Pablo Gorosabel

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Bosquejo de las antigüedades, gobierno, administración

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Pablo Gorosabel

CAPÍTULO XI

DE LOS INVIERNOS MÁS NOTABLES EN TOLOSA

 

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Puente de Navarra

Aunque por lo regular la estación del invierno es bastante desagradable en un país tan lluvioso y recargado de nubes, como lo es éste, donde además dominan con no poca violencia los vientos recios que vienen por la parte de la borrascosa mar cantábrica, ha habido no obstante años en que estos rigores se han hecho sentir más y han dejado cierta memoria. Su noticia no parece pues inoportuna a los vecinos y moradores de esta villa, mayormente al considerar que nuestros sucesores tal vez no la tendrían de otra parte. Para ser completa, o a lo menos no tan reducida, esta relación debiera sin duda principiarse de una época mas antigua y tanto más cuanto que es probable que la crudeza de los inviernos debió ser entonces mayor que en el día, puesto que el país estaba entonces mucho mas poblado de grandes bosques y arbolados, causa indudablemente de la atracción de las lluvias, hielos, nieves y tormentas. Pero en falta de tales noticias, habremos de contentarnos con lo poco que hemos alcanzado a ver nosotros mismos o hemos oído decir a los que han experimentado tales particularidades.

Año de 1788 al 1789. Principió el invierno en los primeros días de Diciembre, y continuó hasta pascuas de Resurrección con vientos, nieves copiosas, hielos, aguas y trueno, que molestaron mucho. A estas tormentas precedió un paso de aves nunca conocido en este país y aún aparecieron cisnes, de los que uno fue muerto en la playa de Belate. El día más cruel, y tal como en este país no se conoce, fue el 6 de Enero de 1789; no se expresa, sin embargo, ni se da una idea, a qué grado bajó la frialdad.

Año de 1798 al 1799. El invierno de este año, que fue seco sin igual, principió el día 21 de Diciembre con una helada fuerte, la cual continuó en los siguientes hasta 17 de Enero, aumentándose sucesivamente el frío por grados, en términos que se hacia ya insoportable. Toda la hortaliza de los campos quedó completamente destruida, así como todos los nabos que llegaron a corromperse, de suerte que apestaba su hedor. Para formarse una idea de la secura de este invierno baste decir que por espacio de veinte y tres días no se vio una nube en el cielo; por cierto cosa poco común en este país, en cuyo tiempo corrió un aire tan sutil que casi impedía la respiración. Precedió también a este invierno un paso extraordinario de aves.

Año de 1829 al 1830. El invierno de este año que in-

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dudablemente fue el más cruel de cuantos han conocido los actuales vivientes, principió con una nevada el día 21 de Diciembre. Templó algo el tiempo en los dos días siguientes; pero desde el 25 en adelante volvió a nevar con tal abundancia y repetición cual nunca se ha visto aquí. Subsistió la nieve constantemente en los tejados desde el citado día 21 de Diciembre hasta el 19 o 20 de Febrero siguiente, teniendo ya para el fin más de media vara de grosor, pues que con la intensidad del frío que hacía nada se derretía. Las heladas y nevadas se sucedían alternativamente; y fue tal la fuerza de aquellas que el 28 de Diciembre por la noche estuvo el termómetro de Reamur, aunque por un momento, a diez grados y medio bajo cero. El cielo siempre encapotado y amenazante de tormenta. Ablandó el tiempo el 19 de Febrero y a beneficio de un viento templado empezó el derrite de las nieves, que continuó hasta su desaparición de esta población y contornos. El Ayuntamiento tuvo que socorrer a la gente necesitada con ración diaria de potaje, pan y aún leña, pues que no se podía proporcionar ésta, no siendo posible salir fuera; y hubo que hacer corte en las arboledas de los paseos públicos; cosa bien sensible por cierto, pero muy preferible a que una parte de la población pereciese por falta de combustible.

 

 

 

 

 


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Edición a cargo de Juan Antonio Saez Garcia