Lurralde :inv. espac. N. 19 (1996) p. 137-154 ISSN 1697-3070

EL ÚLTIMO PROCESO DE CAMBIO EN EL TERRITORIO DEL CASERIO

 

Recibido: 1996-07-29

M. José AINZ IBARRONDO

Departamento de Geografía

Facultad de Filología, Geografía e Historia

Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

 

LABURPENA: Azkenengo aldaketak baserriaren lurraldean.

XX. mendearen bigarren erdian Euskal Herrikoíanda espazio atlantiarrean suertatu den paisai aldaketa bertan ustiakuntza sistema funtsezkoa den baserriak eragin du. Lan honetan aldaketa prozesu hori aztertzeko nekazal estatistikaz baliatzen da.

Gako hitzak: baserria. landa espazioa. nekazallurrak. baso lurrak. Euskal Herriko lurralde atlantiarra.

ABSTRACT: The changes in the Basque country farm and its impact on its surroundings.

The landscape change of the rural Basque-Atlantic area that has taken place throughout the second half of the twentieth century can be explained by the transformation of the 'caserío' -the Basque country farm-, seen as a system of basic exploitation of such rural Basque-Atlantic area. In this essay we attempt to study the change process taking into consideration agrarian statistics.

Key words: 'caserío', rural area, agrarian area, forestal area, Basque-Atlantic territory.

RESUMEN:

El vuelco paisajístico que experimenta el espacio agrario vasco-atlántico durante esta segunda mitad del siglo XX se explica a partir de la transformación que el caserío, entendido como gestor principal de tal espacio, protagoniza. En el presente trabajo ese proceso de cambio se analiza a la luz de la estadística agraria.

Palabras clave: Caserío, espacio agrario, superficie agrícola; superficie forestal, ámbito vasco-atlántico.

 

"Las unidades de explotación agrícola de Guipúzcoa y Vizcaya, están constituidas por los caseríos. En toda la historia moderna de la región, y en la actualidad, el caserío es la pieza clave, única, de la explotación agrícola. Incluso las tierras comunales son explotadas por los caseríos de la zona, constituyendo aquellas a modo de ampliación de las tierras del casero. No han existido, ni existen todavía, explotaciones agrícolas distintas al caserío de cierta importancia practica. Puede afirmarse, por tanto, que la agricultura de la zona es el caserío, y el caserío la agricultura de la zona" (ETXEZARRETA, 1977, p. 119).

La tesis de Etxezarreta continúa teniendo en el momento actual la misma validez que cuando fue formulada y puesto que el espacio agrario no es sino un trasunto del caserío, parece lícito pensar que la Estadística Agraria general reflejará en buena medida la evolución del caserío particular durante esta segunda mitad del siglo XX. Evolución que en sus grandes líneas es de todos conocida, pero que la estadística seguramente permitirá secuenciar y por tanto profundizar en su explicación.

Como se sabe, la base territorial del caserío acostumbra a estructurarse en lo que genéricamente se entiende por "heredad" y "monte". De acuerdo con los fines que aquí se persiguen y por tanto dejando de lado otro tipo de cuestiones relativas por ejemplo al Derecho, una y otro pueden diferenciarse según la distinta calidad agronómica de las tierras que los integran. Así la heredad, con una extensión media de entre 2 y 6 Has., estaría constituida por el conjunto de parcelas más o menos próximas a la casa, fundamentalmente dedicadas a la producción de yerbas y cultivos; las parcelas del monte, que en conjunto pueden suponer entre 3 y 10 Has., suelen estar algo más alejadas, pero sobre todo localizadas sobre terrenos con mayor nivel de pendiente y/o altitud y en consecuencia destinadas a otros usos agrarios, fundamentalmente los forestales. Por tanto, acomodar la información estadística general al caserío tipo implica agrupar la superficie ocupada por los cultivos y por los prados naturales, es decir las tierras agrícolas constituidas por el conjunto de las heredades, por un lado y el resto del espacio agrario, el monte -superficies arboladas, matorrales y pastizales-, por otro.

Teniendo en cuenta lo anterior y en función de las posibilidades que ofrecen las fuentes publicadas, el cambio protagonizado en el territorio peninsular por el caserío respecto a la gestión de sus tierras, se estudiará a partir del análisis global de las informaciones recogidas para las provincias de Bizkaia y Gipuzkoa 1 por los Anuarios estadísticos del M.A.P .A. -"Anuario Estadístico de las Producciones Agrarias" y "Estadística Forestal Nacional" primero y "Anuario de Estadística Agraria" después correspondientes al período 1950-1993. Por otra parte, la interpretación de los datos, que si bien son válidos a la hora de mostrar las grandes tendencias no dejan de presentar ciertos desajustes con la realidad, se realizará siempre a la luz de la información recogida mediante encuesta así como de la diversa bibliografía, particularmente monografías de carácter local, existente sobre la cuestión.

1. EL ESPACIO AGRICOLA

La evolución seguida por el conjunto del espacio agrícola es la ,esperada en cualquier país que, con las potencialidades agronómicas y estructura minifundista propias del ámbito del caserío, se viera sometido a un proceso de intensa industrialización y consiguiente urbanización. En esas circunstancias, el inevitable paso de la mayor parte de explotaciones al marco de la Agricultura a Tiempo Parcial ha propiciado la extensificación de los terrazgos al tiempo que la competencia ejercida por usos espaciales no agrícolas ha derivado en la contracción de su extensión superficial. La estadística no deja lugar a las dudas respecto al proceso extensificador; no obstante, de la misma no se desprende la aludida merma.

1.1. ¿Estabilidad o contracción?

A tenor de los datos aportados por la estadística agraria, el cómputo global de la superficie ocupada por los cultivos (Cuadro nº 1) y por los prados naturales (Cuadro nº 2) arroja un saldo que, con ligeros vaivenes, se mantiene en torno a las 100.000 Has. (Gráfico nº 1 ), poco más de una cuarta parte del espacio agrario en su conjunto. No obstante, es de sobra conocido que durante ese período la expansión urbana ha congestionado parte de las escasas vegas e incluso laderas bajas adyacentes a las mismas, antaño intensamente labradas, y que los pinares de repoblación han descendido hacia el fondo de los valles invadiendo con frecuencia aquellas parcelas de la heredad de condición más desfavorable para el aprovechamiento agrícola.

Gráfico nº 1. SUPERFICIE OCUPADA POR LAS TIERRAS AGRICOLAS. 1950-1993

FUENTES: Anuario Estadístico de las Producciones Agrarias y Anuario de Estadística Agraria.

Uno y otro son hechos que pueden constatarse con facilidad comparando los fotogramas de un vuelo aéreo reciente con los del año 1957. Resultaría arduo y no es objeto de este trabajo establecer mediante la fotointerpretación la proporción en que esta superficie ha quedado contraída2; no obstante, existen algunos trabajos recientes que a partir de este método evalúan la extensión superficial de los diversos usos del suelo con respecto a la que ocupaban a mediados del siglo XX. Concretamente, de las cifras estimadas para el conjunto de los municipios que integran la Reserva de la Biosfera de Urdaibai puede deducirse un retroceso de las tierras agrícolas de aproximadamente un 38% en los treinta años que median de 1957 a 1987 (ATAURI et al. 1993); así mismo en el Valle de Orozko la superficie destinada a prados y cultivos ha quedado reducida en un 40% de 1957 a 1991 (AINZ IBARRONDO, 1994). En ambos casos son los pinares los que incrementan su superficie de manera espectacular, mientras el espacio urbano presenta un crecimiento apenas significativo, acorde con el escaso desarrollo industrial de ambas zonas.

Aunque son coincidentes, no se pretende generalizar los resultados obtenidos en dos zonas aisladas del territorio y si se presentan no es sino a modo de pista orientativa sobre la posible magnitud y signo de un proceso cuya realidad está fuera de toda duda. Respecto a la posible causa de la contradicción existente entre la evolución real y la reflejada por la información estadística, dado que en principio cabe suponer un mayor rigor en el cómputo de las tierras de cultivo y sobre todo que su evolución se compadece, grosso modo, con ciertos cálculos que han podido realizarse a partir de las superficies ocupadas por cada uno de los cultivos y los sistemas de rotación y asociación de los mismos, más nos inclinamos a pensar que el desajuste se debe a que la superficie de prados naturales estuvo infravalorada en las primeras fechas con respecto a los últimos datos, hecho que casi con toda probabilidad obedece al cambio de criterios a la hora de discriminar los prados naturales del resto del espacio pastoral3.

En definitiva, el paulatino incremento de las tierras agrícolas habido en la vertiente vasco-atlántica de la mano del caserío quiebra en esta segunda mitad del siglo XX dando lugar a una tendencia de signo contrario, si bien en estos últimos años parece asistirse a su estabilización. Como había quedado apuntado, la contracción del espacio agrícola es producto de la poderosa expansión del suelo urbano, asociada al crecimiento económico particularmente intenso de las décadas de 1960 y 1970, así como al proceso de abandono de tierras marginales impuesto por la propia dinámica del sector agrario en el contexto de una economía modernizada, propiciándose en este caso la expansión del suelo forestal en detrimento del agrícola4.

Por otra parte, resulta significativo que entre 1972 y 1995, fechas correspondientes al primer y ultimo Inventario Forestal, el monte, que según las argumentaciones expuestas resulta el principal beneficiario de la contracción experimentada por las tierras agrícolas, registre un decrecimiento de unas 20.500 Has. de las que la mayor parte -18.293 Has. corresponden al conjunto formado por pastizales y matorrales

Si bien es cierto que los pinares han ocupado en mayor proporción el antiguo espacio agrícola que el suelo urbano, no debe dejar de considerarse que uno y otro usos no presentan los mismos requerimientos. Así estos últimos han privado a la agricultura de una parte importante de sus mejores terrazgos, es decir del escaso conjunto que en este ámbito conforman las tierras llanas, mientras el monte se ha adueñado de aquellos con pendientes más pronunciadas. Esquematizando, podría decirse que a nivel de valle existe una suerte de modelo general, no exento de discontinuidades, según el cual los usos urbanos van copando el fondo del mismo con un mayor o menor nivel de intensidad según el grado de urbanización y, por tanto, con tendencia a disminuir desde la costa hacia el interior. Por otra parte, el monte recupera buena parte de la zona baja de la ladera que le fue sustraída por la agricultura, siendo la intensidad del proceso inversa a la del anterior puesto que las repoblaciones forestales, por regla general, presentan un mayor desarrollo en el Sur que en el Norte del País.

1.2. Extensificación en el uso de la tierra

La contracción sufrida por el conjunto de las tierras agrícolas se complementa con la extensificación en el uso de las mismas. La principal manifestación de tal proceso es la actual hegemonía de la pradera sobre el espacio de aprovechamiento agrícola; de acuerdo con los valores estadísticos, la superficie cultivada tan sólo representa el 14% del conjunto cuando a mediados del s. XX alcanzaba un 65%, porcentaje que por las razones ya apuntadas debe tomarse como meramente indicativo. Pero además, la extensificación presenta manifestaciones particulares en cada uno de los subconjuntos que integran estas tierras: sobre las de labranza se constatan cambios sustanciales respecto al sistema de cultivo y en las dedicadas a los prados la relajación de las prácticas culturales.

1.2.1. Exigüidad máxima de las tierras de labor

Es preciso comenzar señalando que se ha realizado alguna modificación sobre los datos referentes a la superficie ocupada por los cultivos. En el capítulo de los cultivos leñosos los Anuarios de Estadística Agraria incluyen hasta 1970 las superficies ocupadas por castañares y manzanales en plantación regular; no obstante, a partir de esa fecha tanto castaños como buena parte de manzanales quedan excluidos del cómputo global de la superficie de cultivo. A este respecto y con el objeto de homogeneizar la serie de datos, se han tomado las siguientes decisiones: se excluye el castañar desde el inicio del período -aun admitiendo que a mediados de siglo conservaba una indudable importancia en la dieta alimenticia-, por cuanto que en el ámbito del caserío se trata de parcelas que forman parte del monte y no del terrazgo propiamente dicho. No así el manzanal integrado en la heredad; por eso y aunque es cierto que actualmente la mayor parte de los mismos se encuentra en un lamentable estado de abandono con niveles de productividad bajos, en atención a su impronta en el paisaje que configura el caserío y al interés institucional por recuperarlo y extenderlo, ha sido incluido en el cómputo global de las tierras de cultivo. Con estas matizaciones, la evolución en términos absolutos de la superficie cultivada queda recogida en la Cuadro nº 1.

FUENTES: Anuario estadístico de las Producciones agrarias y Anuario de estadística agraria.

Las apenas 14.200 Has. que se cultivaban en 1993 en la vertiente vasco-atlántica representan un 3,5% del espacio agrario, esta exigüidad de la tierra cultivada resulta verdaderamente manifiesta cuando su porcentaje se compara con la media estatal situada en torno al 42%. No obstante, es acorde con las escasas potencialidades agrícolas del ámbito cantábrico en general, en la vecina Comunidad Cántabra o en la Asturiana el espacio labrado tampoco alcanzaba en ese mismo año el 4% sobre el total agrario. A mediados del siglo XX la situación era otra, el caserío mantenía en cultivo casi e116% de un espacio agrario que en función del menor grado de urbanización de la época resultaba algo más extenso que el actual, pero incluso entonces resultaban cifras "ridículas" teniendo en cuenta que se trataba de una explotación ganadera sustancialmente apoyada en los cultivos y no en las praderas.

Desde entonces esa superficie -mínima ha registrado un retroceso del 75% (Gráfico nº 2), que contrasta poderosamente con el comportamiento de la misma en otros zonas del Estado pero también del propio País Vasco. En Álava concretamente se constata un incremento de las tierras de labor del 32% entre 1950 y 1986 y si bien es cierto que a partir de la década de 1980 se inicia un período de retracción, los niveles de decrecimiento no son en absoluto comparables con los registrados por las provincias costeras (RUIZ URRESTARAZU, 1990). En definitiva, la causa fundamental de tal retroceso no es la industrialización en sí misma como factor de absorción de la mano de obra agrícola, sino las limitaciones que un espacio de montaña impone al mantenimiento y desarrollo de la agricultura en el contexto de una economía modernizada.

La contracción de la superficie labrada en esta segunda mitad del siglo XX se resuelve mediante una curva de tendencia decreciente en toda su trayectoria (Gráfico nº 2) pudiendo destacarse dos períodos en los que el perfil negativo de la misma se agudiza. En el quinquenio 1955-1960 se registra un descenso del 15% en la tierra cultivada que debe relacionarse con el fuerte abandono del trigo en esos años, dada la progresiva estabilización del mercado interno de cereales -la superficie dedicada a este cereal disminuye en un 50%, algo más de 5.000 Has.-. Las tierras liberadas por el trigo, las de mejores condiciones en el ámbito del caserío, se emplearon en la consecución de forrajes, hecho que permite el abandono de una importante cantidad de tierras marginales que pasan a formar parte del conjunto de los prados, de modo que la superficie cultivada desciende en unas 9.000 Has.

En el decenio 1975-1985 las tierras labradas soportan una merma del 30%, constituyendo ese segundo momento de aceleración en el proceso de continua contracción de las mismas. En este caso, debe considerarse el inicio de la caída de los precios de la leche, causa a la que entre otras acompañan unos mayores requerimientos de calidad e higiene por parte de las centrales lecheras, la subida del precio de los piensos..., que indujo al abandono de esta producción a un número muy importante de pequeñas explotaciones que habían mantenido la actividad sumidas, en su mayoría, en el marco de la Agricultura a Tiempo Parcial. En consecuencia, las superficies dedicadas a los diferentes cultivos forrajeros sufren una merma del 50%, algo más de 16.000 Has. En la actualidad el proceso no ha cesado aunque si se constata la desaceleración del mismo, en un momento en el que puede decirse que las tierras labradas han quedado reducidas hasta casi la mínima expresión.

Pero a lo largo del período en que el caserío ha constituido la fuente principal de ingresos en las economías domésticas del mundo rural vasco-atlántico ha venido paliando lo menguado de la heredad mediante su uso crecientemente intensivo. El cultivo promiscuo y un sistema de rotación finalmente sin descanso, efecto y causa a la vez de la estructura minifundista que representa el caserío, en cierta medida permitieron superar a una población creciente la imposibilidad física de ampliar uno de los recursos más básicos, la tierra de labor, en aquel sistema de explotación5. En definitiva, de la sustitución del recurso tierra por el recurso trabajo resulta la que bien podría denominarse, y así se hará en adelante, "superficie realmente cultivada", fruto del cómputo global de las superficies dedicadas a cada uno de los cultivos en cada campaña agrícola y que en el ámbito del caserío siempre, incluso hoy, es sensiblemente superior al espacio físico labrado.

El Gráfico nº 3 recoge el incremento porcentual que la superficie realmente cultivada supone sobre las tierras de cultivo. Tal incremento presenta una valor medio del 35% a lo largo del período analizado con un máximo del 60% para los años 1960-1965. Este último es un hecho en principio llamativo puesto que choca con la previsión de encontrar los mayores incrementos durante la década de 1950, cuando el caserío aún constituía lo principal del sustento familiar, frente a los 1960 en que se está produciendo el paso acelerado del mismo al marco de la Agricultura a Tiempo Parcial. No obstante, la interpretación de esta circunstancia, como de la gráfica en general, debe realizarse a la luz de la anterior (Gráfico nº 2). En efecto, el fuerte abandono de tierras marginales constatado en los años 1960 -gracias al espectacular retroceso del trigo cuyo cultivo no se realizaba en asociación con otra planta- supone que el caserío, cuya tradicional elevada disponibilidad de mano de obra ya había comenzado a resentirse, concentra su esfuerzo sobre las mejores tierras y aquellos cultivos que le resultan más remuneradores; así por ejemplo, la superficie dedicada a la asociación maíz-alubia, que como tal supone un incremento del 100%, se mantiene estable de 1950 a 1965 pero su peso porcentual crece en la medida en que va descendiendo la superficie labrada.

A partir de 1970 los valores se encuentran por debajo del incremento medio, con un punto mínimo para el período analizado del 23% en el año 1975. Se trata de un momento de transición, en puertas del fuerte abandono de tierras que según se ha visto tuvo lugar en el decenio 1975-1985. Efectivamente mientras la superficie dedicada al maíz asociado con alubia cae de 1965 a 1975 en unas 10.000 Has. las praderas artificiales consiguen en esos años su desarrollo superficial máximo -en 1975 ocupaban el 70% de la superficie realmente cultivada- y este hecho se debe en buena medida a que la pradera artificial constituye el puente de paso entre la tierra de labor y el prado natural. En los años posteriores se constata una moderada recuperación en la tasa de incremento dado que ciertas partidas de carácter intensivo, fundamentalmente orientadas al autoconsumo como la huerta o el maíz con alubias, incluso la patata a la que algunas forraje ras dan alternativa, ganan en importancia porcentual ante el retroceso del resto de los cultivos, en particular de los forrajes. En cualquier caso, la tendencia final resulta claramente a la baja.

1.2.2. La hegemonía de las praderas

En consonancia con unas condiciones climáticas que proporcionan un elevado potencial forrajero al pasto6 y un ordenamiento topográfico que obstaculiza la mecanización de cualquier tipo de laboreo agrícola, la pradera con menos requerimientos de cuidados culturales que la mayor parte de cultivos se ha convertido en el aprovechamiento dominante sobre la heredad de un caserío poco sobrado de brazos.

Respecto a los datos que aporta el Cuadro nº 2, ya se advertía al tratar la evolución de las tierras agrícolas en su conjunto que, probablemente debido a cambios de criterio a la hora de segregar los prados naturales del resto del conjunto pastoral, debían tomarse con cautela, en particular los correspondientes a las primeras fechas de la serie, dado que los referentes a las últimas se han cotejado con los recogidos por otras fuentes con resultados que, si se considera la confusión a que induce el cómputo de este aprovechamiento, pueden calificarse de positivos7. Por lo tanto, es probable que a mediados del siglo XX los prados naturales representaran algo más sobre el espacio agrícola que el escaso 35% que les otorga la estadística agraria.

Poco de nuevo puede decirse en relación a la curva que representa la evolución de la superficie destinada a prados naturales (Gráfico nº 4), ya que ésta no es sino el "negativo" de la construida a partir de la evolución de las tierras de cultivo (Gráfico nº 2). Salvo un momento de estancamiento en los años 1965-1975, la superficie de pradera manifiesta una clara tendencia hacia el incremento con dos decenios en los que ésta se agudiza: 1955-1965 y 1975-1985, en ambos los prados crecen en un 60% con respecto a la superficie que ocupaban en la fecha inmediatamente anterior. Si se recuerda, se trata de los dos períodos en los que por las razones ya expuestas la superficie destinada a los cultivos sufre mayores contracciones.

El paulatino incremento de la superficie dedicada a los prados no es un proceso nuevo en el ámbito del caserío, pero si con anterioridad a mediados del siglo XX se verificó a partir de la roturación de terrenos incultos 8 a partir de esa fecha se produce la invasión de la pradera sobre las tierras de labor. Primero fue la reducción de las partidas destinadas al autoconsumo y después la pérdida de interés del caserío hacia los cultivos forrajeros, que si bien y frente a la pradera suponen un aprovechamiento más intensivo de su escasa base territorial implican un considerable aumento de las necesidades de mano de obra que el actual caserío difícilmente puede proporcionar. En base a ello ya la potencialidad agroecológica del espacio vasco-atlántico se ha consumado la hegemonía del prado sobre la tierra de labor.

En definitiva, el caserío actual aprovecha lo principal de su heredad mediante los prados naturales; no obstante, la productividad de los mismos dista mucho de ser la óptima y este es un hecho que sorprende dada la tradición del caserío en el uso intensivo de sus escasos recursos. Las causas de tal circunstancia están relacionadas tanto con los cuidados culturales que se proporcionan a las praderas como con el manejo de las mismas.

Respecto a la primera cuestión, el cuidado cultural más frecuente en la pradera es el abonado; no obstante, se tiende a abonar intensamente las parcelas próximas a los establos mientras las más alejadas suelen encontrarse en franco estado de abandono. Por otra parte, la resiembra es una práctica poco habitual en el caserío, dados los costes de tiempo y dinero que supone además de las dificultades de laboreo en unas parcelas generalmente en pendiente, a las que deben asociarse los riesgos de erosión (BALZA et al., 1995).

En consecuencia, lo habitual es que la productividad real de las praderas diste bastante de la potencial, circunstancia a la que también deben añadirse las pérdidas, en ocasiones importantes, que derivan del tipo de gestión a que se someten los prados. En el ámbito del caserío, aproximadamente hasta la década de 1980 la mayor parte de la cosecha de hierba venía recolectándose mediante la siega; no obstante, la paulatina sustitución del bovino de aptitud lechera por el de aptitud cárnica ligado a un tipo de manejo de carácter más extensivo ha supuesto la generalización del pastoreo. En principio, este método bien conducido puede resultar de una productividad similar al de siega, con la ventaja adicional de que reporta ahorros de cosecha y mano de obra (Amella et al., 1990); lo frecuente, sin embargo, es que se realice de manera poco ordenada y en consecuencia se despilfarre parte de la hierba.

Sólo aquellos prados objeto de mayores cuidados, es decir los más próximos a la casa, reciben un tipo de manejo mixto, de modo que al aprovechamiento del pasto a diente hay que añadir un corte en primavera que normalmente se efectúa a primeros de mayo y, a veces, un segundo a primeros de junio. En estos casos, deben contabilizarse las pérdidas que se producen a la hora de conservar la hierba. Las características climatológicas de la vertiente vasco-atlántica desaconsejan la henificación de modo que hacia los años 1960 se inicia la sustitución paulatina de la misma por el ensilado9. No obstante, la calidad media del silo producido se encuentra en general por debajo de los niveles deseables, entre las razones fundamentales están el uso de hierba demasiado madura y ciertas deficiencias en la propia técnica del ensilado.

El hecho de que la mayor parte de la superficie dedicada al prado se encuentre gestionada por caseríos sumergidos en el marco de la Agricultura a Tiempo Parcial, entre los que incluso no es infrecuente que las razones estéticas primen sobre las puramente económicas a la hora de decidir mantener un cierto número de cabezas de ganado -en estos casos se valoraría la actividad no tanto por la aportación a la economía doméstica en que ésta pueda redundar, sino por la posibilidad que supone de mantener "limpia" la pradera que rodea la casa-, explica que, en general, se actúe con criterios de explotación propios de un sector escasamente profesionalizado.

2. EL MONTE

En buena medida, en el espacio forestal se verifica la evolución inversa a la registrada en el agrícola, porque además de crecer, precisamente a costa de este último, en esta segunda mitad del siglo XX se asiste a la intensificación de su aprovechamiento. El hecho es producto de la sustitución de unas landas carentes de significado económico, habida cuenta de la transformación llevada a cabo por el caserío, por espacios arbolados de mayor rendimiento en el actual contexto socioeconómico. Pero a ello hay que añadir el hecho de que la repoblación forestal se haya realizado a partir de especies exóticas cuya elevada productividad en buena medida ha actuado como motor principal de cambio.

2.1. Incremento de la superficie forestal

Por razones físicas pero también socio-jurídicas10, el caserío nunca arrebató al monte su primacía sobre el espacio agrario vasco-atlántico, pero además si desde su difusión como sistema de aprovechamiento agrario consiguió hacerlo retroceder, durante esta segunda mitad del siglo XX, como ya ha quedado apuntado y razonado al tratar la cuestión de las tierras agrícolas, las transformaciones habidas en el caserío han propiciado el que aquél recupere una porción importante del espacio agrario. En este caso ya diferencia de la estadística agraria, que como se recordará no dejaba constancia de tal proceso, la forestal refleja de alguna manera esa tendencia.

Durante los siete lustros que median de 1950 a 1986 la superficie ocupada por el monte se incrementa en un 12,5% -unas 33.500 Has.-, obviamente a costa de los terrenos cultos. De acuerdo con el Gráfico nº 5, hasta la década de 1970 el espacio forestal registra un incremento continuo -concretamente 43.186 Has. que debe relacionarse con los abandonos de tierras marginales que venían registrándose desde los años cincuenta. Sin embargo, la curva sufre un cambio de tendencia a partir de esa fecha y es que el Inventario Forestal de 1986 computa 9.500 Has. menos de monte que el de 197212. Por el contrario, según nuestra encuesta en la década de 1970 aunque en mucha menor cuantía que en fechas precedentes aún se produjeron conversiones de terrenos cultos en monte, mientras que en la de 1980 se constata la estabilización del espacio forestal. Es ésta última la evolución que damos por cierta y la que corrobora, por ejemplo, la fotografía aérea, de modo que probablemente una parte de la serie presenta errores de sobrevaloración, cuya posible causa ya había quedado apuntada en el parágrafo 1.1.

En cualquier caso, lo cierto es que en la actualidad el monte acapara aproximadamente las tres cuartas partes del espacio agrario. La gestión de esta parte sustancial del territorio, que fundamentalmente es privado -frente a lo que sucede en otras áreas del entorno próximo13, los montes del común en Bizkaia y Gipuzkoa apenas representan el 20% sobre el total-, escapa, sin embargo, en buena medida al caserío. Efectivamente, a pesar de lo que con frecuencia se cree y en contraposición a lo que sucede con las tierras agrícolas y también con la SAU en general, el aprovechamiento de una parte importante del monte y más concretamente de la superficie arbolada corre a cargo de explotaciones forestales de cierta envergadura no vinculadas al caserío14.

Esta circunstancia cuestiona, en principio, la validez de la premisa de partida en este trabajo, puesto que la representada por el caserío no sería el tipo único de explotación forestal. Sin embargo, el hecho de que éste no se aparte de las tendencias generales por lo que al aprovechamiento del monte concierne hace que la Estadística general, también en este caso, permita seguir la evolución llevada a cabo por el caserío con respecto a sus montes.

2.2. Intensificación del aprovechamiento a partir del pino insigne

La estadística forestal no sólo plantea dificultades a la hora de evaluar la evolución superficial del monte, sino también a la de analizar la composición interna del mismo. En este caso, el cambio de criterios a la hora de segregar usos pero también el de la propia tipología de los mismos no permiten sino discernir entre espacios desarbolados -matorrales y pastizales- y arbolados.

Los datos no dejan lugar a las dudas respecto a la magnitud del cambio fisonómico registrado en el monte vasco-atlántico durante el último medio siglo, que incluso podría aparecer minusvalorado si como parece buena parte de la considerada superficie forestal arbolada en 1950 no llegaría a constituirse en bosque propiamente dicho sino más bien en diseminado o mero jaral. Si en la actualidad lo principal del monte se cataloga como forestal arbolado -algo más de cinco sextas partes-, en 1950 y bajo la hipótesis más optimista, es decir atendiendo a la estadística forestal, la extensión superficial dedicada a tal uso sólo alcanzaba una tercera parte del mismo, con la particularidad de que casi la mitad -concretamente un 40%- ya estaba ocupada por las coníferas de repoblación. Es decir, apenas un 20% del monte registraba la presencia de especies arbóreas autóctonas16.

Por esas fechas, pues, las repoblaciones aún no habían conseguido arrebatar la primacía que las landas ostentaban sobre los montes vasco-atlánticos desde principios del siglo XX, consecuencia de un proceso de deforestación secular propiciado por el propio sistema de explotación representado por el caserío, responsable no sólo del crecimiento de los espacios cultos a partir de los incultos, sino también del lamentable estado de estos últimos como consecuencia del pastoreo, la extracción de brozas y hojas destinadas al mantenimiento de la fertilidad de los campos, así como del deshoje de árboles con que se intentaba paliar la escasez de forrajes (LEFEBVRE, 1933).

Con todo, la construcción naval y particularmente la industria del hierro fueron las consumidoras máximas del bosque, de hecho la crisis de las ferrerías a fines del XIX provocó una importantísima contracción de la demanda y, por tanto, de la rentabilidad del árbol que contribuyó a desincentivar las repoblaciones (GOGEASCOECHEA, 1993). A todo ello se suma la llegada de las enfermedades del roble y el castaño que terminaron por arrasar en las primeras décadas del siglo XX buena parte del escaso arbolado, en su mayoría trasmocho, que todavía quedaba (ARANZADI, 1980).

En estas circunstancias y una vez contrastada la extraordinaria productividad del pino insigne -Pinus radiata que en 1840 introdujera Carlos Adán de Yarza 17, ya a principios de siglo algunos propietarios forestales de envergadura inician la tarea repobladora sobre sus montes, no ya a partir de especies autóctonas como hasta entonces había venido haciéndose sino de la mencionada conífera. La escasez de la oferta y la prohibición de las importaciones durante la autarquía produjo un importantísimo incremento del precio de la madera en pie, de modo que los propietarios de montes repoblados a partir de especies de crecimiento rápido en las primeras décadas del siglo XX obtuvieron pingües beneficios con la tala de los mismos18, siendo éste el detonante que impulsó al grueso de los propietarios a la repoblación de sus predios forestales.

Consecuentemente, en las décadas de 1950 y 1960 se asiste no sólo a la consumación del aludido cambio fisonómico sobre los montes del país -en ese lapso de tiempo la extensa superficie desarbolada que en 1950 ocupaba 167.357 Has. se reduce a la mitad-, sino también a la generalización en los mismos de coníferas exóticas, más concretamente del pino insigne -en el Gráfico nº 7 puede observarse que esta especie representa el 80% de las coníferas-, frente a las frondosas autóctonas, sin que ello signifique que éstas fueran masivamente eliminadas en favor de aquellas19.

Tal y como se aprecia en el Gráfico nº 7, es en los años 1960 cuando las coníferas se extienden como una mancha de aceite sobre la vertiente vasco-atlántica, de modo que las 88.710 Has. pobladas fundamentalmente por pináceas al inicio de esa década llegan a duplicarse al cabo de la misma. El hecho en buena medida se relaciona con el proceso de abandono de caseríos y el paso mayoritario de los restantes al mundo de la Agricultura a Tiempo Parcial precisamente en esos años. Efectivamente, la generalización del empleo industrial en el mundo del caserío conllevó una severa restricción de las disponibilidades de mano de obra, hecho que convirtió la landa en un espacio absolutamente improductivo21 y por tanto el caserío se decide a la repoblación de las misma.

El mismo destino tuvieron aquellas praderas que por su localización alejada de la casa o por sus elevadas pendientes presentaban dificultades de explotación. Cuando las condiciones de accesibilidad impidieron compaginar el trabajo exterior con la vida en el caserío la alternativa fue el abandono de este último, en estos casos el conjunto de la heredad pasó a repoblarse dándose la circunstancia de que barrios completos han desaparecido bajo los pinares. Como consecuencia de este proceso, si bien la mayor parte de las repoblaciones se han llevado a cabo sobre terrenos de fuertes pendientes, no son excepcionales los casos en que los pinares ocupan terrenos aptos para usos agro-ganaderos22.

De acuerdo con la estadística, la expansión del espacio arbolado se frena a partir de los años 1970 quedando estabilizado en torno a algo más de 240.000 Has. Tal parón no obedece a una pérdida de interés hacia los cultivos arbóreo-forestales, sino al hecho de que la práctica totalidad del espacio susceptible de ese uso, y como se ha visto incluso una parte de aquel otro que podría ofrecer mayor rentabilidad mediante otro tipo de aprovechamientos, ya había sido ocupada. En consecuencia, los pastizales y matorrales23 quedan arrinconados en aquellos sectores que por circunstancia diversas -altitudes y pendientes excesivamente elevadas, sustratos con gran profusión de afloramientos rocosos plantean inconvenientes graves a la plantación forestal.

3. CONCLUSIONES

"La explotación actual está más en consonancia con las condiciones naturales del país, más vocado a hierbas, pastizal es y monte que al difícil y trabajoso cultivo del trigo y de la vid" (MARTIN GALINDO, 1969, p. 26), la sentencia es hoy aún más cierta, si es que puede expresarse así, que cuando fue formulada. Efectivamente, la definitiva superación de las necesidades de autoconsumo y particularmente la acomodación a unas cada vez más escasas disponibilidades de mano de obra en un ámbito en que las condiciones topográficas dificultan enormemente la mecanización, explican que la mayor parte de las tierras de labor hayan quedado convertidas en prados naturales así como que buena parte de la pradera ganada al monte en el anterior período, que al fin y al cabo no dejaba de ser tierra marginal, pertenezca de nuevo al mismo. Por otra parte, las expectativas económicas que con ciertos altibajos viene ofreciendo el pino insigne ha propiciado que desde los años 1960, por lo que al caserío respecta, los pinares ocupen el lugar de las antiguas landas.

Todo ello supone que el paisaje rural vasco-atlántico de mediados del siglo XX y el de las postrimerías del mismo difieran profundamente, porque aunque se trate de unos mismos valles los caseríos son otros.

II. BIBLIOGRAFIA

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NOTAS

1. Puesto que la fuente en cuestión no desagrega la información sino a nivel provincial, no resulta posible ajustar precisamente el ámbito del caserío y el de estudio al que habría de restársele la comarca vizcaína de las Encartaciones y añadírsele la Cantábrica Alavesa y la Navarra Húmeda del Noroeste, así como otros enclaves de menor entidad territorial: Valle de Aramaiona. En cualquier caso, esta circunstancia no invalida unos datos que globalmente pueden considerarse significativos para el conjunto de caseríos. Los diferentes gráficos que aparecen en el trabajo siempre responden al cómputo global de los datos correspondientes a ambas provincias.

2. Otra posibilidad, en este sentido, es la que ofrece el Catastro de 1957, a partir del cómputo global de los aprovechamientos que constan para cada una las parcelas en que se dividía el territorio aquel año. BARINAGARREMENTERIA (1989) utiliza esta fuente junto con la S.O.C.A. de 1985 para estudiar la evolución de los usos del suelo en Markina-Xemein; de acuerdo con los datos que recoge, la reducción del espacio agrícola en ese municipio viene a ser de un 20% entre ambas fechas; no obstante, cierta ambigüedad respecto al concepto de pradera que define como: 'áreas susceptibles de ser aprovechadas para el pastoreo. Son las praderas artificiales o prados de siega' (p. 29) recomienda no hacer uso, para los fines concretos que se persiguen aquí, de tales cifras.

3. RUIZ URRESTARAZU (1990, p.116) esgrime este razonamiento a la hora de intenpretar el 'desmesurado' incremento de los prados naturales en la provincia de Álava durante el período 1950-1986.

4. Para el caso concreto de Usurbil SAN CRISTOBAL y MURUA (1958) señala lo siguiente: 'Hasta hace poco se convertían helechales y robledales en praderas artificiales, pero la crisis que desde 1945 se viene dando en el campo ya la que todavía son pocos los caseros que han encontrado solución adecuada, parece que lleva a una regresión de los herbales al bosque, y no faltan casos en que las praderas han sido hoyadas para plantaciones de 'pinus insignis', de gran rendimiento y pocas necesidades de trabajo, sobre todo en este momento en que el caserío no siempre está sobrado de brazos ( p. 80). La encuesta así como diversas monografías de carácter local: DOUGLASS, 1977, BARINAGARREMENTERIA, 1989... confirman que este comportamiento es generalizable a todo el ámbito del caserío y la fotointerpretación demuestra que han sido las praderas más que las tierras de labor, aunque tampoco falten excepciones, las que con mayor frecuencia se han convertido en pinares (AINZ IBARRONDO, 1994).

5. A mediados del siglo XX la rotación que el caserío imponía sobre sus mejores tierras tenía un carácter bianual, la mitad de las parcelas recibía por noviembre la semilla del trigo que una vez cosechado en julio daba paso en agosto al nabo, empleado como forraje invernal de diciembre a febrero-marzo. Acondicionada de nuevo la tierra, en mayo se sembraba el maíz con las alubias cuyas cosechas se levantaban de septiembre a octubre cerrando el ciclo; lógicamente sobre la mitad restante la rotación se iniciaba con el maíz. Sobre este esquema básico cabía la posibilidad de una mayor nivel de intensificación, en Orozko, por ejemplo, entre las hileras de maíz se sembraba una forrajera, el trébol encarnado o "francesa" (AINZ IBARRONDO, 1993); en Markina la "francesa' se sembraba al voleo en las parcelas de nabos, mientras entre las hileras de maíz y alubia se ponía remolacha forrajera (BARINAGARREMENTERIA, 1989).

6. "...es preciso hacer constar que por razones climatológicas, el potencial forrajero de los pastos guipuzcoanos es superior al de Holanda e Inglaterra.' (AMELLA et al., 1990a, p. 58). Respecto a la producción potencial de la pradera en la vertiente vasco-atlántica, de acuerdo con los datos aportados por el Departamento de Pastos y Forrajes del SIMA (Derio), podría establecerse una gradación desde las 10-8 Tm./Ha. de materia seca en el Norte hasta las 8-6 Tm./Ha. en las zonas del interior, en función de la progresiva disminución de la producción herbácea durante el período de verano.

7. Para el conjunto de las dos provincias, la superficie dedicada a prados naturales según el Anuario de Estadística Agraria en el año 1990 -77.152 Has. coincide sustancialmente con la superficie catalogada como pradera permanente en el Censo Agrario de 1989 -77.870 Has.-; sin embargo, existe cierta discordancia entre ambas fuentes respecto a la distribución de esa superficie global en los dos territorios -mientras el Anuario sitúa en Bizkaia 37.105 Has. y 40.047 Has. en Gipuzkoa, el Censo eleva a 40.011 Has. la superficie de pradera vizcaína y disminuye a 37.859 Has. la gipuzcoana-.

8. De acuerdo con los datos recogidos por DOUGLASS (1977), puede estimarse que, en la primera mitad del siglo XX, en Etxalar y Murelaga (Aulestia), si bien las tierras de labor experimentaron una contracción del 24% y 8% respectivamente, el conjunto de la superficie agrícola se incremento en algo más del 20% gracias al desarrollo de la superficie pratense. Otro tanto sucedía en Vera de Bidasoa (CARO BAROjA, 1984), Usurbil (SAN CRISTOBAL y MURUA, 1958)...

9. En la década de 1960 comienzan a difundirse los silos torre adecuados a la escasa maquinaria con que el caserío contaba por entonces, después, una vez que el nivel de mecanización lo permitió, los horizontales, con menos problemas de fermentaciones no deseables que los primeros, y en la actualidad las rotopacas plastificadas o "bolas", que permiten el ensilado incluso de pequeñas parcelas, van convirtiéndose en elemento cotidiano en las proximidades de los lindes de las praderas. El problema que plantea esta nueva técnica de ensilado es la fuerte inversión en maquinaria que exige, agudizando por tanto el general sobredimensionamiento del caserío en este campo.

10. De acuerdo con GARCIA FERNANDEZ (1975). si en la Montaña Cantábrica la especialización ganadera de la explotación agraria descansó en la ampliación de la superficie pratense a expensas de la roturación de comunales. en el ámbito del caserío. aunque se constata el paulatino incremento de los prados naturales durante la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX. la propiedad privada del monte limitó las posibilidades de roturación. Es cierto que buena parte del monte privatizado como consecuencia del proceso desamortizador quedó vinculado al caserío. pero frente a la 'heredad' que constituía la auténtica base del arrendamiento -régimen de tenencia mayoritario al menos hasta la década de los años 1960 lo hizo como 'pertenecido'. En estas circunstancias. el caserío tuvo acceso a ciertos aprovechamientos sobre el mismo. pero el propietario se reservó el del árbol. Por eso cuando estos terrenos vuelven a cobrar valor en las primeras décadas del siglo XX gracias a la introducción del pino insigne el monte pasó a ser explotado directamente por el dueño. 'De este modo. el caserío no ha podido hacer una ampliación del terrazgo para incorporar a él las praderas que la nueva orientación ganadera le exigía.' (p. 69).

11. Puesto que los Anuario de Estadística Agraria, no realizan actualizaciones sobre los Inventarios Forestales se ha preferido referir los datos a las fechas concretas en que éstos han sido tomados. Por otra parte, aunque disponemos de un avance de datos correspondiente al Inventario Forestal de 1995 su carácter provisional aconseja no hacer un uso sistemático del mismo.

12. De acuerdo con los primeros datos arrojados por el Inventarío Forestal de 1995 el decrecimiento podría resultar considerablemente más significativo (Ver nota no 3).

13. Según Inventario Forestal de 1986 en Navarra, Álava o Cantabria más del 70% del espacio forestal corresponde a la titularidad pública.

14. Del Censo Agrario de 1989 se desprende que el 72% del espacio forestal se haya incluido en explotaciones de tamaño superior a las 20 Has., límite dimensional que como se sabe en contadas ocasiones alcanza el conjunto de la base territorial con que cuenta el caserío. Por lo tanto, y aunque en ese porcentaje se incluye lo principal de los terrenos comunales, es obvio que una parte sustancial del monte es ajena al caserío.

15. En un intento por homogeneizar la serie de datos se han tomado las siguientes decisiones: los llamados 'Montes poblados' por la Estadística forestal de 1960 han sido considerados como 'forestal arbolado', mientras los 'montes desarbolados' junto con los 'claros' se engloban en el conjunto de 'matorrales y pastos'. El Inventario Forestal de 1986, por su parte, computa únicamente 24.300 Has. de 'matorrales', hay que entender que 'puros' puesto que el resto queda totalizado en la categoría 'mezcla de usos', lo mismo que los pastizales, parte de los cuales además se han incluido en la SAU, por tanto en este caso ha debido procederse restando del total forestal la superficie arbolada y considerando ese resto como el conjunto aproximadamente formado por los 'matorrales y pastos'.

16. Como se sabe, los bosques naturales de la vertiente cantábrica del País Vasco están constituidos exclusivamente por frondosas -robledales, hayedos y en menor medida encinares, rebollares, quejigares ; el pino marítimo -Pinus pinaster- aunque ha llegado a naturalizarse en determinados enclaves costeros procede de antiguas repoblaciones, mientras el pino albar -Pinus sylvestris- constituye bosques de sustitución en el Suroeste más continentalizado de Bizkaia.

17. Como resultado de las experiencias realizadas por Mario Adán de Yarza se había comprobado que 'el volumen de madera proporcionado por las coníferas (Pinus insignis y Cupressus magrocarpa) era 7 veces superior al de los robles plantados simultáneamente. Si a esto añadimos la posibilidad de plantar varios pinos en el mismo espacio dedicado a un sólo roble y que el turno de corta se reduce a una sexta parte en el tiempo, fácilmente se comprenderá la razón económica que posibilitó la rápida sustitución de especies y la repoblación de numerosos montes.' (ARANZADI, 1980, pp. 1291-1292).

18. 'En términos más concretos, la rentabilidad en la época de la autarquía se estima que llegó al 20%, y esto en una época en que el interés del dinero era bajo.' (ARANZADI, 1980, p. 1625).

19. El Gráfico no 7 demuestra que la superficie de frondosas se mantiene prácticamente estable -el descenso que experimenta en 1972 se debe a que una parte de la misma queda englobada en la superficie arbolada mixta- a lo largo del período analizado, aunque es cierto que se incluyen las repoblaciones efectuadas mediante especies exóticas que en su conjunto vienen a suponer un 15% del total.

20. Puesto que los Anuario de Estadística Agraria, no realizan actualizaciones sobre los Inventarios Forestales se ha preferido referir los datos a las fechas concretas en que éstos han sido realizados. Por otra parte, aunque disponemos de un avance de datos correspondiente al Inventario Forestal de 1995, dado su carácter provisional se prefiere no hacer un uso sistemático del mismo.

21. Hasta esas fechas el caserío mantenía la fertilidad de sus tierras de labor y prados a partir de los helechos, brezos y argomas previamente utilizados como cama para el ganado, práctica que mantenía a los bosque limpios de maleza.

22. Para el caso concreto de Gipuzkoa se establece que si bien algo más de la mitad de las repoblaciones forestales ocupan terrenos con niveles de pendiente superiores al 45%, una cuarta parte de las mismas se sitúan en parcelas con pendientes inferiores al 30% de las que casi la mitad lo hace en terrenos con desniveles inferiores a110% (ARANZADI, 1980).

23. Dentro del espacio desarbolado los pastizales actualmente apenas suponen una cuarta parte, estando constituidos fundamentalmente por las praderas montanas de carácter comunal -frente al resto del monte los pastos pertenecen mayoritariamente a la propiedad pública sobre las que se observa la invasión paulatina de especies arbustivas; esta circunstancia puede ser efecto de dos tipos de causas: disminución de la carga ganadera y/o desaparición de las prácticas de pastoreo -las ovejas no sometidas a una dirección de pastoreo tienden a aprovechar sólo unas determinadas áreas que terminan sobrepastadas, mientras sobre el resto se produce el embastecimiento de la hierba- (OREGUI et al., 1993).