LOS ESTUDIOS DE ETNOGRAFIA EN EL PAIS VASCO
DR.
JUAN
GARMENDIA LARRAÑAGA
Según Aranzadi, Etnografía es la ciencia que describe los pueblos y
cuando se decide a compararlos y a inducir de su estudio conceptos
generales, se llama Etnología.
Como introducción a esta mi intervención de hoy, debo
señalar que el
enunciado «Los estudios de etnografía en el País Vasco» es
tan vasto, que se
me escurre como el agua de la mano, y no es precisamente
hoy la primera vez
que señalo esto.
Yo, con mejor o peor fortuna, pues creo que habrá de todo,
me he
asomado a varios campos de la investigación etnográfica;
pero, de manera
especial, he prestado atención a determinados predios. Y
al escribir estas
líneas me viene a la memoria el erudito y prestigioso
cirujano Dr. Juaristi,
autor de varios e interesantes trabajos de investigación,
entre los cuales
recordaré el llevado a cabo conjuntamente con Huici, y que
se titula «El
Santuario de San Miguel Excelsis y su retablo esmaltado»,
que fue publicado
por «Espasa Calpe» el año 1929. Sociedad, esta de «Espasa
Calpe», a la que
dio forma un querido paisano mío, D. Manuel Olarra
Garmendia.
Pues bien, un buen día, al escuchar el Dr. Juaristi cómo
le decían «qué
cosas más interesantes escribe Ud.», respondió: «Mire,
buen amigo: yo soy
como el pato; el pato canta, anda, nada y vuela, hace de
todo; pero todo lo
hace mediocremente a todo hay quien le gane». Y esto,
señores, ocurre con
harta frecuencia en el campo de la investigación.
Cuanto más rico sea el abanico de los conocimientos de un
investigador,
mejor que mejor. Esto lo sabemos de sobra y no hay por qué
señalarlo.
Además, muchas, muchísimas ramas del saber objeto de
interés se hallan
entrelazadas; mas lo que pretende apuntar es que no
resulta fácil escapar a que
uno preste su atención preferente a determinadas parcelas.
Como orientadores en el sentido llamémosle general, que
responden al
enunciado de estas palabras, citaré la obra «Etnología
vasca» de T. de
Aranzadi, publicado en la colección «Auñamendi». En el
Anuario de Eusko
Folklore de 1934 figura un cuestionario para una
investigación etnográfica de
la vida popular, de José Miguel de Barandiaran; tenemos
también la
intervención del mismo Barandiaran en la reunión de la
Sección de Antropología y Etnografía de la Sociedad de Estudios Vascos, en
febrero de 1979,
donde el autor hizo un esbozo histórico de lo que fue esta
Sección dentro de
las actividades de «Eusko Ikaskuntza». Mentaré también la
ponencia leída
por Julio Caro Baroja en la Asamblea General de «Eusko
Ikaskuntza»
celebrada el año 1978 en Oñate, titulada «Antropología y
Etnografía /
Antropología eta Ethnographia. Balance de cuarenta y dos
años», y que
figura, junto con otras ponencias, en la obra publicada
por la Sociedad de
Estudios Vascos, con motivo de dicha Asamblea.
Contamos también con la «Guía para una encuesta
etnográfica» y con la
«Guía de iniciación a las investigaciones etnográficas»,
ambas de Barandiaran,
publicadas por el Consejo de Cultura de la Diputación
Foral de Alava, en
el año 1976.
Junto con otros ensayos que figuran en el núm. 1 de los
«Cuadernos de
Sección de
Antropología-Etnografía-Prehistoria-Arqueología» de «Eusko
Ikaskuntza», para nuestro cometido sirve uno de José
Miguel de Barandiaran.
Citaré asimismo el volumen publicado por «Etor» —en su
colección
«Euskaldunak»—, «Escuela Vasca de Etnología», bajo la
dirección de Ander
Manterola. Así podríamos seguir trayendo a colación otros
empeños más o
menos logrados. Pero mis pasos no se dirigen por este
camino.
He tenido mis dudas al seleccionar la andadura a seguir
esta noche. En un
monte próximo a Tolosa hay un lugar denominado «Zazpi
bideta» o los «Siete
caminos», y este es un punto muy indicado para coger la
senda de la
desorientación.
Concretando un poco la cosa, cerrando algo el marco de mi
intervención,
me voy a explayar un poco en algunos aspectos humanos que
tienen como
escenario especial un espacio rural. Evocando el hábitat
disperso pasaré al
núcleo de población concentrada, para terminar en la más o
menos apartada
ferrería que se mueve por medio de la fuerza hidráulica,
pero todo, como
acabo de señalar, en derredor de la presencia del hombre,
teniendo presente el
factor humano. Muy de pasada nos encontraremos con algunas
costumbres
relacionadas con la muerte, y con otras propias de las
carnes tolendas. Al fin
y al cabo son dos aspectos de la vida que periclitan de
forma parecida. Con
los funerales, la conducción del cadáver y la buena mesa,
en el primer caso, y
con la buena mesa y el entierro de la sardina, en el
segundo.
Por otro lado, el trabajo ha tenido su proyección en el
deporte del País, en
el deporte rural, como bien sabemos todos. Mas ha tenido
asimismo, con
cierta frecuencia y dentro de su correspondiente medio, su
nexo con la
celebración festiva y el entretenimiento infantil, y de
esto se sabe menos.
Por ejemplo, apenas se conocen los juegos derivados de la
forja del
hierro, del trabajo llevado a cabo en la herrería.
Uno de ellos era el «Arotz mailu jokoa», que lo recogí en
la Baja Navarra.
El herrero a «arotza» asía con la mano el agarradero de un
martillo pesado
y, en posición de firme, lo elevaba de revés hasta tocar
su nariz con la cabeza
de la herramienta.
Sin abandonar el calor de la fragua, otro juego propio de
herrería ha sido
el «arotz burdin gorritzea», que consistía en martillar o
«mailukatu» sobre el
yunque y en frío una pieza de hierro y ver quién lo ponía
rusiente para,
seguidamente, encender un cigarrillo con ella. El «arotz
burdin gorritzea»
solía ser un juego rápido, de un minuto aproximado de
duración.
Dentro de la línea trabajo-fiesta recordaré las carnes
tolendas de la
localidad alavesa de Eguino. En esta comunidad rural, que
la cito a guisa de
ejemplo, uno de los números carnavalescos lo solían
representar dos
«perreros» o disfrazados uncidos y tirando de un carro. De
esa manera se
exhibían por el pueblo.
Consabido número festivo de Carnaval solía ser asimismo el
de los
«porreros» que simulaban arar.
Si de Alava paso a Navarra, me encuentro con la antoñana
pantomima de
Yábar. Hasta hace unos sesenta años, el Martes de Carnaval
de esta localidad
giraba en tomo a la familia de «Aitezarko». Junto a «Aitezarko»
figuraba su
mujer, la denominada «Landarra», y por «landarra» es
conocido el apero de
labranza llamado trapa.
He aludido al juego infantil; agregaré ahora que éste se
ve no pocas veces
en función del calendario religioso, y esto se observa de
manera especial
durante el dilatado tiempo cuaresmal. «¡Ay!, Miércoles de
Ceniza, qué triste
vienes, con cuarenta y seis días todos son viernes»,
cantaban como despedida
en la cuestación ese día, los mozos de Heredia.
Creo que la práctica de los juegos infantiles en este
período de tiempo
tiene su explicación. En muchos pueblos se ha solido
suprimir la romería
pública, durante la Cuaresma la música en la plaza, y ello
hacía que el joven
que tomaba parte en el baile y el niño espectador
encontrasen otros
entretenimientos para rematar la jornada festiva. No
olvidaré tampoco la
relación que, en ocasiones, el juego infantil ha tenido
con el quehacer de los
mayores.
Es el caso de Campezo. Los niños jugaban al hinque en
invierno, puesto
que el verano había que conservar las eras para llevar a
cabo la recolección.
Dentro del juego infantil debemos tener en cuenta la
presencia de la
escuela, y aquí tendremos en cuenta que en algunos medios
rurales los niños
que acudían del caserío traían consigo el preciso almuerzo
del mediodía, lo
que hacía se reuniesen y de esta forma pasar el tiempo
entretenidos en algún
juego, antes de iniciar la tarea docente vespertina.
Ahora debo mentar la concentración escolar. Desde el punto
de vista
docente y teniendo en cuenta el reducido censo de
población de algunas
comunidades, la concentración escolar será quizás
inevitable y necesaria.
Mas hay que decir que ello ha traído consigo el
empobrecimiento de las
peculiaridades de muchos pueblos. La concentración escolar
representa, con
frecuencia, el olvido del acervo cultural a nivel local.
Esto que acabo de
apuntar lo he podido comprobar en demasiadas ocasiones.
Por último diré que algunos entretenimientos infantiles se
reservan para
determinadas fechas o festividades, Costumbres/tradición
para muchas de las
cuales no tengo respuesta. Quizás sea que el astigmatismo
que me acompaña
toda la vida, me impida ver las cosas con la nitidez que
quisiera y deseo a
otros.
Unamuno afirmaba que «cuantas más teorías y menos
investigación,
menos cultura científica», aunque Aranzadi decía por su
primo, el Rector de
Salamanca, que era un «fabricante de frases».
Al respecto recuerdo a Samaniego —alcalde de Tolosa en el
año 1775—,
quien le escribió a Moguel diciéndole que estaba
preparando un trabajo
antediluviano y que le preguntase al común amigo Astarloa
cómo se llamaban
en el Paraíso terrenal los escribanos, sastres, zapateros,
etc.
El Moguel que acabo de citar es Juan Antonio, autor de la
interesante
novela «Peru Abarca». Como sabemos, escrita en el siglo
XVIII, tiene un
gran valor etnográfico. Mentado dos veces este Moguel, que
era de Eibar, y
como se suele decir que no hay dos sin tres, añadiré que
para este autor «la
moderación es media razón».
Cojamos el camino que nos conducirá a una aldea, a la que
llegaremos
poco a poco, abusando algo de la paciencia de Uds.
En nuestra andadura es posible que saludemos al ermitaño,
en la acepción
de hombre que cuida el pequeño templo que se levanta, por
lo general, en
lugar de paso, a la vera del frecuentado camino medieval,
principalmente.
Pocas cosas escapan del abuso, y en él incidían algunos
santeros y
ermitaños, cuya conducta tuvo que ser regulada por la
autoridad, por medio
de disposiciones que hoy se nos antojan pueriles y
curiosas; pero que a la
sazón respondían a motivaciones fundadas en la vida
cotidiana de la
comunidad, tanto de la aldea como de la villa y la ciudad.
Veremos a continuación una Real Provisión que corrobora lo
que acabo
de apuntar.
«El Rey (Dios lo guarde) a consulta del Consejo de 9 de
noviembre del
año 1747, entendido del desorden que hay en Santeros y
Ermitaños, y que
para cometer éstos más a su salvo sus excesos, usan de
trajes que parecen de
alguna religión, con lo que suelen lograr indemnidad,
siempre que las gentes
piadosas no se recelen de ellos; conviniendo cortar estos
daños y reducirlos al
traje común de la Provincia donde residan, se ha servido
resolver no se
permita a Santero o Ermitaño alguno traje particular
distinto del común de su
Provincia o País donde resida, a excepción de aquellos que
vivan en
Comunidad aprobada por el Ordinario Diocesano (como hay
algunas de
Hospitalidad o de otros santos fines).
Que se encargue a los Ordinarios Diocesanos no permitan se
cometa la
asistencia o custodia de las ermitas, ni den Licencia para
pedir con las santas
imágenes a personas que no sean experimentadas de buena
vida, costumbres
y devoción, sin usar traje alguno singular, previniéndolo
así en los mismos
nombramientos o licencias que les dieren.
Que se escriban cartas acordadas a todos los prelados y
corregidores, para
que informándose de las ermitas de sus respectivos
Partidos donde asistan
ermitaños legos, les hagan saber la prohibición de traje
particular y que los
que lo tengan lo dejen y lo reduzcan a común del País; con
apercibimiento de
que pasado el término que le señalaren, se procederá
contra ellos a imponerles
las penas establecidas contra los vagabundos, celando los
corregidores sobre
el puntual cumplimiento de esta providencia.
Cuya Real Resolución participo a V.M. (...). Lo que acabo
de transcribir
lo tengo publicado en el núm. 36 de la revista
«Guipúzcoa», correspondiente
al año 1980.
Quizás nuestro itinerario sea el que la comitiva fúnebre
de este o aquel
caserío, sigue en dirección a la iglesia. Este camino ha
recibido varios
nombres, como los de «korputz bidea», «gorputz bidea», «kurtzeko
bidea», y
así un largo etc.
En los terrenos contiguos a este camino no se construía ni
se permitían los
acotados. En la encrucijada de caminos, lugar preferente
para la presencia del
enfermo que busca ayuda y curación, se rezaba un responso
y se quemaba el
jergón que perteneció al difunto. Se encendía también la
fogata del solsticio
de verano.
Para el viático, bodas, bautizos, así como para acudir a
la misa de
purificación
post partum,
en algunos pueblos se ha
frecuentado también el
«gurutze bidea», «aun cuando la desviación de la ruta que
siguen el viático y
los cortejos nupciales origine servidumbre», señala
Bonifacio de Echegaray.
Por si a alguno le interesa consultar el trabajo aludido,
su título es
«Significación jurídica de algunos ritos funerarios en el
País Vasco».
Aquí pasaré al euskera, para volver de nuevo al
castellano.
Eriotzak berarekin dakarzkin oiturak garrantzi aundia izan
dutela gizonarentzat
gure mundu zabal onen zear, ez dago esan bear aundirik.
Eta egun,
zerbait beintzat, orrela irauten dutela leku batzuetan ere
gauza ondo jakiña da.
Eta, ontan, beste arlo askotan bezela, eta oitura batzuek
berezi xamarrak izan
arren, gure Euskalerria ez da apartekoa izan. Gure artean,
gure erri eta
auzoetan, eriotzaren inguruan erabili diren oiturak
sakratuak eta aberatsak
izan dire, eta arrunt errespetatuak. Batzuk,
kristautasunaren aurretik asita
gizaldieen zear.
Il-bide bereziak aipatu ditut, eta au da «Bide ertzeko
gurutzea» izena
daraman olerki bat:
«Ain maite nuan adiskide baten
Zorigaiztoko eriotz latza
Adierazten dit sasi ondoan
Tente dakustan gurutze beltzak».
«Egun illuntsu tamalgarria
Oroitzen dit, bai, gurutze itzalak,
Ta au ikusten, ezin aztu, ba, _
Nere adiskidea emen il zala!...
Gurutze beltza larrak artua
Bi txoritxo illak bere oñean...
Beazumetan igeri daukat
Nere biotza une onetan...»
Ildakoaren etxean apaiza agertzea gai zuala, onela abestu
zun nere erritar
izan zan Baleriano Mokoroa olerkariak:
«Gorputz zurean billa erbildu
Diranakin bat apaizak,
Zeruan ere eraso ditu
Beldurgarrizko ekaitzak.
Kaskabikoaz erratzeraño
Landare ta zuaitzak;
Ba-zirudien damu zuela
Zu gabe letozken gaitzak.»
Mentados la presencia del cura en la casa mortuoria, el
itinerario fúnebre
y la poesía dedicada a la cruz que oculta en un zarzal se
levanta junto al
camino, conozcamos la disposición que se tomó en Tolosa,
acerca de los
entierros, el 27 de febrero de 1626:
Que sobre las sepulturas de los difuntos que por demás
calidad que sean,
no se pongan más que los cuatro candelones de media libra
de cera amarilla.
Desde la casa del difunto a la iglesia donde se enterrase
no se pueda dar
ningún responso en las calles, por ser cosa muy indecente
y no se hace en
parte ninguna, porque los responso se han de dar en dicha
iglesia y no en otra
parte.
Item que no puedan vestir de luto a ningún pobre ni con
otro vestido
ninguno para acompañar al difunto, con hacha ni sin ella,
y que si los quieren
vestir lo hagan de por sí, por ser limosna más santa
delante de Dios. Dejo la
transcripción. Pasemos a las plañideras.
También fue muy común el oficio ridículo de las plañideras
—señala
Larramendi—, que se alquilaban y pagaban para que fuesen
llorando y
lamentándose a gritos detrás del difunto (...). Hubo
antigüamente en
Guipúzcoa semejantes plañideras, que se llamaban «aldeaguilleac»,
«adiaguilleac
», «erostariac», en Vizcaya. Y aunque las desterraron
largos tiempos ha,
no sólo han quedado los nombres vascongados de las
plañideras, sino también
algunos residuos de aquella costumbre. Porque las mujeres
van siguiendo el
cadáver de su marido, no sólo llorando lágrimas vivas y
serias, sino gimiendo
y hablando en voz levantada.»
Uno de los decretos dictados por el obispo de Pamplona,
don Pedro
Pacheco, en su visita pastoral verificada a Tolosa el ano
1541, prohibe a las
mujeres que «lloren den voces y palmadas, perturbando los
oficios divinos»,
en las misas cantadas de difuntos.
Según escribe el P. Fray Miguel de Alonsótegui en el capítulo V , del
libro 1.º de la «Crónica de Vizcaya», y la referencia la recojo de la
«Historia
General de Vizcaya», de Iturriza, hubo en este Señorío la
costumbre de
alquilar mujeres que a la cabecera del difunto llorasen,
planiesen y declamaran,
loando, en las timeras endechas, los abalorios, las
proezas y hazañas del
muerto (...). Esta costumbre fue prohibida por el Fuero de
Vizcaya y cayó en
desuso por la persuasión de los curas, principalmente, «a
quienes el excesivo
llanto y la gritería que formaban les impedía celebrar con
devoción los oficios
divinos».
Entre otros varios autores, Gorosabel se fija en estas
mujeres que «andaban
llanteando», según su expresión.
Por Juan José de Basteguieta sabemos que en Guipúzcoa se
ha conocido a
la llamada «Negarti plazako» (la llorona de la plaza), y a
la casa donde vivía
se la ha llamado «negartijena».
Me extendería bastante acerca de las ofrendas. Algunas de
ellas, junto con
otras costumbres relacionadas con la muerte, figuran en
uno de los cuatro’
ensayos de mi libro «De etnografía vasca (Cuatro ensayos).
El caserío - Ritos
fúnebres - Galera del boyero - Las ferrerías».
Seguidamente me limitaré a
recordar el ofrecimiento de un buey en Oiquina. El
sugerente trabajo, fruto de
un vespertino paseo dominical, es de Domingo de Aguirre.
Fechado en el año
1917 y escrito en vasco, se titula «Idia Elizan».
«Ogeitak urteak badira. Arako jai arratsalde baten, apeta
betetzeko era
banualata, Oikina deritzen gure auzotegira pozarren joan
nintzan. Ta ona
emen nere begietan aurkeztu zitzaidan ikuskizuna.
Elizarako sarreran, ate ondoan burua jarririk, tsintsarriz
ondo jantzia,
apaiz jaunaren soñeko beltzez eztalia, paparrean bera
purpusetaz apaindua,
adar bakoitzean ogi andi bana zituala, idi gizen bat
zegoan geldi ta mantsu,
eliz barruko eresiketak entzuten bezela.
—¿Zer zan idi au? Ildakoen alde egiten zen oparia, une
artako elizkizunaren
sari ta ordaña.
—Noiztikoa da ekandu au? —galdetu nuan, arriturik.
—Antziñetakoa noski —erantzun ziraten— asabietatik aspaldi
luzean
datorrena (...). Nola eskuartean lenago gaur beste diru
etzebillen, lurraren
ematzaz, ale ta aragiz batez ere saritu oigenduan apaizen
nekea.
Iru malletako illetak ziran: lenbizikoen idie eskadi oizan;
bigarrenean,
zikiro bat, eta irugarrenean laka batzuek arto edo gari.
Gaurko idiak illetarik andiena oroitzen digu.
Con la bella descripción de la ofrenda del buey, que nos
hace el autor de
«Kresala» y «Garoa», llegamos a la aldea.
El cambio que experimentan las costumbres de las
comunidades pequeñas
y rurales, ha sido lento, inadvertido muchas veces a nivel
de varias
generaciones. Por eso es fácil y frecuente escuchar el
comentario: «Siempre
ha sido así», «Au beti onela izan da». Subrayaré que a mi juicio hay que
tener en cuenta las instituciones políticas y socio-económicas de cada
tiempo, para
acercarnos al discurrir de cada manifestación de la vida
del correspondiente
grupo humano.
Característica muy usada en estas comunidades rurales ha
sido, y es, su
predisposición a colaborar en las más heterogéneas
expresiones de la vida. La
humanidad ha vivido, durante mucho tiempo, en derredor de
unas instituciones
que nacen de su misma naturaleza.
La solidaridad es una norma de conducta ejemplar.
Durkhein señala que la solidaridad indica la forma en que
se mantiene
unida una sociedad. Desde los períodos más primitivos, la
vida en sociedad
ha sido una de las constantes de la humanidad. En la
sociedad se produce la
unión y se da la cooperación entre los seres humanos. No
ignoro la presencia
individualista de la persona; pero, volviendo a Durkhein,
los fenómenos
individuales se explican en función de los fenómenos
sociales.
Me resulta atinada la consideración de Pareto, cuando
dice:
«La sociedad es un sistema en equilibrio, como el
universo. Un cambio de
una parte afecta a las restantes.»
El «garo biltzearen afarie», el «gari jotzailleen afarie»,
«karobi afarie»,
etc., son pruebas de solidaridad entre nuestros aldeanos.
Otro tanto diremos
de la elaboración de la sidra y de la matanza del cerdo,
con el obsequio a los
vecinos, amistades y parientes, con carácter de
reciprocidad —«artuk
emanakin du saborea»—, de los «txerri-munik», que se
entregaban al tiempo
que se decía: «gure txerri txikiaren puxkak probatzeko».
Y qué decir del «auzo-lan» o trabajo vecinal o de
prestación personal, que
tanto se ha prodigado en determinados medios. A cargo de
la familia de turno
o de la más interesada en el trabajo a realizar corría la
manutención de los
hombres atareados en su correspondiente cometido. Pero en
este mundo,
como bien sabemos, hay de todo: daditativos o «esku-zabalak»
y rácanos o
«egoskorrak».
Y en una de estas últimas casas ocurrió lo que voy a
contar seguidamente
y que lo tengo escuchado a mis mayores.
Los hombres en «auzolan» se sentaron a la mesa y el primer
plato
consistió en sopa de pan, y el segundo en pan con caldo, y
así sucesivamente.
Cuando el dueño de la casa, el anfitrión, vio que se
habian puesto bien del
variado
menú, se levantó de la silla al
tiempo que les decía a sus invitados:
«Jan bai jan, ase bai ase, ni bai beintzat, zuek ere bai
noski. Nai zendueteke
geiago jan?, nik ez beintzat eta zuek ere ez noski.» Y a
continuación, todos,
con mejor o peor homor, a reanudar el trabajo.
La cuestación es una prueba de solidaridad. El postular es
común a
muchos pueblos.
En la postulación llevada a cabo en una aldea alavesa en el domingo de
Carnaval, repetían de puerta en puerta: «Bendita sea esta casa y el
albañil que la hizo, que por dentro está la gloria y por fuera el
paraíso.»
Me hizo gracia este justificado recuerdo al laborioso
albañil; pero que, en
realidad, no es tan humilde y sencillo como parece, puesto
que tiene el lujo de
contar con un dios particular. El dios Tutela vela por los
albañiles, según
figura en una inscripción hallada en Tarragona. Y no
olvidemos que sacados
de los útiles de estos trabajadores manuales son asimismo
algunos símbolos
de la francmasonería.
La aldea es celosa guardiana de su integridad territorial.
La distribución
de los mojones dispuestos sobre una teja ha estado
sometida a determinados
ritos más o menos locales. La teja ha sido símbolo de
propiedad, evoquemos
aquí la cubrición de la choza del pastor, hecha
antiguamente con tepes o
«zotalak».
Leía a Carmelo Lisón Tolosana, cómo en un pueblo burgalés
un viernes
del mes de mayo se reúnen el vecindario en la iglesia,
antes del alba. Un
sacerdote bendice varias cruces de madera, y el párroco,
el alcalde y los
concejales recorren a caballo el campo y plantan las
cruces que señalan los
límites del pueblo, al tiempo que el sacristán contempla
desde su airosa
atalaya de la torre parroquial los dominios municipales y
tañe la campana
cada vez que los representantes locales hincan una cruz en
tierra.
En Vitoria/Gasteiz celebran el día de Olarizu, un lunes de
primeros de
septiembre, que es festivo.
Ese día por la mañana, varios corporativos comprueban los
mojones del
término municipal. El recorrido lo hacen a pie, a caballo
y en automóvil. Al
mediodía tienen por costumbre comer pochas en Olarizu, y
por la tarde se
celebra una romería en la campa.
En otros pueblos se lleva asimismo este comprobado anual
de los
mojones.
Además del mojón corriente, la separación de una heredad
con otra, así
como la señalización de los límites municipales se ha
llevado a cabo también
por medio de la plantación de abedules o «urkiak», y esto
a efectos de lograr
una mayor visibilidad del motivo perseguido.
La separación de una heredad con otra de distinto
propietario se ha hecho
asimismo por medio de una franja trazada con tepes o
hierba. Franja que en
Azcárate, en el Valle navarro de Araiz, recibe el nombre
de «maltza».
La personalidad de un pueblo se expresa de muy diversas
maneras, y de
forma especial en las fiestas religiosas y profanas. No es
raro el caso de
encender el fuego del solsticio de verano en el punto más
visible para las
aldeas colindantes.
Mentado el fuego, añadiré que éste ha estado presente en
las celebraciones
más importantes del hombre. La hoguera se enciende en la
despedida del
año y la fogata no falta en Carnaval.
El sol, la luna y otros astros son moradas de dioses; pero
al hablar del
fuego se olvidan con cierta facilidad las cualidades
vivificantes del sol, fuente
de fertilidad.
Algunos faraones se intitularon hijos del sol. Los reyes
de Tartessos
decían también descender del sol.
El pueblo inca prehistórico crea un imperio. Pueblo de
organización
social comunitaria, contaba con tres clases de tierras:
las del Inca o del
Estado, las Comunales y las del Sol. Estas tierras del Sol
eran supraterrenales,
eran tierras de carácter eclesiástico y las trabajaban los
hombres del
pueblo.
Calor es vida y fría es la muerte —«eriotza»—, y es así
cómo el fuego se
ha encendido también cerca de las tumbas, queriendo
enlazar la vida con el
calor. Vida-calor.
El mítico «Olentzaro» se encuentra a gusto al calor del
fuego, y he dicho
que la fogata se ha encendido en las celebraciones
carnavalescas. En Méjico,
los indios chamulas observaban el rito de la purificación,
que lo llevaban a
cabo como parte importante del Carnaval, y que consistía
en correr sobre el
fuego hasta apagarlo con los pies. Como fin de fiesta
sacaban algunos toros
para ver quién puede matarlos o es derribado.
Pasaré por alto la presencia del fuego en numerosas
celebraciones
carnavalescas.
Para mi modo de ver, hay que tener en cuenta que en la
sociedad simple o
primitiva toda transición se hallaba ritualizada. Este
extremo es muy
importante y no debe ser olvidado. Para mí, repito, es de
suma importancia y
es válido para encontrar la explicación de ciertas
conductas del hombre.
(Cambio de status social del individuo, el desplazamiento
de una nueva
comunidad a una nueva aldea, las fases lunares y de las
estaciones. Los
servicios del calendario lunar y el descubrimiento del
calendario solar, por los
egipcios. Para los trabajos agrícolas no se puede ignorar
la astronomía. Y en
la cultura maya tuvimos a unos adelantados en matemáticas
y en astronomía
por encima de los europeos de su misma época —Viejo
Imperio del 300 al
mil, y el Nuevo Imperio, del mil al 1698).
La vida de la aldea ha sido regulada por la campana y el
reloj -con sus
cuerpos de movimiento y de sonería— de la torre de la
iglesia parroquial.
El consabido doblar de la campana del templo parroquial ha
sido familiar
e inequívoco para los vecinos. Se expresa en lenguaje
diáfano cuando anuncia
agonía o muerte, fiesta o fuego. La campana ha sido motivo
de inspiración de
numerosas y bellas piezas literarias. Por citar a algunas
de ellas recordaré la
que lleva por título «Las campanas viejas de mi pueblo»,
de Rafael
Larumbre, publicada en el núm. 21 de la revista «Guernica»,
que fundara mi
recordado amigo Isidoro de Fagoaga, y el artículo de
Gregorio Múgica,
«Recuerdos de mi País - Campanas de Aldea», que vio la luz
en la revista «La
Baskonia», correspondiente al año 1907.
El reloj es un ingenio medieval. Hay referencias concretas
de los
hermanos Echave, de Aya, de mediados del siglo XVIII, que
figuran en la
Geografía General del País Vasco Navarro. En uno de mis
libros sigo la
trayectoria de la dinastía de los Yeregui, desde fines del
siglo XVIII, en Leiza, hasta hace unos treinta años en Betelu. Destacados
relojeros tuvimos
asimismo en la familia Zubillaga, padre y tres hijos, con
fragua en Albistur y
en Tolosa.
La comunidad rural ha contado con sus hermandades
ganaderas y
agrícolas. Con la agricultura evocaré el «mayo», del cual
me he ocupado en
más de una ocasión, y los conjuros. Una disposición acerca
de los conjuros la
recojo en mi libro «Gremio, oficios y cofradías en el País
Vasco». La misma
se halla fechada en Oyarzun, en el año 1747, y dice así:
«Obligación de conjurar
Y asimismo ordenaron y decretaron, todos unánimes y
conformes, que
por cuanto la experiencia ha mostrado la mucha necesidad
que hay de
conjuradores en las ocasiones de las nubadas y tempestades
que suelen
sobrevenir para conjurar; y por ello y por lo que los
señores cura, tenientes y
beneficiados de la parroquia de este dicho Valle, aunque
lo hacen al presente,
dicen, que no tienen precisa obligación sino de caridad; y
el dicho Valle
insistir en que lo han de hacer precisamente, sobre lo
cual pudieran redundar
muchos daños de piedra en los frutos pendientes, y también
diferencias entre
ambos cabildos. Por lo cual de la misma suerte se suplique
también que los
dichos cinco beneficios del Curato, Tenientía y los tres
primeros que vacaron,
sean también con el gravamen de conjurar desde el día de
Santa Cruz de
Mayo hasta el día de Santa Cruz de Septiembre de cada un
año, perpetuamente
(...)».
De la preocupación acerca del campo pasaré a la inquietud
sanitaria.
En un contrato firmado en el año 1584 por los
representantes de los
Concejos de Berastegui y Elduayen con un maese cirujano,
consta:
«En la plaza de Sarria que es en la tierra de Berástegui,
entre las dos casas
que fueron de Obineta y a nueve días del mes de septiembre
de mil quinientos
ochenta y cuatro años, en presencia de mí, Domingo de
aburruza, escribano
de S.M. y de número de la villa de Tolosa, se juntaron en
nombre de los
concejos de Berástegui y Elduayen, según han de uso y
costumbre (...) y en la
otra maese Juan de Ichaso, vecino de la tierra de Lazcano,
cirujano, y dijeron
que habían concertado, convenido e igualado que el dicho
maese Juan de
Ichaso, usando el oficio de barbero y cirujano ha de
servir y asistir, sirva y
asista de la dicha tierra de Berástegui de día y de noche,
de ordinario,
teniendo en ella su mujer y familia en los cuatro años que
corran desde hoy
día, sirviendo a los vecinos y moradores de las dichas
tierras de Berástegui,
Elduayen, Eldua y el valle de Leizaran, yendo como propia
persona a
cualquiera de las casas de las dichas tierras de
Berástegui, Elduayen, barrio
de Eldua y valle de Leizaran, en todos los tiempos en que
fuere llamado con
necesidad, a hacer sangría y cuya de herida o descalabro
que se ofreciere.
Yendo a la dicha tierra de Elduayen a afeitar de mes en
mes y a lo que mas
se ofreciere.
En los dichos cuatro años no hará ausencia ninguna el
dicho maese Juan
de Ichaso, sin voluntad del dicho Concejo de Berástegui, y
los dichos
concejos le hayan de dar y pagar salario a dicho Juan de
Ichaso (...)».
De la medicina, llamémosle oficial, pasaré al «saludador»
o «saludadorea
». Se da este nombre —dice el P. Donostia— y ha sido de
general
conocimiento en el mundo de nuestros mayores, al séptimo
hijo en línea
ininterrumpida masculina. Hay pueblos, con todo, que este
mismo nombre,
con la virtud a él aneja, se dan también a la séptima hija
en línea
ininterrumpida femenina. Es creencia popular que el
«saludador» tiene una
cruz debajo de la lengua o en el cielo de la boca, y que
cura de rabia por la
virtud que posee de absorber, sin quemarse, aceite
hirviendo, para luego
echarlo en la herida o mordedura de perro rabioso. Este
texto lo tengo
recogido de «Cuadernos de etnografía y etnología de
Navarra». Año VI.
Núm. 17. Año 1974.
En mis fichas tengo una que dice: «Libro de cuentas del
Archivo de
Elduayen. Saludador —Año 1736— Item dio en data veinte
reales de plata
pagados al saludador el mes de agosto, por su salario
ordinario y acostumbrado
».
Dentro de la línea que sigo, que corresponde al espacio
rural, señalaré que
de todas las civilizaciones que han existido, la más rural
es la medieval. En la
Alta Edad Media, en el campesino o «nekazaria» teníamos al
artesano. Cada
casa rural era un taller. Puntualiza Duby, que la historia
agraria de Occidente
cobra rasgos previsos a partir de la época de Carlomagno.
Los textos
anteriores al 800 que se conservan son muy pocos y no
permiten distinguir
debidamente las etapas de una evolución, ni siquiera sus
grandes fases.
Es de presumir que el arado más antiguo se reducía a un
grueso palo
excavador, manejado primeramente por el hombre y, más
tarde, aprovechándose
de la bestia. Con el arado se utiliza por primera vez la
energía no
humana en la agricultura, esto lo sabemos todos y no hace
falta ni apuntarlo.
Poco a poco, llega el trabajo especializado, la división
del trabajo, fruto
de la evolución socio-económica. Tocaré muy por encima la
labor del
carpintero, «arotza» o «zurgiña», para pasar, a
continuación, al herrero,
«errementaria» y, también, «arotza» en algunas zonas.
A una canción navideña corresponde esta letra relacionada
con el
carpintero:
«Josepe, gizon ona,
arotza zera zu,
aurtxo politonentzat
seaska egizu.»
Acerca de la herramienta tan empleada por el carpintero,
como es el
berbiquí, indicaré que su aparición se puede fijar hacia
la primera década del
siglo XV, y ello significa un paso muy importante dentro
del trabajo del
labrado de la madera. Advertiré que es muy difícil
precisar, casi siempre al
menos, la invención de un útil determinado. En ocasiones,
una representación
gráfica sirve como detalle orientador.
Instrumento de trabajo más antiguo que el berbiquí -que en
vasco recibe
varios y con frecuencia parecidos nombres- es sierra. Para
hallar el origen
de la sierra recurriré al vasto campo de la leyenda.
En el País Vasco se conocía el hierro pero no la sierra,
empleada ya por
los gentiles en la labor de talar arboles.
San Martín Txiki era herrero y en el diablo teníamos al
herrero de los
gentiles. Un buen día, San Martín Txiki mandó a su criado
a la fragua del
diablo, con el encargo de que pregonara allí que éllos
estaban también en el
secreto de la sierra. Al oír esto el diablo, comentó: «no
conocería la sierra si
antes no se hubiese fijado en la hoja de castaño».
Comentario que resultó
suficiente para que en el taller de San Martín Txiki se
forjara la sierra.
En la rica talla románica de la Antigua de Zumárraga
tenemos un precioso
legado que nos lleva a inferir cómo serían varias de
nuestras antoñanzas
construcciones, de manera especial las emplazadas en zona
maderera.
Dentro del caserío citaré el lagar o «tolarea», que si hoy
tiene el eje o
«ardatza» de hierro, antiguamente era todo de madera, como
se puede
apreciar en el lagar que se guarda en Ormaiztegui, en la
casa denominada de
Zumalacárregui. Citaré también el arquibanco o «zizaillua»,
el arcón o
«kutxa», la cuela o tina para cocer la ropa o «Lixiba
ontzia», el carro rural o
«guardia», el yugo o «uztarria» y la «argizaiola», puesto
que la sepultura de
la iglesia ha sido una continuación de la casa.
De todo lo que llevo apuntado se infiere la importancia
del manejo de las
diferentes herramientas. Y en esto evoco la leyenda del
rey Salomón. Este
invitó a tomar asiento en el sillón de su trono a aquél
que más hubiese
contribuido a levantar el grandioso templo. Entre los
miles de obreros, el
herrero se adelantó a ocupar el asiento, al tiempo que
decía: «Preguntad a
todos vuestros operarios, ¿si yo no les hubiese preparado
la herramienta
hubiesen podido llevar a cabo su trabajo?».
Partiendo desde una perspectiva general podemos afirmar
que la cestería
es más antigua que la elaboración de las vasijas de barro,
que sabemos
arranca del Neolítico.
El junco, la enea, la caña y la hierba se han empleado en
la cestería, con
técnica de confección que, en ocasiones, ha evolucionado
poco, a través de
los siglos.
Cuando Humboldt describe nuestro caserío, apunta: «En la
sala un telar
para hacer el lienzo de los menesteres de la casa. Pero
esto no hay en todas
partes».
Hubo otros telares algo mayores, manejados por tejedoras o
tejedores
profesionalizados, que vivían del oficio. «POCO
se gana hilando; pero menos
mirando», era el comentario que se podía escuchar con
cierta frecuencia en
aquellos medios.
El primitivo telar era vertical, y de éste se pasó al
horizontal, que no ha
escapado a la inevitable innovación, que lo ha hecho mas
cómodo y
provechoso en su empleo.
Las noticias concretas más antiguas acerca del telar en
Europa se
remontan a las descripciones del siglo XII, a los
descubrimientos arqueologicos de comienzos del XIII y a una ilustración ingresa de
este ingenio, que
corresponde a mediados de este último siglo, el siglo XIII.
En el siglo XIII son ya corrientes los telares a pedal.
Mentado el pedal
diremos que carecemos de pruebas de que la Antigüedad lo
conociese, salvo
en China, donde lo empleaban en los telares del siglo II
de nuestra Era.
Una de las pruebas de la antigüedad de la industria textil
en el País Vasco
la tenemos en las Ordenanzas de Paños de Vergara, que
redactadas en 1497,
tuvieron confirmación real en Isabel y Fernando, como lo
podemos leer en el
trabajo de Iñaki Zumalde: «Las Ordenanzas de los pañeros
vergareses en el
siglo XV».
En nuestros días, salvo contadas excepciones, podemos
afirmar que ha
desaparecido el tejedor artesano.
A la plaza de una comunidad rural llegaban con frecuencia
los metálicos
sonidos del martilleo del hierro sobre el yunque, cada vez
más caros de
escuchar en nuestros días. Se percibían, o se perciben, lo
débiles golpes,
nerviosos golpes sin dejar de ser acompasados, que no hay
duda escapan de
una fragua, de la fragua del herrero del pueblo.
«Tiriki tauki-tauki, mailuaren, otsa, ezkontzen zaigula
gure neska motza»,
reza un viejo dicho popular.
A partir del siglo XI adquiere paulatina importancia la
presencia del hierro
en los instrumentos agrícolas, y el correspondiente
impuesto o censo anual
podía ser satisfecho en lingotes de hierro, hachas, rejas
de arado, etc.
A menudo, el forjador recibía del cliente la materia
prima, que la
trabajaba a cambio de una pensión anual en cereales. Era
el régimen de la
iguala, que ha llegado casi hasta nuestros días. El
herrero cobraba al aldeano
determinada cantidad en especie, a cambio del afilado de
diversos útiles o
aperos de labranza.
«Alperrik egingo dau eun duket garixek, ardaue erango dau
errementarixek
» (Ya puede valer el trigo cien, muchos, ducados, que el
herrero ya beberá
vino). Este dicho lo recogí en Aramayona y se halla en
función de la mentada
iguala. En algunos pueblos, al trigo entregado al herrero
se llamaba
«errementarien garie» y «zorrozture» en el Valle de Araiz.
Voy a dejar el martillo, el yunque, la fragua y el fuelle
accionado a mano,
de una herrería, y me trasladaré al obrador del pesado
martillón y los
barquines movidos por la fuerza hidráulica. Llegaremos a
una ferrería de este
o aquel pueblo.
Superada la técnica de la «aizeola», la creciente
importancia de la
producción de las «zearrolak» o ferrerías que aprovechaban la fuerza
hidráulica trajo consigo una mayor actividad mercantil. No ignoramos el
poder de condicionar que tiene la Economía. Mas en las ferrerías no todo
era producción, no todo era número. Detrás está el hombre, que en tantos
ensayos de nuestra antañona industria de la elaboración del hierro, pasa
inadvertido. El hombre, siendo factor principal, se ve relegado al
olvido. Por eso me escaparé un poco del frío documento del escribano,
del legajo de
archivo, para pasar a fijarme en algunos detalles
reveladores y poco
conocidos de la vida de aquellos «ola-gizonak» o ferrones.
La proximidad de las ferrerías solía ser motivo frecuente
de disputa entre
los ferrones y entre éstos y las villas, debido al corte
de leña, al derecho a
carbonear o al aprovechamiento del agua. Para este último
caso, las
disposiciones forales vizcaínas eran bien claras. Todo
aquel que construyese
una ferrería próxima a otra edificada aguas abajo lo haría
de manera que no
perjudicase a ésta.
Por la escasez de agua, la época más frecuente de
inactividad de una
ferrería solía ser el verano. Pero al ferrón se le
presentaban también
situaciones imprevistas por exceso de agua, que alternaban
el normal
desarrollo de la producción.
En la ferrería vizcaína de Ibarra se anotaba el 2 de
diciembre de 1829:
«Entrada de agua a las nueve de la mañana, mojó el fogal,
hasta el día 3 a las
nueve de la mañana.»
«7 de febrero de 1830. A las tres y media de la tarde del
6, paré la ferrería
por entrada de aguas, que fueron aumentando de resultas de
la lluvia y viento
que derretieron repentinamente las nieves. De dos y media
a tres de la mañana
llegaron las aguas a su mayor altura. En la ferrería
faltaba una pulgada para
cubrir las cajas de los barquines (.). Sólo se ha ahogado
un becerro en la
casita de Machiritaña. Los demás ganados se han salvado
subidos sobre un
montón de fierro (.)».
«A las ocho y media de la mañana de ayer —19 de febrero de
1830— paró
la ferrería por haberse descubierto un derrame
considerable de aguas desde la
antepara al arco, delante del mazo (.)».
Relacionado con el quehacer de la reparación de una
ferrería traeré a
colación un curioso y anecdótico comentario.
«Este día —6 de diciembre de 1830—, cuatro (famosos)
jornaleros míos
han tenido el valor y la
fuerza
de conducir en hombros en una
angarilla como
si fuese el emperador Moctezuma, una losa desde mi casa
(...), como cien
pesos, y aturdido de su valor, infamia y haraganería, he
hecho pesar la losa, y
en la pesa no ha llegado a 8 arrobas, de modo que,
después, uno de los
mismos hombres, solo, lo ha llevado con facilidad (.),
cuando antes se
ocupaban cuatro jornaleros.»
El trabajo del ferrón solía ser duro; pero hay que decir
que su puchero era
bien condicionado y sabroso. En cierta ocasión me decía
José Miguel de
Barandiarán, que en Ataun, a la mujer rica en carnes se ha
llamado
«ola-atsoa» —mujer de ferrón—, aunque en realidad «atsoa»
es anciana y, en
algunos sitios, mujer casada y sin hijos, y desde luego es
expresión empleada
casi siempre en sentido peyorativo, aunque no sea así en
el caso de la
«ola-atsoa» de Ataun.
En las cuentas de la ferrería de Sarrikolea,
correspondientes a ,1797,
figura cómo se les dio a los oficiales para la celebración
de la noche de
Carnaval, los dos azumbres de vino, «según costumbre».
Sin abandonar este obrador, de 1798 encontramos este
apunte: «Una
arroba de bacalao en cuatro pescados para los cuatro de la
ferrería, por
Navidad».
Aquellos rudos «ola-gizonak» practicaban también la
caridad, como lo
corroboran las anotaciones siguientes:
«Febrero de 1828: Los oficiales de la ferrería entregan 14
reales de
limosna del Carmen.»
Así podríamos extendemos con referencias concretas acerca
del importe
del buey para cecina, consumo de sidra, celemines de
habichuelas, etc.
Repetiré que acerca del aspecto humano del ferrón hay poco
escrito, al
menos con referencias concretas.
Para cerrar mi disertación de esta noche diré que me han
solido preguntar
qué es lo que hago al llegar a un pueblo, caserío, etc.,
para iniciar la labor de
investigación propuesta. Esto lo señalo porque viene a
completar las
referencias que he facilitado al comienzo de mis palabras,
y pueden tener
quizás cierto interés para alguno de ustedes.
Paso por alto la consulta documental de archivo, donde,
junto a los
conocimientos teóricos, nos ayuda mucho el tener
oficio
en el cometido,
oficio
que nos llega a través de la práctica.
En la investigación de campo es primordial consultar
in situ,
procurar no
quedarse con lo que nos dicen los que han visto o
conocido. He dicho
procurar,
claro. Como ejemplo al respecto
citaré la laya que dice Aranzadi
lleva el San Isidro del templo parroquial de Beasain. Pues
bien, este Santo
figura con otros aperos; pero no con la laya. Al poder
ser, repito, hay que ir al
lugar interesado, y una vez allí, ver y comprobar.
Relacionarse con la persona que por obligación o afición
ha tenido algo
que ver directamente, por familia o amistad, con lo que
nosotros queremos
conocer o estudiar.
Muy importante es el conocimiento de la lengua que mejor
se expresa el
entrevistado. Importante es asimismo ponerse en plano
inferior a éste, al
entrevistado, puesto que esta conducta responde a la
realidad del momento.
Vamos a saber, a aprender. El entrevistado nos tiene que
enseñar. Tener en
cuenta que es difícil valorar a una persona sólo por la
apariencia y forma de
expresarse. En esto suele haber muchas sorpresas, en un
sentido o en otro.
También aquí, en la investigación de campo, nos será
valiosa la práctica, que
llega a través de la paciencia y la constancia.
Concluiré con dos palabras en euskera y castellano.
Emen erabili dituten munduaren zati batzuek ezagutu eta
bizitzea izan
ditut, neroni ere ez bai naiz gaurkoa, zorionez edo
txarrez.
Beste oitura eta gertakizun batzuek, berriz, idatzietatik
eta gure zarreeri
entzunez eta beraiekin itz aspertuak egiñez, iritxi
zaizkit. Eta guk, gauza
auek, ondorengoen eskuetan uzten jaiten badugu, ziur nago
Euskal kultur edo
jakintzaren alde zerbait egin dugula.
Digo que algunas de las costumbres y los hechos que he
citado, los he
podido conocer y vivir, puesto que uno no es precisamente
de hoy.
La fuente de otras referencias, de casi todas al menos, se
halla en el
correspondiente y desempolvado documento y en el cultivo
del trato y la
amistad con nuestros mayores.
Besterik ez. |