Lurralde :inv. espac.

N. 31 (2008)

p. ***-***

ISSN 1697-3070

LURRALDE

RIESGOS NATURALES GEOLÓGICOS Y GEOMORFOLÓGICOS

José Miguel EDESO

 

Recibido: 2008-02-14
Aceptado: 2008-04-20

Departamento de Ingeniería Minera y Metalúrgica
y Ciencias de los Materiales.
Nieves Cano 12, 01006.
Vitoria-Gasteiz.

iipedfij@vc.ehu.es

Resumen

A lo largo de la Historia se han producido numerosos desastres y catástrofes naturales, pero en las últimas décadas los daños originados por estos eventos se han disparado como consecuencia del vertiginoso crecimiento de la población mundial y de la ocupación por parte de ésta de espacios sumamente peligrosos. En lo que se refiere a los riesgos geológicos, -terremotos, tsunamis, volcanes, movimientos de ladera, hundimientos, subsidencias, arcillas expansivas y erosión costera-, no parecen haberse incrementado el número anual de sucesos, pero sin embargo tanto los daños económicos como la pérdida de vidas humanas han experimentado un crecimiento casi exponencial. A pesar de los avances científico-tecnológicos estamos muy lejos de controlar dichos eventos pero podemos analizar las causas que generan estos procesos con el fin de determinar su peligrosidad (plasmando los resultados en diversos documentos cartográficos), vulnerabilidad y exposición. Una vez determinado el riesgo asociado a cada uno de los eventos, podremos establecer las herramientas y recursos adecuados para la prevención (la predicción es en muchos casos imposible), mitigación y protección de sus efectos.

Palabras clave

Riesgo, peligrosidad, vulnerabilidad, exposición, mapa de peligrosidad, mapa de riesgos, terremotos, tsunamis, volcanes, movimientos de ladera, hundimientos, colapso, subsidencia, erosión, prevención, mitigación.

 

Laburpena:

 Historian zehar berezko hondamendi eta katastrofe asko gertatu dira, baina azken hamarkadetan hauek eragindako kalteak asko ugaritu dira, batetik, munduko biztanleriak ezagutu duen hazkunde bizkorraren eraginez eta, bestetik, populazio horrek lurralde oso arriskutsuak okupatzen dituelako. Arrisku geologikoei dagokienez –—lurrikara, tsunami, sumendi, luizi, lurpeko zundaketengatik gertatutako eta bestelako hondoratze, buztin hedakor eta itsasertzeko higadurari dagokienez—, badirudi, urtean zehar ezagutzen diren gertaeren kopurua ez dela ugaritu, baina bai, esponentzialki, kalte ekonomikoak eta giza-bizitzen galerak, aldiz. Aurrerapen zientifiko-teknologikoak eduki arren, ezin ditugu horrelako gertakizunak kontrolatu, baina prozesu hauek sortzen dituzten arrazoiak analiza ditzakegu, esate baterako, arriskua, ahultasuna arrisku horren aurrean eta galeraren mehatxua (agiri kartografikoetan emaitzak azalduz). Behin gertaera bakoitzari dagokion arriskua zehaztu ondoren, prebentziorako egokienak diren tresnak eta baliabideak ezarriko dira (sarritan aurreikustea ezinezkoa den arren), eta ondorioak arintzeko eta hauetatik babesteko neurriak hartuko dira.

Hitz-gakoak:Mehatxua, arriskua, ahultasuna, galeraren mehatxua, mehatxu-mapa, arrisku-mapa; lurrikarak, tsunamiak, sumendiak, luiziak, hondoratzeak, kolapsoak, lurpeko zundaketengatik gertatutako hondoratzeak, higadura, prebentzioa, kalteak arintzea.

 

Abstract:

 

Key words:

A lo largo Historia las catástrofes y desastres naturales han golpeado (y en ocasiones diezmado) a numerosos colectivos humanos, causando ingentes daños económicos así como elevadas pérdidas de vidas humanas. Algunos de estos episodios han dejado huellas evidentes en el entorno, ya sea mediante diversos depósitos y acumulaciones (por ejemplo las cenizas y lahares que enterraron Pompeia y Herculano tras la erupción del Vesubio en el 79 d.C. o las tsunamitas de Creta tras la erupción del volcán Thera en la isla Santorini) o bien mediante una serie de formas erosivas (cráteres de impacto como por ejemplo el cráter Barringer en Arizona o el de Chicxulub en la península de Yucatán, calderas volcánicas como la de Santorini o Krakatoa…) que ponen de manifiesto la intensidad de los fenómenos acaecidos. En muchos casos, el hombre, desbordado por la magnitud e intensidad del fenómeno y atemorizado por el castigo sufrido ha mitificado estos desastres, buscando en el cielo las respuestas que no encontraba en la Tierra. Al no hallar explicaciones racionales sobre las causas que originaban estas tragedias, atribuía a las mismas el calificativo de castigo divino. La muerte y la destrucción eran consecuencia directa de los pecados cometidos por la humanidad y obedecían a conductas erróneas y poco respetuosas para con los dioses.

Probablemente muchos de los grandes mitos de la antigüedad surgen a partir de diversos desastres naturales, cuya interpretación superaba ampliamente los conocimientos científico-tecnológicos de la época. La necesidad de buscar una explicación a los mismos, hizo que aquellos grupos humanos volviesen sus ojos hacia lo sobrenatural, interpretando aquella calamidad como un mensaje enviado por seres superiores que reprobaban su actitud. Los sacerdotes, chamanes o jefes religiosos desarrollaron toda una batería de ofrendas, cultos y ritos para aplacar la ira de los dioses y evitar que sucesos similares volviesen a producirse en el futuro.

Algunos de los mitos más antiguos y conocidos aparecen recogidos en los textos bíblicos. Concretamente en el Génesis se relata la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra y el diluvio Universal, y en el Éxodo, se narran las plagas que asolaron Egipto al no permitir el faraón que el pueblo judío abandonase su territorio para dirigirse a la tierra prometida. En el capítulo 6, versículo 5 y siguientes del Génesis, se describe el diluvio Universal y la construcción del Arca por Noé y su familia. Se afirma que durante 40 días y 40 noches llovió ininterrumpidamente, llegando a cubrir las aguas los montes más altos (en el versículo 20 se afirma que “siete metros subieron las aguas por encima de los montes más altos”), por lo que podemos estimar que la lámina de agua tenía más de 8.800 metros de espesor. Tras la tromba de agua, la Tierra permaneció inundada durante 150 días. Lentamente las aguas comenzaron a descender y el día 17 del séptimo mes (empezó a llover el día 7 del segundo mes), el arca se posó sobre los montes Ararat. Las aguas siguieron bajando hasta el mes décimo, y el primer día de este mes aparecieron las cimas de los montes (8, 4-6). Todavía pasaron 47 días más antes de que la paloma enviada por Noé volviese con una rama de olivo. Un poco más adelante se nos indica que la tierra estaba seca el día 27 del segundo mes, lo que nos permite señalar que la duración del diluvio fue de un año y 20 días.

Con diversas variantes, este relato aparece recogido en la tradición oral y escrita de numerosos pueblos (curiosamente los babilonios tienen uno muy similar fechado en el 2600 antes de Cristo y no hay que olvidar que los judíos fueron sus “huéspedes” durante bastantes años), por lo que es muy posible que todos ellos recojan el recuerdo de una pavorosa inundación acaecida en tiempos prehistóricos. Sin embargo, resulta de todo punto imposible que los sucesos ocurriesen tal y como se describen en la Biblia, ya que una columna de agua de esas dimensiones hubiera eliminado completamente la vegetación del planeta, e incluso las semillas de las plantas habrían estallado al no poder resistir las elevadas presiones (Henning, 1976). Los animales marinos también se hubiesen extinguido, ya que semejante volumen de agua habría provocado un cambio drástico en la salinidad (recordemos que Noé no metió animales acuáticos en el arca). Pero es que aunque se hubiese producido la caída de todo el agua contenida en la atmósfera (más la retenida en forma de hielo en los glaciares), el nivel marino no habría subido mucho más de 350 metros, cifra muy inferior a los más de 8800 reseñados indirectamente en el texto bíblico.

Otro relato mítico también recogido en el Génesis, es la destrucción de Sodoma y Gomorra como consecuencia de una lluvia de fuego y azufre enviada por Dios. Recientes investigaciones efectuadas por arqueólogos israelíes señalan que la destrucción de ambas ciudades pudo ser ocasionada por un terremoto. Hay que tener en cuenta que en la zona en la que ambas ciudades se localizaban son particularmente abundantes las bolsadas de azufre, gas e hidrocarburos (betún de Judea). Por ello, es perfectamente plausible que una brusca sacudida sísmica abriese varias de estas bolsadas, liberando grandes cantidades de productos inflamables, los cuales al entrar en contacto con el fuego de los hogares generarían violentos incendios y explosiones. Algunas ruinas localizadas recientemente en la zona del mar Muerto (identificadas con Sodoma) muestran huellas evidentes de haber sufrido algún incendio de grandes proporciones y, debajo de ellas, se han podido localizar bolsadas de azufre y de hidrocarburos.

En el libro del Éxodo (capítulo 7) se describen las 10 plagas con las que Yavé castigó a los egipcios para que permitieran abandonar Egipto al pueblo de Israel. Pues bien, la novena plaga (“las tinieblas”) señala que durante 3 días y 3 noches, Egipto quedó completamente a oscuras (“no se veían unos a otros”, 10, v23). Hoy día se cree que la nube de cenizas generada por el volcán Santorini hacia el 1638 antes de Cristo, se dirigió hacia el delta del Nilo, pudiendo ocultar el Sol durante varios días. Las reconstrucciones efectuadas mediante ordenador apuntan claramente en esta dirección, viéndose reforzada esta teoría por la aparición de importantes anomalías en los anillos de crecimiento de algunos troncos de árbol recogidos en la zona.

También es probable que el célebre mito de la Atlántida narrado por Platón en su obra Critias (350 a. C.) no sea más que un recuerdo de la pavorosa explosión que volatilizó una parte importante de la isla de Santorini (y los tsunamis provocados por la misma) y que supuso la destrucción de la ciudad de Thera y el principio de la decadencia minoica.

1. ALGUNOS CONCEPTOS SIGNIFICATIVOS

Casi a diario los medios de comunicación nos informan sobre los daños causados por algún suceso catastrófico (mientras escribo estas líneas llegan noticias de un terremoto en China y otro en Colombia, un Ciclón en Myanmar, violentos tornados en USA y una erupción volcánica en Chile). El número de víctimas y daños materiales aumenta año tras año, destacando especialmente los acaecidos en la década de los 90 y en los primeros años del siglo XXI. Parece evidente que este aumento del número e intensidad de daños y eventos catastróficos es consecuencia directa del fuerte incremento poblacional experimentado en las últimas décadas, de la ocupación sistemática de zonas expuestas (fuerte densificación en cuencas fluviales y ámbitos costeros), de la mayor vulnerabilidad de las sociedades y tecnologías modernas y, probablemente, de los cambios en las condiciones climáticas y medioambientales (Munich Re Group, 2005).

A pesar de que a lo largo de la historia se han producido múltiples desastres y catástrofes naturales, éstas no empezaron a ser consideradas como un problema global hasta la década de los 60. Diversos estudios y trabajos de investigación, llevaron a la Oficina para el Socorro de Desastre de las Naciones Unidas (UNDRO), a tomar cartas en el asunto. Los trabajos efectuados pusieron de manifiesto que las pérdidas económicas y humanas generadas por los diversos desastres y catástrofes naturales, se habían multiplicado por 4 en apenas una década. El problema, lejos de resolverse o mitigarse, fue en aumento, de ahí que la ONU declaró a la década de los 90 como Década Internacional para la Reducción de los Riesgos Naturales (DIRDN). El objetivo era mitigar los daños causados por los mencionados riesgos, pero los resultados obtenidos están lejos de los inicialmente formulados, aunque se ha avanzado significativamente tanto en la adopción de medidas preventivas, como en los sistemas de alerta temprana y, sobre todo, en temas de educación, concienciación y en aspectos relacionados con la correcta ordenación y planificación del territorio.

El decenio para la reducción de riesgos naturales fue sustituido en el 2001 por la Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres (ISDR) cuyo objetivo era desarrollar programas de mitigación, promover una mayor concienciación de los gobiernos ante los desastres y aumentar los esfuerzos en temas de investigación. El resultado fue la creación de diversos organismos encargados del desarrollo de medidas de prevención ante los desastres. En este sentido podemos destacar el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), centrado en el diseño de medidas para reducir la vulnerabilidad y el riesgo en los países en vías de desarrollo (Fernández, 2006).

En enero de 2005 se celebró en Kobe la Conferencia Mundial sobre la Reducción de los Desastres, aprobándose en el seno de la misma el Marco de Acción de Hyogo para 2005-2015 (“Aumento de la Resiliencia de las naciones y las comunidades ante los desastres”). En este informe se señala que “las pérdidas que ocasionan los desastres van en aumento, acarreando graves consecuencias para la supervivencia, la dignidad y los medios de vida de los seres humanos, en particular los pobres, y para el desarrollo logrado a costa de mucho esfuerzo. El riesgo de desastres es un motivo de creciente preocupación mundial cuyo impacto y acción en una región pueden repercutir en los riesgos de otra, y viceversa. Ello, sumado a la vulnerabilidad exacerbada por la evolución de las condiciones demográficas, tecnológicas y socioeconómicas, la urbanización sin plan, el desarrollo en zonas de alto riesgo, el subdesarrollo, la degradación del medio ambiente, la variabilidad del clima, el cambio climático, las amenazas geológicas, la competencia por los recursos escasos y el impacto de epidemias como la del VIH/SIDA, presagia un futuro de amenaza creciente de los desastres para la economía mundial, la población del planeta y el desarrollo sostenible de los países en desarrollo” (EIRD, 2006).

Como señala el sociólogo Ulrich Beck (1998), vivimos en una sociedad del riesgo, en la que los ciudadanos perciben una evidente falta de seguridad que las instituciones y poderes públicos son incapaces de controlar. Estos riesgos, en gran medida, no son atribuibles a la naturaleza, sino que en la mayor parte de los casos son el resultado de decisiones poco acertadas tomadas tanto por las instituciones y organismos dirigentes, como por los colectivos y/o personas individuales. Muchas de estas decisiones implican la ocupación de espacios peligrosos (llanuras de inundación, laderas inestables, zonas litorales inundables, faldas de volcanes activos, etc.), lo que magnifica considerablemente los daños cuando se produce una catástrofe natural.

Actualmente se considera que la causa del aumento de los desastres naturales no se debe al incremento de la actividad geológica (terremotos, volcanes y tsunamis) sino fundamentalmente a la expansión de los asentamientos humanos en zonas de alto riesgo (Lapido, 2008), lo que ha provocado un espectacular incremento de la vulnerabilidad antrópica. No ocurre lo mismo con los factores externos (inundaciones, huracanes, tornados, etc.), que sí han experimentado un acusado crecimiento en el número de sucesos (sobre todo en lo que se refiere a las inundaciones). Según el EIRD (2006) (Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres), en los primeros años del siglo XXI se detecta un incremento en la fuerza, concentración y número de eventos climáticos anómalos o por encima de las medidas históricas.

1.1. Riesgos, peligros, desastres y catástrofes

Por Riesgo Natural entendemos la posibilidad de que un territorio y la sociedad que lo habita pueda verse afectado por un fenómeno natural de rango extraordinario (Ayala-Carcedo y Olcina, 2002). Es decir, si en una zona no está presente el hombre no existe el riesgo, pudiendo hablarse entonces de peligrosidad . En los últimos 13 años hemos batido record en lo que a desastres y catástrofes se refiere. En este lapso de tiempo se han producido el mayor tsunami de la historia, el segundo terremoto por orden de magnitud, numerosas inundaciones (Centro Europa, México, Argentina, etc.), varios huracanes de fuerza 5, violentos tornados (se ha encadenado una larga serie), importantes y destructivos terremotos en Irán, Turquía, India, Indonesia… Según Munich Re Group (1999, 2005), tanto el número de desastres como las pérdidas que éstos producen han experimentado un fuerte aumento; así, el número de desastres se ha multiplicado por 4,5, mientras que las pérdidas económicas lo han hecho por 12 (más de 600 millardos en la década de los 90 frente a los apenas 50 de la década de los 50). Según el CRED, en el 2003 el 4% de la población mundial resultó afectada directa o indirectamente por una catástrofe. Por ejemplo, en el decenio comprendido entre 1994 y 2003, los daños medios anuales oscilaron en torno a los 58.000 fallecidos, mientras que los económicos se elevaron hasta los 67.000 billones de dólares (225 millones de personas se ven anualmente damnificados por algún tipo de catástrofe).

DESASTRES EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX (1950-2000)

Desastre Número de eventos % Víctimas % Daños %
Huracanes 38 15 32
Inundaciones 22 67 53
Volcanes y Terremotos 14 5 1
Otros 26 14 14

Cuadro 1. Número de eventos, víctimas y daños ocurridos en la segunda mitad del siglo XX. Elaborado a partir de los datos proporcionados por Munich Re Group, 2005.

El término desastre se refiere a los daños y victimas causados por un proceso natural en un momento y lugar determinado, mientras que la palabra catástrofe se reserva para aquellos eventos que precisan de ayuda exterior para poder ser superados por el grupo social afectado. Vinculados a estos conceptos surgen otros, como por ejemplo análisis de riesgos. Puede definirse como el conjunto de metodologías cuyo objeto es la identificación, análisis y representación cartográfica de los factores de riesgo natural y tecnológico, con el fin de determinar su incidencia sobre el territorio y sobre los grupos humanos que lo ocupan. Estos documentos se utilizan para diseñar medidas que puedan mitigar dichos daños. Para ello es preciso evaluar la peligrosidad, la exposición y la vulnerabilidad.

La peligrosidad es la probabilidad de que un evento destructivo se produzca en un territorio, independientemente del lugar en el que ocurra y de los daños causados (como hemos señalado anteriormente puede ocurrir que el suceso tenga lugar en una zona deshabitada no causando ningún daño). La exposición se refiere a los bienes expuestos que pueden ser dañados por el evento y la vulnerabilidad es el tanto por uno de pérdida esperada de un determinado bien expuesto. Calvo García (1997) señala también que la vulnerabilidad es “el grado de eficacia de un grupo social determinado para adecuar su organización frente a aquellos cambios en el medio natural que incorporan riesgo”. De esta definición podemos concluir que cuánto menos desarrollado está un grupo humano, mayores daños puede padecer.

 

Figura 1. Evolución de los desastres naturales desde 1950.
Fuente: Munich Re Group, 1999.

 

La evaluación del riesgo se realiza conforme a la siguiente ecuación:

R = Σ Pi x E x Vi

donde:

R: Riesgo anual (víctimas / año esperables; euros / año esperables, etc.).

Pi : Probabilidad del tramo i de la función de densidad probabilística de la Severidad.

E: Exposición.

Vi: Vulnerabilidad correspondiente a la Severidad del tramo i: humana, económica o ecológica.

Resulta evidente que cualquier punto del Planeta puede verse afectado por uno o varios riesgos naturales. Todos los años alrededor de 150.000 personas pierden la vida como consecuencia de algún desastre natural, estimándose unas pérdidas económicas por encima de los 50.000/100.000 millones de dólares . Se estima que a lo largo del siglo XX los riesgos naturales geológicos (no se incluyen las inundaciones) han provocado la muerte de más de 4.000.000 de personas y según la Agencia de Coordinación de las Naciones Unidas para el Socorro de Desastres, en las dos últimas décadas los desastres naturales son responsables de la muerte directa de 3.000.000 de personas, han trastocado la vida (heridos, éxodos, pérdida de enseres, etc.) de otros 800 millones y han provocado daños económicos directos por valor de 23.000 millones de dólares (UNDRO, 1988).

Tal y como hemos señalado anteriormente, estas cifras van en rápido aumento como consecuencia del fuerte incremento de la población mundial (cada vez hay más personas expuestas), de la masiva ocupación de espacios peligrosos (una gran parte de la población ocupa áreas marginales de alto riesgo), y de la falta de medidas y sistemas de prevención y de mitigación (e incluso de legislación adecuada). En los países subdesarrollados añadiremos la nula planificación territorial e incluso la fuerte degradación ambiental. Algunos autores incluyen incluso el cambio climático como uno de los principales factores que explican el incremento de daños y víctimas observado durante los últimos años (sobre todo los atmosféricos e hidrológicos).

La lista de riesgos geológicos susceptibles de causar daños es bastante larga, estableciéndose normalmente dos categorías distintas: riesgos endógenos y exógenos. Los primeros se relacionan con la dinámica interna de la Tierra (terremotos, tsunamis y volcanes), mientras que los segundos (geomorfológicos) se vinculan con la dinámica exógena o externa, de ahí que incluyamos en este grupo los movimientos de ladera, los colapsos y hundimientos, los suelos expansivos, la erosión costera, la erosión/desertización y las inundaciones. De todos ellos vamos a abordar los 7 primeros, ya que las inundaciones pertenecen al rango de los riesgos hidrometeorológicos y la erosión/desertización es un fenómeno natural que se ha visto fuertemente agravada como consecuencia de la actividad humana, pero que, en términos generales, no provoca desastres o catástrofes naturales inmediatos, sino que más bien sus efectos se dilatan en el tiempo, obligando muchas veces a los grupos humanos a abandonar las zonas más afectadas o a cambiar sustancialmente su modo de vida.

 

PRINCIPALES DESASTRES Y CATÁSTROFES NATURALES EN EL MUNDO (> 50.000 VÍCTIMAS MORTALES/EVENTO)

Cuadro 2. Principales eventos catastróficos (según el número de victimas) que se han producido a lo largo de la Historia. Fuente: Nuhfer et al. (1997), Ayala et al., (2002), USGS, y diversas direcciones de Internet.
 

1.2. Riesgos en el Estado español

Los peligros naturales que afectan a España tienen su origen en las características climáticas y geológicas de la Península Ibérica y de los territorios insulares. En general, los riesgos que pueden dar lugar a los mayores daños económicos, sociales y/o ambientales, son las avenidas e inundaciones, los terremotos, movimientos de ladera e, incluso, maremotos o tsunamis. Otros procesos, como las erupciones volcánicas, no son considerados como riesgos importantes debido a su menor frecuencia y extensión, pese a haberse producido erupciones en épocas relativamente recientes (Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, 2005).

En 1987 el entonces IGME elaboró un interesante estudio titulado “Impacto Económico y social de los riesgos geológicos en España”, en el que a partir de una exhaustiva investigación (e inventario) histórica de los riesgos acaecidos en el estado, se establecían dos hipótesis de trabajo con el fin de predecir las pérdidas futuras en un escenario que abarcaba el lapso comprendido entre 1986 y 2016. Las hipótesis de riesgo consideradas fueron las siguientes:

a.- Riesgo máximo, equivalente a una situación en la que se produce el máximo suceso histórico ocurrido.

b.- Riesgo medio, situación en la que se produce el suceso histórico más frecuente o el equivalente a la mitad del período de retorno del máximo suceso histórico.

Las pérdidas estimadas en uno u otro supuesto oscilan entre los 8,1 y los 4,9 billones de pesetas, dependiendo de la hipótesis considerada.

PÉRDIDAS ECONÓMICAS ESPERADAS EN EL PERÍODO 1986-2016
RIESGO HIPÓTESIS DE RIESGO MÁXIMO HIPÓTESIS DE RIESGO MEDIO

% Billonesptas. % Billonesptas.
Terremotos 33,1 2,62 1,7 0,084
Inundaciones 34,8 2,82 56,8 2,82
Movimientos de ladera 11,1 0,89 15,4 0,76
Erosión/Costas 14,6 1,18 23,8 1,18
Tsunamis 4,8 0,39 - -
Arcillas expansivas 1,2 0,10 2,1 0,10
Volcanes 0,2 0,016 0,04 0,002
Cuadro 3. Pérdidas económicas estimadas según distintos eventos. Fuente: Ayala y Elizaga (1987).

En ambos casos son las inundaciones las que más daños originan, seguidas de los terremotos en una hipótesis de riesgo máximo y por la erosión y movimientos de ladera en una de riesgo medio. Si consideramos los daños por comunidades autónomas advertimos que las más vulnerables son las de Andalucía, Valencia, Cataluña y Murcia en el primer caso (el País Vasco se sitúa en quinta posición) y Andalucía, Valencia, Cataluña y País Vasco en el segundo.

DAÑOS ECONÓMICOS ESPERADOS POR COMUNIDADES AUTÓNOMAS (1986-2016)

COMUNIDAD HIPÓTESIS DE RIESGO MÁXIMO HIPÓTESIS DE RIESGO MEDIO

% Billonesptas. % Billonesptas.
ANDALUCÍA 37,0 3,06 22,5 1,11
VALENCIA 14,7 1,19 19,6 0,97
CATALUÑA 12,1 0,98 18,6 0,92
MURCIA 12,1 0,97 3,6 0,18
PAÍSVASCO 7,1 0,57 11,3 0,56
ARAGÓN 2,7 0,21 4,2 0,20
CASTILLA-LAMANCHA 2,1 0,16 3,3 0,16
OTRASHIP.MÁXIMA 11,3 0,90 - -
CASTILLA-LEÓN - - 3,1 0,15
ASTURIAS - - 2,7 0,13
GALICIA - - 2,3 0,11
OTRASHIP.MEDIA - - 8,8 0,42
Cuadro 4. Daños económicos estimados por Comunidades Autónomas para el período 1986-2016. Fuente: Ayala y Elizaga, 1988.

En el año 2004, el Consorcio de Compensación de Seguros y el Instituto Geológico y Minero de España elaboraron un extenso e interesante estudio (Revista del Aficionado a la Meteorología, 2005) en el que se analizan las pérdidas originadas por los terremotos y las inundaciones en el período comprendido entre el año 1987 y el año 2001 y las pérdidas potenciales estimadas para el período 2004-2033. En el caso de los terremotos “es de destacar la baja tasa de sismicidad observada en España en el período 1987-2001, en comparación con la registrada en el último siglo. En estos 15 años, han ocurrido 11 terremotos con intensidad igual o mayor de V, alcanzándose valores máximos de VII en el terremoto de 1994 al sur de Adra (Almería), y VI-VII en los terremotos de Mula (Murcia) de 1999 y Adra (Almería) de 1993.” (RAM, 2005). En total los daños causados oscilan en torno a los 13,5 millones de euros al año (12.124 millones de euros para el período considerado). Por Comunidades Autónomas las mayores pérdidas se han producido en Andalucía, Murcia, Galicia y en la Comunidad Valenciana, siendo muy escasas en el resto. También las pérdidas esperadas alcanzarán sus máximos registros en estas mismas comunidades, excepto en el caso de Galicia que se verá sustituida en el ranking por Cataluña .

En el caso de las inundaciones se estiman unas pérdidas anuales de 745 millones de euros, siendo las comunidades de Valencia, Andalucía, Cataluña y País Vasco las más afectadas. La previsión de daños para el período 2004-2033 se eleva a 857 millones de euros al año siendo las comunidades anteriormente citadas las que ostentan el máximo riesgo.

2. TERREMOTOS, SEÍSMOS O MOVIMIENTOS SÍSMICOS

Los terremotos o movimientos sísmicos pueden definirse como bruscas sacudidas del terreno provocadas como consecuencia de la liberación de la energía acumulada en puntos o zonas de la litosfera sometidas a intensas presiones. El resultado es la formación de ondas sísmicas (P y S, denominadas ondas cuerpo) que se propagan a partir del foco o hipocentro en todas las direcciones. Cuando estas ondas llegan a la superficie (epicentro) se convierten en ondas superficiales (Love y Rayleigh), responsables de la mayor parte de los daños originados.

Se estima que cada año tienen lugar en la Tierra más de 1.400.000 terremotos. Un elevado porcentaje de ellos no originan ningún daño (por encima de 5 sólo hay 1471, mientras que con magnitud igual o superior a 6 apenas se registran 152), e incluso, una parte significativa de los mismos ni siquiera son percibidos por los seres humanos. La mayoría de las sacudidas sísmicas se relacionan con los bordes de placa (destructivos, constructivos o transformantes), aunque también existen terremotos intraplaca, terremotos inducidos (construcción de embalses y pantanos, inyección de fluidos en el subsuelo, explosiones nucleares y de otro tipo, etc.) y terremotos asociados a la actividad volcánica o a rejuegos de fallas activas.

2.1. Escalas de medida

El tamaño y la importancia de un terremoto se definen por la magnitud y la intensidad. La primera depende de la energía sísmica liberada y se define como el logaritmo decimal de la amplitud máxima de un sismograma registrado a 100 kilómetros del epicentro, mientras que la segunda es una medida subjetiva que se establece a partir de los daños causados. La magnitud se evalúa mediante la escala de Richter o escala de magnitud local (ML)(actualmente tiende a ser sustituida por otra más precisa denominada magnitud del momento de Hanks y Kanamori) que puede definirse como una escala logarítmica arbitraria (e ilimitada por ambos extremos) en la que cada grado entero que ascendemos supone multiplicar la amplitud de las ondas sísmicas por 10 y una liberación de energía 30 veces mayor (por ejemplo, un terremoto de grado 1 equivale a la energía liberada por el estallido de 170 gramos de dinamita, mientras que un sismo de magnitud 8 equivale al estallido de 6 millones de toneladas).

La escala modificada de Mercalli (MM) clasifica los terremotos en 12 grados (a cada uno se le asigna un número romano) en función de los daños causados:

- Grado I. Apenas es perceptible por la población.

- Grado II. Prácticamente sólo es percibido por personas situadas en edificios altos. Algunos objetos pueden oscilar levemente.

- Grado III. Sacudidas sentidas por la mayor parte de la población alojada en el interior de una vivienda.

- Grado IV. Casi todas las personas situadas en el interior de un edificio lo perciben. Vibran las ventanas y puertas, así como las vajillas y algunos objetos sueltos. Los vehículos se balancean claramente.

- Grado V. Se siente tanto en el interior como en el exterior. Agrietamientos de edificios en mal estado, caída de objetos inestables, se detienen los relojes de péndulo, algunos cristales (y vajillas) se rompen…

- Grado VI. Lo siente todo el mundo. Se mueven muebles y objetos pesados, se producen daños ligeros en los edificios, caídas de chimeneas, cornisas…

- Grado VII. La gente abandona los edificios (pánico) y sale al exterior. Algunos daños leves en edificios bien diseñados, daños ligeros en construcciones bien edificadas y daños considerables en edificios e infraestructuras mal diseñadas o deficientemente construidas (malos materiales, ausencia de cimientos, etc.).

- Grado VIII. Daños ligeros en edificios/estructuras bien diseñadas, considerables en edificios ordinarios y elevados en edificios mal/deficientemente construidos. Los conductores pierden el control de los vehículos, los objetos pesados se vuelcan, caen muros, chimeneas, cornisas, monumentos…

- Grado IX. Daño considerable en las estructuras bien diseñadas e importantes daños (incluso la destrucción completa) en el resto de edificios e infraestructuras. Los edificios se salen de sus cimientos, las estructuras ceden, se abren grietas en el terreno, las tuberías y conducciones subterráneas se rompen…

- Grado X. Destrucción generalizada de todo tipo de estructuras, ya que incluso las de madera pueden verse afectadas. Se tuercen las vías del ferrocarril, se producen numerosos movimientos en masa y el agua se sale de su cauce inundando zonas próximas.

- Grado XI. Destrucción casi completa de todas las edificaciones e infraestructuras. Desarrollo de anchas grietas en el terreno, hundimientos, colapsos y movimientos de ladera generalizados. Red de alcantarillado, tuberías de agua, gas, etc. destruidas.

- Grado XII. Destrucción total. Ondas visibles en el terreno. Objetos y personas son lanzados al aire. El nivel de mares, ríos y lagos se modifica.

Actualmente, esta escala tiende a ser sustituida por la de Medvedev-Sponheur-Karnik (MSK), creada en 1964 a partir de la escala de Mercalli y de la escala modificada de Mercalli.

Escala de magnitud de Richter

Cuadro 5. Escala de magnitud de Richter. Fuente: Wikipedia, 2008.

2.2. Daños causados

Los daños causados por un terremoto son sumamente variados y dependen de diversos factores, pudiendo destacar:

a.- Intensidad y duración del seísmo. Resulta evidente que cuanto mayor es la intensidad de la sacudida o mayor es la duración de la misma, mayores serán los daños causados. Sin embargo éstos varían de un lugar a otro para un mismo seísmo, dependiendo de la geología local, del desarrollo tecnológico del grupo humano afectado, de la calidad de los edificios y construcciones, de la educación, de la distancia al epicentro, etc.

b.- Profundidad del foco o hipocentro. Cuanto más profundo está el foco menor es la intensidad y, por lo tanto, menor será la vibración en la superficie ya que las ondas pierden gran parte de su energía antes de alcanzar dicha superficie.

c.- Estabilidad, características y composición de los materiales que constituyen el suelo/substrato. El comportamiento y composición de los distintos materiales que integran el sustrato geológico de un lugar, pueden amplificar o atenuar los efectos de un terremoto. Existen litologías poco estables que al ser sometidas a una brusca sacudida pueden romperse o provocar deslizamientos o flujos o colapsar, mientras que otras aguantan mejor las sacudidas y necesitan vibraciones más fuertes para ceder.

d.- Calidad de las construcciones y de los materiales empleados. En este apartado hay que considerar dos aspectos diferentes; por un lado los daños dependerán de la aplicación o no de normas sismorresistentes y por otro de la utilización o no de materiales adecuados, la realización de cimientos sólidos, etc. No es de extrañar que un mismo terremoto generé daños mucho más elevados en un país subdesarrollado que en otro desarrollado, ya que muchas veces la calidad de los edificios, el control de la edificación o simplemente la inexistencia de una legislación adecuada, magnifica los daños generados por los terremotos.

e.- Día y, sobre todo, la hora en la que se produce el suceso. El número de muertos y heridos es mucho mayor si el terremoto tiene lugar por la noche, ya que en esos momentos la mayor parte de la población está en sus domicilios durmiendo, por lo que si éstos colapsan los atrapan en su interior.

f.- Densidad de población de la zona afectada. Existen sensibles diferencias entre el ámbito urbano y el rural, de ahí que el número de víctimas sea mayor en el primer caso que en el segundo.

g.- Grado de desarrollo socio-económico de la zona o región afectada. Los efectos son mucho más destructivos en los países subdesarrollados o en vías de desarrollo que en los desarrollados.

Estos daños pueden ser directos y/o indirectos. Las ondas y vibraciones liberadas provocan bruscas sacudidas y movimientos de vaivén originando los siguientes efectos (daños directos):

- Sacudida del suelo, responsable del colapso de los edificios e infraestructuras.

- Ruptura del suelo. Aunque la mayor parte de las grietas originadas durante un terremoto son consecuencia de procesos de licuefacción o de movimientos de ladera, también pueden producirse otras relacionadas con la energía liberada por el seísmo.

- Licuefacción. Al vibrar los sedimentos cargados/saturados de agua adquieren características similares a los de un líquido, pudiendo fluir a través de grietas y roturas del terreno. Este hecho puede provocar subsidencias, hundimientos y colapsos e incluso desplazamientos laterales del suelo. A su vez estos mecanismos pueden generar caídas de edificios, fallos de embalses, derrumbes de puentes…

- Elevaciones y hundimientos del terreno. Algunas ciudades antiguas están cubiertas hoy por el mar, ya que durante algún terremoto histórico su territorio se hundió varios metros, permitiendo que el mar las anegase completamente. Es probable que la ciudad de Alejandría se hundiese parcialmente como consecuencia de un terremoto, responsable además de la destrucción del faro del mismo nombre. Estas mismas sacudidas pueden provocar también la elevación del terreno, lo que puede acarrear graves consecuencias para las instalaciones portuarias, astilleros, etc. El terremoto de Alaska de 1964 provocó una elevación vertical de 10 metros, lo que determinó el desplazamiento de la línea de costa y la inoperatividad de numerosos embarcaderos y pequeños puertos, así como la muerte de la fauna costera localizada en esa zona.

Entre los daños indirectos encontramos:

- Maremotos. Son olas oceánicas de gran tamaño originadas por un terremoto. Pueden barrer la costa destruyendo todo lo que encuentran a su paso.

- Movimientos de ladera. Las fuertes sacudidas y vibraciones desestabilizan los materiales que constituyen una ladera, provocando desprendimientos, deslizamientos, flujos, etc. A su vez estos movimientos pueden generar daños cuantiosos, así como elevadas víctimas mortales. En el reciente terremoto de Sichuan un autobús con 28 personas a bordo fue arrastrado por una avalancha de derrubios, pereciendo todos ellos. El terremoto de Perú de 1970 generó diversas avalanchas que enterraron las ciudades de Ranrahirca y Yungan, matando a cerca de 20.000 personas.

- Incendios. Al destruir total o parcialmente las conducciones de gas y electricidad (o dañar refinerías, gasolineras, almacenes de combustibles, etc.) suelen generarse incendios. Estos fuegos son muy difíciles de controlar ya que a menudo los bomberos están desbordados, no hay suficiente presión de agua, las calles están cortadas, etc.

- Contaminación de recursos hídricos (por ejemplo mezcla de aguas fecales con aguas potables, descomposición de cadáveres…) y desarrollo de enfermedades.

- Formación de lagos artificiales como consecuencia del bloqueo de los ríos provocado por movimientos de ladera y escombros. Durante el terremoto acaecido el 12 de mayo en Sichuán (China) se han formado 35 nuevos lagos (de hasta 40 metros de profundidad) que, un mes más tarde, amenazan con desbordarse o ceder a la presión del agua, poniendo en peligro muchas de las zonas destruidas por el seísmo. Todo ello ha obligado a evacuar a más de 200.000 personas.

Como solución se plantea la posibilidad de abrir canales utilizando explosivos y maquinaria pesada para trasvasar y drenar los lagos.

TERREMOTOS MÁS DESTRUCTIVOS DEL SIGLO XX-XXI

Cuadro 6. Principales terremotos ocurridos en el siglo XX Y XXI. Fuente: Elaboración propia a partir de datos obtenidos en diversas páginas de Internet.

 

Los daños disminuyen considerablemente si se diseña (o aplica) una correcta normativa sismorresistente. Desgraciadamente los terremotos no se pueden predecir (actualmente se está investigando en este campo pero los resultados distan mucho de ser adecuados), por lo que únicamente podemos intentar reducir el nivel de daño que pueden causar los movimientos sísmicos, combinando las reglas y normas para mejorar cualquier tipo de construcción, con la educación de la población para que sepa convivir con los terremotos. Se ha podido constatar en numerosas ocasiones, que el mayor número de daños se produce en viviendas construidas sin normas antisísmicas o en aquellas que se han edificado con materiales de mala calidad. También se observan daños severos en construcciones localizadas en zonas geológicamente inestables, como por ejemplo sobre fracturas activas o al pie de laderas poco consolidadas. Evidentemente, todos estos aspectos multiplican el número de muertos y heridos ocasionados por el evento.

2.3. Riesgo sísmico en el Estado español

El Jefe del Servicio de Detección Sísmica del Instituto Geográfico Nacional (IGN), el Sr. D. Juan Rueda señalaba en una entrevista realizada el 4 de febrero de 2005 que “España es quizás el país Mediterráneo con menor riesgo de terremotos, porque es una zona geológicamente muy fracturada, con materiales que resisten menos la presión de placas y rompen antes” (el mundo.es, Ciencia y Tecnología, 5/02/2005). Los terremotos que afectan a la Península son el resultado del empuje de la placa africana contra la euroasiática (el contacto entre ambas se extiende desde las Azores hasta Sicilia pasando por Gibraltar y el mar de Alborán), lo que supone la acumulación de esfuerzos y tensiones en la zona sur y sureste del territorio. Cuando se rebasa un umbral de resistencia, los materiales rompen.

La mayoría de los seísmos son superficiales o de profundidad media y de magnitud moderada, aunque se tiene constancia histórica de seísmos de gran magnitud.

Tal y como hemos señalado, el mayor índice de peligrosidad está en el sur y sureste, en torno a Granada, zona Sur de la provincia de Alicante, Almería y Murcia. El antecedente histórico más importante es el denominado Terremoto de Lisboa de 1755, el cual provocó a su vez un Tsunami/Maremoto que destruyó la capital portuguesa y causó cuantiosos daños y víctimas mortales en Huelva y Cádiz. También podemos destacar el terremoto de Arenas del Rey (Granada) acaecido en 1884, responsable de la muerte de 900 personas, 2000 heridos y de daños superiores a los 10 millones de pesetas de la época (destruyó alrededor de 1.000 casas y dañó unas 17.000).

Según Ayala y Ferrer (1988), la Península Ibérica presenta un grado relativamente alto de riesgo sísmico, estimándose que se produce un terremoto destructivo cada 100 ó 150 años (el último tuvo lugar en 1884). Por comunidades autónomas, las que presentan un mayor número de registros (y en consecuencia de riesgos) son Andalucía (45,5%), Valencia (14,9%), Cataluña (12,7%) y Murcia (12,2%). Considerando únicamente el territorio del estado, podemos establecer tres zonas distintas:

a.- Zona de Riesgo Bajo. Englobamos aquí la mayor parte de la meseta central, el norte (Cantabria y Asturias), el tramo desarrollado entre Tarragona y Valencia y la depresión del Ebro.

b.- Zona de Riesgo medio. Incluimos aquí la mayor parte de Andalucía, el País Vasco, Navarra, Galicia, el Sistema Ibérico, Badajoz, Albacete y Ciudad Real.

c.- Zona de Riesgo Alto. En este grupo encontramos las provincias de Granada, Málaga, Almería, Murcia y gran parte del Pirineo aragonés y catalán (blog WorldPress.com).

El Instituto Geográfico Nacional ejerce una activa vigilancia sísmica mediante la Red Sísmica Nacional (RSN) que se encarga de detectar y comunicar los movimientos registrados dentro del territorio nacional y en las áreas adyacentes. El servicio de vigilancia está activo las 24 horas del día (Fernández, 2006).

 

uadro 7. Principales terremotos ocurridos en la Península Ibérica. Fuente: Ministerio de Fomento.

3. TSUNAMIS

La palabra tsunami tiene un origen japonés (tsu, puerto o bahía y nami, ola) y puede traducirse por “gran ola en el puerto”. Es decir, se trata de olas o trenes de olas que se mueven a gran velocidad, tienen un amplio período (longitudes de onda de hasta 200 km.) y se pueden ser provocados por fuertes terremotos submarinos (magnitud mayor de 6,4), por violentas erupciones submarinas o colapsos del edificio volcánico, por deslizamientos continentales o submarinos de alta velocidad o incluso como resultado del impacto de un meteorito contra la superficie del océano.

Todo ello provoca el desplazamiento vertical de una gran masa de agua y la formación de diversas ondas gravitacionales no dispersivas, cuando dicha masa intenta recuperar el equilibrio inicial. Estas olas pueden pasar desapercibidas en alta mar, ya que su altura no suele superar el metro y su longitud de onda oscila en torno a los 100 km. (su velocidad puede alcanzar los 700-800 km./h.). Sin embargo, a medida que se aproximan a la costa (al llegar a la plataforma continental) disminuye su longitud de onda y su velocidad (50-60 km./h.), al mismo tiempo que ganan altura, superando en ocasiones los 30 metros. Cuanto más abrupta es la costa mayor altura tendrá la ola, conservando intacta su energía hasta el momento de la ruptura. Esta ola arrastra una enorme masa de agua hacia el interior del continente causando enormes destrozos. Éstos se ven incrementados cuando el agua vuelve al mar arrastrando todo lo que encuentra a su paso .

El litoral puede ser barrido por varias olas (hasta 10) separadas entre sí por intervalos de tiempo que oscilan entre los 5 y los 90 minutos. Previamente, se produce una drástica retirada del mar, lo que atrae a numerosos curiosos que se ven sorprendidos por la llegada de la primera ola, minutos más tarde. Es frecuente que tras este primer suceso, la población se acerque de nuevo a la orilla para ver los daños causados y ayudar a los heridos, viéndose de nuevo sorprendida por el resto de las olas.

La magnitud y los daños originados por el tsunami dependen del período, amplitud, velocidad y energía de la onda, pero también están condicionados por los siguientes aspectos:

- Características topográficas submarinas de la plataforma continental.

- Configuración de la línea de costa

- Influencia de la orientación del eje de la bahía y el epicentro

- Estado de la marea

- Presencia de obstáculos naturales o artificiales: barreras de coral, espigones y muros de escollera, rompeolas, etc.

- Topografía litoral: pendiente y rugosidad de la costa

- Grado de ocupación del litoral y uso del suelo

- Existencia de sistemas de alarma temprana

- Educación y capacidad de respuesta de la población ante el peligro

Los tsunamis provocan una elevación del nivel del mar (> 5 metros) y la formación de una muralla de agua que puede alcanzar decenas de metros de altura. Esta masa hídrica barre literalmente la costa, destruyendo todo lo que encuentra a su paso. Los grandes tsunamis son poco frecuentes, lo que induce a pensar (erróneamente) que el peligro que representan no es muy grande. Al estar las costas densamente ocupadas por la población y ser además explotadas turísticamente, no se precisan grandes olas para generar daños cuantiosos. El reciente tsunami de Banda Aceh generó olas de entre 10 y 15 metros y sin embargo, se convirtió en el noveno desastre natural más mortífero de la historia.

La mayor parte son generados por terremotos (maremotos), aunque también pueden ser provocados por deslizamientos del talud continental. Podemos citar, entre otros, el ocurrido en Newfounland (Canadá) en 1929 o el acaecido hace 8000-8200 años en las costas de Noruega (Storegga). Algunos tsunamis se relacionan con violentas y explosivas erupciones volcánicas, como por ejemplo las de Santorini en el 1638 antes de Cristo (Thera), la del Krakatoa (1883) o la del volcán Unzen (en 1972 el colapso de la ladera del volcán provocó una ola que mató a más de 5000 personas). Otros factores responsables de la formación de tsunamis son los deslizamientos costeros (Cabo Girao en Madeira), el impacto de meteoritos contra la superficie del mar (Chicxulub, responsable de la extinción de los dinosaurios), la caída del frente de un glaciar (fiordo Loen, 1915, Noruega) o explosiones de gran magnitud.

Cuadro 8. Clasificación de los Tsunamis según su magnitud, la cantidad de energía liberada y la altura de las olas. Fuente Lida (1963) en Ayala y Elizaga, 1988.

Se clasifican según la altura de la ola o el grado de inundación que producen en tierra. Se usan diversas escalas de magnitud e intensidad según se basen en la medición de la energía o en las consecuencias físicas del fenómeno. Si consideramos la magnitud podemos utilizar la escala de Imamura-Lida, en la cual la magnitud se calcula como el logaritmo en base 2 de la altura máxima alcanzada (en metros) por la inundación en la costa.

Relación magnitud/altura máxima de la inundación

M:-2 30 cm.
M:1 2/3 m.
M:5 32 m.

Cuadro 9. Clasificación de Imamura-Lida.

Otra escala digna de ser tenida en cuenta es la de Murty-Loomis, que clasifica los tsunamis según la siguiente fórmula:

ML = 2(logE – 19)

Siendo E la energía potencial en ergios de las ondas del agua en el momento de la generación del tsunami (Fernández, 2006).

Si la clasificación la efectuamos utilizando la intensidad, la escala más empleada es la Soloviev, el cual establece una serie de grados en función de la altura alcanzada por las olas en metros y del comportamiento del tsunami y sus efectos.

CLASIFICACIÓN DE SOLOVIEV

Grado

 Clasificación (INTENSIDAD)

-1

Muy ligero

0

Ligero

1

Bastante fuerte

2

Grande

3

Muy grande

4

Desastroso

Cuadro 10. Clasificación de Soloviev. (Fernández, 2006).

Particularmente utilizada es la escala de Ambraseys (1962), la cual se centra en los daños causados por los tsunamis en función de su intensidad.

ESCALA DE AMBRASEYS

Intensidad Descripción
I.  Muy ligero Sólo perceptible por los mareógrafos 
II.  Ligero Olas advertidas por personas que viven cerca de la playa y están familiarizadas con el mar 
III Bastante fuerte Advertido por todos. Pequeñas inundaciones en costas con pendiente suave. Arrastre de embarcaciones a la playa. Inversión de la corriente en los estuarios y ligeros daños en algunas estructuras situadas cerca del agua. 
IV.  Fuerte Inundación de la playa hasta cierta altura. Ligera erosión de terrenos de relleno. Daños en malecones y diques. Daños en estructuras ligeras próximas a la playa.Pequeños daños en estructuras sólidas de la costa. Grandes veleros y pequeños barcos arrastrados tierra o mar adentro. Detritos flotantes en las costas 
V.   Muy fuerte Inundación general de las playas hasta cierta altura. Daños en muelles y estructuras sólidas próximas a la playa. Destrucción de estructuras ligeras. Gran erosión de tierras cultivadas y objetos flotantes y animales marinos esparcidos por la costa. Exceptuando los barcos grandes, todos los demás tipos de embarcaciones son arrastrados tierra o mar adentro. Gran oleaje en los estuarios de los ríos. Daños en las construcciones portuarias. Personas ahogadas. Ola acompañada de un fuerte ruido 
VI Desastroso Destrucción completa o parcial de construcciones hasta una cierta distancia de la playa. Inundación de las costas hasta gran altura. Fuertes daños en barcos grandes. Árboles arrancados o rotos. Muchas víctimas 
Cuadro 11. Clasificación de Ambraseys (1962). Fuente: Ministerio de Fomento.

Las zonas de mayor riesgo coinciden con las áreas sísmicas más activas (el 95% de los tsunamis se forman como consecuencia de terremotos) y en especial con el denominado cinturón circumpacífico (Aleutianas, Alaska, Japón, costa oriental de Rusia, Chile, Perú, Hawai, costa oeste de USA…) donde se generan el 80% de los tsunamis. Campos Romero (1992) estima que se producen 1,4 tsunamis de media al año. Este hecho explica el desarrollo de una densa red de vigilancia y alerta que avisa a la población en cuanto detecta uno de estos eventos. Sin embargo, tanto el Índico como el Atlántico pueden verse afectados por estos peligros (basta recordar el reciente tsunami de Indonesia) y sin embargo carecen de una red de vigilancia. En el período comprendido entre 1983 y el año 2000, se han producido 119 tsunamis en el Pacífico, 5 en el Caribe y 9 en el Mediterráneo.

Cuadro 12. Principales tsunamis acaecidos en el mundo. Fuente: National Geophysical Data Center, National Oceanic and Atmospheric Administration y Tsunami Laboratory of Novosibirsk, (US) National Geophysical Data Center, USC Tsunami Research Group and others.

3.1. Riesgo de Tsunamis en la Península Ibérica

La Península Ibérica no está exenta de riesgo de tsunamis, debido a su posición entre las placas Africana y Euro-asiática. Existen diversos registros históricos de tsunamis, algunos de ellos sumamente destructivos, como el acaecido el 1 de noviembre de 1755. El último tsunami registrado se produjo el 21 de mayo de 2003 y afectó a las Baleares y a las costas alicantinas. Fue provocado por un terremoto submarino ocurrido en Argelia y generó olas de 2/3 metros. Existen indicios que nos sugieren que en el pasado se produjeron diversos megatsunamis como consecuencia del desarrollo de grandes deslizamientos en la isla del Hierro (flanco sudoeste de la isla) y Tenerife (La Orotava).

Se han contabilizado un total de 23 tsunamis (entre el 218 antes de Cristo y la actualidad), de los que 20 han sido provocados por terremotos, 2 se asocian a deslizamientos submarinos en el mar de Alborán y el tercero se relaciona con una erupción submarina. Las zonas más peligrosas son Canarias y el sector comprendido entre el Cabo San Vicente y el Golfo de Cádiz

Cuadro 13. Principales tsunamis acaecidos en la Península Ibérica. Fuente: Ministerio de Fomento. IGME*.

No se dispone de datos sobre la probabilidad de ocurrencia de estos fenómenos, ni tampoco el escaso número de eventos estudiados nos permite efectuar una estimación adecuada (Ayala et al., 1988). Considerando la misma probabilidad que para los terremotos (en una hipótesis de riesgo máximo), se calcula que en el período 1986-2016 las pérdidas previstas oscilarán en torno a los 0,39 billones de pesetas (4,8%) en una hipótesis de riesgo máximo, mientras que en una hipótesis de riesgo medio, las pérdidas serían nulas. En los 22 años transcurridos desde que se hizo el cálculo teórico, la realidad ha puesto de manifiesto que los daños por tsunami han sido escasos, ya que tan sólo se han producido dos eventos significativos, con algunos daños en las islas Baleares y en las costas alicantinas.

4. RIESGO VOLCÁNICO

Es uno de los riesgos más devastadores que existen. Los volcanes se definen como extrusiones ígneas por las que sale al exterior el magma generado en el interior de la Tierra (lavas, gases, piroclastos y otros productos) y, ocasionalmente, otros materiales de origen no magmático. La mayor parte de estos productos se acumulan alrededor del centro emisor generando relieves positivos con morfologías diversas (quizás el elemento más emblemático y reconocible es el cono volcánico).

Resulta evidente que los volcanes son una manifestación en la superficie terrestre de la energía existente en el interior del planeta. La mayor parte de los 1575 volcanes existentes (alrededor de 700 están activos), se relacionan con los bordes de placa (destructivos, constructivos y transcurrentes), pero algunos se vinculan con puntos calientes situados en el interior de dichas placas (intraplaca), como por ejemplo los volcanes de las islas Hawai o de Canarias. En ambos casos, el magma asciende desde el manto, acumulándose en la cámara magmática, normalmente localizada entre 4 y 6 km. de profundidad. En su interior el magma se va enfriando, recristalizando una parte de sus componentes, lo que altera tanto su composición como su contenido en gases. Este proceso culmina mediante una serie de erupciones volcánicas, más o menos violentas dependiendo de la viscosidad del magma.

Cada año entran en erupción alrededor de 50-60 volcanes y, si bien en general provocan escasos daños, ponen en peligro a alrededor de 600 millones de personas cuyas residencias están dentro del área potencialmente peligrosa del volcán (el 10% de la población mundial). Se estima que en los últimos 100 años alrededor de 100.000 personas han perdido la vida como consecuencia directa o indirecta de la actividad volcánica. Destacan, por los daños causados, el Santorini, Krakatoa, Tambora, Vesubio, Monte Pelée o más recientemente el Pinatubo, Santa Helena o Sufrière.

4.1. Escalas de medida

Una de las escalas más utilizadas para caracterizar la energía liberada durante una erupción volcánica es el Índice de Explosividad Volcánica (VEI). Este índice se basa en la medición del volumen de material expulsado, la altura de la columna eruptiva, la frecuencia y otras observaciones.

Cuadro 14. Índice de Explosividad Volcánica .

4.2. Riesgos volcánicos

Los riesgos posibles originados por un volcán dependen del tipo de erupción, ya que ésta condiciona el volumen y el tipo de materiales emitidos. Básicamente podemos diferenciar dos grandes grupos de riesgos:

a.- Riesgos Primarios, directamente relacionados con la actividad volcánica.

- Coladas de lava. Son típicas (y dominantes) de las erupciones con bajo índice de explosividad. Provocan importantes incendios (tanto forestales como de otro tipo), entierran paisajes modificando la topografía, destruyen las infraestructuras y las comunicaciones.

- Piroclastos de caída y de proyección balística. Durante las fases eruptivas explosivas son lanzados a gran velocidad fragmentos de distinto tamaño más o menos sólidos. Existe un evidente riesgo de impacto directo si se está lo suficientemente cerca del centro emisor. Al estar a alta temperatura también pueden provocar incendios forestales.

- Emisión de cenizas (columnas o plumas eruptivas). Las erupciones plinianas, ultraplinianas e hidrovolcánicas se caracterizan por emitir poderosas columnas eruptivas (chorros de gas de elevada temperatura y alta velocidad) que transportan ingentes masas de cenizas y piroclastos. Ascienden a gran altura hasta que colapsan provocando una lluvia de ceniza. Estas cenizas pueden cubrir cientos de kilómetros cuadrados y depositarse a gran distancia del foco emisor (las nubes de ceniza pueden dar la vuelta a la Tierra). Sus efectos son sumamente peligrosos y nocivos para la salud, ya que pueden provocar:

.- Muerte por asfixia

.- Inutilizan todo tipo de motores impidiendo la evacuación o la llegada de ayuda del exterior. Incluso los aviones y helicópteros pueden verse afectados.

.- Provocan cambios climáticos temporales (veranos fríos) lo que muchas veces supone la destrucción de las cosechas. Uno de los cambios climáticos más acusados ocurrió hace 75.000 años cuando entró en erupción el volcán Toba (Indonesia). También el Pinatubo (Filipinas) en 1991 provocó un brusco descenso de las temperaturas estivales en todo el mundo.

.- Eliminan la vegetación y destruyen los cultivos

.- Contaminan los recursos hídricos y matan la fauna acuática

.- Provocan el colapso de edificios al acumularse sobre los tejados. Una capa de ceniza de 1 centímetro de espesor supone un incremento del peso que tiene que soportar el tejado de aproximadamente 2.500 kilos

- Flujos piroclásticos. Son nubes ardientes cargadas de materiales incandescentes que se desplazan cerca del suelo a gran velocidad, incinerando todo lo que encuentran a su paso. Su temperatura oscila entre los 300 y los 800 grados y su velocidad puede superar los 160 kilómetros hora. Quizás el desastre más famoso es el ocurrido en 1902 en la Martinica, al entrar en erupción el Monte Pelée. El 8 de mayo el volcán emitió un flujo piroclástico que arrasó la ciudad de San Pedro matando a más de 30.000 personas.

- Emanaciones de gases tóxicos. Los volcanes emiten grandes cantidades de gas, antes, durante y después del cese de la actividad. Muchos de estos gases son tóxicos y nocivos para la salud (anhídrido carbónico, dióxidos de azufre, sulfuro de hidrógeno, sulfuro de flúor, etc.). Un triste ejemplo es lo acaecido en agosto de 1986 en Camerún (lago Nyos). Durante la noche se produjo la emisión de una gran cantidad de CO2, lo que provocó la muerte de 1742 personas.

- Tormentas eléctricas provocadas por los gases y cenizas emitidos por el volcán. Los rayos pueden causar incendios y otro tipo de daños.

- Descargas laterales. La erupción del monte Santa Helena en 1980 permitió observar una importante descarga lateral de los materiales del volcán.

b.- Riesgos secundarios. No son provocados directamente por el volcán pero derivan de la actividad volcánica.

- Lahares o avalanchas de origen volcánico. Son uno de los riesgos que mayor número de víctimas provocan. Son una mezcla de agua (procedente de la fusión brusca del hielo y nieve o aportada por lluvias torrenciales) y cenizas con materiales gruesos, que se mueven por las laderas bajo la acción de la gravedad hasta que se canalizan a través de la red hidrográfica existente en la zona. Pueden llegar hasta los 80 km. de distancia, movilizando grandes masas de sedimento. Uno de los lahares más grandes cartografiados se encuentra en el monte Rainier (USA). Movilizó 1,9 km. cúbicos de material, transportándolos hasta 80 kilómetros de distancia.

Célebremente conocidos son los lahares que el 13 de noviembre de 1985 destruyeron la ciudad de Armero y la localidad de Chinchiná (Colombia) matando a más de 25.000 personas. Estos lahares se formaron al entrar en erupción el volcán Nevado del Ruíz (5.400 m.). Dicha erupción provocó el deshielo de la nieve y del hielo almacenado en la cima. El agua de fusión (> 21 millones de metros cúbicos) se mezcló con las cenizas y piroclastos del cono, formando un denso fluido que se movilizó a gran velocidad por las laderas del volcán primero y por los valles de la red hidrográfica de los ríos Lagunillas, Azufrado, Gualí y Chinchiná después. El resultado fue un muro de 10 metros de alto por 200 de ancho que arrasó todo lo que encontró a su paso .

- Incendios. La lava y los piroclastos incandescentes o en estado de semifusión pueden originar importantes incendios forestales y/o urbanos.

- Tsunamis. Algunas erupciones explosivas (hidrovolcanes) o el colapso del edificio volcánico pueden generar importantes tsunamis. Dos de los más famosos son los provocados por la erupción del Krakatoa y del volcán Thera (Santorini).

- Cambios climáticos temporales y alteraciones del ecosistema. Las cenizas y gases volcánicos afectan negativamente a los seres vivos, incrementando la posibilidad de enfermedades, sobre todo relacionadas con el aparato respiratorio y la piel. Además, contaminan la atmósfera, provocan el enfriamiento global del planeta, contaminan los recursos hídricos (trihalometanos cancerígenos), etc.

Cuadro 15. Principales daños originados por el riesgo volcánico. Fuente: Elaboración propia a partir de los datos proporcionados por Llenares et al., (2004).

4.3. Riesgos volcánicos en el estado español

A diferencia de los terremotos, las erupciones volcánicas se pueden predecir con bastante antelación (existe un evidente margen de error), lo que permite avisar y, en su caso, evacuar a las poblaciones potencialmente afectadas y diseñar planes de prevención y mitigación.

Únicamente el archipiélago Canario presenta riesgo volcánico, ya que ninguno de los volcanes de la Península ha tenido actividad durante el Holoceno. Las islas más activas son las de La Palma, Lanzarote, Tenerife y Hierro. El resto de ellas carecen de actividad, al menos durante los últimos 500 años. Actualmente existe en las islas de La Palma y Tenerife una red de vigilancia y alerta para garantizar la evacuación de las personas potencialmente afectadas por una erupción. También se han elaborado mapas de peligrosidad, apareciendo las islas con un rango que oscila entre baja y alta. Para la zona de Olot el riesgo asignado es bajo, y nulo para el resto del territorio (Ayala y Elizaga, 1988).

Ayala et al. (1988) estiman unas pérdidas económicas para el período 1986-2016 que oscilan entre 0,018 billones de pesetas en una hipótesis de riesgo máximo y 0,002 billones en una de riesgo medio. Por Comunidades Autónomas únicamente el archipiélago Canario puede presentar algún tipo de actividad. Sin embargo en los 22 años transcurridos no se han producido eventos volcánicos dignos de ser mencionados, siendo nulas las pérdidas económicas experimentadas.

Cuadro 16. Fuente: Ministerio de Fomento. Instituto Geográfico Nacional.

 

5. MOVIMIENTOS DE LADERA

Los movimientos de ladera son uno de los principales mecanismos erosivos y de transporte en áreas de montaña y, al mismo tiempo, uno de los riesgos de mayor impacto (Corominas, 1989). Presentan una amplia distribución espacial y su incidencia sobre el medio se ve acrecentada por las actividades humanas, hasta tal punto que en muchos casos este es el principal factor que incide en su desarrollo. Curiosamente existe una cierta confusión terminológica y un relativo desinterés por parte de los organismos responsables de la planificación y gestión del territorio ante estos sucesos. Este hecho se explica, al menos en parte, por el reducido tamaño que alcanzan la mayor parte de los movimientos (500-750 metros cuadrados) y la escasa incidencia que muchos de ellos tienen, al menos en lo que se refieren a pérdidas de vidas humanas. No ocurre lo mismo con los daños económicos, ya que si bien cada uno de los eventos presenta pérdidas escasas/moderadas, la suma de todos ellos determina una cifra final bastante significativa. Tampoco existe un registro completo de los movimientos de ladera, ya que muchos de ellos ocurren en zonas deshabitadas o son pequeños y superficiales y los daños que producen son escasos (Remondo, 2000), por lo que resulta complicado efectuar un inventario exhaustivo de los mismos.

Se estima que causan alrededor de 1.550 muertos anuales (Hamilton, 1997; IFRC, 1996). Según el Centre for Research on the Epidemiology of Disasters (EM-DAT, 2005) en el período 1900-2001 se han producido 64.088 víctimas en 364 grandes eventos. Sin embargo las pérdidas económicas ocasionadas pueden superar a las originadas por otros sucesos. Varnes (1984) estima que en Estados Unidos superan al resto de los riesgos geológicos (> 3 millardos de dólares).

5.1. Definición y tipos

Es un proceso natural que afecta a la mayor parte de la superficie terrestre. En condiciones normales, los movimientos de ladera intentan establecer un equilibrio entre las diversas fuerzas que actúan sobre un territorio. Cuando estas fuerzas se desequilibran decimos que esa ladera es inestable . Sharpe (1938) define los movimientos de ladera como la perceptible caída o deslizamiento descendente de una masa relativamente seca de tierra, rocas o mezcla de ambas. Esta definición es un tanto ambigua, ya que algunos movimientos pueden producirse ladera arriba (por ejemplo la reptación) y otros requieren la intervención de grandes cantidades de agua (por ejemplo algunas formas de solifluxión). Ogura y Soares (2000) diferencian entre movimientos gravitacionales de masa y movimientos de transporte de masa. Los primeros se definen como “aquellos que son inducidos por la aceleración de la gravedad” (desprendimientos, vuelcos, deslizamientos, subsidencias y colapsos), mientras que los segundos se refieren a los materiales transportados en un medio cualquiera como agua, hielo o aire (flujos). En cualquier caso, la fuerza responsable del movimiento es la gravedad.

Existen numerosas clasificaciones pero de todas ellas vamos a proponer la utilizada por Varnes (1984) y Hutchinson (1988). Según estos autores pueden establecerse cinco grandes tipos de riesgos.

a.- Desprendimientos. Es el movimiento de una porción de suelo o roca, en forma de bloques aislados o masivamente, que en gran parte de su recorrido descienden por caída libre, chocando violentamente contra el suelo (Corominas, 1989). Generan depósitos caóticos en los que se entremezclan materiales de todas las tallas. Son movimientos rápidos y peligrosos que se asocian a escarpes verticales y/o subverticales (acantilados, taludes, fallas…).

b.- Deslizamientos. Es el desplazamiento de una masa de suelo o roca (o ambas) a partir de una o varias superficies visibles de rotura o que pueden ser inferidas razonablemente. La velocidad del movimiento es sumamente variable y la masa movida conserva, casi sin alterarse, su forma. En ocasiones puede aparecer un abombamiento en la base del frente movido.

c.- Vuelcos. Es un movimiento de rotación hacia el exterior de una unidad o de un conjunto de bloques alrededor de un eje pivotante situado por debajo del centro de gravedad de la masa movida. Pueden producirse tanto en formaciones rocosas como en depósitos no consolidados (Corominas, 1989).

d.- Flujos. Son movimientos más o menos rápidos que afectan (por lo general) a masas de suelo saturadas de agua (también pueden afectar a masas rocosas). El material se comporta como un fluido, pierde su forma original y adquiere morfologías lobuladas. El sedimento se empapa en agua, rebasa su límite de liquidez y comienza a moverse bajo la simple acción de la gravedad. Dentro de los flujos se engloban la reptación, la solifluxión, las coladas de barro y las corrientes y aludes de derrubios. La velocidad de estos procesos varía desde unos pocos centímetros al año hasta 50 metros por segundo.

e.- Expansiones laterales. Afecta tanto a masas de roca como a suelos muy coherentes y cementados, situados sobre materiales blandos y deformables. El movimiento se produce cuando el material subyacente comienza a fluir bajo el peso de los suprayacentes. También se puede producir por extrusión lateral de arcillas húmedas bajo el peso de masas situadas encima (escombreras, construcciones…) o si tienen lugar procesos de licuefacción. Corominas (1989) señala una segunda posibilidad, constatada en áreas cubiertas por glaciares durante el Pleistoceno. En este caso, la extensión hay que atribuirla a la relajación de la ladera después de haber sido excavada y comprimida por el glaciar. Una vez desaparecido éste, se produce una relajación de los materiales y su posterior expansión.

f.- Movimientos complejos. Los movimientos de grandes dimensiones no obedecen únicamente a un mecanismo de rotura, sino que normalmente combinan varios de ellos. Es muy frecuente que los deslizamientos acaben generando flujos, que los vuelcos se combinen con desprendimientos etc.

Cuadro 17. Movimientos de ladera catastróficos ocurridos en el mundo. Fuente: diversas páginas de Internet.

5.2. Factores y causas de los movimientos de ladera

Para que se produzca la inestabilidad y puesta en marcha de un terreno es preciso que concurran diversas circunstancias que rompan o alteren el equilibrio de la ladera. Estos factores pueden ser condicionantes (pasivos y constantes) y/o desencadenantes (activos o variables).

Entre los primeros encontramos:

- Litología, referida no sólo a la composición sino también al grado de alteración, cementación, textura, tamaño, forma y compactación. Diversos trabajos efectuados durante las décadas de los 80 y 90 han puesto de manifiesto que unas litologías son más susceptibles que otras de experimentar inestabilidades, pudiendo calcularse un índice de inestabilidad para cada una de ellas.

- Estructura y presencia de discontinuidades. Juegan un papel significativo en la estabilidad. La distribución espacial de los sistemas de discontinuidades (individualizan bloques más o menos competentes), su orientación, disposición, buzamiento, etc., determinan el desarrollo de planos preferentes de rotura.

- Pendiente topográfica y morfología de la ladera. Cada tipo de material tiene una altura y un ángulo máximo a partir del cual se produce su puesta en marcha. En consecuencia, las actuaciones antrópicas o naturales sobre una ladera (socavación basal, desmontes, acumulación de materiales…) pueden romper el equilibrio e iniciar mecanismos de inestabilidad.

- Vegetación. Juega un papel un tanto controvertido. En principio podemos considerar que la vegetación arbórea tiende a proteger las laderas ya que elimina una parte importante del agua de lluvia, impide o al menos retrasa la escorrentía, favorece la infiltración lenta (impidiendo la saturación del suelo) y además sujeta el suelo con sus raíces. La vegetación no arbórea o bien no desempeña ningún papel significativo o ejerce un papel negativo, sobre todo en el caso de prados y pastos (aquí los procesos solifluidales son muy frecuentes).

- Hidrología. La mayor parte de las roturas se producen por los efectos del agua en el terreno, en especial por la generación de presiones intersticiales, por los arrastres, por la erosión de los materiales que integran el talud, por la circulación subsuperficial de agua, los rezumes constantes, la mala circulación hidráulica por el interior del suelo (hidromorfía), los cambios en el nivel de base y en la escorrentía y las variaciones del nivel freático. Estos factores inciden negativamente en la estabilidad de las laderas.

Entre los factores desencadenantes encontramos:

- De origen natural. En este apartado englobamos las vibraciones y sacudidas provocadas por movimientos sísmicos y manifestaciones volcánicas; las precipitaciones intensas que tienden a saturar el suelo eliminando los rozamientos y la cohesión entre las partículas, los procesos de incisión fluvial, la acción de olas y corrientes marinas sobre los acantilados, los cambios en el volumen del suelo ya sea como consecuencia de mecanismos de humectación/desecación o hielo/deshielo.

El desencadenamiento de los movimientos de ladera por causas meteorológicas y climáticas está relacionado fundamentalmente con el volumen, intensidad y distribución de las precipitaciones y con el régimen climático. Es importante la respuesta del terreno ante los aportes hídricos, los cuales incrementan el peso que soporta la ladera, provocan presiones intersticiales, erosionan y determinan cambios mineralógicos más o menos significativos, lo que incide en las propiedades y resistencia de los materiales. En 1982, en California, se produjeron intensas y prolongadas lluvias (32 horas) lo que provocó el desarrollo de más de 1800 movimientos de ladera (González de Vallejo, 2002).

- De origen antrópico o inducidos. La actividad humana es uno de los principales elementos de inestabilidad que existen en la naturaleza. Incide en ella de múltiples formas, pudiendo citar, entre otras, la deforestación (incendios, pastoreo, cultivo o retirada de la vegetación), la creación/excavación de taludes, escombreras, rellenos y vertederos de residuos, el aumento de peso en muchas laderas, los desmontes y socavaciones basales con retirada de material, las actividades vinculadas a la minería (explosiones y extracción de mineral y creación de taludes artificiales), el transito de vehículos pesados que generan vibraciones, los ensayos nucleares, el encharcamiento por exceso de riego, la rotura de balsas, pantanos y embalses, etc.

5.2. Daños causados

Existe una clara tendencia al aumento de la peligrosidad por movimientos de ladera, lo que se traduce en un incremento de la frecuencia de los mismos (Larsen y Torres, 1998). Además, en las últimas décadas ha aumentado considerablemente la exposición, es decir, el número de personas, edificios, infraestructuras y otro tipo de bienes expuestos a la acción de la dinámica de laderas (se ha multiplicado, al menos por 10). Esta situación ha hecho que la Comisión Europea, dentro de su programa European programme on climatology and natural hazards (EPOCH) o Environment and Climate, haya financiado una serie de proyectos de investigación vinculados con el estudio de deslizamientos . En ellos se abordan aspectos relacionados con los factores desencadenantes y condicionantes de los movimientos, con el reconocimiento de laderas inestables, técnicas de cartografía y medidas minimizadoras del riesgo.

Los daños causados dependen de la velocidad y magnitud de los procesos. Los movimientos rápidos pueden causar víctimas y cuantiosos daños materiales, mientras que los lentos rara vez generan pérdida de vidas humanas, aunque si pueden provocar diversos daños económicos.

En conjunto podemos diferenciar los siguientes:

- Rotura de muros, desalineación de postes y vallas, pérdida de suelos, daños en el asfalto y tierras de cultivo, en el caso de los movimientos lentos del tipo reptación y algunos tipos de solifluxión.

- Pérdida de vidas humanas, ya sea por impacto directo del material o por enterramiento y/o arrastre de vehículos, edificios, etc.

- Destrucción de viviendas, infraestructuras, instalaciones industriales, portuarias, etc.

- Destrucción de campos de cultivo, invernaderos, caminos rurales…

- Si el material movilizado alcanza un cauce fluvial puede provocar importantes (temporales) represamientos y obstrucciones que, en sí mismas son peligrosas para la población ya que pueden ceder bruscamente ante la presión del agua generando una ola sumamente destructiva que arrastra todo lo que encuentra a su paso.

- Si la masa movida afecta al vaso de un embalse puede generar también olas gigantescas susceptibles de desbordar por encima de la presa arrasándolo todo aguas abajo. Esto es lo que ocurrió en el embalse de Vaiont (Italia) el 9 de octubre de 1963. Ese día (durante el tercer llenado) 270 hectómetros cúbicos de tierra y rocas cayeron dentro del embalse como consecuencia de un deslizamiento traslacional, generando una ola de 235 metros de altura que pasó por encima de la presa, matando a más de 2000 personas.

- Riesgos de contaminación de aguas sobre todo si el material movido procede de escombreras, vertederos o basureros.

5.2. Movimientos en masa en el estado español

Los movimientos de ladera suponen en el estado español las mayores pérdidas económicas provocadas por sucesos externos (dejando al margen las inundaciones y la erosión) (Proctor et al., 1997). Afectan, fundamentalmente, a las vías de comunicación e infraestructuras, aunque en ocasiones han generado graves daños en asentamientos urbanos. En este sentido, podemos destacar los deslizamientos y desprendimientos que afectaron a las localidades de Azagra (Navarra), Inza (Navarra), Puigcercós (Lleida), Olivares (Granada), Olvera (Cádiz), Castellfollit de la Roca, etc.

Los movimientos de ladera constituyen el tercer riesgo geológico considerando una hipótesis de riesgo máximo (período 1986-2016), con pérdidas en torno a los 0,89 millones de pesetas (11,1%). En una hipótesis de riesgo medio, estos eventos ocupan el cuarto puesto estimándose unas pérdidas de 0,78 billones de pesetas. Por Comunidades Autónomas la concentración de sucesos es máxima en Cataluña (37,2%), Andalucía (16,2%) y Valencia (Ayala y Ferrer, 1988)

Ferrer (1985) estima unas pérdidas anuales de 180 millones de euros y entre 25 y 30 víctimas mortales (1 al año). En la década 1990-2000 (Ayala et al., 2002) las pérdidas se sitúan en torno a los 42 millones de euros al año. Sin embargo esta cifra parece un tanto escasa ya que el Gobierno Vasco (inventario de laderas sometidas a inestabilidad) calcula, sólo para la Comunidad Autónoma, unas pérdidas de 150 millones de euros en el período comprendido entre 1980 y 1995 (Del Vall, 1996), es decir alrededor de 10 millones de euros anuales (12 víctimas).

Cuadro 18. Fuente: Catálogo Nacional de Riesgos (1989), noticias aparecidas en diversos medios escritos y digitales.

Cuadro 18. Fuente: Catálogo Nacional de Riesgos (1989), noticias aparecidas en diversos medios escritos y digitales.

5.3. Prevención

Son uno de los procesos naturales más previsibles y más sensibles a las medidas de corrección y mitigación para la prevención de daños que existen. Para poder reducir su peligrosidad es necesario identificar y cartografiar las zonas susceptibles de sufrir este tipo de movimientos. Para ello es preciso combinar el trabajo de campo con el análisis de la cartografía, foto aérea y, más recientemente, de las ortoimágenes, cartoimágenes o imágenes obtenidas mediante el uso de sensores remotos de alta resolución. El resultado se plasma en un mapa de peligrosidad que a su vez se utiliza para la elaboración del pertinente mapa de riesgo. Una vez conocidas las zonas más problemáticas podemos actuar sobre ellas, ya sea mediante la aplicación de técnicas de estabilidad (prácticas de ingeniería ) y/o mediante la correcta planificación o uso del suelo, evitando la instalación de asentamientos y actividades en zonas de alto riesgo. El coste de estos trabajos es sensiblemente menor que los daños provocados por el movimiento (corrección de daños y estabilización de la zona afectada).

A pesar de las mejoras en el reconocimiento, predicción, medidas preventivas y sistemas de emergencia, los daños causados por estos procesos en el mundo van en aumento. Las razones que explican este incremento se vinculan al fuerte desarrollo experimentado por las urbanizaciones, a la ocupación de áreas peligrosas, a la deforestación y al cambio climático.

6. COLAPSOS, HUNDIMIENTOS Y SUBSIDENCIAS

Los colapsos o hundimientos pueden definirse como bruscos movimientos (y rápidos) descendentes del terreno, provocados por el vaciado de los materiales subyacentes. El resultado es la apertura de una oquedad en el exterior, de dimensiones y trazado variable (la mayor parte de las veces es circular, ovalada o elíptica) que rápidamente comienza a colmatarse adquiriendo una morfología embudiforme. La subsidencia es un movimiento lento y gradual que genera una depresión topográfica, poco profunda, y sin ruptura aparente con el sustrato.

Estos procesos son sumamente abundantes aunque rara vez originan víctimas mortales (el 4 de abril se produjo un hundimiento en San Isidro de las Banderas, México, que provocó la muerte de 5 personas). Las pérdidas económicas tampoco son excesivas, aunque eventualmente provocan daños en edificios (por ejemplo la construcción del túnel del Carmel obligó a derruir varias casas y a evacuar a más de 1000 personas o las dolinas que aparecieron en la línea del AVE Madrid-Zaragoza) y en infraestructuras y mobiliario urbano.

Pueden producirse por causas sumamente diversas, aunque a priori podemos diferenciar entre aquellas de origen exclusivamente natural y las que están vinculadas a la actividad humana:

1. Hundimientos y subsidencias de origen natural. Englobamos aquí las formas relacionadas con el desarrollo de procesos de karstificación (disolución de carbonatos, sulfatos y cloruros), con la tubificación o pipping, con la desecación de suelos orgánicos o turberas, con la fusión del permafrost como consecuencia del calentamiento climático, con la compactación del suelo o con las sacudidas sísmicas.

1.1.- Karstificación. Es probablemente el mecanismo más importante, ya que las rocas carbonatadas representan, aproximadamente, el 10% de la superficie terrestre. Estas rocas al entrar en contacto con el agua cargada de ácido carbónico (o de diversos ácidos de origen vegetal y/o animal) se disuelven, lo que determina el desarrollo de diversas formas en el exterior (dolinas, uvalas, poljes…) y de numerosas cavidades en el interior. Con el paso del tiempo, el techo de estas cavidades puede ceder, desarrollándose dolinas pozo o incluso simas de tamaño y morfología sumamente variable. Cuando estas ventanas alcanzan el nivel freático, se llenan de agua configurando los cenotes y las dolinas inundadas.

El proceso puede acelerarse o desencadenarse si se edifica encima (sobrecarga inducida) o si se acumulan materiales procedentes de excavaciones o desmontes.

1.2.- Colapsos en coladas de lava. Las emisiones de lavas basálticas básicas favorecen la formación de cavidades y tubos huecos, ya que la lava comienza a enfriarse por la parte externa mientras sigue fluyendo por el interior, lo que provoca el vaciado de la colada. En ocasiones el techo del tubo cede formando los denominados “jameos”. Cualquier actividad que se desarrolle sobre estos materiales corre el riesgo de sufrir daños si el techo de la colada se rompe.

1.3.- Colapso del edificio volcánico. Aunque no es frecuente, en ocasiones, el vaciado de la cámara magmática puede acabar provocando el hundimiento del volcán y la formación de una caldera.

1.4.- Tubificación o pipping. Se denomina así al proceso de formación de conductos tubulares en terrenos detríticos poco o nada consolidados. Normalmente este tipo de formas alcanzan su máximo desarrollo en ambientes áridos y semiáridos, aunque también pueden aparecer en medios templados. En estos ámbitos, el agua se infiltra en el suelo provocando un lavado de finos. El resultado es el desarrollo de morfologías tubulares (son el resultado de una circulación concentrada de agua con alto gradiente hidráulico) que, paulatinamente, se van agrandando (en ocasiones son accesibles) hasta colapsar, generando depresiones circulares o de morfología alargada con paredes verticales y/o embudiformes.

1.5.- Suelos orgánicos. Las zonas ricas en materia orgánica (por ejemplo, las marismas y las turberas) retienen grandes cantidades de agua. Si estos materiales se secan (elevación del territorio como consecuencia de una sacudida sísmica, isostasia, cambios en la red de drenaje, capturas fluviales, cierre de bahías, etc.) experimentan una fuerte pérdida de volumen y, en consecuencia, una importante compactación y subsidencia. Posteriormente, la materia vegetal se descompone lo que agrava sensiblemente el problema. Un claro ejemplo lo tenemos en la ciudad de Nueva Orleáns (Keller y Blodgett, 2007).

Algo similar ocurre cuando se drenan (con fines agrícolas) este tipo de suelos, habiéndose medido subsidencias de hasta 10 centímetros al año.

1.6.- Hidrocompactación. La adición de agua provoca la compactación del suelo ya que la tensión superficial del agua tiende a juntar más las partículas disminuyendo los huecos.

1.7.- Otros procesos dignos de mención son la licuefacción asociada a terremotos o al asentamiento de fallas. Cuando las sacudidas sísmicas afectan a sedimentos no compactados, ricos en fluidos, generan licuefacción o simplemente permiten su salida a través de fallas y grietas. Todo ello determina la reacomodación del sedimento y la consiguiente subsidencia o colapso del terreno. El problema se agrava si se edifica sobre ellos. Esto es lo que ocurrió en el barrio de la Marina (San Francisco) durante el terremoto de 1989. Este barrio se había construido sobre el relleno de la bahía de San Francisco efectuado con los restos del terremoto de 1906.

2. Subsidencias provocadas por la acción humana.

2.1.- Hundimientos de galerías mineras abandonadas (o no). La intensa explotación de minerales experimentada en los últimos siglos ha generado una inmensa red de galerías subterráneas abandonadas, de trazado muchas veces desconocido. El lento deterioro de los sistemas de sujeción utilizados y, en ocasiones, la carga inducida que tienen que soportar, determina el desarrollo de colapsos y hundimientos. Algo similar puede ocurrir con los túneles del ferrocarril, del metro o de carretera.

2.2.- Extracción de fluidos: agua, gas o petróleo o mezclas de vapor y agua. Estos fluidos ayudan a sujetar los materiales suprayacentes. Al extraerlos disminuyen las presiones, se forman cavidades huecas, originándose la subsidencia. Existen múltiples ejemplos que avalan estas afirmaciones. Podemos citar, entre otros, lo ocurrido en el valle de San Joaquín (California), donde la extracción de agua ha provocado una subsidencia de 19,25 metros. Cifras menos espectaculares se registran en Ciudad de México, Shangai, Bangkok o Venecia.

En España, la extracción de agua provocó graves daños en Murcia durante la década de los 90 (1994-1996). Las pérdidas superaron los 36 millones de euros (González de Vallejo et al., 2002) y un descenso del terreno en torno a los 2,2 metros.

2.3.- Fusión del permafrost. En las zonas frías el suelo está permanentemente helado, deshelándose únicamente la capa más superficial durante la estación cálida. Si sobre estos suelos edificamos viviendas o infraestructuras, alteramos drásticamente su equilibrio térmico, favoreciendo su deshielo. El suelo experimenta una pérdida significativa de volumen y una drástica disminución de su resistencia (puede incluso fluir), lo que genera graves daños en las estructuras de los edificios y en las infraestructuras trazadas sobre ellos. Con el fin de evitar estos problemas, se aconseja edificar sobre pilotes dejando un amplio espacio vacío entre el suelo y la construcción para que el aire frío mantenga congelada el agua del suelo.

Una de las amenazas del cambio climático se vincula con este tipo de procesos, ya que al elevarse la temperatura media del aire se incrementará la fusión del hielo y no se garantizará su congelación durante el invierno.

2.4.- Excavación de túneles. El 7 de febrero de 2005 el hundimiento originado por las obras de prolongación de la línea 5 del metro de Barcelona, causó graves daños en diversas edificaciones y obligó a desalojar a más de 1000 personas del barrio del Carmel. Al parecer la causa fue la existencia de una falla con agua. Las indemnizaciones ascendieron a 44 millones de euros y los gastos derivados del suceso se elevaron hasta los 83 millones de euros.

6.1. Daños causados

Los principales daños que pueden causar los hundimientos afectan sobre todo a las infraestructuras y edificaciones, siendo muy raro que provoquen alguna victima mortal. Los más significativos son los siguientes:

- Destrucción de edificios e infraestruturas

- Rotura de tuberías, red de alcantarillado, conducciones eléctricas…

- Si el hundimiento se produce en zonas próximas a un río, a un lago o al océano, dichas zonas pueden sufrir inundaciones más o menos importantes.

- Vaciado de embalses, presas, lagos y lagunas.

- Contaminación de recursos hídricos como consecuencia de roturas en el alcantarillado, pozos negros, balsas de decantación, etc.

- Pérdida de recursos hídricos por alteración de acuíferos.

6.2. Prevención

La subsidencia es un riesgo geomorfológico complicado de evaluar. Requiere un estudio exhaustivo del territorio, identificando tanto procesos naturales como artificiales susceptibles de generar colapsos y hundimientos. La información obtenida deberá plasmarse en diversos mapas de peligrosidad y riesgo y, con estos documentos, deberá efectuarse una correcta planificación y uso del territorio, evitando, en la medida de lo posible construir en zonas de alto riesgo.

Una opción que en ocasiones resulta aconsejable es la detección de cavidades subterráneas, empleando para ello métodos geofísicos y sondeos. Entre los primeros podemos citar la gravimetría y el geo-radar, mientras que entre los segundos encontramos los sondeos eléctricos y los mecánicos.

En ocasiones puede ser preciso efectuar diversas medidas correctoras, pudiendo destacar (http://www.juntadeandalucia.es) el relleno de cavidades o la inyección de fluidos en el subsuelo.

6.3. Hundimientos y subsidencias en el estado español

Las zonas más problemáticas coinciden con los afloramientos kársticos y seudokársticos, es decir con los afloramientos de calizas y yesos. Englobamos aquí las calizas paleozoicas de los Picos de Europa, las calizas y dolomías mesozoicas y paleógenas de la Cordillera Cantábrica, Pirenaica, Cadena Ibérica; las calizas tabulares terciarias y las dolomías y mármoles de la zona bética. Los yesos constituyen amplios afloramientos en las Béticas, en la orla mesozoica y paleógena del Macizo Ibérico, en el Mesozoico de los Pirineos y en las cuencas terciarias (Ayala y Elizaga, 1988). A partir de la diversa información disponible, se zonifica el territorio del estado en 5 grandes categorías.

0: Zona no evaluada

1: Peligrosidad nula. No afloran materiales susceptibles de ser karstificados.

2. Peligrosidad baja. Zonas poco o nada karstificadas.

3. Peligrosidad moderada. Zonas medianamente karstificadas

4. Peligrosidad alta. Zonas muy karstificadas

7. ARCILLAS EXPANSIVAS

Los suelos expansivos son aquellos que están compuestos por minerales que aumentan sustancialmente de volumen cuando entran en contacto con el agua, y se contraen al desecarse. En Estados Unidos los suelos expansivos generan daños superiores a los 2.000 millones de dólares al año.

Dentro de esta categoría englobamos las arcillas expansivas, los sulfatos cálcicos (yeso y anhidrita) y los sulfuros de hierro, frecuentemente asociados a las lutitas. En el estado español, el 32% de las formaciones geológicas contienen arcillas expansivas por lo que la peligrosidad asociada a este elemento es muy elevada.

Las arcillas expansivas (esmectitas: montmorillonita, nontronita y saponita) se definen como filosilicatos o silicatos laminares, lo que permite que entre una lámina y otra se instalen moléculas de agua. En estas condiciones las arcillas se expanden hasta 20 veces su volumen en seco, ejerciendo presiones superiores a los 5,38 kg. cm², capaces de romper el hormigón y provocar serios daños en los cimientos de los edificios. La conversión de la anhidrita en yeso provoca presiones aun mayores, pudiendo superarse incluso los 750 kg. cm². Algo distinto es lo que ocurre con los sulfuros (abundantes en las lutitas negras), ya que al ponerse en contacto con el agua se oxidan formando ácido sulfúrico y sulfato de hierro. El primero es fuertemente corrosivo, mientras que el segundo ocupa un mayor volumen que el material original, por lo que hay que ser sumamente precavido si se edifica sobre ellos.

La expansividad depende de las características mineralógicas del suelo, del tipo de vegetación (incide sobre el contenido de humedad del terreno), del clima (alternancia de períodos húmedos y secos), de las características y condiciones del drenaje de la zona, de la profundidad del nivel freático, del espesor del suelo expansivo e incluso de las características de las construcciones y del tipo de cimentaciones.

7.1. Daños que pueden originar y medidas correctoras

Provocan movimientos y asentamientos diferenciales de la edificación que pueden acabar dañando gravemente la estructura. Lo más usual es:

- Aparición de grietas

- Fisuración y rotura de elementos estructurales

- Rotura de cimentación

- Deformación de pavimentos

- Rotura de conducciones, drenajes y canalizaciones

- Movimientos de ladera

Para prevenir estos daños es recomendable efectuar una buena cartografía en la que se señale la peligrosidad del fenómeno. Con el fin de verificar y asegurar un correcto uso del territorio resulta indispensable la toma de muestras para evaluar el espesor de la formación, el grado de expansividad y el tipo de estructuras más adecuadas en cada caso. También puede resultar importante educar al propietario de la vivienda para que evite conductas lesivas que puedan exacerbar el problema (por ejemplo riesgos innecesarios). En algunos casos puede ser interesante impermeabilizar el terreno, efectuar drenajes adecuados o utilizar juntas flexibles que toleren un cierto grado de expansividad.

Otras medidas de corte claramente estructural son la estabilización del suelo mezclándolo con cal u otros productos químicos, la excavación y sustitución por otro material más estable, la cimentación sobre pilotes profundos y las cámaras de aire en los cimientos para potenciar la evaporación (junta de Andalucía).

7.2. Daños originados en el Estado

En 1986 el IGME publicó el Mapa Previsor de Riesgos por Expansividad de Arcillas en España, a escala 1:1.000.000, identificándose las siguientes zonas peligrosas (en Ayala et al., 1988):

- Depresión del Duero: Tierra de Campos.

- Formaciones del Triásico

- Depresión del Ebro: Valle de Ebro.

- Depresión del Guadalquivir: Jaén, Córdoba, Sevilla y Huelva.

- Depresión del Tajo. Zona Sur de Madrid.

- Sectores de Murcia y Almería.

En términos generales, los daños generados son bastante elevados.

Ayala y Elizaga (1988) estiman para el período 1986-2016, unas pérdidas de 0,104millones (1,2%) para una hipótesis de riesgo máximo y una cifra similar (2,1%) en una de riesgo medio.

8. EROSIÓN COSTERA

El litoral es una zona de transición entre los sistemas terrestres y los marinos, de ahí que las formas dominantes son el resultado de la interacción (y convergencia) de procesos típicamente continentales (erosión, movimientos de ladera, etc.) junto a otros claramente marinos (olas, corrientes y mareas). Estos espacios están sometidos a una fuerte presión antrópica ya que alrededor del 60% de la población mundial vive en la franja litoral . Todo ello determina el desarrollo de un paisaje sumamente urbanizado y humanizado, fuertemente degradado y, en muchos casos, intensamente contaminado. En los últimos 50 años la mayor parte de las costas han experimentado una transformación muy significativa ya que amplios espacios se han visto obligados a soportar una fuerte utilización intensiva, lo que ha provocado importantes desequilibrios sociales, económicos y ambientales (invasión turística, intenso tráfico de mercancías y combustibles, urbanizaciones, zonas de ocio, etc.). Tal y como señala el Informe sobre Gestión Integrada de las Costas Españolas (2002) “es un crecimiento descontrolado, mal planificado y con visión a corto plazo”, lo que ha provocado los siguientes efectos negativos:

- Intensa ocupación urbanística del litoral, lo que incrementa tanto la vulnerabilidad como la exposición.

- Alteración de la dinámica litoral como consecuencia de la masiva construcción de puertos comerciales y/o deportivos, espigones, diques, escolleras y rompeolas. Estas obras de ingeniería interrumpen la deriva litoral y cortan el flujo de sedimentos a muchas playas y estuarios, generando graves problemas de erosión. Las actuaciones en las cuencas fluviales (canalización de amplios tramos, construcción de embalses) han privado al ámbito litoral de su principal fuente de sedimento, lo que ha repercutido gravemente en las playas. Este déficit ha obligado a las diversas administraciones europeas a desembolsar enormes sumas de dinero para regenerar numerosas playas.

- Reducción de las masas de agua, tanto en lo que se refiere a la cantidad como a la calidad.

- Degradación de los ecosistemas y hábitats. La mayor parte de los cordones dunares, humedales, praderas de fanerógamas, coralígenos y praderas y bosques litorales, han desaparecido bajo el desaforado crecimiento urbano de las últimas décadas.

8.1. Ámbito litoral: erosión costera

La erosión costera es el avance del mar sobre la tierra, medido en un período de tiempo suficientemente amplio para eliminar las variaciones ocasionadas por las fluctuaciones del clima, los temporales y los procesos sedimentarios a nivel local (Comisión Europea, 2005). Este mecanismo natural se está agudizando en las últimas décadas (el efecto más visible es la desaparición de las playas) como consecuencia del cambio climático y, sobre todo, de la actividad humana.

El retroceso experimentado por la línea de costa provoca:

- Pérdida de superficie con elevado valor económico, social o ecológico.

- La destrucción de las defensas costeras naturales por los temporales (cordones dunares, tramos altos de las playas…), ondas de tormenta, ciclones y en algunos puntos tsunamis.

- Deterioro de las obras de protección lo que favorece el riesgo de inundación.

- Deterioro de hábitats singulares y de alto valor ecológico.

La erosión costera presenta una gran importancia ya que incide directamente sobre la vida y las actividades económicas de numerosas personas. La mayoría de los problemas de erosión son consecuencia directa de las actividades humanas que alteran la dinámica litoral, modificando la acción de las olas, corrientes y mareas. El resultado es la erosión generalizada de la mayor parte de las acumulaciones arenosas (el retroceso de los acantilados es menos significativo), lo que obliga a efectuar costosas inversiones . La carga económica derivada del riesgo de erosión va a parar finalmente a los ciudadanos.

Según las predicciones de cambio climático, el riesgo de erosión e inundación aumenta cada año. Estudios dirigidos por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de la ONU (IPCC) , consideran que el número anual de víctimas debido a la actual erosión costera e inundaciones alcanzará las 158.000 en 2020 y más de la mitad de los humedales desaparecerán debido al aumento del nivel del mar. Este mismo organismo estima que serán necesarios alrededor de 5.400 millones de euros anuales entre el año 1990 y el 2020 (la Unión Europea estima unas inversiones medias anuales de 3200 millones de euros) para frenar (o regenerar) el proceso.

8.2. Consecuencias del retroceso de la línea de costa

a.- Retroceso de los acantilados ante el embate de las olas y bajo la acción de diversos procesos subaéreos: movimientos en masa, erosión, arroyada…

b.- Interrupción de la corriente de deriva litoral como consecuencia de la construcción de puertos, diques, espigones, etc. Estas obras alteran la distribución de sedimentos a lo largo del litoral, provocando graves déficits en unas zonas (aguas debajo de obstáculo) y superávit en otras. El resultado es la desaparición de numerosas playas (total o parcialmente) y la aparición de otras nuevas adosadas a los obstáculos anteriormente citados.

c.- Alteraciones en la dinámica de los deltas. La canalización de numerosos tramos fluviales y, sobre todo, la construcción de embalses evita que el sedimento erosionado en la cuenca fluvial alcancé la desembocadura, privando al delta de un sedimento que le es indispensable para no ser desmantelado por la dinámica litoral.

d.- Eliminación de arena de la costa para construir urbanizaciones, infraestructuras y paseos marítimos.

e.- Regeneración de playas o creación de otras nuevas. Frecuentemente, la arena se extrae mediante dragados de otras zonas del litoral, lo que puede alterar la dinámica litoral. Un buen ejemplo es la playa de Gross, ampliada y estabilizada en 1992 mediante la construcción de un dique curvo y el vertido de arena procedente del litoral del Jaizkibel.

f.- Desaparición de playas y de cordones dunares.

8.3. Erosión de costas en el Estado español

Los trabajos efectuados por Ayala et al., (1988) estiman que los daños causados por la erosión de costas ascenderán, tanto en una hipótesis de riesgo máximo como de riesgo medio, a 0,312 millones de pesetas (3,8% en el primer caso y 6,3% en el segundo). Ya en 1987, el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo preveía la cifra de 8.000 millones de pesetas (de las de la época) para luchar contra la erosión costera.

No hay que olvidar la fuerte vocación/carácter estratégico turística del estado (“sol y playa”) y los graves problemas que amenazan (o son ya una realidad) a la mayor parte de las playas (la regeneración de un kilómetro de playa costaba en 1987 alrededor de 300 millones de pesetas). Esto obligará en los próximos años a efectuar cuantiosas inversiones.

9. CONCLUSIONES

Los daños causados por los riesgos geológicos han experimentado un fuerte incremento en las últimas décadas, como consecuencia del importante aumento experimentado por la población mundial y, sobre todo, por la masiva ocupación de espacios peligrosos. Los sucesos más catastróficos y dañinos se producen sobre todo en los países en vías de desarrollo, asociándose normalmente a otros eventos como los huracanes, terremotos o las tormentas tropicales (cuyo número y magnitud parece haberse disparado como consecuencia del cambio climático global). Bien es cierto que la mayoría de estos países se sitúan en zonas de alto riesgo, pero también lo es que en la mayoría de ellos no existen normativas ni legislaciones que planifiquen correctamente el uso del territorio, ni tengan en cuenta los riesgos naturales.

Los actuales conocimientos científico-tecnológicos no son capaces de predecir suficientemente las potenciales catástrofes que amenazan a un territorio. Es por ello que el mejor mecanismo de defensa pasa por la prevención y mitigación de los daños causados. Para ello resulta indispensable el desarrollo (y aplicación) de diversas metodologías capaces de analizar y evaluar cada uno de los riesgos posibles, determinar sus efectos asociados y valorar las consecuencias sobre los elementos vulnerables. A partir de esta información deberá elaborarse una precisa cartografía temática de zonas potencialmente peligrosas y su nivel de riesgo asociado. Con toda esta información, los organismos competentes en cada caso deberán garantizar una correcta y adecuada planificación y ordenación del territorio, evitando la ocupación de espacios peligrosos o adoptando las medidas pertinentes para que dichos espacios reúnan los requisitos mínimos exigidos para garantizar la seguridad de las personas y bienes.

Otros aspectos imprescindibles en la lucha contra los riesgos geológicos pasan por el diseño de sistemas de predicción y alerta (sumamente importantes en el caso de los tsunamis y volcanes), por la educación ciudadana (hay que informar a los ciudadanos de los riesgos existentes con el fin de que perciban la peligrosidad que dichos riesgos conllevan), incluyendo en ella la difusión de manuales de comportamiento ante una situación concreta, la realización de simulacros, etc. Por último deberán adoptarse medidas estructurales concretas con el fin de incrementar la resistencia de los edificios y las infraestructuras ante el embate de las fuerzas desatadas de la naturaleza.

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