Una expedicion a Guipuzcoa

VIII [i. e. X]

PASAGES

./150/ Pocas cosas se desean con mas curiosa ansiedad, estando en San Sebastian, que hacer una visita al vecino puerto de Pasages. La justa celebridad de esta villa, sus antecedentes históricos y su bellísima posicion geográfica, estimulan de tal manera al viagero á visitarla, que á no dudarlo deploraría cualquiera, como un descuido imperdonable alejarse de Guipúzcoa sin haber saludado una vez siquiera aquellos dos barrios situados en las márgenes de la ria de Oyarzun y cerca de su embocadura, que componen la renombrada villa. Pero al aliciente de su nombre antiguo y de su justa y pasada importancia marítima, reúne Pasages otro aun mas poderoso y estimulante sobre todo para los viageros masculinos. Ese aliciente son sus no menos famosas bateleras, esas mugeres de europea celebridad que reman con la robusta gallardía del marinero mas consumado y atraviesan con su bote ligero el /151/ gran espacio de agua que media entre la villa y el camino de rueda que conduce hasta su trente. ¡Las bateleras de Pasages! Todos antes de verlas con los ojos de la cara, las vemos con los de la imaginación, ante la cual se nos presentan tan bellas, tan graciosas, tan ideales como le plugo pintarlas al señor Breton de los Herreros en su aplaudida comedia de este nombre. Matilde Diez, esa perla de nuestra escena, hace una batelera tan interesante, tan hermosa, que encantados nosotros con el recuerdo que nos dejara la batelera del teatro del Principe, volamos á Pasages ansiosos de contemplar en toda su verdad ese tipo interesante, tan admirablemente idealizado por nuestra primera actriz. Pero el desengaño fué tan grande como la ilusión. Las bateleras de verdad, por decirlo asi, en nada se parecen á las creadas por el poeta; no solo no son bellas, ni graciosas, sino que en el primer momento y bajo la primera impresion que produjo en nosotros su presencia, hasta llegamos á creer que no eran mugeres. Mas adelante presentaremos los motivos de esta creencia, y haremos con imparcialidad algunas honrosas escepciones.

El famoso puerto de Pasages, objeto un tiempo de encarnizadas discordias entre varios pueblos de Guipúzcoa y motivo de celos para alguna nacion vecina, se ha contado entre los de primera clase, y es de los que en todos tiempos y en todos vientos ofrecen mas seguridad para las embarcacione[s]. Durante la dominacion de la casa de Austria se elevó Pasages /152/ al cénit de su apogeo y de su importancia, pues ailí se construyeron todas las capitanas de las armadas de España y allí se equiparon las mas poderosas escuadras del Occéano. Aquellos astilleros fabricaban, durante los siglos XVI y XVII, buques para España, para Europa y para el mundo, y todavía en el siglo XVIII la opulenta compañía de Caracas sostuvo en aquel puerto la animacion y la vida con la construccion de las numerosas embarcaciones que necesitaba para sus espediciones marítimas. En aquella época remota de su prosperidad cada uno de los dos barrios, que al presente forman la villa, era un pueblo distinto, siendo el que está situado en la costa oriental o margen derecha hasta 1770 un lugar de la jurisdiccion de Fuenterabia, y el occidental ó de la orilla izquierda de la ria, un pueblo perteneciente á San Sebastian. A principios de este siglo formóse de los dos Pasages una villa , y desde entonces han quedado unidas y como formando un solo cuerpo dos pequeñas poblaciones á quienes separa un profundo brazo de mar.

Esto por lo que hace á la historia y a la forma de la famosa villa. Digamos ahora algo de la primera impresion que recibimos al apearnos del coche para tomar el bote, y de lo que de mas notable encontramos en aquel pueblo.

Mucho antes de llegar al punto donde hacen alto los carruajes que vienen de San Sebastian , percibimos una confusa y penetrante gritería, que formaban en disonante /155/ coro muchas atipladas voces. Preguntamos á nuestro conductor cuál era el motivo de aquel bullicioso regocijo y qué gentes eran las que á él se entregaban con tanto estrépito; nos contestó que eran las bateleras, que al divisar á medio cuarto de legua la venida de un carruage saltaban de júbilo porque se les presentaba la ocasion de ganar algunos reales y se disputaban unas á otras el lucrativo honor de cruzar en su bote á los viageros. Toda esta esplicacion fué necesaria para persuadirnos de que eran gargantas humanas las que producían aquel desapacible concierto, y aunque comprendíamos el motivo del júbilo y del gozo que causa siempre á aquellas pobres mugeres ganar algunas monedas con que mantener á sus esposos y á sus hijos, á sus madres y á sus hermanos, no nos sabíamos dar razon de porqué se disputaban, por decirlo asi, la presa, cuando nosotros según los informes adquiridos íbamos en el pleno derecho de la mas libre y espontánea elección. Pero está escrito que las elecciones nunca han de ser libres ni espontáneas, y como verán nuestros lectores hasta en la sencilla eleccion de batelera hay tanto amaño y tanta coaccion como en la de diputados á Cortes. Sin embargo, á fuer de imparciales debemos decir, que aquí la coaccion y el amaño no vienen de los agentes del poder ejecutivo, sino de las masas que á amenazas y á gritos imponen su voluntad , como para quitarnos la ilusion del sufragio universal y del imperio de la democracia. Ya antes de /154/ emprender nuestra espedicion nos habia ocurrido preguntar por las bateleras, y aunque nos dijeron que se parecían á las de la comedia del señor Bretón, no nos pudimos figurar que hubiese degenerado tanto la raza. Indicáronnos tres que eran la flor y nata de las bateleras , ajuicio de nuestros informantes, esto es, las mas jóvenes y las bellas; nos revelaron sus nombres para que preguntásemos por ellas, nombres que, si nuestra memoria es fiel, eran los de Bibiana, Carmen y Fauslina. Como el buen género, según las noticias de nuestros amigos, estaba reducido á estas tres amazonas , procuramos repetir sus nombres una y otra vez para que no se nos olvidasen y nos encontrásemos al llegar al puerto sin el hilo que nos debía sacar de aquel laberinto mas intrincado que el de Creta, puesto que le iban á formar unas treinta mugeres que no nos habian de permitir dar un paso, ínterin no las honrásemos con nuestra pobre eleccion. Llegamos, pues , al campo del ataque, donde justo es decir que nos batieron en regla. Esperábamos encontrar á nuestras bateleras formadas en batalla , y vimos que formaban un grupo compacto y ondulante, que tomaba el coche por asalto y nos interpelaba por las ventanillas, imponiéndonos á gritos y chillidos una múltiple elección. El número de candidatas nos aterró, la elegida debia ser una, y en vano tendíamos los ojos sobre aquella turba para encontrar unos rostros que pudieran ser los de Bibiana, Carmen y Faustina. Viendo que los gritos y las recla maciones /155/ seguían en progresion ascendente, que nos rogaban y nos amenazaban, que se pegaban unas á otras, y se llenaban de improperios en el idioma del pais , idioma, sea dicho de paso, que pierde toda su dulzura y toda su suavidad en boca de aquellas mugeres, pedimos la palabra, ó por mejor decir, intentamos usarla. Pero inútil propósito, nuestra voz se perdia en medio del tumulto ; envidiábamos en aquel momento el mágico ascendiente de Mr. de Lamartine sobre el pueblo inmenso de París, al dirigirle la palabra desde el Hotel de Ville en los primeros dias de la revolucion de febrero; pero nos consolaba la idea de que toda la elocuencia del ministro tribuno se hubiera estrellado teniendo por auditorio á las bateleras de Pasages. Por fin á duras penas pudimos hacernos oir y lanzamos al viento los nombres de Bibiana, Carmen y Faustina. ¡Nunca los hubiéramos pronunciado! «Yo, yo, yo» decian todas á la vez, como si todas fueran Bibianas, Cármenes y Faustinas, cuando á juzgar por su aspecto, ninguna habia recibido estos nombres en la pila bautismal. Aburridos ya de tan espantosa gritería, saltamos á tierra luchando á brazo partido con las candidatas, y al divinar entre aquel grupo de harpias una muchacha joven, de tez tostada por el sol, con su sombrerillo de paja adornado con flores, y con la gallardía que dan los pocos años, la mandamos preparar el botecillo, voló á cumplir nuestras órdenes, no sin recibir el anatema de sus compañeras, y nosotros corrimos tras ella á meternos /156/ en el bote con la misma precipitacion que pueden hacerlo los que huyendo de una persecucion política, para ampararse bajo un pabellon estrangero, se refugian al primer buque que encuentran en el puerto. Un coro de maldiciones de las bateleras desairadas fue todo el consuelo que recibimos al alejarnos de aquella orilla tan poco hospitalaria.

Atravesamos el brazo de mar que separa á los dos barrios, y desembarcamos en el que llaman barrio de España. Este barrio, ó por mejor decir, este pueblo tiene una forma verdaderamente rara, la misma forma que un largo pasillo. Una prolongada hilera de casas ruinosas y desiguales que se estiende por la orilla del mar, y detras de esta, otra hilera que forma una larga calle dividida por arcos, que la dan el aspecto de una serie de patios lóbregos y oscuros, es todo lo que hay que ver en Pasages. Su situacion topográfica es, sin embargo, bellísima, y hasta la forma rara é irregular del pueblo tiene para los ojos algún atractivo.

Recorrimos, precedidos de la batelera que nos sirvió de Cicerone, aquel inmenso pasillo, desde la iglesia parroquial que está á uno de sus estremos, hasta la cordelería que se halla en el otro. Visitamos también otra iglesia, en que se venera á Santa Faustina, preciosa niña de cera que es la patrona de la villa, y á quien guardan con suma devocion en una urna de cristal que está sobre un altar y que nos mostraron con respetuoso entusiasmo. Al terminar nuestra caminata entramos en la /157/ gran fábrica cordelería, de la cual se surten casi todos los buques de España y del estrangero. El salon que constituye la fábrica tiene una estension estraordinaria; su longitud será tal vez como la del salon del Prado y parece aun mayor por la circunstancia de estar cubierto. Esta fábrica vivifica á Pasages, y casi todos sus habitantes encuentran en ella un medio honroso de mantener á sus familias.

Examinado todo el pueblo, cruzamos el brazo de mar en busca de la orilla donde dejamos el carruaje. Carmen, porque nuestra batelera era una de las tres, remando con soltura y ligereza nos puso en tierra á. los pocos minutos, entreteniéndonos durante la travesía con una cancion del país, verdadera é interesante barcarola, que aun á riesgo de equivocarnos porque no sabemos el vascuence, nos parece que empezaba, asi:

A babor que gaña, que gaña

á estribor que gaña á babor.