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El parque de
Cristina-Enea /
J. A. Sáez, M. D. San Millán, M. Ibañez y Javier Gómez Piñeiro. -- San
Sebastián : Ayuntamiento, 1995. -- 56 p. -- ISBN 84-7086-310-X. - Ediciones
en castellano y euskera. |
San Sebastián puede considerarse una ciudad
afortunada, pues además del bello entorno físco en el que se asienta y del
cuidado diseño urbano de su centro decimonónico, el tamaño relativamente
reducido del conjunto de la ciudad permite que el hecho urbano no agobie a
sus moradores en la misma forma que lo hacen las grandes urbes, disponiendo
por añadidura los donostiarras para su solaz de espacios abiertos en torno al
río, a las céntricas playas y a los montes Urgull, Ulía e Igueldo, que por su
proximidad cumplen un papel muy importante en el ocio de donostiarras y
visitantes. También dispone, como todas las ciudades de paseos y plazas
ajardinadas y de espacios verdes de considerables dimensiones, como son los
de Ayete, Miramar y Cristina-enea, que han llegado a convertirse en parques
publicos a través de procesos diferentes. A este último parque se dedica el libro, con la
intención de invitar al lector que nunca ha pisado sus caminos a disfrutar de
su paz y al paseante habitual pretendemos facilitarle su redescubrimiento,
proponiéndole la consideración de algunos aspectos que hasta este momento
podrían haberle pasado desapercibidos. La entrada principal del parque se abre al antiguo
Paseo de San Francisco, hoy denominado del Duque de Mandas. El cambio de
nombre de la vía pública no se realizó al azar, ya que el paseo lleva al
paseante hasta la puerta principal de la que antaño fuera residencia
donostiarra del Duque, coronada hoy por el escudo de la ciudad y convertida
por expreso deseo de su antiguo morador en parque público. Por ello, es
obligado que cualquier visitante de la finca conozca quien fue este hombre;
de ahí que las primeras páginas de este librito reúnan unos muy breves
apuntes biográficos sobre su persona. Pero, además de pasear por Cristina-enea ¿Qué otros
alicientes puede el visitante encontrar en el parque?. La parte más extensa
de la publicación propone al paseante dos itinerarios por el mismo, que le
permitirán conocer la flora que podrá encontar a lo largo de su recorrido. El
libro adjunta un plano esquemático del parque en el que se indica la
situación de algunos especímenes de especial relevancia y una pequeña clave
gráfica de las hojas más comunes con objeto de posibilitar su reconocimiento. EL DUQUE DE MANDAS Fermin de Lasala y Collado (1832-1917), duque
consorte de Mandas y de Villanueva, nace en Donostia-San Sebastián en el seno
de una familia acomodada. Su padre, D. Fermín de Lasala y Urbieta
(1798-1853), fue alcalde de la ciudad, diputado foral, presidente de la
Diputación (1844) y diputado a Cortes entre 1846 y 1853, además de secretario
honorario del Rey (1847) y consiliario del Banco Español de San Fernando
(1848-1849). No es de extrañar que la vida social y los contactos políticos
de su padre le permitiesen entablar relación con las personas más relevantes
del país, entrando muy joven de lleno en la vida pública. Fue también un
hombre de elevada cultura, versado especialmente en Historia, como lo prueban
la publicación de dos libros: Vicisitudes de la Monarquía Constitucional
en Francia (1877) y Ultima etapa de la Unidad Nacional: los fueros
vascongados en 1876 (1924), y su elección en 1881 como individuo de
número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la que
participó activamente. D. Fermín inició su vida política afiliándose al
partido progresista, donde dio una nota de "moderación" en los días
de la Revolución de 1854. Ingresó en la Unión liberal, formación política
bajo la que representó a Guipúzcoa entre 1857 y 1864, ejerciendo también como
representante de San Sebastián en las Juntas Generales de Deba en 1857 y como
Diputado General de Guipúzcoa entre 1862 y 1863. Su militancia en la
mencionada formación política se prolongó hasta la caída de Isabel II en
1868, cuando las desafortunadas actuaciones de la reina y de los moderados
despertaron la oposición de progresistas, unionistas y demócratas, que se
materializó en la revolución antidinástica conocida como "la
Gloriosa". Por estos años (1873-1876) tiene lugar la tercera y
última Guerra Carlista en la que los alfonsinos de Cánovas negarán el apoyo a
los carlistas. La restauración de la monarquía tendrá lugar en la persona de
Alfonso XII (1874-1885) y, como no podía se menos, será Cánovas del Castillo
quien ocupe la jefatura del gobierno hasta 1881, nombrándose al Duque de
Mandas senador vitalicio. En 1876 se aprueba una nueva constitución y se
suprimen los fueros Vascos. Tres años más tarde D. Fermín ocupa la cartera de
Fomento (1879-1881) y será ahora cuando algunos sectores fueristas criticarán
la postura colaboracionista del Duque de Mandas con quienes habían
finiquitado el régimen foral, a pesar de que se pronunció en numerosas
ocasiones como defensor del mismo aunque, eso si, adaptándolo a las
circunstancias del momento. Más tarde (1883-1885) ejercería la
vicepresidencia del Senado. Cuando le tocó ejercer el poder al partido
conservador, el Duque de Mandas fue llamado para realizar algún servicio,
como los de embajador en París y en Londres o la ostentación del cargo de
Gentilhombre de Cámara. También ostentó por dos veces la Presidencia del
Consejo de Estado. El Duque de Mandas murió en Madrid el día 17 de
diciembre de 1917, recibiendo tierra en el cementerio de Polloe de su
Donostia natal, ciudad con la que en ningún momento perdió contacto y en la
que construyó una "casa de campo" rodeada por un gran jardín a la
que bautizó con el nombre de Cristinaenea, en memoria de su mujer, Cristina
Brunetti de los Cobos, Duquesa de Mandas y de Villanueva y Condesa de
Balalcazar. Este matrimonio no tuvo descendencia, razón por la
que en su testamento el Duque instituyó a la Provincia de Guipúzcoa,
representada en su Diputación, como único y universal heredero, dejando
instrucciones precisas sobre la administración de su legado. Algunas iglesias donostiarras también recibieron
generosas donaciones, gracias a las que se construyeron, por ejemplo, la
torre de la Iglesia de San Ignacio, en el barrio de Gros; los ventanales de
la de San Vicente, en la Parte Vieja y el Gran Órgano -10.000 tubos- de la
hoy catedral del Buen Pastor. A su ciudad, representada por su Ayuntamiento legó,
además de una insignia de la orden del Toisón de oro, dos joyas, si cabe, más
preciosas: su biblioteca y Cristina-enea. El legado fue aceptado por el
Ayuntamiento de San Sebastián en sesión de 27 de marzo de 1918. Los 18.000 volúmenes de su magnífica biblioteca de
Madrid fueron legados con la condición de que sirvieran para aumentar los fondos
de la biblioteca Municipal y de que se habilitara para ellos una sala
especial, tal como todavía hoy en día permanece. CRISTINA-ENEA Cristina-Enea comenzó a ser una realidad en la
segunda mitad del siglo XIX. Es un momento importante para la ciudad, pues es
ahora cuando el férreo cinturón de murallas -militarmente inoperantes- es
demolido, participando D. Fermín activamente en el movimiento ciudadano que
gestionó los permisos necesarios para acometer tal empresa, y quien tuvo el
honor de comunicar la aprobación del derribo mediante un telegrama enviado en
abril de 1862 desde Madrid; telegrama que llegó a manos de Eustasio Amilibia,
alcalde de la ciudad, durante un acto público que se celebraba en el teatro
Principal. El munícipe, entusiasmado, no pudo reprimir su impaciencia y
comunicó de inmediato la noticia a los asistentes al acto, provocando en el
auditorio grandes muestras de júbilo. La ciudad, una vez liberada de las murallas, se
extenderá rápidamente por los terrenos arenosos ocupados en parte por las
fortificaciones, pasando su población de 15.000 habitantes en 1860 a 79.000
en 1930. Por estas fechas llega también el ferrocarril a Donostia-San
Sebastián, disponiendo sus instalaciones muy cerca de lo que será su
residencia donostiarra. El río no estaba canalizado, de forma que la mayor
parte de la superficie que hoy ocupa el ensanche de Cortázar, y los barrios
de Gros y Amara eran arenales o marismas inundadas, en parte, periódicamente
por el mar. Mirando desde la ciudad hacia tierra, una pequeña colina
destacaba en el paisaje. Tenía la forma de una reducida península formada por
el último meandro que describe el Urumea antes de desembocar en el mar. Ya en el siglo XVIII se asentaba en la parte de la
colina más alejada de la ciudad la finca de Mundaiz, propiedad de la familia
Olazábal, dotada de un Palacio y de jardines; el resto de la loma estaba
ocupada por una serie de caseríos y huertas que D. Fermín comenzó a comprar a
partir de 1863 con la intención de construir su casa y un gran jardín. Entre estas
fincas se encontraban nombres como Micaelene, Chicoene, Manuene, Manuelenea,
Egañategui, Toledochiqui, Leriñene y Torres, también adquirió terrenos a la
Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España. Sobre los trabajos que en Cristinaenea se realizaron
durante estos primeros años quedan como testigos las cuentas de la finca,
celosamente guardadas en el archivo del Duque, actualmente custodiado en el
tolosano Archivo General de Guipúzcoa. En ellas se detallan a lo largo de
centenares de hojas, día por día, las personas que trabajaron en la misma,
los salarios que recibieron y los trabajos que realizaron. Cuando el parque fue entregado a la ciudad contaba
con una extensión de 78.979 m2, de los que 993 m2 correspondían a superficie
edificada -el palacio, capilla, cocinas, portería y dos casas más-. Los
últimos terrenos en ser agregados al parque fueron una pequeña parcela de 734
m2, sobre la que están enclavadas la capilla y las antiguas cocinas; esta
parcela fue reclamada como suya por la baronesa de Lisingen y comprada por el
Ayuntamiento en 1929. En el año 1982 una parcela mucho mayor (15.300 m2),
segregada de la casería "Mundaiz" y situada igualmente en la parte
trasera del palacio, fue comprada por el Ayuntamiento a una sociedad que
pretendía construir un centro escolar en la finca. El parque cuenta actualmente con una superficie de
94.960 m2, de los que 16.660 corresponden a viales, 1.300 m2 a edificios o
ruinas y 780 m2 al estanque. La distribución actual del palacio, que data de
1890, se debe a José de Osinalde. Constaba en el momento de realización del
libro de planta baja y dos pisos, el último parcialmente abuhardillado. La
planta baja acoge a la zona noble del palacio. Por la entrada principal del
mismo, siempre vigilada por el busto que el Duque tiene dedicado justo
enfrente de la misma, se accede a un vestíbulo del que parte una gran
escalera de madera que sirve de acceso a los pisos superiores. A la izquierda
del mismo se abre una puerta que permite la entrada al gran salón -donde todavía
cuelgan los retratos del Duque (Londres, 1905) y de la Duquesa (Madrid,
Vicente Palmaroli, 1879)- comunicado mediante puertas con un salón denominado
"mediano" y otro "pequeño". Por la puerta situada a la
derecha del vestíbulo se accede al comedor y a la biblioteca, en la que se
guardan todavía 2.187 volúmenes impresos de variada temática. La primera
planta alberga diversas y muy espaciosas habitaciones, servicios, despacho,
oratorio, etc. La última planta sirve de residencia al personal encargado de
la custodia del edificio. Durante algunos años el palacio fue utilizado como
residencia por el Nuncio de su Santidad en sus visitas a San Sebastián, pero
actualmente no está en condiciones de uso, aunque se han realizado los
trabajos de mantenimiento imprescindibles para evitar el deterioro de la
estructura del edificio. El jardín fue diseñado por Pierre Ducasse. El Duque dispuso en su testamento una serie de
condiciones relacionadas con Cristina-enea; unas destinadas a que el
usufructo de la finca permaneciera durante algún tiempo en manos de su
familia, y otras que restringían su uso futuro. La primera beneficiaria del usufructo de la casa de
campo sería -en homenaje a la duquesa-, su cuñada Inés Brunetti. A su
fallecimiento, Cristina-enea pasaría a ser usufructuada por su hermano
político José Brunetti, duque de Arcos y su mujer Virginia Lowery y, por
último, muertos éstos, por su sobrina Berenguela Collado y del Alcázar,
marquesa del Riscal y de la Laguna, a cuyo fallecimiento debía cesar el
usufructo convirtiéndose en propietario con pleno dominio el Ayuntamiento de
Donostia-San Sebastián, con la condición que éste cumpliera con una serie de
estipulaciones. En 1925, muerta Inés Brunetti, el resto de los
usufructuarios contemplados en el testamento del Duque -a los que se obligaba
a residir varios meses en Cristinaenea- manifestaron su voluntad de ceder sus
derechos sobre la finca al Ayuntamiento, que aceptó gustosamente tal cesión,
firmándose la misma el día 6 de julio de 1926. Las condiciones a que se comprometía el
Ayuntamiento al aceptar el legado de Cristina-Enea fueron: conservar el
nombre de Cristinaenea, sirviendo exclusivamente como paseo, prohibiéndose
"que se juegue en el parque ni en las casas a juego alguno, sea la
pelota, el foot-ball, las quillas, la barra, sea la inmunda ruleta, a los
caballitos, sea el clásico tresillo... Prohibo se baile, solo permito que
tres veces al año, en primavera una vez, la segunda vez en verano, la tercera
en otoño, toquen la banda municipal y la militar o cante el Orfeón... Siempre
ha de quedar cerrado "Cristinaenea" al anochecer. No se tolerarán
almuerzos, comidas ni meriendas. Tampoco podrá haber puestos fijos ni
vendedores ambulantes de cosa alguna, ni siquiera de agua fresca.
Cristinaenea muerto yo, ha de conservar el carácter que hoy tiene, sin más
novedad al cesar los usufructos que la de entrar el público a pasear". Prohibía el Duque igualmente la venta, permuta o
hipoteca del terreno o de los edificios, que solo se podrían reconstruir en
caso de ruina, no permitiendo la construcción de nuevas edificaciones, ni aún
con carácter provisional. Las viviendas del parque no podrían estar habitadas
por persona alguna que no fuera trabajador al servicio de la finca. Solo fija
dos excepciones: que la casa principal -que se lega con todo su contenido, y
con la prohibición de realizar cualquier cambio en su interior- pueda acoger
durante unas semanas a un jefe de estado o príncipe que llegue a San
Sebastián para visitar a la familia real, o bien servir de residencia al Obispo
de la diócesis en su visita a San Sebastián. Con objeto de que el jardín permaneciese en su
estado originario, el Duque prohibía también la modificación de su trazado
así como la tala de árboles y arbustos a menos que las mismas fueran
consultadas previamente a los Ingenieros de Montes del Estado de Guipúzcoa y
Vizcaya. El retrato de la duquesa, su mujer, tendría que ser
trasladado desde su casa de Madrid para ser colocado en lugar preferente en
su "casa de campo". Para el mantenimiento del parque legó además la
cantidad de dieciocho mil pesetas anuales. © Juan Antonio Sáez |