Una expedicion a Guipuzcoa

XIII

BAÑOS DE CESTONA.

/175/ Sin rebajar en lo mas mínimo el bello establecimiento de baños de Arechavaleta, ni escatimar un quilate de su nombradía al concurrido establecimiento de Santa Águeda, puede decirse que los baños de Cestona, sea por su antigua fama, sea por la distinguida sociedad que en ellos se reúne todos los años, tienen cierto sabor y ciertas pretensiones aristocráticas que no se encuentran en tan alto grado en los demás. Este sabor y estas pretensiones unidas, como primera condición, á la bondad de sus aguas saludables, llaman naturalmente á su centro á personas de determinadas clases y de determinadas costumbres y aficiones; de manera que si la impresión que produjo en nosotros una breve visita no nos engaña, estamos por decir que en Cestona se hace por los bañistas una vida mas seria, asi como en Arechavaleta una vida mas /176/ franca y en Santa Águeda una vida mas tranquila. No querernos decir con esto que en Cestona no se pasen alegremente los dias y las noches, ni que deje de reinar entre los concurrentes esa franqueza de buen tono que engendra el trato continuo: queremos solo indicar que no se encuentra allí cierto delicioso abandono que parece reclamar la vida del campo y que ejercen un tanto su influjo las enojosas leyes de la etiqueta.

Salimos de Azpeitia á las cinco de la tarde y deslizándonos por el pintoresco camino que sirve de margen izquierda al Urola, llegamos una hora después á la silenciosa cañada en que nacen las aguas minerales, y donde se levanta, como de improviso para el viagero , el establecimiento de baños , situado en la ribera izquierda del tranquilo rio y coronado de un espeso bosque de castaños. Entrase á la casa por una linda portada que da salida á un bello paseo con tres espaciosas calles, adornadas por frondosos plátanos , tilos y sauces , y se vó á la izquierda una magnífica galería , sobre la cual se levanta otra que abre paso á otra nueva casa que cierra el paseo y da frente á la primera. Esta presenta á su entrada un espacioso tránsito que sirve de paso á los comedores, á la administración, al departamento de baños, y á la hermosa escalera que conduce a los otros tres pisos. El local de los baños presenta todas las comodidades que se pueden apetecer. Los cuartos de baño esceden en belleza á los de otros establecimientos y reciben por medio de claraboyas una luz templada que, /177/ reflejando sóbrelas preciosas pilas de mármol, da á todo el recinto un agradable colorido. El agua es cristalina y no tiene olor. Su temperatura en un manantiales de 29 grados Reaumur, y en otro de 27.

El resto del establecimiento es digno, por su desahogo, por su elegancia, por sus buenos muebles y por su esmerado servicio, del favor de (pie disfruta entre las familias mas distinguidas de España. En cada uno de los pisos hay un hermoso salón, adornado con gusto, y en el del piso principal tienen lugar las reuniones nocturnas.

Al atravesar el paseo de árboles que hay en el centro del establecimiento y entre una y otra casa, llaman la atención de una manera poco grata, y afean algo su belleza unas casitas colocadas de trecho en trecho, de la forma de garitas de centinela; pero el prodigioso é instantáneo efecto que producen aquellas aguas las hace de tan apremiante necesidad, que aun á pesar de su profusión, cuéntanse mil tristes anécdotas de personas que corriendo hacia ellas como corre el navegante al puerto en momentos de borrasca, al llegar sin aliento hubieron de articular con dolor la fatídica frase !ya es tarde!, no sin escitar la risa de los que tal vez dentro de pocos instantes podían verse en no menos apurada situación.

La única sombra, pues, que encontramos al establecimiento de Cestona es precisamente su primero y mas justo título al favor de que goza. Esa profusión de casitas le dá cierto colorido/178/ de enfermería que naturalmente desagrada, y sin embargo, son otras tantas columnas de honor levantadas, si no por la gratitud, por la necesidad al menos á aquellas aguas minerales, y que. patentizan elocuentemente su prodigiosa virtud. Derruid esas columnas y el crédito del establecimiento caerá por tierra y se pondrá en duda la sorprendente virtud de sus aguas.

Muchas personas, algunas de ellas muy conocidas en Madrid, tuvimos ocasión de ver aquella tarde sabrosamente entretenidas en el juego del tresillo y del ecarte , porque la lluvia menuda que continuaba cayendo, lluvia de esas que refrescan y limpian la atmósfera y alimentan la vegetación, no hacia posible el paseo. Otras tardes mas bonancibles nos dijeron que el mas frecuentado era el de Zumaya, cómodo por la rambla que se eleva sobre el camino y embellecido por la graciosa perspectiva que ofrecen el pueblo que á corla distancia se divisa, el caprichoso curso del Urola, el puente que le atraviesa y el lindo palacio de Lily, que se destaca en el fondo del valle. En esos dias serenos y claros, en que el paseo sustituye al tresillo, disfrutan los bañistas de Cestona de una atmósfera pura, á pesar del pequeño horizonte que alcanza la cañada, y de un cielo apacible, cuyos rayos solares, reflejándose en las verdes laderas de aquellos montes, mitigan la viveza de su luz y la fuerza de su calor.

Una circunstancia mas tienen los baños de Cestona de que carecen los de Arechavaleta y /179/ Santa Águeda. Tal es un café bien surtido, en que se sirven sorbetes y quesitos helados: nueva y diaria tentación que se levanta seductora contra el bolsillo de los bañistas.

 La luz del crepúsculo nos obligó á abandonar aquel lindo establecimiento, donde se come y se vive tan bien; donde hallan alivio las mas veces los males del cuerpo, y casi siempre las penas del alma, y que frecuentado por numerosas familias debe dejar todas las temporadas a su dueño un regular producto. Sin embargo, y de esto no sabemos darnos razón económica, recientemente hemos visto anunciada su venta con todos sus enseres en e Diario de Avisos de Madrid.

Nuestra espedicion toca á su fin y como habrán notado nuestros lectores, nos hemos hecho los remolones en su narración, porque .sinceramente sentimos dejar de hablar de un pais al que hemos tomado tanta simpatía y tanto cariño. Y á la verdad que pocos pueblos; se la conquistan tan pronto como el guipuzcoano, porque pocos también reúnen á la vez tantas circunstancias recomendables de clima, de costumbres, de laboriosidad y de virtud. Al visitarle el año de 1848 adquirimos una convicción que los sucesos posteriores de 1849 han hecho mas profunda: tal es la de que en aquel hermoso y privilegiado pais no volverá á encenderse la tea de la guerra civil. Una vez pudieron levantarse aquellos naturales como un hombre solo, por creer equivocadamente en peligro sus fueros y sus leyes tradicionales, y, agrupados á una bandera que no era legítima /180/ y lógicamente la suya, al pelear por la conservación del régimen que forma su ventura, trajeron sobre sus pueblos y sobre España esa larga cadena de desastres que lleva consigo el genio sangriento de la discordia. Pero hoy, amaestrados por lección tan dura, pacíficos por temperamento , laboriosos por inclinación, sobrios por costumbre, en nada piensan mas que en el cultivo de sus campos y en el bienestar de sus familias. Sin ambición que satisfacer, porque no tienen otra que la de su modesta y holgada subsistencia y esa está colmada; sin resentimientos que vengar, la palabra política no tiene significación entre ellos y solo un sentimiento domina sobre todos sus sentimientos, el amor á la paz. A consolidarla aspiran afanosos, porque conocen ya su precio: dé la libertad no se cuidan, porque ella brota espontánea de sus venerandas leyes y de sus patriarcales costumbres, como nace en sus montes sin el trabajo del hombre el manto de verdura que los embellece y los cubre.

No queremos concluir nuestra espedicion sin referir á los que hasta aqui nos han seguido, un suceso que vino á coronarla; suceso harto raro y poco común que bien merece por su singularidad el honor de no pasar desapercibido. Es el caso, que al tomar nosotros en San Sebastian la diligencia que venia de Bayona á Madrid, nos encontramos en la primera parada que hicimos en Tolosa, entre otros compañeros de viage, dos que formaban notable contraste. Era el uno un finísimo caballero dinamarqués que, según supimos al /181/ intimar con él amistad, traia para nuestra corte un encargo de su soberano, y era el otro un hombre de la clase mas inferior , francés por su acento y por su trage, que veslia una blusa azul. Con el diplomático estrangero entablamos pronto relaciones, porque era una persona simpática. Al hombre de la blusa que iba en la rotonda, no le oimos en todo el camino el metal de la voz. Un ayuda de cámara del diplomático venia con éi en aquella parte del coche, y al llegar á Burgos aumentaron la sociedad de la rotonda dos señoras, madre é hija, esta última en muy mal estado de salud.

Ya estábamos á las puertas de Madrid; habíamos salvado sin tropiezo, aunque no sin miedo, las asperezas de la Cabrera donde no hacia aun quince dias que habia sido asaltada por unos ladrones la silla-correo de la Mala; pasamos el portazgo de Fuencarral y ya nos creímos seguros. Era la noche de las mas oscuras y habian dado, ya las doce; cuando de repente nos llaman la atención unos gritos desaforados; el mayoral receloso hace bajar al zagal del pescante y entre uno y otro avivan el paso de las mulas y el coche parte el viento. Pero los gritos siguen con mayor furia; el mayoral hace alto y entonces comprendemos todos que los gritos salen del coche. Aplicamos el oido y nos convencemos de que los da alguno de los viageros de la rotonda; la voz es de un hombre que grita desesperado y con todos sus pulmones: ¡Brujas, brujasl Apresuradamente nos apeamos, corremos hacia la rotonda y antes de llegar vemos sorprendidos /182/ que, cual si fuera una maleta, se arroja por una ventanilla del coche el hombre de la blusa azul; le levantamos del suelo; temblaba de pavor y de rabia; sus ojos querían salirse de sus órbitas y dirigía votos é imprecaciones al cielo en un idioma mixto entre español y francés. Abrimos la portezuela de la rotonda y nos asomamos á preguntar á sus habitantes qué era aquello, qué ataque de hidrofobia le había acometido á aquel menguado, pero nada pudimos averiguar porque aquella parte del coche presentaba un espectáculo de esos que hacen llorar y hacen reír á un tiempo.

Las dos buenas señoras madre é hija prorumpian en sollozos desgarradores; la niña tenia una fuerte convulsión nerviosa sin duda por el susto, la madre no derramaba otra luz sobre el suceso que la que podian dar, si es que daban alguna, las palabras entrecortadas por el llanto de ¡bribón! ¡infamel !Áy hija mia, si estuviera aquilupadre!!. Respetando el dolor de aquella señora, nos dirigimos al criado del caballero dinamarqués, que todo asustado y sin saberse dar razón de lo que veía, en vano se esforzaba por sacarnos de dudas con algunas palabras alemanas , que en su buen deseo de españolizarlas para que las entendiésemos, resonaban en nuestro oido como los ladridos de un perro. Rogárnosle por señas que callara por lo infructuoso de sus espiraciones, y á la voz del mayoral volvimos á subir al coche. Colocó el mayoral á su izquierda en el pescante al hombre de los gritos, y mientras avivaba el paso de las mulas con las /183/ estimulantes voces de !Coronela, Peregrina, Gallarda! entabló con él el siguiente diálogo:

—Vamos á ver, mal hombre, ¿qué ha hecho Vd. á esas pobres señoras? ¿Por qué daba Vd. esos gritos? ¿Por qué se ha tirado Vd. por la ventanilla como un talego de ropa sucia?

—Señoras, señoras..? Ño so .malas señoras. .. ah, ah, ab!

Y dijo esto acompañado de una risita que encendió la cólera del mayoral, á quien eran conocidas la clase y las bellas circunstancias de aquellas señoras.

 —¿Pues qué son, mala lengua?

—Son brujas, brujas, pero muy brujas...

—Impostor, ¿cree Vd. que aquí nos mamamos el dedo? Ya pasó el tiempo de las brujas. Menos mentiras y cuente Vd. lo que le ha pasado.

—Le aseguro á Vd. que no miento. Allá va la relación. Desde que entraron en Burgos esas señoras, notaba yo una oscuridad en el coche, pero ¡qué oscuridad! Ni á las doce del dia nos podíamos ver unos á otros. Esto me dio que sospechar, pero callé y adelante. En vano bajaba las persianas , mas oscuridad, mas negrura. Traté varias veces de entregarme al sueño, y la agitación de mi espíritu no me dejaba dormir...

—Al grano, al grano, que no es esta hora de novelas.

—Pues abreviando: esta mañana cuando paramos en Lozoyuela, mientras comían los viageros, me dio la gana de dar una vuelta por el coche á ver si seguia en él la oscuridad /184/, y nada, recibía luz por todas sus ventanillas; cinco minutos después suben á él las señoras, las que Vd. llama señoras, y otra vez nos quedamos á oscuras. ¿Es esto algo? A medida que vamos avanzando, la oscuridad es mayor; llega la noche y empiezan á asomar la cabeza por el suelo del carruage unos figurones blancos, muy blancos, que van creciendo, van creciendo hasta abrir un agujero en el techo y desaparecer. A una figura sigue otra, á otra otra Vuelvo aterrado la cabeza, la saco por la ventanilla y las figuras blancas se levantan amenazadoras por entre los radios de la rueda... Ya no me queda duda, son brujas, brujas... Me horrorizo, doy gritos, se detiene por fin el coche... y para ponerme en salvo lleno de pavor y de miedo me arrojo por la ventanilla. ¿Estrañará Vd. ahora el motivo de mis voces?

—Lo que estraño es haber tenido paciencia para oir á Vd. esa sarta de disparates que me ha contado. ¡Como yo llegue a averiguar la verdad...

Al llegar aquí el mayoral, todas las mulas, como recelosas de algún próximo peligro, empinan las orejas; el mayoral teme una sorpresa; sus temores no eran vanos... A los pocos instantes aparecen por el camino real ocho ó diez hombres armados, que le dan imperiosamente la voz de ¡alto la diligencia!. El mayoral no la obedece, sacude latigazos al tiro, y este vuela. Disparan entonces una escopeta los hombres del camino y hace alto el mayoral, no sin decir á los viajeros de la berlina, /185/cogiendo del cuello al de la blusa:

—Nos roban, y este bribón es el cómplice. Para dar tiempo nos ha forjado esa historia.

Dejamos á la consideración de nuestros lectores el placer que nos causaría esta agradable noticia; las señoras se desmayaron; los hombres sacando fuerzas de flaqueza empezaron á tentarse los bolsillos; quién se metia el dinero en los zapatos, quién lo guardaba debajo de los almohadones. La consternación era general, hasta que puso término á ella una voz consoladora, que nos dijo :

—No hay que asustarse , señores, somos del portazgo.

Volvió la tranquilidad á nuestros espíritus. Supimos, entonces, que los empleados del portazgo alarmados por las voces que el silencio de la noche hizo llegar hasta ellos, y mas que todo, por haber visto detenido el coche en el camino, recelaron que nos estaban robando, recelo fundado si se atiende, á que aun no hacia dos semanas que habia tenido lugar el robo de la Mala. Reconocidos á su celo les dimos gracias por el susto que nos habian dado, y entramos por fin en la coronada villa donde nos esperaba la dulce tranquilidad del hogar doméstico.

El hombre de la blusa se apeó al llegar á la puerta de Santa Bárbara: estrañamos que no reclamara su equipage y nos dijo el mayoral que venia á la ligera, sin baúl, maleta, ni ni saco de noche, ni otro lio de ningún género.

Algunos días después de nuestra llegada a /186/ Madrid, nuestro compañero de viage, el diplomático dinamarqués nos dio la clave oficial de! cuento de las brujas, clave que acertó sin gran dificultad la policía. El diplomático era e! apreciable caballero barón de Brockdorff, encargado de negocios de S. M. el Rey de Dinamarca en Holanda, que traia á esta corte de parte de su soberano la honrosa misión de poner en manos de S. M. el Rey de España el cordón de la gran orden dinamarquesa del Elefante. Esta preciosa condecoración de que era portador el Sr. barón era de oro y brillantes, y pasaba su precio de tres mil duros. El hombre de la blusa azul, de oficio ladrón, estaba en Bayona esperando al barón de Brockdorff y puesto de acuerdo con una partida que vagaba por la Cabrera, avisó á su gefe con la debida anticipación que tomaría asiento en el coche en que viniese el diplomáico estrangero; que no sabia fijamente el dia de su viage, pero que estuvieran todas las noches en acecho de nueve á once pasado el pueblo de Fuencarral y asaltasen la diligencia que viesen detenida en el camino, que aquella era la que encerraba el apetecido Elefante. El ladrón comisionista inventó para conseguir la detención del carruage la farsa que hemos procurado describir, pero la feliz casualidad de haberse retrasado la diligencia mas de dos horas frustró su proyecto, con no pequeño contentamiento de los que tuvimos la desgracia de contarle en el número de nuestros compañeros de viage.

FIN.