuando teniendo uno de ellos el cuarenta el otro que estaba con el treinta llega a ganar el quince, el juego vuelve a ponerse en á dos.

Como se ve de la precedente explicación, todos los nombres usados en este dicho juego de largo son puramente castellanos. El origen de semejantes denominaciones no se comprende, ni yo acierto a explicar, siendo así que este juego es al parecer propio y peculiar del país vascongado, y no importado de las provincias del interior del reino, donde ni siquiera es conocido. Pero sea de ello lo que quiera, y continuando la explicación de esta diversión, diré que cuando se hace raya queda en suspenso el quince; por lo cual, para su definitiva ganancia, los jugadores tienen que cambiar de posición, o sea, de frente, pasando los del saque al resto y al revés. No puede haber más que una raya, cuando alguno de los campos tiene cuarenta; porque en este estado se completa el juego con la ganancia de un solo quince, y empieza de nuevo el otro sin contar con el anterior. Fuera de dicho caso, en todos los demás se necesitan dos rayas para que se verifique el cambio de lugar de los jugadores. En esta clase de juego todos los jugadores usan en la mano derecha de guante, que es una manopla de suela cóncava como de cuarta y media de largo; guantes que anteriormente y aún a principios del presente siglo eran poco mayores que una mano de persona, aumentados después sucesivamente. Ahora se ha empezado a usar de los construidos con tiras sacadas de la leña verde del roble, con las que hacen cierto tejido, moda /417/  que han inventado los jugadores vasco-franceses.

Tal es, en resumen, el orden y método que comúnmente se observa en esta dicha diversión favorita de los naturales de esta provincia. Es indudable que ella hace ejercitar mucho las fuerzas de los jugadores; que conduce á darles soltura y agilidad; que, en fin, vigoriza sus constituciones físicas, si no usan de ella con exceso. La afluencia de gentes de todas, clases, estados, profesiones y categorías, cuando son partidos emplazados de nombradía, suele ser comúnmente muy numerosa; y como las opiniones que se forman acerca de su habilidad, así que las afecciones de localidad, varían en opuestos sentidos, de aquí las apuestas de dinero que resultan. Sucede esto especialmente si los partidos son entre guipuzcoanos contra los que no son de esta provincia, navarros o franceses vascos. Ha habido, en efecto, algunos casos en que al llegar un arriero navarro con sus machos al pueblo donde paisanos estaban jugando, ha travesado a favor de estos toda la recua y la ha perdido, quedando así arruinado de un momento a otro. Lo admirable en esta clase de partidos es el orden, decoro y compostura que reina en todos los actos de los jugadores y expectantes. Para la decisión de las dudas que suelen, ocurrir en el juego hay un jurado, compuesto por lo regular de cuatro jueces, dos de cada parte, para cuyas discordias se pone un quinto, nombrado comúnmente por el Alcalde del pueblo, si las partes lo acordaren así de conformidad. Antes de principiarse el partido el Alcalde recibe a los cinco jueces árbitros el juramento de que procederán con rectitud e imparcialidad, y en seguida toman en la misma los correspondientes asientos. Cuando ocurre alguna duda sobre cualquiera jugada, cada uno de los jugadores tiene /418/ derecho de pedir su determinación por los dichos árbitros, diciendo en alta voz: Jueces. Esta sola expresión es suficiente para que se reúnan los cinco' en medio de la plaza con los sombreros quitados por respeto al público, conferencien entre sí y decidan la duda o cuestión ofrecida. La resolución de la mayoría del jurado es publicada inmediatamente por los rayadores, y ejecutada de parte de los jugadores, sin que se admita ninguna clase de recurso, réplica ni observación; y si alguien rehusara someterse a ella silenciosa y sumisamente, de seguro que sería mal visto por el público, censurado y reprendido con el murmullo. Si los jueces tuviesen duda alguna vez sobre cualquier punto de mero hecho, tienen, el árbitro de consultarla a los espectadores que en su concepto sean imparciales y hayan podido ver bien la jugada. Por lo demás, un silencio absoluto reina en la plaza mientras la pelota anda al aire, y se disputa el quince; pero decidido este, el campo victorioso recibe las vivas y aplauso 'más estrepitosos de parte de sus adheridos y amigos. Las jugadores jamás hacen ostentación de alegría por la victoria que obtienen en cada quince, y se les achacaría pequeñez de ánimo, si manifestaran sentimiento de pena por la pérdida que hagan.

El otro juego de pelota, o sea, el de rebote, el cual igualmente se tiene en plaza abierta, en su esencia es como el denominado de largo. Su modo de hacer las rayas, su orden de contar los puntos, y juegos, su forma en el decidir las dudas que ocurran acerca de las jugadas, es por consiguiente igual a lo que queda explicado respecto de aquel. Tiene, sin embargo, cuatro diferencias principales, que son las siguientes: Primera, que la piedra botadera para el saque se coloca mucho más cerca /419/ del frontón que en el juego de largo. Segunda, que la primera pelota del saque debe llegar al frontón, sea de pared, sea rebote, dando dentro del enlosado que suele haber para el efecto. Tercera, que no se hace raya más arriba del punto donde se halla colocada la piedra botadura. Cuarta, que para que la jugada de contrarresto sea valedera y buena, es preciso que pase al aire la piedra botadera. Tales son las reglas ordinarias de este modo de jugar, mientras los mismos jugadores no las varíen o modifiquen de mutua conformidad al tiempo de arreglar el partido, y en los casos omisos  se está a las costumbres establecidas en el pueblo en que se juega.

Juego de blé. Se verifica entre dos solos o mayor número de jugadores, dirigiendo siempre la pelota contra una pared, que por lo regular es alta y de piedra labrada. En esta hay una raya ó marca hecha a cierta altura del suelo, como de unos tres pies y medio, a la cual es necesario sobrepujar en todas las jugadas para que sea n buenas, pues en otro caso se pierde el punto. La anchura del terreno en que se juega al blé se halla igualmente circunscrita con las correspondientes marcas, fuera de las cuales no es lícito sacar la pelota. Pero semejante clase de juego, aunque el más común y usual entre los chicos, apenas tiene lugar en personas de alguna edad y de cierta categoría, que lo consideran por muy pesado, monótono y de poco mérito, por lo respectivo a la parte de habilidad. Es, además, propiamente una diversión, más bien que un medio de hacer partidos formales de interés pecuniario, salvo en alguna ocasión particular en que los jugadores son de diferentes provincias, que es solamente cuando hay concurso de gentes, y se atraviesan cantidades. Se juega al número /420/  de puntos en que se convenga, y no a tantos juegos, como sucede en los de rebote y largo, y las dudas y cuestiones se resuelven por jueces árbitros.

Por último, el juego llamado de trinquete se verifica debajo de techado en edificio cerrado de cuatro paredes. En su centro a lo ancho hay una red construida de cuerda de hilo; que desde el suelo llega como á una vara y cuarta de altura, cuerda que es indispensable sobrepujar en todas las jugadas, para que sean buenas. La manera de este juego es igual a la del largo y rebote en cuanto al contar por quinces, treintas y cuarentas; pero se diferencia de ellos con respecto a que no admite rayas, y en que la pelota tiene que andar siempre sobre la red o cuerda mencionada. Por lo regular en el trinquete en el día se juega con guantes de suela, y rara vez a mano limpia; pero es de advertir que anteriormente este último modo de jugar era el común, y el único que se conocía. Este ejercicio es bastante violento para los que hacen el principal papel, y requiere una grande agilidad y robustez; por lo cual su uso continuado e inmoderado ha deteriorado la salud de no pocos jóvenes, afectándose notablemente del pecho. Se introdujo a principios del siglo presente en la ciudad de San Sebastián y villa de Tolosa, en cuyos pueblos, y en algunos pocos más, existen los trinquetes, siendo ésta la causa de que se hubiese disminuido algún tanto la afición al juego de largo y rebote, que anteriormente era más general y cuasi diario en algunos pueblos.

Después del juego de pelota, los más usuales en la provincia son los de bolos, billar, barra y rayuela; en los pueblos de la costa en algunas ocasiones de fiestas hay, además, los de gansos y carreras de lanchas. Los de carneros, así que las /421/ apuestas de bueyes, son también bastante frecuentes en los pueblos del interior, en especial en las aldeas. Con respecto a naipes, los que más se acostumbran son: entre la gente acomodada el tresillo, la malilla, el ajedrez y la lotería; entre la común de artesanos y labradores el mus, la brisca o tute y el truc. Siendo estos juegos bien conocidos de todo el mundo, excusado es ocuparse en su explicación. Antiguamente se estilaba en San Sebastián y en algún otro pueblo de la costa e1 juego de Cardillones, que era un ejercicio de mar con lucha de lanchas, ejercicio que prohibió el Corregidor en 1708, como inconveniente y torpe, y no parece se haya usado después.

Otra diversión que se ha hecho bastante común y popular entre los naturales de esta provincia, es la de las corridas de toros. Las más formales se han hecho en los años anteriores en San Sebastián por Nuestra Señora de Agosto, en Tolosa por San Juan Bautista, en Azpeitia por San Ignacio de Loyola, y en Deva por San Roque. En un principio se llevaba el buey o toro atado por el cuello con una maroma recia, en cuya forma corría el animal desde el matadero por las calles a la plaza, de donde después de toreado se le volvía a conducir al sitio de la salida; seguido del tamboril y la muchedumbre de aficionados. Semejante divertimiento se acostumbraba, no solamente en los días de fiestas solemnes, sino en los pueblos de alguna consideración todos los domingos del año por las tardes, menos en los tiempos de cuaresma y adviento. Todos tomaban parte en esta función del buey o toro con cuerda, y hasta los mismos clérigos acostumbraban sacar sin el menor recato algunas suertes con sus manteos terciados al amparo de los zaguanes de las casas del tránsito. /422/ Costumbre inveterada en la villa de Tolosa era, además, que al punto de las tres de la tarde de todos los viernes del año, menos por 1a cuaresma, se corriese por las calles con cuerda al son de tamboril a uno de1os bueyes más bravos que se debían matar para la provisión del público. Es claro que semejante algazara obligaba a las gentes a suspender sus labores en medio de la tarde, y no parece sino que se trataba de festejar la pasión y muerte del Salvador, ocurridas en los mismos, días y hora. No faltan, sin embargo, quienes echen de menos los antiguos usos del país y sus costumbres patriarcales, sin distinción de los buenos y de los malos. Que los judíos tuviesen la expresada corrida de los viernes, hubiera sido una cosa natural, como conforme a sus creencias religiosas; pero no se comprende cómo pueden tener lugar entre verdaderos cristianos, que tan amargamente vituperan y llevan aquel inicuo y cruel sacrificio.

A la diversión del buey o toro con maroma sucedieron en algunos pueblos, para la celebración de los días de sus santos patronos y de otras fiestas notables, las llamadas novilladas. Reducíanse éstas a hacer correr sin cuerda algunos novillos, toros, bueyes o vacas en plazas cerradas, donde los aficionados capeaban a estos animales, y cuando más, alguno que fuese diestro los banderilleaba. No se encuentra, pues, noticia de corridas formales de toros de muerte en esta provincia hasta bien entrado el último siglo; corridas que se tenían en alguna rara ocasión, con motivo de algún acontecimiento extraordinario digno de solemnizarse. Tan sangriento y repugnante espectáculo, cuyo uso parece como que hace retrocede la cultura moderna al estado de la rudeza de los /423/ primeros siglos, no se ha generalizado en Guipúzcoa hasta estos últimos años. Su ejecución es a la verdad reprobada por la mayoría de las personas sensatas y cultas; pero se ha logrado infundir en la multitud, que generalmente busca impresiones fuertes y lo extraordinario, no solamente la impasibilidad, sino aún un placer al presenciar tanta víctima y asquerosidad. Lamentemos por lo mismo la afición que se va propagando a tan torpe como costosa diversión. Esperemos, empero, que la autoridad competente, colocándose a la altura debida de su misión propenderá a desarraigar paulatinamente esta inclinación, proporcionando para el efecto al pueblo diversiones más decentes, más cultas y menos costosas a las familias: Tal es, en mi sentir, el verdadero modo de servirlo, no el de seguir y fomentar los errores, las preocupaciones y los extravíos del mismo.

Todos los pueblos de la provincia celebran con festejos públicos las festividades de sus santos patronos tutelares, festejos que se llaman mecetas. Comúnmente duran tres días seguidos, de los cuales en los dos primeros suele haber danzas de tamboril, y el tercero se destina por lo regular a algún partido de pelota a largo o a rebote entre aficionados del mismo pueblo. No es la peor parte de la función las comidas y refrescos que los vecinos acostumbran dar en los tres días a los parientes y allegados forasteros; banquetes que ocasionan en las familias crecidos gastos y son el origen del atraso en que se ven algunas de ellas en las aldeas. También las cofradías de zapateros, sastres, cordoneros, carpinteros, herreros, marineros y de otros oficios mecánicos han solido celebrar en tiempos pasados los días de su[s] santos patronos. En semejantes ocasiones no faltaban bueyes bravos /424/ con maroma, bailes de plaza y de calle, mucha música de tamboril, etc.; pero hoy día esta clase de funciones está reducida a una misa solemne con el panegírico del santo o santa, a alguna comida o merienda privada entre amigos. Las romerías principales de la provincia son la de Arrate en jurisdicción de la villa de Eibar, que se celebra el día 8 de Septiembre de cada año, y la de Lezo el día 14 del mismo mes. Hay las también en una multitud de ermitas en los días del santo o santa a la que se hallan dedicadas éstas. Gran concurso de gentes, particularmente en los dos puntos primeramente citados, bailes del país con tamboril, mucha comida y merienda, no poco violín y pandero, en fin, gran algazara y zarandeo entre jóvenes de ambos sexos. He aquí una ligera idea de lo que son semejantes romerías, que generalmente son poco edificantes, consideradas religiosa y moralmente.

Ya desde tiempo antiguo se conocieron los excesos que se cometían en las mecetas de las aldeas, y todavía más con motivo de las indicadas romerías. Para su remedio, las Juntas generales celebradas en la villa de Motrico en 1576 hicieron una ordenanza, mediante la cual se prohibió el que en las mecetas hubiese danzas durante la noche. Hállase también que a consecuencia de una excitación del doctor D. Domingo de Aguirre, misionero apostólico, las juntas de Vergara de 1712 tomaron conocimiento de los excesos que había en las mismas funciones, y se nombraron comisionados que tomasen las providencias convenientes para corregirlos, cuyo resultado no aparece. Solo se ve que la provincia representó al rey el año inmediato los escándalos y excesos que se observaban en los concursos de gentes a  las ermitas /425/ situadas en despoblado, en las mecetas de las aldeas y de otros parajes en las ocasiones de celebrarse las festividades de sus santos patronos, etc. De su contexto resulta que semejantes funciones duraban muchas veces diferentes días, con bailes de tamboril de día y de noche, y banquetes en que se gastaba mucho dinero. En vista de esta exposición, el Consejo de Castilla libró en 26 de Agosto del mismo año una Real provisión, prohibiendo en las citadas festividades el uso de tamboriles y bailes, bajo graves penas; cuyas providencias acordó la Diputación cumplimentar circulándolas a todos los pueblos de la provincia.

Consta así bien que D. Pedro Aguado, Obispo de Pamplona, en conformidad con las precedentes disposiciones, dictó en la villa de Azpeitia a 1º de Octubre de 1714 un auto de santa visita concerniente a la misma materia. Se mandó por él, entre, otras cosas, cuya relación no pertenece a este lugar, lo siguiente: 1º  No habrá danza alguna de noche, ni se permitirán de día al tiempo de los oficios divinos. 2º Se prohíbe a los eclesiásticos el danzar, ya sea de día o de noche, ya sea en público o en secreto. 3º En las funciones de letanías y cofradías, que se tuvieren en despoblado, no haya danza ni baile de día sin asistencia del Alcalde; y en ninguna forma después de las Avemarías. 4º Nadie vaya a velar de noche a las ermitas situadas fuera de poblado, ni persona alguna quede en ellas, so color de romería y devoción. 5º Prohíbese dar comidas o bebidas a costa de las cofradías ó mayordomos de ellas. Todas estas providencias, con algunas otras, fueron confirmadas en virtud de Real provisión del Consejo expedida en  10 de Septiembre de 1715, y se pusieron en ejecución. Sin embargo, á consecuencia de otra representación  /426/ de la provincia, el Obispo de la misma diócesis, D. Gaspar de Miranda y Argaiz, declaró en 1749 que no era su ánimo embarazar las danzas en despoblado, siendo de día y con asistencia de la justicia; Expresó, además, no ser su intención prohibir el que en casas de honor hubiese saraos con el decoro correspondiente.

Algunos nuevos desórdenes ocurridos en ciertos pueblos volvieron á llamar la atención de la provincia para pensar en su remedio. Corisiguiente mente, las Juntas generales celebradas en la villa de Zuinaya el año de 1765 acordaron que con motivo de mecetas no hubiese función o diversión pública de tamboril, más que el mismo día del santo y el inmediato. En su cumplimiento sin duda, ésta es la costumbre establecida en muchos pueblos sobre este particular. Añadía aquel acuerdo, que en aquellos en que hubiese dos días de corrida de novillos, después de pasados estos, no se permitiesen tamboril ni juego público, a menos que hubiese feria. Finalmente, en el registro de las Juntas generales de Motrico de 1768 se halla  que el Corregidor dio a entender a las mismas que el tamboril de día fuera de sagrado podía tenerse en cualquiera parte con bailes de hombres y mujeres. Para que se permitiese esto, solo exigió que asistiesen los Alcaldes, debiendo cesar al anochecer, o al tiempo regular de la oración. Manifestó igualmente en dicho Congreso que podían tenerse danzas de noche en las ocasiones de casamiento del rey, parto de la princesa de Asturias, canonización de algún santo de la provincia, o por otro motivo de igual naturaleza. En el día los bailes de noche en plazas públicas son corrientes con el permiso de la autoridad Local, o cuando el Ayuntamiento acuerda la función, como lo son los de /427/ saraos, aún sin semejante licencia expresa, que solamente se pide cuando se dan en edificios públicos, por la .concesión del uso de estos. La intervención de la autoridad en materia de bailes está, pues,  concretada a los que tienen el carácter de públicos, sin extenderse a los que son familiares, domésticos o privados. En éstos solamente podría ingerirse cuando diesen lugar a perturbar el orden público, o si por algún otro motivo se faltase a las reglas de policía establecida de antemano.