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CURSO SUPERIOR DE GEOGRAFIA

 

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LOS ESTUDIOS DE ETNOGRAFIA EN EL PAIS VASCO

DR. JUAN GARMENDIA LARRAÑAGA

Según Aranzadi, Etnografía es la ciencia que describe los pueblos y cuando se decide a compararlos y a inducir de su estudio conceptos generales, se llama Etnología.

Como introducción a esta mi intervención de hoy, debo señalar que el enunciado «Los estudios de etnografía en el País Vasco» es tan vasto, que se me escurre como el agua de la mano, y no es precisamente hoy la primera vez que señalo esto.

Yo, con mejor o peor fortuna, pues creo que habrá de todo, me he asomado a varios campos de la investigación etnográfica; pero, de manera especial, he prestado atención a determinados predios. Y al escribir estas líneas me viene a la memoria el erudito y prestigioso cirujano Dr. Juaristi, autor de varios e interesantes trabajos de investigación, entre los cuales recordaré el llevado a cabo conjuntamente con Huici, y que se titula «El Santuario de San Miguel Excelsis y su retablo esmaltado», que fue publicado por «Espasa Calpe» el año 1929. Sociedad, esta de «Espasa Calpe», a la que dio forma un querido paisano mío, D. Manuel Olarra Garmendia.

Pues bien, un buen día, al escuchar el Dr. Juaristi cómo le decían «qué cosas más interesantes escribe Ud.», respondió: «Mire, buen amigo: yo soy como el pato; el pato canta, anda, nada y vuela, hace de todo; pero todo lo hace mediocremente a todo hay quien le gane». Y esto, señores, ocurre con harta frecuencia en el campo de la investigación.

Cuanto más rico sea el abanico de los conocimientos de un investigador, mejor que mejor. Esto lo sabemos de sobra y no hay por qué señalarlo. Además, muchas, muchísimas ramas del saber objeto de interés se hallan entrelazadas; mas lo que pretende apuntar es que no resulta fácil escapar a que uno preste su atención preferente a determinadas parcelas.

Como orientadores en el sentido llamémosle general, que responden al enunciado de estas palabras, citaré la obra «Etnología vasca» de T. de Aranzadi, publicado en la colección «Auñamendi». En el Anuario de Eusko Folklore de 1934 figura un cuestionario para una investigación etnográfica de la vida popular, de José Miguel de Barandiaran; tenemos también la intervención del mismo Barandiaran en la reunión de la Sección de Antropología y Etnografía de la Sociedad de Estudios Vascos, en febrero de 1979, donde el autor hizo un esbozo histórico de lo que fue esta Sección dentro de las actividades de «Eusko Ikaskuntza». Mentaré también la ponencia leída por Julio Caro Baroja en la Asamblea General de «Eusko Ikaskuntza» celebrada el año 1978 en Oñate, titulada «Antropología y Etnografía / Antropología eta Ethnographia. Balance de cuarenta y dos años», y que figura, junto con otras ponencias, en la obra publicada por la Sociedad de Estudios Vascos, con motivo de dicha Asamblea.

Contamos también con la «Guía para una encuesta etnográfica» y con la «Guía de iniciación a las investigaciones etnográficas», ambas de Barandiaran, publicadas por el Consejo de Cultura de la Diputación Foral de Alava, en el año 1976.

Junto con otros ensayos que figuran en el núm. 1 de los «Cuadernos de Sección de Antropología-Etnografía-Prehistoria-Arqueología» de «Eusko Ikaskuntza», para nuestro cometido sirve uno de José Miguel de Barandiaran.

Citaré asimismo el volumen publicado por «Etor» —en su colección «Euskaldunak»—, «Escuela Vasca de Etnología», bajo la dirección de Ander Manterola. Así podríamos seguir trayendo a colación otros empeños más o menos logrados. Pero mis pasos no se dirigen por este camino.

He tenido mis dudas al seleccionar la andadura a seguir esta noche. En un monte próximo a Tolosa hay un lugar denominado «Zazpi bideta» o los «Siete caminos», y este es un punto muy indicado para coger la senda de la desorientación.

Concretando un poco la cosa, cerrando algo el marco de mi intervención, me voy a explayar un poco en algunos aspectos humanos que tienen como escenario especial un espacio rural. Evocando el hábitat disperso pasaré al núcleo de población concentrada, para terminar en la más o menos apartada ferrería que se mueve por medio de la fuerza hidráulica, pero todo, como acabo de señalar, en derredor de la presencia del hombre, teniendo presente el factor humano. Muy de pasada nos encontraremos con algunas costumbres relacionadas con la muerte, y con otras propias de las carnes tolendas. Al fin y al cabo son dos aspectos de la vida que periclitan de forma parecida. Con los funerales, la conducción del cadáver y la buena mesa, en el primer caso, y con la buena mesa y el entierro de la sardina, en el segundo.

Por otro lado, el trabajo ha tenido su proyección en el deporte del País, en el deporte rural, como bien sabemos todos. Mas ha tenido asimismo, con cierta frecuencia y dentro de su correspondiente medio, su nexo con la celebración festiva y el entretenimiento infantil, y de esto se sabe menos.

Por ejemplo, apenas se conocen los juegos derivados de la forja del hierro, del trabajo llevado a cabo en la herrería.

Uno de ellos era el «Arotz mailu jokoa», que lo recogí en la Baja Navarra.

El herrero a «arotza» asía con la mano el agarradero de un martillo pesado y, en posición de firme, lo elevaba de revés hasta tocar su nariz con la cabeza de la herramienta.

Sin abandonar el calor de la fragua, otro juego propio de herrería ha sido el «arotz burdin gorritzea», que consistía en martillar o «mailukatu» sobre el yunque y en frío una pieza de hierro y ver quién lo ponía rusiente para, seguidamente, encender un cigarrillo con ella. El «arotz burdin gorritzea» solía ser un juego rápido, de un minuto aproximado de duración.

Dentro de la línea trabajo-fiesta recordaré las carnes tolendas de la localidad alavesa de Eguino. En esta comunidad rural, que la cito a guisa de ejemplo, uno de los números carnavalescos lo solían representar dos «perreros» o disfrazados uncidos y tirando de un carro. De esa manera se exhibían por el pueblo.

Consabido número festivo de Carnaval solía ser asimismo el de los «porreros» que simulaban arar.

Si de Alava paso a Navarra, me encuentro con la antoñana pantomima de Yábar. Hasta hace unos sesenta años, el Martes de Carnaval de esta localidad giraba en tomo a la familia de «Aitezarko». Junto a «Aitezarko» figuraba su mujer, la denominada «Landarra», y por «landarra» es conocido el apero de labranza llamado trapa.

He aludido al juego infantil; agregaré ahora que éste se ve no pocas veces en función del calendario religioso, y esto se observa de manera especial durante el dilatado tiempo cuaresmal. «¡Ay!, Miércoles de Ceniza, qué triste vienes, con cuarenta y seis días todos son viernes», cantaban como despedida en la cuestación ese día, los mozos de Heredia.

Creo que la práctica de los juegos infantiles en este período de tiempo tiene su explicación. En muchos pueblos se ha solido suprimir la romería pública, durante la Cuaresma la música en la plaza, y ello hacía que el joven que tomaba parte en el baile y el niño espectador encontrasen otros entretenimientos para rematar la jornada festiva. No olvidaré tampoco la relación que, en ocasiones, el juego infantil ha tenido con el quehacer de los mayores.

Es el caso de Campezo. Los niños jugaban al hinque en invierno, puesto que el verano había que conservar las eras para llevar a cabo la recolección.

Dentro del juego infantil debemos tener en cuenta la presencia de la escuela, y aquí tendremos en cuenta que en algunos medios rurales los niños que acudían del caserío traían consigo el preciso almuerzo del mediodía, lo que hacía se reuniesen y de esta forma pasar el tiempo entretenidos en algún juego, antes de iniciar la tarea docente vespertina.

Ahora debo mentar la concentración escolar. Desde el punto de vista docente y teniendo en cuenta el reducido censo de población de algunas comunidades, la concentración escolar será quizás inevitable y necesaria.

Mas hay que decir que ello ha traído consigo el empobrecimiento de las peculiaridades de muchos pueblos. La concentración escolar representa, con frecuencia, el olvido del acervo cultural a nivel local. Esto que acabo de apuntar lo he podido comprobar en demasiadas ocasiones.

Por último diré que algunos entretenimientos infantiles se reservan para determinadas fechas o festividades, Costumbres/tradición para muchas de las cuales no tengo respuesta. Quizás sea que el astigmatismo que me acompaña toda la vida, me impida ver las cosas con la nitidez que quisiera y deseo a otros.

Unamuno afirmaba que «cuantas más teorías y menos investigación, menos cultura científica», aunque Aranzadi decía por su primo, el Rector de Salamanca, que era un «fabricante de frases».

Al respecto recuerdo a Samaniego —alcalde de Tolosa en el año 1775—, quien le escribió a Moguel diciéndole que estaba preparando un trabajo antediluviano y que le preguntase al común amigo Astarloa cómo se llamaban en el Paraíso terrenal los escribanos, sastres, zapateros, etc.

El Moguel que acabo de citar es Juan Antonio, autor de la interesante novela «Peru Abarca». Como sabemos, escrita en el siglo XVIII, tiene un gran valor etnográfico. Mentado dos veces este Moguel, que era de Eibar, y como se suele decir que no hay dos sin tres, añadiré que para este autor «la moderación es media razón».

Cojamos el camino que nos conducirá a una aldea, a la que llegaremos poco a poco, abusando algo de la paciencia de Uds.

En nuestra andadura es posible que saludemos al ermitaño, en la acepción de hombre que cuida el pequeño templo que se levanta, por lo general, en lugar de paso, a la vera del frecuentado camino medieval, principalmente.

Pocas cosas escapan del abuso, y en él incidían algunos santeros y ermitaños, cuya conducta tuvo que ser regulada por la autoridad, por medio de disposiciones que hoy se nos antojan pueriles y curiosas; pero que a la sazón respondían a motivaciones fundadas en la vida cotidiana de la comunidad, tanto de la aldea como de la villa y la ciudad.

Veremos a continuación una Real Provisión que corrobora lo que acabo de apuntar.

«El Rey (Dios lo guarde) a consulta del Consejo de 9 de noviembre del año 1747, entendido del desorden que hay en Santeros y Ermitaños, y que para cometer éstos más a su salvo sus excesos, usan de trajes que parecen de alguna religión, con lo que suelen lograr indemnidad, siempre que las gentes piadosas no se recelen de ellos; conviniendo cortar estos daños y reducirlos al traje común de la Provincia donde residan, se ha servido resolver no se permita a Santero o Ermitaño alguno traje particular distinto del común de su Provincia o País donde resida, a excepción de aquellos que vivan en Comunidad aprobada por el Ordinario Diocesano (como hay algunas de Hospitalidad o de otros santos fines).

Que se encargue a los Ordinarios Diocesanos no permitan se cometa la asistencia o custodia de las ermitas, ni den Licencia para pedir con las santas imágenes a personas que no sean experimentadas de buena vida, costumbres y devoción, sin usar traje alguno singular, previniéndolo así en los mismos nombramientos o licencias que les dieren.

Que se escriban cartas acordadas a todos los prelados y corregidores, para que informándose de las ermitas de sus respectivos Partidos donde asistan ermitaños legos, les hagan saber la prohibición de traje particular y que los que lo tengan lo dejen y lo reduzcan a común del País; con apercibimiento de que pasado el término que le señalaren, se procederá contra ellos a imponerles las penas establecidas contra los vagabundos, celando los corregidores sobre el puntual cumplimiento de esta providencia.

Cuya Real Resolución participo a V.M. (...). Lo que acabo de transcribir lo tengo publicado en el núm. 36 de la revista «Guipúzcoa», correspondiente al año 1980.

Quizás nuestro itinerario sea el que la comitiva fúnebre de este o aquel caserío, sigue en dirección a la iglesia. Este camino ha recibido varios nombres, como los de «korputz bidea», «gorputz bidea», «kurtzeko bidea», y así un largo etc.

En los terrenos contiguos a este camino no se construía ni se permitían los acotados. En la encrucijada de caminos, lugar preferente para la presencia del enfermo que busca ayuda y curación, se rezaba un responso y se quemaba el jergón que perteneció al difunto. Se encendía también la fogata del solsticio de verano.

Para el viático, bodas, bautizos, así como para acudir a la misa de purificación post partum, en algunos pueblos se ha frecuentado también el «gurutze bidea», «aun cuando la desviación de la ruta que siguen el viático y los cortejos nupciales origine servidumbre», señala Bonifacio de Echegaray.

Por si a alguno le interesa consultar el trabajo aludido, su título es «Significación jurídica de algunos ritos funerarios en el País Vasco».

Aquí pasaré al euskera, para volver de nuevo al castellano.

Eriotzak berarekin dakarzkin oiturak garrantzi aundia izan dutela gizonarentzat gure mundu zabal onen zear, ez dago esan bear aundirik. Eta egun, zerbait beintzat, orrela irauten dutela leku batzuetan ere gauza ondo jakiña da.

Eta, ontan, beste arlo askotan bezela, eta oitura batzuek berezi xamarrak izan arren, gure Euskalerria ez da apartekoa izan. Gure artean, gure erri eta auzoetan, eriotzaren inguruan erabili diren oiturak sakratuak eta aberatsak izan dire, eta arrunt errespetatuak. Batzuk, kristautasunaren aurretik asita gizaldieen zear.

Il-bide bereziak aipatu ditut, eta au da «Bide ertzeko gurutzea» izena daraman olerki bat: «Ain maite nuan adiskide baten Zorigaiztoko eriotz latza Adierazten dit sasi ondoan Tente dakustan gurutze beltzak».

«Egun illuntsu tamalgarria Oroitzen dit, bai, gurutze itzalak, Ta au ikusten, ezin aztu, ba, _ Nere adiskidea emen il zala!...

Gurutze beltza larrak artua Bi txoritxo illak bere oñean...

Beazumetan igeri daukat Nere biotza une onetan...» Ildakoaren etxean apaiza agertzea gai zuala, onela abestu zun nere erritar izan zan Baleriano Mokoroa olerkariak: «Gorputz zurean billa erbildu Diranakin bat apaizak, Zeruan ere eraso ditu Beldurgarrizko ekaitzak.

Kaskabikoaz erratzeraño Landare ta zuaitzak; Ba-zirudien damu zuela Zu gabe letozken gaitzak.» Mentados la presencia del cura en la casa mortuoria, el itinerario fúnebre y la poesía dedicada a la cruz que oculta en un zarzal se levanta junto al camino, conozcamos la disposición que se tomó en Tolosa, acerca de los entierros, el 27 de febrero de 1626: Que sobre las sepulturas de los difuntos que por demás calidad que sean, no se pongan más que los cuatro candelones de media libra de cera amarilla.

Desde la casa del difunto a la iglesia donde se enterrase no se pueda dar ningún responso en las calles, por ser cosa muy indecente y no se hace en parte ninguna, porque los responso se han de dar en dicha iglesia y no en otra parte.

Item que no puedan vestir de luto a ningún pobre ni con otro vestido ninguno para acompañar al difunto, con hacha ni sin ella, y que si los quieren vestir lo hagan de por sí, por ser limosna más santa delante de Dios. Dejo la transcripción. Pasemos a las plañideras.

También fue muy común el oficio ridículo de las plañideras —señala Larramendi—, que se alquilaban y pagaban para que fuesen llorando y lamentándose a gritos detrás del difunto (...). Hubo antigüamente en Guipúzcoa semejantes plañideras, que se llamaban «aldeaguilleac», «adiaguilleac », «erostariac», en Vizcaya. Y aunque las desterraron largos tiempos ha, no sólo han quedado los nombres vascongados de las plañideras, sino también algunos residuos de aquella costumbre. Porque las mujeres van siguiendo el cadáver de su marido, no sólo llorando lágrimas vivas y serias, sino gimiendo y hablando en voz levantada.» Uno de los decretos dictados por el obispo de Pamplona, don Pedro Pacheco, en su visita pastoral verificada a Tolosa el ano 1541, prohibe a las mujeres que «lloren den voces y palmadas, perturbando los oficios divinos», en las misas cantadas de difuntos.

Según escribe el P. Fray Miguel de Alonsótegui en el capítulo V , del libro 1.º de la «Crónica de Vizcaya», y la referencia la recojo de la «Historia  General de Vizcaya», de Iturriza, hubo en este Señorío la costumbre de alquilar mujeres que a la cabecera del difunto llorasen, planiesen y declamaran, loando, en las timeras endechas, los abalorios, las proezas y hazañas del muerto (...). Esta costumbre fue prohibida por el Fuero de Vizcaya y cayó en desuso por la persuasión de los curas, principalmente, «a quienes el excesivo llanto y la gritería que formaban les impedía celebrar con devoción los oficios divinos».

Entre otros varios autores, Gorosabel se fija en estas mujeres que «andaban llanteando», según su expresión.

Por Juan José de Basteguieta sabemos que en Guipúzcoa se ha conocido a la llamada «Negarti plazako» (la llorona de la plaza), y a la casa donde vivía se la ha llamado «negartijena».

Me extendería bastante acerca de las ofrendas. Algunas de ellas, junto con otras costumbres relacionadas con la muerte, figuran en uno de los cuatro’ ensayos de mi libro «De etnografía vasca (Cuatro ensayos). El caserío - Ritos fúnebres - Galera del boyero - Las ferrerías». Seguidamente me limitaré a recordar el ofrecimiento de un buey en Oiquina. El sugerente trabajo, fruto de un vespertino paseo dominical, es de Domingo de Aguirre. Fechado en el año 1917 y escrito en vasco, se titula «Idia Elizan».

«Ogeitak urteak badira. Arako jai arratsalde baten, apeta betetzeko era banualata, Oikina deritzen gure auzotegira pozarren joan nintzan. Ta ona emen nere begietan aurkeztu zitzaidan ikuskizuna.

Elizarako sarreran, ate ondoan burua jarririk, tsintsarriz ondo jantzia, apaiz jaunaren soñeko beltzez eztalia, paparrean bera purpusetaz apaindua, adar bakoitzean ogi andi bana zituala, idi gizen bat zegoan geldi ta mantsu, eliz barruko eresiketak entzuten bezela.

—¿Zer zan idi au? Ildakoen alde egiten zen oparia, une artako elizkizunaren sari ta ordaña.

—Noiztikoa da ekandu au? —galdetu nuan, arriturik.

—Antziñetakoa noski —erantzun ziraten— asabietatik aspaldi luzean datorrena (...). Nola eskuartean lenago gaur beste diru etzebillen, lurraren ematzaz, ale ta aragiz batez ere saritu oigenduan apaizen nekea.

Iru malletako illetak ziran: lenbizikoen idie eskadi oizan; bigarrenean, zikiro bat, eta irugarrenean laka batzuek arto edo gari.

Gaurko idiak illetarik andiena oroitzen digu.

Con la bella descripción de la ofrenda del buey, que nos hace el autor de «Kresala» y «Garoa», llegamos a la aldea.

El cambio que experimentan las costumbres de las comunidades pequeñas y rurales, ha sido lento, inadvertido muchas veces a nivel de varias generaciones. Por eso es fácil y frecuente escuchar el comentario: «Siempre ha sido así», «Au beti onela izan da». Subrayaré que a mi juicio hay que tener en cuenta las instituciones políticas y socio-económicas de cada tiempo, para  acercarnos al discurrir de cada manifestación de la vida del correspondiente grupo humano.

Característica muy usada en estas comunidades rurales ha sido, y es, su predisposición a colaborar en las más heterogéneas expresiones de la vida. La humanidad ha vivido, durante mucho tiempo, en derredor de unas instituciones que nacen de su misma naturaleza.

La solidaridad es una norma de conducta ejemplar.

Durkhein señala que la solidaridad indica la forma en que se mantiene unida una sociedad. Desde los períodos más primitivos, la vida en sociedad ha sido una de las constantes de la humanidad. En la sociedad se produce la unión y se da la cooperación entre los seres humanos. No ignoro la presencia individualista de la persona; pero, volviendo a Durkhein, los fenómenos individuales se explican en función de los fenómenos sociales.

Me resulta atinada la consideración de Pareto, cuando dice: «La sociedad es un sistema en equilibrio, como el universo. Un cambio de una parte afecta a las restantes.» El «garo biltzearen afarie», el «gari jotzailleen afarie», «karobi afarie», etc., son pruebas de solidaridad entre nuestros aldeanos. Otro tanto diremos de la elaboración de la sidra y de la matanza del cerdo, con el obsequio a los vecinos, amistades y parientes, con carácter de reciprocidad —«artuk emanakin du saborea»—, de los «txerri-munik», que se entregaban al tiempo que se decía: «gure txerri txikiaren puxkak probatzeko».

Y qué decir del «auzo-lan» o trabajo vecinal o de prestación personal, que tanto se ha prodigado en determinados medios. A cargo de la familia de turno o de la más interesada en el trabajo a realizar corría la manutención de los hombres atareados en su correspondiente cometido. Pero en este mundo, como bien sabemos, hay de todo: daditativos o «esku-zabalak» y rácanos o «egoskorrak».

Y en una de estas últimas casas ocurrió lo que voy a contar seguidamente y que lo tengo escuchado a mis mayores.

Los hombres en «auzolan» se sentaron a la mesa y el primer plato consistió en sopa de pan, y el segundo en pan con caldo, y así sucesivamente.

Cuando el dueño de la casa, el anfitrión, vio que se habian puesto bien del variado menú, se levantó de la silla al tiempo que les decía a sus invitados: «Jan bai jan, ase bai ase, ni bai beintzat, zuek ere bai noski. Nai zendueteke geiago jan?, nik ez beintzat eta zuek ere ez noski.» Y a continuación, todos, con mejor o peor homor, a reanudar el trabajo.

La cuestación es una prueba de solidaridad. El postular es común a muchos pueblos.

En la postulación llevada a cabo en una aldea alavesa en el domingo de Carnaval, repetían de puerta en puerta: «Bendita sea esta casa y el albañil que la hizo, que por dentro está la gloria y por fuera el paraíso.»

Me hizo gracia este justificado recuerdo al laborioso albañil; pero que, en realidad, no es tan humilde y sencillo como parece, puesto que tiene el lujo de contar con un dios particular. El dios Tutela vela por los albañiles, según figura en una inscripción hallada en Tarragona. Y no olvidemos que sacados de los útiles de estos trabajadores manuales son asimismo algunos símbolos de la francmasonería.

La aldea es celosa guardiana de su integridad territorial. La distribución de los mojones dispuestos sobre una teja ha estado sometida a determinados ritos más o menos locales. La teja ha sido símbolo de propiedad, evoquemos aquí la cubrición de la choza del pastor, hecha antiguamente con tepes o «zotalak».

Leía a Carmelo Lisón Tolosana, cómo en un pueblo burgalés un viernes del mes de mayo se reúnen el vecindario en la iglesia, antes del alba. Un sacerdote bendice varias cruces de madera, y el párroco, el alcalde y los concejales recorren a caballo el campo y plantan las cruces que señalan los límites del pueblo, al tiempo que el sacristán contempla desde su airosa atalaya de la torre parroquial los dominios municipales y tañe la campana cada vez que los representantes locales hincan una cruz en tierra.

En Vitoria/Gasteiz celebran el día de Olarizu, un lunes de primeros de septiembre, que es festivo.

Ese día por la mañana, varios corporativos comprueban los mojones del término municipal. El recorrido lo hacen a pie, a caballo y en automóvil. Al mediodía tienen por costumbre comer pochas en Olarizu, y por la tarde se celebra una romería en la campa.

En otros pueblos se lleva asimismo este comprobado anual de los mojones.

Además del mojón corriente, la separación de una heredad con otra, así como la señalización de los límites municipales se ha llevado a cabo también por medio de la plantación de abedules o «urkiak», y esto a efectos de lograr una mayor visibilidad del motivo perseguido.

La separación de una heredad con otra de distinto propietario se ha hecho asimismo por medio de una franja trazada con tepes o hierba. Franja que en Azcárate, en el Valle navarro de Araiz, recibe el nombre de «maltza».

La personalidad de un pueblo se expresa de muy diversas maneras, y de forma especial en las fiestas religiosas y profanas. No es raro el caso de encender el fuego del solsticio de verano en el punto más visible para las aldeas colindantes.

Mentado el fuego, añadiré que éste ha estado presente en las celebraciones más importantes del hombre. La hoguera se enciende en la despedida del año y la fogata no falta en Carnaval.

El sol, la luna y otros astros son moradas de dioses; pero al hablar del fuego se olvidan con cierta facilidad las cualidades vivificantes del sol, fuente de fertilidad.

Algunos faraones se intitularon hijos del sol. Los reyes de Tartessos decían también descender del sol.

El pueblo inca prehistórico crea un imperio. Pueblo de organización social comunitaria, contaba con tres clases de tierras: las del Inca o del Estado, las Comunales y las del Sol. Estas tierras del Sol eran supraterrenales, eran tierras de carácter eclesiástico y las trabajaban los hombres del pueblo.

Calor es vida y fría es la muerte —«eriotza»—, y es así cómo el fuego se ha encendido también cerca de las tumbas, queriendo enlazar la vida con el calor. Vida-calor.

El mítico «Olentzaro» se encuentra a gusto al calor del fuego, y he dicho que la fogata se ha encendido en las celebraciones carnavalescas. En Méjico, los indios chamulas observaban el rito de la purificación, que lo llevaban a cabo como parte importante del Carnaval, y que consistía en correr sobre el fuego hasta apagarlo con los pies. Como fin de fiesta sacaban algunos toros para ver quién puede matarlos o es derribado.

Pasaré por alto la presencia del fuego en numerosas celebraciones carnavalescas.

Para mi modo de ver, hay que tener en cuenta que en la sociedad simple o primitiva toda transición se hallaba ritualizada. Este extremo es muy importante y no debe ser olvidado. Para mí, repito, es de suma importancia y es válido para encontrar la explicación de ciertas conductas del hombre. (Cambio de status social del individuo, el desplazamiento de una nueva comunidad a una nueva aldea, las fases lunares y de las estaciones. Los servicios del calendario lunar y el descubrimiento del calendario solar, por los egipcios. Para los trabajos agrícolas no se puede ignorar la astronomía. Y en la cultura maya tuvimos a unos adelantados en matemáticas y en astronomía por encima de los europeos de su misma época —Viejo Imperio del 300 al mil, y el Nuevo Imperio, del mil al 1698).

La vida de la aldea ha sido regulada por la campana y el reloj -con sus cuerpos de movimiento y de sonería— de la torre de la iglesia parroquial.

El consabido doblar de la campana del templo parroquial ha sido familiar e inequívoco para los vecinos. Se expresa en lenguaje diáfano cuando anuncia agonía o muerte, fiesta o fuego. La campana ha sido motivo de inspiración de numerosas y bellas piezas literarias. Por citar a algunas de ellas recordaré la que lleva por título «Las campanas viejas de mi pueblo», de Rafael Larumbre, publicada en el núm. 21 de la revista «Guernica», que fundara mi recordado amigo Isidoro de Fagoaga, y el artículo de Gregorio Múgica, «Recuerdos de mi País - Campanas de Aldea», que vio la luz en la revista «La Baskonia», correspondiente al año 1907.

El reloj es un ingenio medieval. Hay referencias concretas de los hermanos Echave, de Aya, de mediados del siglo XVIII, que figuran en la Geografía General del País Vasco Navarro. En uno de mis libros sigo la trayectoria de la dinastía de los Yeregui, desde fines del siglo XVIII, en Leiza, hasta hace unos treinta años en Betelu. Destacados relojeros tuvimos asimismo en la familia Zubillaga, padre y tres hijos, con fragua en Albistur y en Tolosa.

La comunidad rural ha contado con sus hermandades ganaderas y agrícolas. Con la agricultura evocaré el «mayo», del cual me he ocupado en más de una ocasión, y los conjuros. Una disposición acerca de los conjuros la recojo en mi libro «Gremio, oficios y cofradías en el País Vasco». La misma se halla fechada en Oyarzun, en el año 1747, y dice así:

«Obligación de conjurar

Y asimismo ordenaron y decretaron, todos unánimes y conformes, que por cuanto la experiencia ha mostrado la mucha necesidad que hay de conjuradores en las ocasiones de las nubadas y tempestades que suelen sobrevenir para conjurar; y por ello y por lo que los señores cura, tenientes y beneficiados de la parroquia de este dicho Valle, aunque lo hacen al presente, dicen, que no tienen precisa obligación sino de caridad; y el dicho Valle insistir en que lo han de hacer precisamente, sobre lo cual pudieran redundar muchos daños de piedra en los frutos pendientes, y también diferencias entre ambos cabildos. Por lo cual de la misma suerte se suplique también que los dichos cinco beneficios del Curato, Tenientía y los tres primeros que vacaron, sean también con el gravamen de conjurar desde el día de Santa Cruz de Mayo hasta el día de Santa Cruz de Septiembre de cada un año, perpetuamente (...)».

De la preocupación acerca del campo pasaré a la inquietud sanitaria.

En un contrato firmado en el año 1584 por los representantes de los Concejos de Berastegui y Elduayen con un maese cirujano, consta: «En la plaza de Sarria que es en la tierra de Berástegui, entre las dos casas que fueron de Obineta y a nueve días del mes de septiembre de mil quinientos ochenta y cuatro años, en presencia de mí, Domingo de aburruza, escribano de S.M. y de número de la villa de Tolosa, se juntaron en nombre de los concejos de Berástegui y Elduayen, según han de uso y costumbre (...) y en la otra maese Juan de Ichaso, vecino de la tierra de Lazcano, cirujano, y dijeron que habían concertado, convenido e igualado que el dicho maese Juan de Ichaso, usando el oficio de barbero y cirujano ha de servir y asistir, sirva y asista de la dicha tierra de Berástegui de día y de noche, de ordinario, teniendo en ella su mujer y familia en los cuatro años que corran desde hoy día, sirviendo a los vecinos y moradores de las dichas tierras de Berástegui, Elduayen, Eldua y el valle de Leizaran, yendo como propia persona a cualquiera de las casas de las dichas tierras de Berástegui, Elduayen, barrio de Eldua y valle de Leizaran, en todos los tiempos en que fuere llamado con necesidad, a hacer sangría y cuya de herida o descalabro que se ofreciere.

Yendo a la dicha tierra de Elduayen a afeitar de mes en mes y a lo que mas se ofreciere.

En los dichos cuatro años no hará ausencia ninguna el dicho maese Juan de Ichaso, sin voluntad del dicho Concejo de Berástegui, y los dichos concejos le hayan de dar y pagar salario a dicho Juan de Ichaso (...)».

De la medicina, llamémosle oficial, pasaré al «saludador» o «saludadorea ». Se da este nombre —dice el P. Donostia— y ha sido de general conocimiento en el mundo de nuestros mayores, al séptimo hijo en línea ininterrumpida masculina. Hay pueblos, con todo, que este mismo nombre, con la virtud a él aneja, se dan también a la séptima hija en línea ininterrumpida femenina. Es creencia popular que el «saludador» tiene una cruz debajo de la lengua o en el cielo de la boca, y que cura de rabia por la virtud que posee de absorber, sin quemarse, aceite hirviendo, para luego echarlo en la herida o mordedura de perro rabioso. Este texto lo tengo recogido de «Cuadernos de etnografía y etnología de Navarra». Año VI. Núm. 17. Año 1974.

En mis fichas tengo una que dice: «Libro de cuentas del Archivo de Elduayen. Saludador —Año 1736— Item dio en data veinte reales de plata pagados al saludador el mes de agosto, por su salario ordinario y acostumbrado ».

Dentro de la línea que sigo, que corresponde al espacio rural, señalaré que de todas las civilizaciones que han existido, la más rural es la medieval. En la Alta Edad Media, en el campesino o «nekazaria» teníamos al artesano. Cada casa rural era un taller. Puntualiza Duby, que la historia agraria de Occidente cobra rasgos previsos a partir de la época de Carlomagno. Los textos anteriores al 800 que se conservan son muy pocos y no permiten distinguir debidamente las etapas de una evolución, ni siquiera sus grandes fases.

Es de presumir que el arado más antiguo se reducía a un grueso palo excavador, manejado primeramente por el hombre y, más tarde, aprovechándose de la bestia. Con el arado se utiliza por primera vez la energía no humana en la agricultura, esto lo sabemos todos y no hace falta ni apuntarlo.

Poco a poco, llega el trabajo especializado, la división del trabajo, fruto de la evolución socio-económica. Tocaré muy por encima la labor del carpintero, «arotza» o «zurgiña», para pasar, a continuación, al herrero, «errementaria» y, también, «arotza» en algunas zonas.

A una canción navideña corresponde esta letra relacionada con el carpintero:

 «Josepe, gizon ona,

arotza zera zu,

aurtxo politonentzat

seaska egizu.»

Acerca de la herramienta tan empleada por el carpintero, como es el berbiquí, indicaré que su aparición se puede fijar hacia la primera década del siglo XV, y ello significa un paso muy importante dentro del trabajo del labrado de la madera. Advertiré que es muy difícil precisar, casi siempre al menos, la invención de un útil determinado. En ocasiones, una representación gráfica sirve como detalle orientador.

Instrumento de trabajo más antiguo que el berbiquí -que en vasco recibe varios y con frecuencia parecidos nombres- es sierra. Para hallar el origen de la sierra recurriré al vasto campo de la leyenda.

En el País Vasco se conocía el hierro pero no la sierra, empleada ya por los gentiles en la labor de talar arboles.

San Martín Txiki era herrero y en el diablo teníamos al herrero de los gentiles. Un buen día, San Martín Txiki mandó a su criado a la fragua del diablo, con el encargo de que pregonara allí que éllos estaban también en el secreto de la sierra. Al oír esto el diablo, comentó: «no conocería la sierra si antes no se hubiese fijado en la hoja de castaño». Comentario que resultó suficiente para que en el taller de San Martín Txiki se forjara la sierra.

En la rica talla románica de la Antigua de Zumárraga tenemos un precioso legado que nos lleva a inferir cómo serían varias de nuestras antoñanzas construcciones, de manera especial las emplazadas en zona maderera.

Dentro del caserío citaré el lagar o «tolarea», que si hoy tiene el eje o «ardatza» de hierro, antiguamente era todo de madera, como se puede apreciar en el lagar que se guarda en Ormaiztegui, en la casa denominada de Zumalacárregui. Citaré también el arquibanco o «zizaillua», el arcón o «kutxa», la cuela o tina para cocer la ropa o «Lixiba ontzia», el carro rural o «guardia», el yugo o «uztarria» y la «argizaiola», puesto que la sepultura de la iglesia ha sido una continuación de la casa.

De todo lo que llevo apuntado se infiere la importancia del manejo de las diferentes herramientas. Y en esto evoco la leyenda del rey Salomón. Este invitó a tomar asiento en el sillón de su trono a aquél que más hubiese contribuido a levantar el grandioso templo. Entre los miles de obreros, el herrero se adelantó a ocupar el asiento, al tiempo que decía: «Preguntad a todos vuestros operarios, ¿si yo no les hubiese preparado la herramienta hubiesen podido llevar a cabo su trabajo?».

Partiendo desde una perspectiva general podemos afirmar que la cestería es más antigua que la elaboración de las vasijas de barro, que sabemos arranca del Neolítico.

El junco, la enea, la caña y la hierba se han empleado en la cestería, con técnica de confección que, en ocasiones, ha evolucionado poco, a través de los siglos.

Cuando Humboldt describe nuestro caserío, apunta: «En la sala un telar para hacer el lienzo de los menesteres de la casa. Pero esto no hay en todas partes».

Hubo otros telares algo mayores, manejados por tejedoras o tejedores profesionalizados, que vivían del oficio. «POCO se gana hilando; pero menos mirando», era el comentario que se podía escuchar con cierta frecuencia en aquellos medios.

El primitivo telar era vertical, y de éste se pasó al horizontal, que no ha escapado a la inevitable innovación, que lo ha hecho mas cómodo y provechoso en su empleo.

Las noticias concretas más antiguas acerca del telar en Europa se remontan a las descripciones del siglo XII, a los descubrimientos arqueologicos de comienzos del XIII y a una ilustración ingresa de este ingenio, que corresponde a mediados de este último siglo, el siglo XIII.

En el siglo XIII son ya corrientes los telares a pedal. Mentado el pedal diremos que carecemos de pruebas de que la Antigüedad lo conociese, salvo en China, donde lo empleaban en los telares del siglo II de nuestra Era.

Una de las pruebas de la antigüedad de la industria textil en el País Vasco la tenemos en las Ordenanzas de Paños de Vergara, que redactadas en 1497, tuvieron confirmación real en Isabel y Fernando, como lo podemos leer en el trabajo de Iñaki Zumalde: «Las Ordenanzas de los pañeros vergareses en el siglo XV».

En nuestros días, salvo contadas excepciones, podemos afirmar que ha desaparecido el tejedor artesano.

A la plaza de una comunidad rural llegaban con frecuencia los metálicos sonidos del martilleo del hierro sobre el yunque, cada vez más caros de escuchar en nuestros días. Se percibían, o se perciben, lo débiles golpes, nerviosos golpes sin dejar de ser acompasados, que no hay duda escapan de una fragua, de la fragua del herrero del pueblo.

«Tiriki tauki-tauki, mailuaren, otsa, ezkontzen zaigula gure neska motza», reza un viejo dicho popular.

A partir del siglo XI adquiere paulatina importancia la presencia del hierro en los instrumentos agrícolas, y el correspondiente impuesto o censo anual podía ser satisfecho en lingotes de hierro, hachas, rejas de arado, etc.

A menudo, el forjador recibía del cliente la materia prima, que la trabajaba a cambio de una pensión anual en cereales. Era el régimen de la iguala, que ha llegado casi hasta nuestros días. El herrero cobraba al aldeano determinada cantidad en especie, a cambio del afilado de diversos útiles o aperos de labranza.

«Alperrik egingo dau eun duket garixek, ardaue erango dau errementarixek » (Ya puede valer el trigo cien, muchos, ducados, que el herrero ya beberá vino). Este dicho lo recogí en Aramayona y se halla en función de la mentada iguala. En algunos pueblos, al trigo entregado al herrero se llamaba «errementarien garie» y «zorrozture» en el Valle de Araiz.

Voy a dejar el martillo, el yunque, la fragua y el fuelle accionado a mano, de una herrería, y me trasladaré al obrador del pesado martillón y los barquines movidos por la fuerza hidráulica. Llegaremos a una ferrería de este o aquel pueblo.

Superada la técnica de la «aizeola», la creciente importancia de la producción de las «zearrolak» o ferrerías que aprovechaban la fuerza hidráulica trajo consigo una mayor actividad mercantil. No ignoramos el poder de condicionar que tiene la Economía. Mas en las ferrerías no todo era producción, no todo era número. Detrás está el hombre, que en tantos ensayos de nuestra antañona industria de la elaboración del hierro, pasa inadvertido. El hombre, siendo factor principal, se ve relegado al olvido. Por eso me escaparé un poco del frío documento del escribano, del legajo de archivo, para pasar a fijarme en algunos detalles reveladores y poco conocidos de la vida de aquellos «ola-gizonak» o ferrones.

La proximidad de las ferrerías solía ser motivo frecuente de disputa entre los ferrones y entre éstos y las villas, debido al corte de leña, al derecho a carbonear o al aprovechamiento del agua. Para este último caso, las disposiciones forales vizcaínas eran bien claras. Todo aquel que construyese una ferrería próxima a otra edificada aguas abajo lo haría de manera que no perjudicase a ésta.

Por la escasez de agua, la época más frecuente de inactividad de una ferrería solía ser el verano. Pero al ferrón se le presentaban también situaciones imprevistas por exceso de agua, que alternaban el normal desarrollo de la producción.

En la ferrería vizcaína de Ibarra se anotaba el 2 de diciembre de 1829: «Entrada de agua a las nueve de la mañana, mojó el fogal, hasta el día 3 a las nueve de la mañana.» «7 de febrero de 1830. A las tres y media de la tarde del 6, paré la ferrería por entrada de aguas, que fueron aumentando de resultas de la lluvia y viento que derretieron repentinamente las nieves. De dos y media a tres de la mañana llegaron las aguas a su mayor altura. En la ferrería faltaba una pulgada para cubrir las cajas de los barquines (.). Sólo se ha ahogado un becerro en la casita de Machiritaña. Los demás ganados se han salvado subidos sobre un montón de fierro (.)».

«A las ocho y media de la mañana de ayer —19 de febrero de 1830— paró la ferrería por haberse descubierto un derrame considerable de aguas desde la antepara al arco, delante del mazo (.)».

Relacionado con el quehacer de la reparación de una ferrería traeré a colación un curioso y anecdótico comentario.

«Este día —6 de diciembre de 1830—, cuatro (famosos) jornaleros míos han tenido el valor y la fuerza de conducir en hombros en una angarilla como si fuese el emperador Moctezuma, una losa desde mi casa (...), como cien pesos, y aturdido de su valor, infamia y haraganería, he hecho pesar la losa, y en la pesa no ha llegado a 8 arrobas, de modo que, después, uno de los mismos hombres, solo, lo ha llevado con facilidad (.), cuando antes se ocupaban cuatro jornaleros.» El trabajo del ferrón solía ser duro; pero hay que decir que su puchero era bien condicionado y sabroso. En cierta ocasión me decía José Miguel de Barandiarán, que en Ataun, a la mujer rica en carnes se ha llamado «ola-atsoa» —mujer de ferrón—, aunque en realidad «atsoa» es anciana y, en algunos sitios, mujer casada y sin hijos, y desde luego es expresión empleada casi siempre en sentido peyorativo, aunque no sea así en el caso de la «ola-atsoa» de Ataun.

En las cuentas de la ferrería de Sarrikolea, correspondientes a ,1797, figura cómo se les dio a los oficiales para la celebración de la noche de Carnaval, los dos azumbres de vino, «según costumbre».

Sin abandonar este obrador, de 1798 encontramos este apunte: «Una arroba de bacalao en cuatro pescados para los cuatro de la ferrería, por Navidad».

Aquellos rudos «ola-gizonak» practicaban también la caridad, como lo corroboran las anotaciones siguientes: «Febrero de 1828: Los oficiales de la ferrería entregan 14 reales de limosna del Carmen.» Así podríamos extendemos con referencias concretas acerca del importe del buey para cecina, consumo de sidra, celemines de habichuelas, etc.

Repetiré que acerca del aspecto humano del ferrón hay poco escrito, al menos con referencias concretas.

Para cerrar mi disertación de esta noche diré que me han solido preguntar qué es lo que hago al llegar a un pueblo, caserío, etc., para iniciar la labor de investigación propuesta. Esto lo señalo porque viene a completar las referencias que he facilitado al comienzo de mis palabras, y pueden tener quizás cierto interés para alguno de ustedes.

Paso por alto la consulta documental de archivo, donde, junto a los conocimientos teóricos, nos ayuda mucho el tener oficio en el cometido, oficio que nos llega a través de la práctica.

En la investigación de campo es primordial consultar in situ, procurar no quedarse con lo que nos dicen los que han visto o conocido. He dicho procurar, claro. Como ejemplo al respecto citaré la laya que dice Aranzadi lleva el San Isidro del templo parroquial de Beasain. Pues bien, este Santo figura con otros aperos; pero no con la laya. Al poder ser, repito, hay que ir al lugar interesado, y una vez allí, ver y comprobar.

Relacionarse con la persona que por obligación o afición ha tenido algo que ver directamente, por familia o amistad, con lo que nosotros queremos conocer o estudiar.

Muy importante es el conocimiento de la lengua que mejor se expresa el entrevistado. Importante es asimismo ponerse en plano inferior a éste, al entrevistado, puesto que esta conducta responde a la realidad del momento.

Vamos a saber, a aprender. El entrevistado nos tiene que enseñar. Tener en cuenta que es difícil valorar a una persona sólo por la apariencia y forma de expresarse. En esto suele haber muchas sorpresas, en un sentido o en otro.

También aquí, en la investigación de campo, nos será valiosa la práctica, que llega a través de la paciencia y la constancia.

Concluiré con dos palabras en euskera y castellano.

Emen erabili dituten munduaren zati batzuek ezagutu eta bizitzea izan ditut, neroni ere ez bai naiz gaurkoa, zorionez edo txarrez.

Beste oitura eta gertakizun batzuek, berriz, idatzietatik eta gure zarreeri entzunez eta beraiekin itz aspertuak egiñez, iritxi zaizkit. Eta guk, gauza auek, ondorengoen eskuetan uzten jaiten badugu, ziur nago Euskal kultur edo jakintzaren alde zerbait egin dugula.

Digo que algunas de las costumbres y los hechos que he citado, los he podido conocer y vivir, puesto que uno no es precisamente de hoy.

La fuente de otras referencias, de casi todas al menos, se halla en el correspondiente y desempolvado documento y en el cultivo del trato y la amistad con nuestros mayores.

Besterik ez.


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