VEGETACION EN EL PAIS VASCO
KOLDO LÓPEZ BOROBIA
INTRODUCCIÓN
La flora potencial que en una determinada región debería
existir viene
condicionada por el clima y la topografía y en menor
medida por el sustrato
geológico sobre el que se asienta.
Es nuestra región una zona sometida a las influencias
oceánicas, húmedas,
de los vientos provenientes del Cantábrico: en dirección
N-W fundamentalmente.
Ello, junto con la disposición de las cadenas montañosas,
generalmente
de E a W, determina esa disimetría tan acusada entre las
laderas Norte
y Sur de nuestra región.
El paisaje vegetal de nuestra región es sin embargo, de
extraordinaria
variedad y no se podría olvidar en esta breve reseña los
paisajes áridos del
Pirineo (estepa fría) y de las Bardenas (estepa árida).
En justicia tampoco deberíamos olvidar aquellos otros
ambientes marginales:
arroyos, fuentes, gleras, etc., donde tan a menudo los
botánicos urgan
en busca de alguna curiosidad; pero no hablaré de ellos
para evitar que resulte
pesada la lectura de estas páginas.
La contemplación de las formas actuales de vegetación no
se corresponden
con esa vegetación potencial de la que hablamos. Un factor
ha venido a
alterar aquel equilibrio permanente: desde hace siglos el
hombre ha intervenido
de modo decisivo para que la situación sea como
actualmente la
conocemos. De tal manera que podemos decir que una gran
parte del paisaje
actual está humanizado y sólo considerando esto podemos
llegar a explicar el
actual estado de cosas.
Nuestra idea es ir exponiendo cómo los factores clima y
topografía
determinan una distribución determinada en altitud y en
latitud, de modo que
el lector pueda imaginar que realiza un viaje que
primeramente le llevará
desde la orilla del mar hasta las cumbres pirenaicas y que
posteriormente
desciende de éstas para llegar, en el viaje hacia el Sur,
a la depresión del
Ebro, hasta las mismas orillas de este río.
1. COMUNIDADES LITORALES
En este viaje, la primera parada la haríamos a nivel del
mar, ‘en una costa
donde predominan los acantilados y donde las playas
adquieren escaso
desarrollo, lo cual hace que exista un desarrollo muy
pobre de vegetación
psamófila (amante de la arena) en nuestra costa. La
fundamental característica
de estos ambientes es la elevada salinidad, que impone
duras condiciones
de vida a las plantas.
Tres «habitaciones» gustan de ocupar las plantas amantes
de la sal:
a)
Acantilados:
En ellos deja de tener importancia la influencia climática
y prepondera,
hasta los 40 m. aproximadamente de altura, la influencia
salinizadora del
viento, que arrastra gotitas de agua salada de las
salpicaduras. En este caso la
naturaleza del sustrato tiene mayor influencia sobre la
vegetación existente.
Por citar algunas de las plantas que más frecuentemente
aparecen en este
ambiente, nombraremos: el «hinojo marino»
(Crithmum maritimun),
planta
de hojas carnosas (adaptación muy frecuente en los
ambientes, como este,
que suponen sequía. En este caso la sequía no es por falta
de humedad, sino
porque esta agua existente en el ambiente no puede ser
tomada por las plantas
por tener alta concentración de sales) y florecillas
amarillas que parecen estar
formando un parasol (umbela). Esta planta es la que con
más frecuencia suele
verse en este ambiente.
Dos llantenes: el marino
(Plantago maritima),
de hojas también carnosas
y aquel otro cuyas hojas parecen una corona
(Plantago coronopus),
son
también frecuentes en estos ambientes.
El culantrillo de mar
(Asplenium maritimum)
aparece allá donde el
sustrato es muy silíceo. A veces en los cantiles calizos
aparece la Beta
maritima,
que se cree que es la planta que
dio origen a la remolacha, de hojas
grandes y glaucas (verde-azul-grisáceas)
b)
Playas:
El escaso desarrollo de las playas en nuestro litoral, por
un lado, y la gran
presión turística que estos ambientes han sufrido y
sufren, por otro, han hecho
que la vegetación típica de playas quede reducida a
escasos enclaves que se
tratan de defender por su interés cultural.
En Gipuzkoa, quizás la playa de Santiago de Zumaia sea la
que mejor
conserva este tipo de vegetación (muy poco la de Zarautz).
En las partes más próximas al mar, el efecto de la
salinidad es mayor;
además las plantas han de apechugar con el bombardeo, más
o menos intenso,
de partículas de arena que son arrastradas por el viento.
En las zonas más
internas de la playa, el lavado por el agua de lluvia hace
que la salinidad
disminuya y el arrastre de arena sea menor pues ya existe
escasa vegetación
por delante que actúa de parapeto.
La planta más característica de este ambiente es el barrón
(Ammophilla
arenaria),
gramínea ruda que aguanta bien
esas condiciones y que suele
hacer de fijador de las dunas, ayudado por su intrincada
red radicular. Sin
embargo no es ésta la pionera que baja a los niveles
bajos, más duros, ya que
no es una planta que aguante bien la salinidad.
La grama marina
(Agropiron jumceum)
es la pionera, pues aguanta
bien
niveles altos de salinidad. Junto a ella se encuentra,
entre otras la barrilla
pinchosa
(Salsola kali),
que volverá a aparecer en
los «desiertos secos».
Junto al barrón, en la zona alta de la primera duna
aparece el vistoso cardo
marinero
(Eringium maritimum),
de hojas grandes,
espinosas (adaptación
que suele ser frecuente a la sequía), con recubrimiento
céreo (id.) de color
azul-grisáceo pálido y con vistosas cabezuelas azuladas.
Detrás de la primera duna aparecen plantas que forman un
recubrimiento
más denso del suelo y entre ellas se van ya viendo algunas
que serán más
típicas de los prados, como queriendo decir que según nos
alejamos del mar
cada vez el ambiente deja de notar la influencia de éste
para parecerse más a
ese otro de los padros del interior.
c) Marismas:
Debido a las canalizaciones de los márgenes de los ríos,
el desarrollo de
las marismas es exiguo en nuestro litoral y tan sólo la
ría de Gernika y las de
los ríos Bidasoa y Urola (este último en menor grado)
tienen vegetación de
marismas digna de consideración.
Guinea dice apreciar una zonación de estas comunidades con
las siguientes
orlas de vegetación:
En la zona que se sumerge en pleamar existen plantas
carnosas que
aguantan bien la salinidad; es el caso de la salicornia
(Salicornia
herbacea).
En aquellos terrenos emergentes aparece la
Pucinellia maritima,
con
importante papel como fijador de los limos que va
aportando el río.
Los niveles no alcanzados por las aguas en la pleamar
suelen presentar
juncos
(Juncus maritimus),
siendo también frecuente la
Inula crithmoides,
de
hojas y tallos carnosos y cabezuelas amarillas.
En la parte más extensa suelen aparecer los carrizos
(Phragmites
comunis)
y unos arbustos que suelen delimitar, no sólo este
ambiente, sino también las
playas y los cantiles, el tamariz
(Tamarix gallica).
En no pocas ocasiones, marcando el límite del paso del
ambiente
marítimo al del interior, y al nivel de los tamarices,
suelen aparecer plantas
que son viejas reliquias de épocas muy cálidas (Terciario)
que vivió nuestra
región. Son entre otras: encinas, laureles, madroños...
También es de reseñar la importancia, por lo endémica, de
la vegetación
de los pequeños arroyos que se orientan al mar en la
pequeña cadena litoral.
También en estos lugares suelen aparecer, a veces, plantas
típicas de alta
montaña pirinaica. Tal es el caso de algunos lirios
(Iris) o
de la flor de lys del
Pirineo
(Lilium pirenaicum).
2. NIVELES BAJOS: EL PAISAJE RURAL
Es en este nivel, hasta aproximadamente los 600 mts. s. n.
m., donde el
hombre ha desarrollado mayormente su actividad. De alguna
manera las
formaciones vegetales nos muestran esto.
El robledal sería el bosque que en un tiempo dominaría
este nivel; en la
actualidad no quedan más que salpicaduras aquí y allá de
este bosque
autóctono.
De otro lado en esta zona de prados y heredades, en otro
tiempo lindadas
por setos, el pino de Monterey
(Pinus radiata=Pinus
insignis) adquiere su
máxima expresión como un componente más del paisaje, como
uno más de
los cultivos que el hombre ha introducido en nuestro
paisaje.
Queremos comentar en este nivel las siguientes unidades de
paisaje:
landas (como uno de los aspectos de la degradación del
robledal), pastos,
setos, robledales, alisedas y también comentaremos los
encinares que en
ciertas solanas, sobre calizas generalmente, aparecen.
a)
Prados y campas:
La desaparición del roble ha venido en la mayoría de los
casos de la
utilización del terreno para prado, generalmente de siega,
que el hombre
corrige; más raramente los prados son usados para diente,
al menos así era
hasta hace poco en nuestra provincia.
Entre las especies que dan carácter a esta asociación
están: el trébol de
prado
(Trifolium),
que como otras leguminosas que
aparecen en los prados
tienen la interesante propiedad de nitrogenarlos; el
dáctilo (Dactilys
glomeratu),
la cizaña
(Lolium peremne),
entre las especies de
gramíneas; y las
margaritas
(Bellis permnis)
y el diente de león
(Taraxacum dens-leonis)
entre
aquellas que pertenecen a la familia de las compuestas.
Todas ellas,
generalmente, de extraordinaria facilidad de reproducción
vegetativa por
emisión de estolones, lo que hace de este ambiente uno de
los más resistentes
a las agresiones.
Junto a las viviendas rurales suelen aparecer otras
especies que son fieles
compañeras del hombre, amantes de ese ambiente más
nitrogenado que el
hombre suele provocar con su actividad: ortigas, malvas,
lapas, etc.
Junto a los caminos aparecen plantas típicamente ruderales,
algunas de las
cuales, como los diversos yantenes
(Plantago),
especialmente resistentes a
las pisadas, poseen unos tallos muy flexibles, difíciles
de romper, que cuando
los pisas vuelven a quedar rectos.
b)
Matorrales: setos y landas
En aquellos lugares donde el robledal ha sido talado aparece una comunidad
vegetal típicamente cantábrica: la landa. Es un matorral cuya
fisonomía viene condicionada por brezos
(Erica) y
brecinas
(Calluna),
utilizadas tradicionalmente en la fabricación de escobas
duras, argoma o tojo
(Ulex);
así como helecho común
(Pteridium),
utilizado como cama para el
ganado.
Brezos, brecinas y tojos tienen la fisonomía típica de las
plantas de
lugares más secos; parece que efectivamente emigraron por
toda la costa
atlántica, desde el Sur de la península, hasta llegar a
nuestro litoral. Suelen
aparecer en aquellos prados con escasa presión ganadera.
Los pastores, para
hacerlos desaparecer, suelen darles fuego, consiguiendo,
dada la potente raíz
de los tojos especialmente, justo los efectos contrarios a
los deseados.
Este tipo de matorral suele constituir frecuentemente el
borde del bosque.
Nos ha tocado ver, especialmente en aquellas landas más
costeras como
entre estas plantas comienzan a brotar, probablemente de
cepa, plantitas de
roble; si se dejase actuar a la naturaleza poco a poco se
iría regenerando el
primitivo bosque.
La desaparición del segundo tipo de matorral, los setos,
ha venido de la
mano de la desaparición de la ganadería itinerante y de la
aparición de los
setos artificiales a base de alambres de espinos.
Esta vegetación cumplía en aquel sistema tradicional de
explotación de
nuestro suelo interesantes papeles entre los que cabe
citar: lindaban lo que era
forestal de lo que era pecuario; bombeaban la fertilidad
que quedaba retenida
en las capas más profundas del suelo, donde las raíces de
las hierbas del prado
no llegaban, hacia la superficie; evitaban, en cierta
medida, el lavado de
materiales en superficie y los desprendimientos de ladera.
Hoy a penas sí queda este importante elemento del paisaje
tradicional. De
todas maneras aquellas especies que los constituían sí que
aparecen, frecuentemente
en los bordes del bosque; se trata de plantas leñosas con
porte de
arbusto que frecuentemente poseen pinchos: el majuelo
(Crataegus
monogina)
que da las llamadas manzanitas de pastor; el aligustre
(Ligustrum
vulgare)
utilizado como seto por su gran facilidad de reproducción
por estaca; el
endrino
(Prunus espinosa),
pinchoso como el primero,
cuyos frutitos en anís
maceran dando pacharán.
También es frecuente un arbusto cuyas hojas toman un tono
rojo
sanguinoliento en el Otoño, el
cornejo (cornus
sanguinea); suelen
verse
acebos
(Ilex aquifolium)
y rosas silvestres
(Rosa sp.)
que producen tapaculos;
avellanos
(Corylus),
etc. También frecuentemente en los
setos se pueden ver
árboles: Arces
(Acer),
Evónimos o boneteros
(Euonimus),
chopos
(Populus),
saces cabrunos
(Salix caprea),
etc.
Sería interesante que se recuperasen los setos como parte
integrante del
paisaje; cuentan que en Inglaterra, donde apenas sí quedan
bosques, cuidan
los setos existentes como si se tratara de un tesoro.
c) Alisedas
En la vertiente atlántica la vegetación típica de los ríos
suele ser la aliseda,
que debido a la presión humana, tan brutal en esta zona,
no suelen
encontrarse o muy raramente, bien formadas.
Este bosque, que frecuentemente forma galerías en los
ríos, suele utilizar
los terrenos limosos, profundos y que se encharcan con
facilidad, de junto a
los ríos. Dado que se someten a constantes cambios y
avenidas, no extraña el
que las especies que viven en este ambiente sean buenas
colonizadoras y
produzcan semillas con profusión (es frecuente ver alisos
colonizando zonas
descarnadas).
El estrato arbóreo de las alisedas está compuesto casi
exclusivamente por
alisos
(Alnus glutinosa),
a veces aparecen fresnos
(Fraxinus
excelsior). El
sustrato arbustivo, muy rico, está predominado por sauces
(Salix),
que suelen
colonizar las zonas que el río va dejando. También en este
estrato aparecen
saucos
(Sambucus),
avellanos
(Corylus),
zarzamoras
(Rubus)...
En el nivel
de las hierbas es frecuente la cola de caballo
(Equisetum maximum)
y una
multitud de carices
(Carex)
y juncos
(Juncus);
también
los
aros
(Arum),
tan
parecidos a las calas, de las que son parientes próximos.
Abundan en este ambiente las trepadoras: madreselvas
(Lonicera),
hiedra
(Hedera),
clemátide
(Clematis),
lúpulo
(Humulus)...
Todas estas especies son amantes de la humedad y de los
suelos
profundos.
En la actualidad muchos de los terrenos con vocación de
alisedas son
cubiertos por cultivos de chopos o son utilizados como
huertas. En casos
también las orillas han sido adornadas con plátanos de
sombra.
d)
Robledales:
Prácticamente toda la zona del piso colino (hasta unos 600
m.) debió ser
en su día dominio del robledal. Pero sobre ella,
aprovechando los suelos
profundos y fértiles que éste produce, el hombre ha
ejercido su acción de un
modo más dramático, primero ruralizando aquél primitivo
bosque y más tarde
peinándolo de carreteras, industrias y cultivos silvícolas
exóticos.
El árbol que da forma a esta unidad es el roble
pedunculado
Quercus
robur,
de preferencia por los terrenos silíceos, de suelo profundo y que se
encharcan temporalmente. Tienen una transpiración elevada
que les hace
actuar como si fueran verdaderas bombas de agua. Requiere
una precipitación
superior a los 600 mm. anuales, de los cuales, al menos
200 han de caer
durante el período de crecimiento: verano.
El área de distribución de estos robledales ha quedado
reducida en
Guipúzcoa y Vizcaya a pequeños retazos sueltos. En Alava
también ha
sufrido una fuerte regresión, citándose en ella el límite
meridional de este
bosque para el País Vasco: Montoria, al pie de la Sierra
Cantabria.
En Navarra quedan zonas en lugares poco intervenidos de Ulzama,
Burunda y Baztan, de relativa importancia.
En el estrato arbóreo acompañan a este roble, el otro del
país conocido
como «ametza»
(Q. pyrenaica),
que más ráramente que el
anterior, llega a
formar bosques en el límite entre el anterior y el hayedo.
Le acompañan el
fresno
(Fraxinus excelsior),
avellano, abedul
(Betula),
que a veces suele
formar bosquetes, especialmente en aquellas zonas
colonizables; los olmos
(Ulmus),
castaños
(Castunea),
cultivados sustituyendo al roble
en casos;
servales
(Sorbus),
arces
(Acer)...
En el sustrato arbustivo se encuentran la mayoría de las
plantas citadas en
el apartado b) matorrales. En el estrato herbáceo aparecen
numerosos
helechos, arándanos
(Vaccinium),
brusco
(Ruscus),
brezos, botones de oro
(Ranunculus),
etc., todas ellas generalmente
plantas acidófilas.
Con frecuencia, y este hecho merecería un análisis a
parte, las zonas con
vocación de robledal han sido cultivadas con pino de
Monterrey que ha
crecido rápidamente en los suelos fértiles y que ha
llegado a modelar gran
parte del paisaje de nuestra región. Esta política que en
un principio parece
que tuvo motivos acertados debería hoy en día ir
cambiando. De hecho ya se
observa por parte de las entidades públicas el deseo de ir
sustituyendo éstos
por roble del país o más frecuentemente por roble
americano (Q.
rubra), cuya
madera es de peor calidad que la de nuestros robles.
Se debería hacer un esfuerzo de recuperación, no sería
costoso dada la
vitalidad de estos robles, de éstas y otras especies que
antaño daban carácter a
nuestro paisaje.
e) Encinares:
Relegados en la actualidad a aquellos lugares donde el
hombre no ha
podido desarrollar el carbóneo o donde el escaso interés
del suelo aconsejó
que no fueran talados para utilizar el suelo como lugar de
asentamiento de
cultivos.
La encina es un árbol relictual que permanece aquí
recordando otras
épocas (Terciario) que fueron de clima más cálido.
Llega a subir hasta los 500 m. s. n. m. y forma bosquetes
desde zonas
muy próximas al mar hasta otras del interior: Motrico,
Deba, Ataun...;
generalmente en valles que llevan sus aguas al Cantábrico,
en aquellos
lugares donde el suelo es poco profundo, la roca madre es
caliza y la
exposición generalmente al medio día. Todo ello
proporciona el ambiente
adecuado para que el bosque persista.
La encina
(Quercus ilex)
es la especie que da nombre a esta unidad de paisaje. Junto a ella se
suelen conservar especies interesantes que son también restos de aquella
vegetación terciaria y que gracias a la benignidad de nuestro clima
pudieron sobrevivir a las condiciones adversas de las glaciaciones:
acebo
(Ilex aquifolium),
madroño
(Arbutus unedo),
aladierna
(Rhamnus
alaternus),
brezo arbóreo
(Erica arborea),
plantas todas ellas con
hojas que
reflejan la adaptación a climas más cálidos.
También en otros estratos aparecen bruscos, y trepadoras:
esparragueras
(Asparragus),
hiedra
(Hedera),
mueza negra
(Smilax aspera),
casi todas ellas
reflejando la adaptación antes apuntada.
En Guipúzcoa pueden apreciarse encinares relativamente
extensos en la
zona de Lastur y Ugarte-Berri, siendo frecuente encontrar
pequeñas manchas
a todo lo largo del litoral vasco.
3. NIVELES MEDIOS: LA CULTURA PASTORIL
A partir de los 600 m., la abundancia de nieblas que han
condensado unas
veces al calor de la roca, otras debido a la pérdida de
calor de las masas de
aire al ascender, el dominio del roble deja paso a las
hayas (Fagus
sylvatica);
aquel gustaba de «pies» húmedos y «cabeza» seca y esta a
la inversa, «pies»
secos y «cabeza» húmeda.
A estos niveles no ha llegado el agricultor. Los pastores
talaron el hayedo
para usar los pastos que así resultaban. En el Pirineo, al
nivel del Haya, y en
aquellas vaguadas profundas y húmedas aparece el abeto
(Abies alba),
que
forma con aquella un interesantísimo bosque mixto: el
hayedo-abetal.
Así, pues, en este nivel vamos a citar los siguientes
elementos del paisaje
vegetal: hayedo, hayedo-abetal pirenaico, y todavía a este
nivel la landa de
altura, como transición hacia el pasto alpino. También
cabría citar alguno de
los cultivos silvícolas que el hombre ha introducido a
este nivel: abeto rojo
(Picea),
abeto de Douglas
(Pseudopsuga),
alerce
(Larix),
falso ciprés
(Chamaeciparis),
etc. pero sería excesivamente
extenso.
a)
Hayedo:
El haya (pagoa) es un árbol de muy pocas exigencias
ecológicas, salvada
claro está, su imperiosa necesidad de humedad ambiental,
ya que tiene una
intensa transpiración. En nuestra tierra parece abundar en
los terréneos
calcáreos, pero parece que ello es debido a que este
hecho, que supone sequía
en el suelo, no parece importarle como a otras especies.
También se le
encuentra en otros tipos de suelo. Los suelos demasiado
húmedos no parecen
gustarle y en ellos le sustituyen los robles o los abetos,
dependiendo de la
altura s. n. m. Sus bosques pueden llegar hasta los 1.700
m. s. m., donde tras
asociarse al abeto, deja paso al pino negro.
En lo tocante a la estructura del hayedo, y dado que el
haya es una especie
muy poco sociable, no suele ser compleja pues no suele
acompañarse de
muchas especies.
En el estrato arbóreo pueden verse olmos, la especie de
montaña (Ulmus
glabra),
tilo
(Tilia)
en muy raras ocasiones; algunos
servales y otros árboles
que en otro tiempo debieron ser más frecuentes, los tejos
(Taxus).
Pocos arbustos resisten la sombra del haya: arándanos,
acebos, majuelo
(Crataegus) y
en aquellos hayedos más
meridionales suele aparecer el boj
(Buxus),
que imprime carácter a este
estrato allí donde, aparece. Muy a
menudo el único «arbusto» que vive bajo ella son sus
propias plantitas.
Entre las hierbas son frecuentes aquellas con bulbo que
florecen antes de
que el haya eche las hojas: ajos silvestres
(Allium),
lirio jacintos
(Scilla
lilio-hyacintus), Oxalis,
etc. Son frecuentes distintos
helechos (Blenchnum,
Polystichum, Dryopteris...)
y también otras hierbas que sin
ser bulbosas
tienen temprana la floración: primaveras
(Primulaes),
violetas
(Viola),
pensamientos
(Anemone)...
En aquellos lugares en que se
descama el hayedo
y resulta, por tanto, contaminado naturalmente son
frecuentes grandes
hierbas: digital
(Digitalis),
belladona
(Atropa),
valerianas, ortigas, saucos,
escrofularias, etc.
Es lógico que el cortejo que puede acompañar al haya sea
muy cambiante,
ya que es una especie que aparece sobre distintos tipos de
sustratos.
El límite meridional en nuestro país se sitúa en la sierra
de Cantabria, en
Alava; aunque puede volverse a encontrar al otro lado del
Ebro, en la
Demanda, Cameros, Moncayo, allá donde todavía la
influencia atlántica se
deja sentir.
Muy nombrados son los hayedos de Irati, Quinto Real,
Urbasa, Roncal,
Velate, Aralar y muchos otros que en nuestra tierra siguen
luchando por
sobrevivir.
b) Abetales y hayedos con abeto:
Ya ha quedado dicho que el abeto sustituye al haya en
aquellos lugares de
montaña en los que la humedad en el suelo resulta excesiva
para ésta. Así por
lo menos debería ser en teoría, aunque en la práctica y
debido a la explotación
selectiva que sobre el abeto se ha hecho, estos bosques no
ofrecen este
aspecto, no obedeciendo esta regla.
El abeto blanco («izaia») se presenta sólo en la zona nor-este
del país,
enclavado ya en el Pirineo, teniendo preferencia por las
zonas más bajas
luminosas del Roncal.
Llega junto con el haya a los 1700 m. y ambos dejan paso,
como ya ha
quedado dicho, al pino negro.
Sobrepasa en altura al haya y es probable que eso le halla
permitido vivir
junto con aquélla; ya se ha dicho de aquélla que es poco
sociable.
De otra parte, la composición florística de los
hayedo-abetales y su
estructura es muy similar a la de los hayedos.
De entre los más occidentales de este tipo de bosque
pueden nombrarse
los de Irati o Quinto Real. Especialmente vistosos son los
primeros y merece
dentro de ellos especial mención el enclave de Lizardoya
donde hace años
parece no haber entrado el hacha. También son de mencionar
los del Valle del
Roncal: en Garde existe prácticamente el único abetal puro
de nuestro país y
son muy vistosos los de Larra y el de Aztaparreta, este
último en la vertiente
norte de Txamantxoia.
c) Landas de altura:
En aquellos lugares en que el hombre ha disminuido su
presión ganadera,
se ha ido recuperando un matorral parecido al de la landa
visto en el piso
Colino; las especies que aparecen tienen similares
características, pero su
porte, debido al rigor que impone la altura, es más
pequeño. También es
menor su variedad florística.
4. NIVELES ALTOS: EL PIRINEO
Por encima de los 1.700 m. los rigores del clima
condicionan un tipo de
vegetación que recuerda a la taiga: es el ambiente en el
que vive el pino negro
(Pinus uncinata)
especie que aguanta intensas
heladas, fríos a destiempo y
precipitaciones considerables en forma de nieve.
Todavía por encima de estos bosques y hasta los 2.444 m.
de la Mesa de
los Tres Reyes aparece el desierto frío, la «tundra» de
altura: un pasto ralo y
pinchoso que aprovecha los meses de verano para
desarrollarse, realizar sus
funciones y volver a quedar sepultado en la sequedad de
los hielos.
a) Pinares de pino negro:
El pino negro tiene gran plasticidad ecológica, aunque en
el Pirineo se
desarrolla sobre todo en calizas. Vive en zonas con
abundante precipitación,
mucha de ella en forma de nieve. Resiste bien los ataques
mecánicos (nieve y
piedras), sacudidas eléctricas, vientos impetuosos...
Donde mejor parece encontrarse es entre los 1.500 y los
2.000 m.
Normalmente prefiere umbrías. Por su parte baja toca los
hayedo-abetales, en
la vertiente norte y los pinares de pino rojo
(P. sylvestris)
en la vertiente Sur.
Por su parte alta se va poco a poco achaparrando y va
dando paso al pasto de
altura.
Presentan los pinares una cubierta arbórea poco densa de
pino negro, que
alcanza los 10-20 m. de talla, bajo el cual existe un
matorral de escasa altura
con azalea de montaña
(Rododendrom ferrugineum),
arándanos, el sauce
rastrero del Pirineo
(Salix pyrenaica),
bufalagas
(Thimelaea),
enebro rastrero
(Juniperus nana)...
En el estrato herbáceo, discontinuo también, se mezclan
las yerbas con
líquenes y musgos. Muy frecuentemente son las gramíneas
del género
Festuca
y
Poa
y otras leguminosas: algún trébol
(Anthyllis
montana) y las de
la familia de las rosas,
Potentilla y Alchemilla.
También se encuentran
pequeñas y numerosas crucíferas.
Rebaños y fuego han ido diezmando el área de extensión del
pino negro,
que hoy queda reducido prácticamente a Larra y algunos
retazos en Ezcaurre.
Se trata de un reducto, el de Larra, único en el País
Vasco y de los escasos
existentes en el mundo.
b) Gleras y peñascos:
Debido a la existencia en estos lugares, gleras y
peñascos, de un
microclima más cálido suelen ser lugares apetecidos por
plantas, que siendo
de lugares más cálidos llegaron aquí en otra época de
clima más benigno.
Aquellas de los peñascos se adaptan a vivir en la escasa
porción de tierra
que queda almacenada en la fisura de las rocas. Entre las
que habitan estos
lugares están la vistosa corona de rey
(Saxifraga longifolia)
las siemprevivas
(Sempervivum),
quizás como las más
representativas.
En las gleras o canturrales viven especies adaptadas a
sufrir constante
ruptura de parte de los cantos que no dejan de caer.
Frecuentemente
encuentran bajo los cantos una fina capa de tierra muy
fértil (suelo invertido)
y en ella progresan hacia arriba dando infinidad de
renuevos que, a veces,
quedan aplastados bajo los cantos, pero que, a veces,
salen entre ellos y
florecen. estas zonas se suelen ir colonizando por el pino
negro. Suelen ser
estos lugares apropiados para encontrar endemismos.
c) Estepa fría y dura de alta montaña: Piso Alpino
Piso Alpino es la zona de alta montaña que queda por
encima del límite
forestal. En esta zona el pastoreo aclaró lugares
«destinados» al bosque para
dedicarlos a pasto: Piso subalpino alpinizado. Este piso
supone las partes altas
de nuestras mayores sierras.
Los rigores climáticos hacen que en esta zona los
vegetales tengan poco
tiempo para florecer, a veces, apenas en pocas horas lo
hacen. Este ambiente
tan extremo alberga en cada rincón, a pesar de la aparente
uniformidad del
césped, una reliquia, pues cada rincón, por su
orientación, suelo, roca, etc.,
es un nicho distinto.
La principal formación vegetal en este contexto son los
llamados pastos
de montaña, con cervuno
(Nurdus stricta),
el regaliz de montaña
(Trifoilum
alpinum),
brecinas, aliagas, enebros,
arándanos, el diente de perro
(Eritronium
dens-canis);
también con la festuca escobera
(F. escoparia),
que en
aquellos casos en que el ambiente pasa a ser difícil
comienza a dominar.
d) Pinares de pino albar o pino rojo (Pinus sylvestris):
Al contrario de lo que ocurre con la mayoría de los
bosques autóctonos,
este de pino albar («ler gorria») está en expansión.
Parece que salió de su
enclave en las solanas pirenaicas y prepirenaicas para ir
extendiéndose de su
enclave hacia el Oeste, frenado tan sólo por las brumas
cantábricas.
Llega hasta Alava en su extremo noroccidental, llegando
ahí a su límite
occidental, en nuestra zona.
En su expansión se ve favorecido por el hombre que ha ido
talando los
bosques de caducifolios o de otras coníferas.
Sucede en la vertiente Sur, altitudinalmente, al pino
negro, con el que a
menudo forma hibridos allá por los 1.600 m. de altitud.
Por su parte inferior
da paso a quejidos, con los que es frecuente verle formar
bosques mixtos.
Es indiferente al tipo de suelo y salvo la ya citada de
las brumas no suele
tener exigencias ecológicas, por lo que frecuente es verlo
con hayas, abetos,
carrascas y los ya citados quejigos y pino negro.
En el estrato arbóreo del pinar predomina, como es lógico,
él, junto al que
suele haber otras especies, como las ya citadas e incluso
tilos, servales, etc.
Entre los arbustos y hierbas hay gran diversidad y suele
depender del tipo de
comunidad permanente a la que el pino sustituye. Caben
citar: enebro,
gayuba
(Arctostaphilo),
boj, espino albar... Entre
las hierbas: primaveras
(Primula),
hepáticas
(Anemone),
violetas...
Muy típica en aquellos pinares más secos suele ser una
alfombra de
musgos, constituyendo el estrato muscinal, espeso.
De mucha fama han sido los pinos navarros, especialmente
los de Roncal,
que eran bajados en almadías hasta Tortosa y los de
Viguezal, en la Sierra de
Leyre; ambos muy cotizados por sus fustes altos y
rectilíneos.
5. LA ZONA DE TRANSICION: LAS CUENCAS
Bajando en este hipotético viaje hacia el Sur, ya en el
área del País que
recibe, al menos en parte, las influencias mediterráneas,
allá donde el clima
se continentaliza, nos encontramos, a unos 1.000 m., con
el pino albar, en la
parte del Pirineo, que da paso a los quejigos; mientras
que en la parte más
occidental los pastos de la parzonería de Aitzgorri dan
paso a un bosque de
hayas, bajo el cual aparece casi inmediatamente bosquetes
de marojo y/o de
roble pedunculado.
Siguiendo hacia el Sur vemos como las sierras presentan una clara
disimetría entre la cara que orientan al Norte y la que lo hace al Sur.
Así
llegamos a las sierras que más al Sur cierran esta zona de
cuencas: Sierras de
Peña, Alaiz e Izco, el Perdón, Santiago de Lóquiz, Codés,
La Población,
Cantabria y zona de Bachicabo.
a) Marojales:
El marojo
(Q. pyrenaica),
que da nombre a estos
bosques, ya lo
nombramos como presente en los bosques de roble
pedunculado, ocupa
normalmente suelos más secos y silíceos que los que
utiliza el segundo.
Suele aparecer formando bosquetes allá donde la altura es
poca pero el
suelo no es profundo y húmedo como para albergar al roble
pedunculado, o
en aquellas partes altas donde no llegan las brumas y, por
tanto, no puede
llegar el haya. O sea que es fácil que tendiese a ocupar
una franja estrecha
entre hayas y robles pedunculados, especialmente en las
laderas soleadas.
Prácticamente sólo forman bosques señalables en Alava:
cara sur de la
Sierra de Elguea, donde forma extensos marojales y algún
barranco de la cara
Sur de Gorbea.
La estructura de estos bosques es parecida a la de los
robledales
atlánticos, si bien la variedad de especies es menor.
b) Quejigales:
Estos bosques se sitúan justamente en el lugar donde el
clima presenta las
características de transición entre la zona oceánica y la
mediterráneacontinental.
El hecho de que sus hojas duren todo el invierno para caer
en
Marzo, viene a representar la transición entre los
robledales atlánticos, que
echan sus hojas en Otoño y los «robledales» mediterráneos
que tienen hoja
perenne.
No es clara la diferenciación de especies y subespecies a
este nivel, ya que
se dan múltiples hibridaciones que hacen difícil la labor
de los sistemáticos.
Nosotros hemos preferido llamar genéricamente quejigos a
todo este amplio
espectro de variedades.
Ocupan cualquier tipo de terreno, pero prefieren aquellos
más profundos
y húmedos que la carrasca no puede colonizar. Es frecuente
verlos sobre
margas, roca muy poco permeable, en las cuencas de
Pamplona y Lumbier.
Su estracto arbóreo suele tener arces, carrascas
(Q. rotundifolia),
sevales,
pino silvestre, además, claro está, de quejigos. En el
arbustivo: aparecen
arbustos citados para el pino silvestre y otros como jaras
(Cistus),
curroneras
(Amelianchier),
algunos brezos y alguna vez la
coscoja (Q.
coccifera). Entre
las plantas primaverales que adornan el quejigal, están
los narcisos (Narcisus),
adonis
(Adonis),
azafranes silvestres
(Crocus nevadensis).
Buenos ejemplos de quejigales pueden encontrarse en
Navarra y Alava.
6. EL PAIS VASCO MEDITERRANEO: EL EBRO
Al Sur de las sierras citadas en el anterior apartado y
como consecuencia
de lo reseco que el aire baja, la vegetación cambia su
fisonomía, encontrándonos
con árboles y arbustos de hoja perenne.
a) Carrascales:
La carrasca («artea»), encina de hojas redondas, vive en
lugares de poca
precipitación y de clima continentalizado, es decir, con
calores y fríos más
extremos que en aquellos lugares donde vive la encina, que
ya queda
comentada más adelante.
No suele tener exigencias con respecto al suelo, aunque
suele encontrarse
ligada a sustratos calizos en nuestra área, también
aparece en lugares donde el
viento reseco corre con fuerza: quebradas, solanas.
La estructura es similar a la vista en los encinares, pero
aparecen otro
cortejo de plantas, muy acostumbradas todas ellas a la
sequía: sabina negra
(Juniperus phoenicia),
coscoja, lentisco
(Pistacia),
madroño, romero
(Rosmarinus),
espliego, tomillo, salvia, etc. En aquellos próximos al
Pirineo
suele aparecer boj.
Merecen la pena ser visitados los carrascales del valle de
Lana, los de
Carrascal, los de la Sierra de Ujué... Muy notables son
los que se dan en
Montejurra, el Perdón y la Sierra de Peña. En Alava las
vertientes sur de
Valdegobía, Santa Cruz de Campezo... En un tiempo debieron
cubrir casi
toda la superficie de la Rioja Alavesa, pero la acción del
hombre las ha ido
acantonando en lugares cada vez más recónditos.
b) Coscojares:
Por degradación del carrascal, generalmente para la
utilización en el
carboneo, aparecen los coscojares, que son etapas de
degradación que
dejados al hacer de la naturaleza vuelven a regenerar
carrascales.
La coscoja
(Q. cocifera)
es un arbusto de hoja
pequeña y pinchosa. Suele
ir acompañada de sabina negra, lentisco, romero,
Ramnus lycioides,
jazmín
(Jasminum)...
Por mencionar alguno de los raros coscojares extensos
citaremos el de
Usun, en la entrada a la Foz de Arbayún.
En Alava aparece en la zona de la Rioja Alavesa, ya en la
parte más baja,
junto al Ebro: Conchas de Haro y otras zonas próximas.
c) Sotos de la ribera: choperas y alamedas:
Siguiendo el curso de los ríos que los abandonábamos a
mitad de su
camino hacia el Ebro, cubiertos, en sus orillas, de alisos, nos
encontramos
con toda una zona de transición en la que aquél va dando
paso a los sotos
formados de alisos y chopos. Como arboles de ribera que
son, gustan de
suelos profundos, frescos, sueltos y arenosos. Soportan
bien los rigores del
clima continental.
Su distribución en estratos es semejante a la vista en las
alisades, si bien
suelen aparecer algunas de las plantas características de
lugares secos que
hemos vistos: romero, salvia, etc.
Estos bosques han sufrido una gran transformación,
quedando reducidos,
allá donde existen a una hilera de árboles en los márgenes
del río. La acción
del agricultor en esta zona ha sido muy intensa ya desde
la época romana.
7. LA ESTEPA ARIDA: LA BARDENA
Con una precipitación anual inferior a los 500 mm., caídos
normalmente
en forma torrencial en Otoño y Primavera. Las temperaturas
sufren grandes
oscilaciones térmicas. Su forma topográfica es la de
montes tabulares. Todo
ello, junto a la presencia frecuente de yesos en el
sustrato, contribuye a crear
un ambiente especialmente seco. Eso lo detecta la
vegetación de algún modo
y se presentan adaptaciones típicas a la sequía.
a) Pinares:
El pino carrasco
(P. halepensis)
es un pino relativamente
bajo, con forma
achaparrada y gran capacidad colonizadora. Suele
encontrarse al abrigo del
cierzo que durante gran parte del año sopla en estas
zonas, ya que es muy
friolero. Caracteriza el piso que queda por debajo del
carrascal. Aparecen las
plantas que aparecen en aquél, aunque suelen ser más
frecuentes el lentisco,
la sabina, el romero, la ontina.
En los lugares de la Bardena no ocupados por el pino
carrasco y que no
son roturados para cultivar suele aparecer coscoja,
formando coscojares,
romerales y tomillares y espartinales, respectivamente,
van apareciendo uno
por degradación del anterior.
Esta zona se explota fundamentalmente como agrícola,
aunque también es
aprovechada por los pastores de Salazar y Roncal como
pastos de invierno.
Muchos ambientes marginales no se han tratado en este
trabajo, se podían
haber citado las charcas y lagunas, las turberas, la
vegetación en los muros y
muchos otros ambientes que hubiesen hecho excesivamente
amplio éste que
ha pretendido ser un viaje rápido por la vegetación del
País Vasco. No cabe
duda, sin embargo, que estos ambientes suelen ser, a
menudo, los más
minuciosamente estudiados por parte de los botánicos, ya
que en ellos se
suelen encontrarse las rarezas endémicas de nuestra
vegetación. |