Una expedicion a Guipuzcoa

IX [i. e. XI]

AZCOITIA.—SAN IGNACIO DE LOYOLA

/158/ Corta es una espedicion de dos meses para ver todo lo que encierra de notable la provincia de Guipúzcoa. Cada uno de sus lindos pueblecitos es digno de una visita especial, y el tiempo apenas alcanza para recorrerlos todos. Llegó, pues, el momento en que tuvimos que dar un á Dios á San Sebastian, á Dios triste y apesarado, que se da siempre con pena á una población tan bella y á unos habitantes tan simpáticos, y con mas pena aun cuando nos separamos, sin haberlos visto , de pueblos que, por decirlo asi, tocábamos con la mano y que la vida que se hace en San Sebastian, vida de corte en miniatura, nos impidió visitar, robándonos el tiempo cuya pérdida lamentaba nuestra natural curiosidad de viageros. Entre esos pueblos que dejamos de recorrer, cuéntase la hermosa villa de Rentería, á la cual llama el historiador Garibay pueblo gracioso y apacible; la universidad de Lezo, /159/ tan célebre por su famosa basílica del Santo Cristo ; la villa de Hernani, una de las mas antiguas de Guipúzcoa, teatro de continuos ataques en la última guerra y en cuya iglesia parroquial se halla el sepulcro del valeroso capitán Juanes de Urbieta, á quien nadie puede arrebatar la gloria de haber hecho prisionero al rey Francisco I de Francia en la batalla de Pavia; la villa de Astigarraga á la que fecunda y embellece la corriente del Urumea; el valle de Oyarzun, Fuenterrabia, de tan universal celebridad por los sitios que ha sufrido ; Irun y otros muchos pueblos no menos dignos por sus antecedentes históricos, por los monumentos que encierran y por su belleza de un examen minucioso. Todo esto, y mucho mas que esto, dejamos de ver, y hoy al recordarlo sentimos un doble pesar, porque de ello nada podemos decir á nuestros indulgentes lectores.

Pero si son tan buenos que vuelven con nosotros á Vergara, todavía haremos juntos una espedicion que será la última, espedicion imprescindible de todo punto y sin la cual no se concibe su viaje á Guipúzcoa Esa espedicion es al encantador valle de Loyola, y de paso recorreremos los preciosos pueblos de Azcoitia y Azpeitia, y haremos una visita aunque sea tan breve como las de cumplido a los renombrados baños de Cestona.

Esta espedicion que suele emprenderse por los forasteros en los dias inmediatos á la gran romería que en loor de su patrón y paisano San Ignacio de Loyola celebran /160/ aquellos pueblos, dura por lo menos dos días, y los bañistas de Deva la hacen con toda comodidad, deteniéndose á almorzar en Azcoitia, primer pueblo con que se tropieza y donde se toman fuerzas para visitar después el famoso santuario, comiendo luego en Azpeitia, en un parador que corre parejas con el de San Antonio de Vergara, y pasando por la tarde al establecimiento de baños de Cestona. Vuelven los curiosos espedicionarios á dormir á Azpeitia, y por la mañana del siguiente dia regresan al punto de su residencia temporal.

La villa de Azcoitia situada sobre la margen izquierda del Urola no tiene mas que una sola calle, pero tan limpia, tan bien empedrada, con tan bonito caserío, con tiendas de toda clase de géneros tan provistas, que mas que la calle de un pueblo, parece la de una población importante. La plaza forma parte de la calle, y en esta se halla también la parroquia de Santa Maria la Real, templo magnífico, que puede figurar por su suntuosidad al lado de los mejores de la capital del orbe cristiano. Al pasar por delante de una casa de noble y severo aspecto y que ostentaba el nobiliario escudo, paróse con respeto un joven del pais que nos servia de Cicerone, y nos dijo : «aquí se casó el Rey» Preguntamos entonces con curiosidad cuál era el monarca que alli habia celebrado sus bodas , esperando que nos dijera tal vez que Alonso XI fundador de la villa; pero no fué tan grande el nombre con que se procuró satisfacer /161/ nuestra curiosidad, no fué siquiera el de un Rey, sino el de un pretendiente á la Corona. Aquella casa es conocida alli por la de Idiaquez, y pertenece hoy al duque de Granada. En 1838 recibió en ella don Carlos á su esposa doña Teresa de Braganza, y alli ratificó el matrimonio que por poderes tenia ya contraído con aquella señora.

Visitamos la fábrica que forma la principal industria del pueblo y donde encuentran ocupación casi todos los jóvenes de Azcoitia. Esta fábrica a que aludimos es la fábrica de tejidos y boinas, de donde se surten casi las tres provincias Vascongadas, y que por lo vasto de su local, lo brillante de sus máquinas y la buena y entendida dirección de sus trabajos, compite con la francesa de Tolosa, que por muchos años ha tenido el monopolio de cubrir las cabezas de los vascongados. Sobre todo, las boinas blancas salen con admirable perfección en su tejido, no asi las encarnadas y las azules que todavía no han llegado al grado de perfección de las francesas.

Salimos de Azcoitia por las frondosas márgenes del Urola, y apenas nos hemos alejado un cuarto de legua de la villa, cuando se presenta á nuestros ojos en lontananza la cúpula de un suntuoso edificio, que rodeado de apacibles montañas, se levanta magestuoso en el estremo de un amenísimo valle. Hé aquí dos cosas en alto grado sorprendentes; tropezar con un valle y con un valle risueño, fértil y espacioso, cuando se recorre un pais en que /162/ todo son montañas, cuestas y vericuetos; descubrir la cúpula de un templo que ya de lejos promete ser magnífico, inmenso, grandioso, poco menos que una maravilla, en medio de dos pueblos modestos y reducidos, que miran todos los dias, con gozo sí, pero sin orgullo, aquella mole soberbia y magestuosa, que bastaría por sí sola, si otros alicientes no tuviese la provincia, para dar importancia y celebridad á Guipúzcoa. Ese valle es el valle de Loyola; ese templo es el templo de San Ignacio.

Mucho antes de llegar al valle nos apeamos del carruage, mandando á nuestro conductor que se adelantase á anunciar nuestro buen apetito á la dueña del parador de Azpeitia, á donde nos proponíamos llegar, sin necesidad de vehículo, porque aquel pueblo está á la distancia de un paseo del santuario de Loyola.

Visitamos detenidamente este magnifico monumento de nuestras pasadas glorias que hizo levantar á sus espensas la viuda de Felipe IV, la reina doña Maria Ana de Austria. Don Luis Enriquez de Cabrera y doña Teresa Enriquez de Velasco, marqueses de Alcañizas y de Oropesa de Indias, eran por los años de 1681 los poseedores del palacio de Loyola, y deseosa doña Maria Ana de que en la casa nativa de San Ignacio se erigiese un colegio de la Compañía de Jesús, consiguió de los marqueses que se lo cedieran para este santo objeto. Desde el año siguiente al de la concesión, hízose dueña la Compañía de Jesús de la casa-palacio, alli ha permanecido /163/ hasta 1841 y aun queda como señalando las huellas de su existencia en aquella casa, un pobre jesuíta italiano, de la clase de coadjutores, como vulgarmente se dice, legos, que aunque tiene y egerce sin rivales la misión de Cicerone, deja á los curiosos mucho mas á oscuras que si no les refiriera nada, porque á lo rápido de una pronunciación ininteligible, reúne la circunstancia de haber refundido en su idioma el italiano, el castellano y el vascuence. Cuanto mas se esfuerza el bondadoso jesuíta en esplicar cada una de aquellas maravillas, tanto mas confuso deja á sus oyentes, que si no llevan noticias anteriores á la esplicacion del Cicerone, se tienen que contentar con lo que les entra por los ojos. Por no fastidiar á nuestros lectores con una descripción que acaso sabrán de memoria, no les diremos nada de la magnífica escalinata que conduce al templo, ni de su bella portada, ni de su notable pórtico. Los ricos mármoles de que se compone toda la fábrica, dan al santuario un colorido de magestad y de religiosa veneración, que eleva á Dios el alma del hombre menos creyente. La planta de la iglesia es circular, muy parecida á la de San Francisco el Grande de Madrid.

En medio de tanta belleza no se sabe qué admirar mas; absortos en su contemplación, levántanse los ojos al cielo, como dudando que sea aquello obra de los hombres, y los ojos tropiezan con otra maravilla, tal es la grandiosa cúpula que por ser toda de piedra, creyóse cuando se construía que no se podria cerrar, /164/ llevando á cabo tan dificil obra el guipuzcoano don Ignacio de Ibero, que coronó con esta empresa su reputación artística. Esta magnífica y soberbia cúpula tiene un tambor, cuyo diámetro escede en nueve pies al del cimborrio del Escorial y termina con una linterna á los doscientos pies de elevación. No podemos salir del templo sin indicar que el único defecto, ó por mejor decir, vacio, que en él encontramos, fué el del altar mayor. Propiamente y en armonía con su grandiosidad no le tiene, pues el que se llama retablo mayor, rico sin duda alguna por sus bellos mármoles y por los embutidos y mosaicos que le adornan, no merece este nombre , porque no se distingue en su forma de los demás.

Detrás de nuestro coadjutor italiano recorrimos una á una todas las piezas de la Santa Casa y del colegio. Nada dejaba por esplicar, y sobre todo nos hacia reflexiones muy sentidas; pero nosotros nos quedábamos en ayunas, permítasenos lo vulgar de la frase en gracia de la verdadera impresión que nos producían sus discursos. Alguna vez, sin embargo, creímos entenderle, porque cuando los hombres hablan el lenguaje del corazón, se les entiende siempre. Al pasar por el comedor del colegio, nos enseñaba con los ojos arrasados de lágrimas los retratos que cubren sus paredes de varios reyes de España, á la sombra de cuya protección floreció la compañia, y enjugándose con un pañuelo nos decia como para desahogar el dolor de los recuerdos: !0h! ¡!Aquel otro tempo, otro tempo! Escusamos /160/ decir que no figura en aquella galería el retrato del gran Carlos III. Á la espresion del dolor siguió después, para templarla, la del orgullo, y nos mostró con mal encubierto placer los retratos de varios pontífices, individuo? de la compañía.

Lo mas notable que encierra la casa es la pieza donde nació y se convirtió el bizarro defensor del castillo de Pamplona, llamada la Santa capilla. Su pavimento y las jambas de las ventanas son de esquisitos mármoles; su techo que se toca casi con la cabeza está decorado con muchos adornos y tres bajos relieves. Venérase en ella un dedo del Santo. El suelo de la capilla sembrado de reales de plata y monedas de cobre revela la devoción con que la visitan siempre los vascongados.

Una cosa se nos olvidaba, y por cierto que no merece olvido, pues fué después de la esclamacion del comedor la que mejor entendimos á nuestro Cicerone. La parte de la casa que fué establo y donde suponen algunos que nació San Ignacio, es hoy un oratorio dedicado al Santísimo Sacramento y á la virgen de la Concepción. Pasábamos por él con religioso respeto cuando nuestro italiano, españolizando su lenguaje todo lo que le fué posible , vino á perturbarnos en nuestro recogimiento, dándonos en el hombro y diciendo : Allí, allí, para hijos tener. Volvimos la vista al sitio que nos indicaba, no sin esfuerzo para contener la risa, y vimos hasta una docena de camisitas, que pendían de un cordel en uno de los ángulos de la /166/ capilla. Aquellas eran ofrendas de otras tantas mugeres estériles, que cansadas de serlo, habian recurrido al Santo, para obtener por su influjo un sucesor. Según relación de nuestro acompañante aquellas camisitas habian producido tan buen efecto para el aumento de población, que hacía ya algún tiempo que no se presentaban ofrendas de aquella especie. Sirva de aviso este medio fácil y sencillo de fecundidad, para las señoras que se lanzan al mar en busca de vastagos que perpetúen el apellido de sus esposos y hereden sus virtudes.

Concluida nuestra visita, cuya duración estraordinaria nos indicaba el desfallecimiento de nuestros estómagos, nos despedimos con sentimiento del buen jesuíta italiano, manifestándole de la manera acostumbrada nuestro agradecimiento, ya que no á la instrucción que de él recibimos, porque la rapidez de su decir no nos lo permitió, á la bondad , á la constante sonrisa, y sobre todo, á la mucha saliva que gastó para complacernos.