Lurralde inves. esp.

20 (1997)

p. 261-283

ISSN 1697-3070

 

 
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CRECIDAS E INUNDACIONES COMO RIESGO HIDROLÓGICO

UN PLANTEAMIENTO DIDÁCTICO

Recibido: 1997-10-02

Alfredo OLLERO OJEDA

Universidad del País Vasco,

Facultad de Filología y Geografía e Historia

Departamento de Geografía, Prehistoria y Arqueología

c/Marqués de Urquijo, s/n,

01006 VITORIA-GASTEIZ

 

 

LABURPENA: Uhandi eta uholdeak arrisku hidrologiko bezala. Planteamentu didaktikoa. Helburu didaktikoen gaiari buruzko kontzeptuak argitzean datza, lur zailetan uhandi eta uholdeak duten eraginaren zergaitia eta ondorioen sailkapena lortzean. Arriskotasun eta zaurgarritasun elementuak aztertzean dira. Prozesu hauekiko duten arrisku somaketa eta uhandi eta uholde mota ezberdinen arteko arrisku maila ezartzea da. Nabaria da arriskuaren kultur bat ezartzearen beharra gizartea sentiberatuz. Geografoek lan honetan zer ikusi haundia daukate, hala nola arrisku hidrologikoen definizio eta balorazioan.

Hitz gakoa: uhandi, uholde, arriskugarritasuna, zaurgarritasuna, arriskuaren kultura, arriskuaren somaketa, arriskuaren maila.

 

RESUMEN: Crecidas e inundaciones como riesgo hidrológico. Un planteamiento didáctico. Se trata de aclarar conceptos sobre el tema, con fines didácticos, y alcanzar una clasificación de las causas y de las grandes consecuencias en el territorio de los procesos de crecida e inundación. Se analizan los elementos de peligrosidad y vulnerabilidad y la percepción del riesgo ante estos procesos y se establece el grado de riesgo en diferentes tipos de crecidas e inundaciones. Resulta evidente la necesidad de establecer una cultura del riesgo, sensibilizando al conjunto de la sociedad al respecto. El geógrafo puede tener un importante papel en esta labor, así como en la definición y valoración de riesgos hidrológicos.

Palabras clave: crecidas, inundaciones, peligrosidad, vulnerabilidad, percepción del riesgo, cultura del riesgo, grado de riesgo.

ABSTRACT: Floods as hydrological risks. A didactical approach. The aim of this work was to clarify concepts about this topic, according to didactic goals, and to elaborate a classification of the reasons and main consequences of flood processes on the territory. The riskness and vulnerability elements, as well as the risk perception in view of these processes are analysed and the degree of risk under different kinds of floods is established. It seems evident the need for establishing a risk culture, making the society aware of this problem.

Geographers can play an important role with regard to this activity, as well as to the definition and assessment of hydrological risks.

Key words: floods, riskness, vulnerability, risk perception, risk culture, degree of risk 261 Lurralde, 20: 1997

 

1. INTRODUCCIÓN

El tema de las crecidas e inundaciones destaca por su notable interés y tradición en la ciencia geográfica y, en consecuencia, por su importancia teórica y práctica en la formación de geógrafos. Si los procesos naturales de crecida e inundación son por sí mismos de gran interés científico, didáctico y aplicado, este interés se acrecienta considerablemente cuando lo que estudiamos son las consecuencias en el territorio de dichos procesos. Son estas consecuencias, las repercusiones en el medio natural y humano de un proceso hidrológico extremo, las que convierten al proceso en riesgo y las que dan máximo sentido a un tema fundamental de la investigación geográfica contemporánea y de otras ciencias aplicadas, un tema complejo que trata de analizar y valorar la multiplicidad de interacciones de máxima tensión que tienen lugar entre el hombre y la naturaleza cuando sobreviene un evento hidrológico de baja frecuencia y caudal extremo.

De entre los riesgos naturales, crecidas e inundaciones son el más extendido mundialmente y el más frecuentemente experimentado, así como el que mayores daños y pérdidas ocasiona (quizás porque las pérdidas por sequías son mucho más difíciles de evaluar). Esta afirmación es también aplicable a nuestro país, según estudios del ITGE y Protección Civil (OLCINA, 1994), aun cuando no podemos decir que estemos en zona de alto riesgo a nivel mundial. Por otro lado, son fenómenos que tarde o temprano suceden en todas las cuencas, por lo que podemos hablar de universalidad del riesgo, otro aspecto a tener muy en cuenta.

Estamos, por tanto, ante un tema geográfico por excelencia en la interfase hombre- naturaleza, medio físico-medio cultural, un tema además de notable repercusión social. En su planteamiento didáctico, el estudio de crecidas e inundaciones como riesgo natural requiere su comprensión previa como proceso. Es preciso analizar desde dos perspectivas diferentes –proceso natural, por un lado, y riesgo frente a los intereses humanos en el territorio, por otro– un mismo evento ya de por sí complejo en el tiempo, en el espacio y en el paisaje. He aquí el principal valor formativo de este tema.

El objetivo de este artículo es ante todo didáctico: aclarar conceptos sobre el tema de las crecidas e inundaciones y alcanzar una clasificación de las causas y de las consecuencias de estos procesos que facilite la labor docente y favorezca una mejor comprensión de los mismos tanto a los geógrafos profesores como a los investigadores y profesionales.

2. SOBRE LA DEFINICIÓN DE CRECIDA Y LOS FACTORES DEL PROCESO

Los sistemas fluviales muestran por un lado un comportamiento hidrológico normal, representado por el régimen estacional y por la irregularidad espacio-temporal, y por otro casos extremos por su volumen, crecidas y estiajes, más o menos excepcionales por su frecuencia. Para la ordenación del territorio, y en especial para la definición y prevención de riesgos hidrológicos es fundamental conocer estos casos.

2.1. El concepto de crecida Una avenida o crecida de un río, también llamada popularmente riada, es un proceso natural, sin periodicidad y de grandes consecuencias ambientales, constituido por un incremento importante y repentino de caudal en un sistema fluvial. Lleva consigo un ascenso del nivel de la corriente, que puede desbordar el cauce menor para ocupar progresivamente el cauce mayor, hasta alcanzar un máximo o punta de caudal o caudal-punta y descender a continuación (OLLERO, 1996). Son situaciones de estrés hídrico, sucesos hidrogeomorfológicos bien muy concentrados localmente, bien generalizados a nivel de cuenca, en los que el incremento de caudal supone un incremento de los flujos de energía (inputs y outputs) a través del sistema, que necesita estos procesos extremos para su propio equilibrio dinámico (GARZÓN, 1987). Esta sobreexcitación del comportamiento hidrológico genera consecuencias ambientales muy diferentes a las de los procesos de escorrentía normal, ya que se superan umbrales de resistencia en el sistema fluvial y se aceleran los procesos de erosión, transporte y sedimentación en la evolución ambiental de la cuenca.

Cada crecida presenta una distinta progresión o evolución en el espacio y en el tiempo, un distinto desarrollo desde su origen hasta el final de proceso, reflejados en su hidrograma. Dos parámetros son fundamentales: la velocidad de la crecida y su duración en el tiempo.

Aunque cada sistema fluvial tiene un tipo de evolución que suele cumplir, el hidrograma de una crecida suele presentar una curva de ascenso muy brusca, que refleja un rápido proceso de concentración de caudal, y un descenso lento y paulatino de las aguas (proceso de laminación) tras la punta de crecida. Ahora bien, cada crecida evoluciona de un modo distinto, sus cudales-punta y los desbordamientos varían en los distintos tramos del sistema fluvial. Cada episodio necesita una explicación precisa, no se puede generalizar y por eso tampoco es especialmente fiable modelizar.

Para definir un proceso hidrológico como crecida es imprescindible diferenciarlo respecto de cualquier proceso de aguas altas ordinarias. Los hidrólogos no se han puesto de acuerdo al respecto, y suelen establecer el umbral en una cifra teórica resultante de multiplicar por 3, por 5, a veces por 10, el caudal medio anual. Para geógrafos como FRÉCAUT (1964) aguas altas son elevaciones anuales y relativamente regulares, mientras las crecidas son por definición excepcionales e irregulares, aunque precisamente suelen acontecer dentro del período de aguas altas. GUILCHER (1965) advierte de la dificultad de establecer la diferenciación, especialmente en sistemas fluviales de llanura alimentados por la fusión nival.

Desde nuestro punto de vista el umbral debe ser elegido en función de nuestro objetivo de trabajo. Un umbral muy útil puede ser el de desbordamiento, entendido como el proceso en el que las aguas sobrepasan la situación de bankfull o cauce menor lleno. Si nuestro objetivo aplicado es la ordenación del territorio, el criterio fundamental para definir un episodio hidrológico como crecida es el hecho de que puede provocar un desbordamiento. En este sentido, hablaremos de crecida cuando haya riesgo de inundación en el lecho mayor, cuando puedan producirse daños, y si no lo hay estaremos ante aguas altas ordinarias. Ahora bien, fijar este umbral es sumamente complicado, teniendo en cuenta las diferentes morfologías de los cauces y la existencia de obstáculos naturales o antrópicos asociados a los mismos. Por otro lado, quizás sea más correcto hablar de umbral de peligro y no de riesgo, como veremos más adelante.

2.2. Los factores de las crecidas fluviales Se trata de los mismos factores de la escorrentía normal, actuando con otra intensidad. Podemos distinguir entre unos factores desencadenantes de la avenida y unos factores de intensificación o atenuación de la misma.

Los factores desencadenantes son principalmente fenómenos hidrometeorológicos (OLCINA, 1994):

•Precipitaciones tormentosas breves e intensas, de carácter convectivo, que generan crecidas locales (Biescas).

•Precipitaciones convectivas de media o gran escala, como las gotas frías frecuentes en otoño que afectan a las cuencas medianas mediterráneas.

•Precipitaciones frontales más extendidas y duraderas, de carácter ciclónico orográfico, que generan crecidas generales, de mucha extensión espacial.

Además de las precipitaciones, entre los fenómenos hidrometeorológicos que originan procesos de crecida fluvial no podemos olvidar la fusión de masas de nieve y hielo, a veces muy rápida, provocada por elevación de temperaturas acompañada generalmente de precipitaciones líquidas intensas que incrementan el efecto, de manera que la parte de nieve que engrosa la crecida suele ser inferior al 30% del caudal líquido, y nunca supera el 50%(PARDÉ, 1961).

Los factores hidrometeorológicos condicionan una de las características más relevantes de las crecidas, su estacionalidad o época del año en que se registran con más frecuencia en cada lugar, fundamental de cara a la previsión de riesgos.

Hay otras causas de crecida que no tienen carácter hidrometeorológico y que PARDÉ (1961) definió como debacles. Nos referimos fundamentalmente a la liberación brusca de aguas represadas:

•Por rotura de represa de bloques de hielo después del deshielo, frecuente en ríos siberianos o canadienses.

•Por rotura o desprendimientos de glaciares que taponaban valles.

•Por rotura brusca de una bolsa de agua subglaciar que obtura el valle, de pronto revienta y forma una gran avalancha de agua, barro, nieve y hielo.

•Previa obstrucción natural del cauce por procesos de vertiente: movimientos en masa o conos enfrentados de dos afluentes que cierran el valle principal.

•Por rotura de una presa construida por el hombre, de una infraestructura que ejerce tal papel (puentes ocluidos por desechos de la propia crecida) o de una obra de defensa.

Otras debacles que pueden generar crecidas son terremotos, erupciones volcánicas (Islandia, Kamchatka, Andes) o movimientos de tierras a gran escala.

Los factores de intensificación o atenuación intervienen en la forma de evolución espacio-temporal del evento de crecida, en las características de la propagación de las aguas valle abajo (MATEU, 1988):

•Las condiciones climáticas e hidrológicas previas registradas en toda la cuenca.

•Los propios caracteres físicos de la cuenca: topografía, superficie drenada (al aumentar el área y organización de la cuenca se incrementan las condiciones para que también lo haga la magnitud absoluta de la crecida, pero las cuencas elementales generan enormes puntas de crecida), litología (permeabilidad), densidad y naturaleza de la cubierta vegetal (intercepción), usos del suelo (urbanización, deforestación, incendios forestales, canalizaciones, áreas puestas en riego, extracción de áridos...), capacidad del suelo y subsuelo para retener agua (infiltración), recarga y descarga de acuíferos, presencia de infraestructuras, etc.

•La densidad y jerarquización de la red de drenaje, que es una variable relativamente estable. Las características morfométricas son decisivas en la predicción (hidrograma unitario geomorfológico). Las crecidas de los grandes colectores provienen de la sincronía de las de sus principales afluentes.

•Los caracteres de los canales: morfología del lecho fluvial, geometría hidráulica, cambios históricos, procesos naturales (deslizamientos, taponamientos), presencia de infraetructuras (puentes, defensas, presas, azudes). Durante la avenida los cauces van variando y acomodándose.

3. LAS INUNDACIONES Y SUS CAUSAS

Hablamos de inundación cuando las aguas cubren el terreno. WHITTOW (1988) define el proceso como la sumersión bajo el agua de una zona terrestre que normalmente no está cubierta por la misma, debido a un cambio relativamente rápido del nivel de la masa de agua en cuestión.

Aunque en inglés se emplea el término “flood” tanto para crecida como para inundación, conviene diferenciarlos con claridad. No todas las crecidas producen inundaciones y no todas las inundaciones proceden de crecidas de sistemas fluviales. Mientras las crecidas siempre tienen lugar en sistemas fluviales, aunque su mecanismo y sus efectos no afectan sólo a los cauces, las inundaciones pueden producirse por desbordamiento de un cauce, pero también por elevación del nivel del mar o del nivel freático, dificultades de drenaje, represamientos, etc. En las crecidas fluviales las inundaciones reducen la punta de caudal, ya que expanden el flujo y ralentizan el paso del agua, retardan la descarga, constituyendo por tanto una laminación natural de la crecida.

Las principales causas de inundación son las siguientes: •Desbordamiento de un cauce como consecuencia de una crecida. La inundación constituye un proceso natural consistente en la ampliación temporal del lecho fluvial: el río ocupa su llanura de inundación o cauce mayor. Es lo que podemos denominar inundación fluvial, que será diferente según nos encontremos en un cono de deyección, en un curso alto, en un curso bajo o en una llanura de inundación próxima a la costa en la que la zona inundable adquiere forma irregular afectando a marismas o albuferas (MATEU, 1990). El desbordamiento puede presentar dos tipologías: inflow (elevación progresiva del nivel de las aguas en valles y llanos de inundación de perfil transversal cóncavo) y outflow (desparramamiento desde el río hacia las cotas más bajas del área adyacente en valles de perfil transversal convexo).

•La elevación del nivel del mar en las costas, por situaciones de temporal, huracanes, olas de tsunami, etc., produce lo que ALEXANDER (1993) denomina inundaciones litorales. Estas elevaciones reducen la capacidad de desagüe de los ríos en crecida, agravándose el proceso. LEDOUX (1995) distingue en las costas francesas dos tipos de sobreelevaciones, una ligada a la presión hidrostática y otra a la ola de temporal.

•Insuficiencia o imposibilidad de drenaje del agua precipitada en determinadas superficies: terrenos impermeables, zonas urbanas, áreas endorreicas. El agua permanece varios días hasta que se evapora o se infiltra.

•Elevación del nivel freático hasta producirse el encharcamiento superficial.

•Inundación lacustre como respuesta a una crecida del río que conecta con el lago.

•Inundación en el área de confluencia de dos sistemas fluviales. Un río crecido no puede recibir los caudales de sus afluentes y produce un cierre hidráulico, de manera que su propia crecida penetra en aquéllos y provoca inundaciones al remansar sus descargas. También pueden coincidir las crecidas de los dos confluentes, produciendo efectos graves y complejos.

•Inundación en la desembocadura de un sistema fluvial en el mar, que ALEXANDER (1993) denomina inundación estuarina. Se produce en situaciones sinérgicas entre la crecida fluvial y la elevación del nivel del mar.

•Inundación por represamiento de una corriente fluvial a causa de un proceso de vertiente o de una barrera de hielo. La ruptura de la presa provocará una crecida, como ya hemos visto. En este caso la inundación antecede a la crecida.

4. CONSECUENCIAS DE LOS PROCESOS DE CRECIDA E INUNDACIÓN

4.1. Efectos en el medio natural

Una crecida es mucho más que una punta de descarga fluvial. Unas horas de crecida pueden modificar más el paisaje que decenas de años de escorrentía normal (ROSSELLÓ, 1972). Estamos por tanto ante un proceso geomórfico decisivo en la dinámica de los sistemas fluviales, que afecta tanto a los cauces como a las áreas potencialmente inundables (terrazas fluviales holocenas o históricas, abanicos aluviales funcionales, llanos de inundación, deltas, bordes de albuferas, depresiones endorreicas, depresiones kársticas). Las repercursiones a veces se dejan notar tras varias crecidas sucesivas, con cierto tiempo a escala geológica (MATEU, 1990).

Ahora bien, una mayor punta de crecida o una mayor descarga por unidad de área no equivale necesariamente a mayor potencia o mayor efectividad geomórfica (BAKER y COSTA, 1987), ya que además de la descarga líquida intervienen variables como los caracteres de la cuenca, la velocidad media, la pendiente, el calado medio o la concentración de sedimentos.

Las principales consecuencias en el medio abiótico de los procesos de crecida e inundación son:

•La activación de procesos de vertientes en la cuenca como resultado de las fuertes precipitaciones: acarcavamientos, piping, deslizamientos, etc. Se registran igualmente complejos procesos en conos de deyección (progradación), glacis y terrenos llanos como las terrazas fluviales (escorrentía en manto).

•Como consecuencia de todos estos procesos se movilizan grandes cantidades de materiales sólidos desde la cabecera de la cuenca. La carga sólida  forma parte de los outputs de avenida, dificulta la circulación del caudal líquido (turbidez) e incrementa el poder erosivo de la corriente (LAGANIER, 1990).

•Hay una aceleración en los cauces de los procesos de erosión, transporte y sedimentación. Predominan los procesos de erosión, tanto en las orillas como en el fondo del lecho, durante el ascenso y punta de las aguas, conforme aumenta la profundidad de la corriente, pero con el descenso, cuando su velocidad y profundidad disminuyen, se depositan los materiales (sedimentación diferencial) con un balance final muy similar al inicial.

•La principal consecuencia geomórfica de las crecidas es la formación y procesos en los llanos de inundación. El desbordamiento genera allí corrientes anárquicas, redistribuciones de materiales y numerosas microformas de relieve.

El resultado son acumulaciones de gravas, inicios de nuevos cauces, encharcamientos, profundos socavones, corrimientos de tierras, arranque de árboles, elevación de diques naturales de ramas y materiales arrastrados, etc.

Cuando las aguas quedan encharcando el terreno durante largos periodos de tiempo se produce la sedimentación por decantación de los materiales finos que el río transportaba en suspensión.

•Variaciones en la geometría y trazado de cauces, desde la migración lateral hasta la consecución de cortas y aperturas de nuevos cauces por desbordamiento de levees o diques naturales. Para que se produzcan estas drásticas variaciones es preciso que la crecida sea voluminosa y persistente.

•Se pueden producir modificaciones de trazado en confluencias y desplazamientos de las desembocaduras fluviales en el litoral.

•Hay efectos geológicos indirectos que se dan a posteriori y que se deben a los cambios bruscos en el nivel freático: movimientos en masa, efectos sumidero, hundimientos, etc. Las aguas que inundan la llanura de inundación terminan por infiltrarse recargando y renovando los acuíferos aluviales, o bien se evaporan con el tiempo.

Las consecuencias en el medio biótico son enormes. La muerte y arrastre de innumerables seres vivos, animales y vegetales, convierte a las crecidas e inundaciones en procesos de gran importancia en el control demográfico de muchas especies.

Por otro lado, las crecidas renuevan el ambiente fluvial y los hábitats, favoreciendo la regeneración de los ecosistemas. Muchas especies no podrían sobrevivir si no hubiera crecidas periódicas. Por este motivo es recomendable una política de gestión de sistemas fluviales que permita crecidas e inundaciones periódicas con objeto de restablecer el equilibrio de los ecosistemas alterados por la supresión total de oscilaciones de caudal que puede comportar la regulación.

En muchas ocasiones las consecuencias descritas son agudizadas por factores antrópicos que actúan como riesgos inducidos o mixtos:

•La rotura de una presa provoca un incremento del volumen, velocidad y punta de la crecida.

•El represamiento por obstrucción de puentes o infraestructuras transversales al cauce produce inundación aguas arriba del obstáculo.

•Defensas y tramos encauzados dirigen las aguas de crecida y los efectos contra los tramos desprotegidos aguas abajo.

•La ruptura de una defensa implica un proceso de inundación en situación de outflow o desparramamiento, ya que la obra elevaba el nivel de la corriente por encima del nivel del terreno inundable.

•Vías de comunicación y diques conducen, desvían o retienen las aguas de avenida, y dificultan la evacuación posterior de las mismas en la fase de descenso de caudal, prolongando en el tiempo la inundación.

•Los procesos de impermeabilización del terreno (urbanización) incrementan la escorrentía, y con ello el volumen y velocidad de la crecida.

•La ocupación de la llanura de inundación para actividades económicas limita su función como superficie de laminación de la crecida.

•La deforestación, el cultivo, los movimientos de tierras en obras, la extracción de áridos, la remoción de escombros, provocan incrementos del caudal sólido.

•El arrastre por las aguas de crecida de elementos antrópicos contaminantes genera contaminación de cauce y riberas en amplios tramos.

4.2. Efectos en el medio humano

Crecidas e inundaciones constituyen fenómenos físicos y socio-económicos que afectan las actividades humanas y a su vez son modificadas por ellas, de manera que protagonizan una de las relaciones más paradigmáticas del hombre y su entorno natural (MATEU, 1990).

Hay que destacar la existencia de varias consecuencias de estos procesos beneficiosas para el hombre: el incremento de la fertilidad del suelo, la limpieza de cauces, la renovación de aguas estancadas, la renovación de acuíferos aprovechables o el riego con aguas de avenida en zonas deficitarias.

Sin embargo, las consecuencias son, en su mayor parte, negativas, y pueden estructurarse en tres grandes bloques:

•Daños en infraestructuras: vías de comunicación, sistemas de telecomunicación, viviendas, instalaciones industriales, edificaciones agrícolas, puentes, defensas, presas, azudes, estaciones de aforo, redes de agua potable, conducciones enterradas, aterramiento de embalses, canales y acequias, etc.

•Repercusiones en actividades humanas: paralización de actividad por la inundación (corte de comunicaciones y energía), pérdidas económicas directas e indirectas en el sector privado y en el público, gastos económicos en reparaciones, limpieza general y ayudas de emergencia, incremento del paro y retroceso de la prosperidad general, conflictos de propiedad, efectos psicológicos y sociológicos (percepción individual y colectiva del riesgo), epidemias y problemas de salud pública por expansión de contaminantes, corte del agua potable, falta de abastecimiento, aguas estancadas, etc.

•Pérdida de vidas humanas, tanto directa como indirecta.

 

5. PELIGROSIDAD, VULNERABILIDAD Y PERCEPCIÓN DEL RIESGO EN CRECIDAS E INUNDACIONES

5.1. Sobre el concepto de riesgo

No hay riesgo sin presencia humana. MATEU (1992) define riesgo natural como la manifestación de inestabilidad corta o prolongada del sistema natural que quiebra las relaciones habituales de la sociedad con su entorno. Para ORTEGA (1991) son imprescindibles el proceso natural agente y la sociedad afectada o paciente. TRICART (1992) considera que no están claras las nociones peligro y riesgo, y critica la terminología anglosajona al respecto (hazard, disaster). Define riesgo como la traducción del peligro en amenaza para el que está sometido a ello, la probabilidad de que un peligro se convierta en daño: el peligro es natural, el riesgo es humano. Para CALVO (1984) hay riesgo natural cuando ciertos acontecimientos extremos del medio exceden la capacidad de los procedimientos humanos para absorberlos o amortiguarlos.

Por otro lado, hablamos de riesgos hidrológicos para los casos en los que interviene el agua o su ausencia: sequías, crecidas, inundaciones, nieve, avalanchas, granizo, heladas, nieblas, mareas de temporal, tsunamis, icebergs... Para WARD (1978) las inundaciones no son desastres naturales sino fenómenos naturales que responden a las pautas habituales del flujo de los ríos. Los desastres son obra de los hombres en tanto que han buscado el riesgo ocupando los llanos de inundación con edificios, campos o industrias, carreteras, puentes, vías férreas, etc. por ignorancia o conveniencia económica.

5.2. Peligrosidad y vulnerabilidad en crecidas e inundaciones ¿Cómo se puede valorar el riesgo? ¿Cuál es el grado de riesgo de una situación o fenómeno? El grado de riesgo (PANIZZA, 1988) se obtiene del producto de la peligrosidad natural (condición, proceso o suceso potencial que supone una amenaza para el hombre o su actividad) por la vulnerabilidad territorial (características del grupo humano amenazado) es decir, la probabilidad de ocurrencia de un peligro por el valor del daño que puede causar (ROWE, 1977).

Los principales elementos de peligrosidad de crecidas e inundaciones son definidos por DUNNE y LEOPOLD (1978):

•El origen de la crecida (precipitación intensa, fusión nival, rotura de represamiento...).

•El tipo de curso fluvial en que nos encontremos (gran río, curso de montaña, rambla, curso de recorrido corto...) y el tramo del mismo (curso alto, medio o bajo, tramo encajado o divagante...).

•El volumen de la crecida y especialmente la altura máxima que alcanza el agua.

•La velocidad de propagación, la rapidez de subida de las aguas, que condiciona la posibilidad de alertar y evacuar a tiempo a la población.

•La duración de la inundación, muy importante de cara a los daños económicos por paralización de actividades.

•La época del año en que se produzca el evento, lo cual puede ser relevante para cosechas y determinadas actividades económicas.

•El área inundada o magnitud de la inundación.

A los elementos reseñados hemos de añadir (v. esquema 1) como parámetros fundamentales de peligrosidad la frecuencia del proceso y la probabilidad de que se produzca en el futuro. Pese a que son procesos sin periocidad, imprevisibles, es básico conocer de forma teórica cada cuánto se pueden repetir y con qué características, para definir los riesgos y actuar en consecuencia.

Lo expuesto supone una amenaza del medio físico sobre una sociedad, de ahí el término de peligrosidad. Ahora bien, un riesgo natural, en tanto que problema de adaptación del hombre a la peligrosidad natural, es variable y mutable en el tiempo y en el espacio, como lo son los niveles de civilización de las distintas sociedades, y lo que para cada una de ellas puede calificarse de riesgo (CALVO, 1984). Es el nivel cultural, de organización y técnológico de los distintos grupos humanos, lamentablemente, el que califica las amenazas del medio físico, el que marca la respuesta humana a su inestabilidad, de manera que los daños siempre son mayores en el tercer mundo.

Es la vulnerabilidad territorial la que define fundamentalmente, en último término, el carácter catastrófico de una crecida o inundación.

Los elementos vulnerables que contribuyen a incrementar el riesgo son (v.

esquema 1) los usos del suelo y del agua, las infraestructuras, los asentamientos humanos en zonas inundables (casi un 10% de la superficie de los continentes lo es) y su densidad de población, contando con el alto grado de antropización en las inmediaciones de los ríos por obvias ventajas de accesibilidad, fertilidad, navegación, comunicaciones, etc. La población a nivel mundial es cada vez más urbana, más concentrada y más dependiente de infraestructuras sofisticadas y vulnerables. El proceso de concentración espacial de poblaciones, actividades e inversiones ha sido máximo en las últimas décadas e incrementa el riesgo. La crecida o la inundación son el peaje que se paga por ocupar los terrenos que ha creado el río.

La degradación del medio derivada de determinados procesos económicos (deforestación, éxodo rural, urbanización) es otro factor importante de potenciación de la vulnerabilidad.

Es fundamental la eficacia de los sistemas de previsión, alarma, emergencia y evacuación, que a su vez dependen de la propia ubicación de la sociedad en el curso fluvial. Así, las previsiones siempre son más fiables en sectores bajos que en cabecera; en montaña no hay tiempo para reaccionar. Proteger (obras de infraestructura y medidas no estructurales), prevenir, predecir y percibir la inundación para aminorar la catástrofe ha sido y es la vía de convivencia del ecosistema humano con el riesgo.

Pero la eficacia de estos sistemas también está íntimamente relacionada con el nivel de organización de la sociedad y con su cultura y percepción del riesgo. Una sociedad consciente del riesgo que corre y bien informada tendrá una respuesta correcta ante una situación de emergencia y los daños podrán ser mínimos.

5.3. La percepción del riesgo

En general se da una preocupante falta de información en los habitantes de zonas inundables sobre el riesgo que corren. Su percepción está fuertemente condicionada por la lejanía en el tiempo y la magnitud del último acontecimiento catastrófico que han experimentado. Nada más suceder la catástrofe la población afectada muestra hipersensibilidad y la define como el mayor desastre que se recuerda, pero a medida que el suceso se aleja en el tiempo se va olvidando su gravedad. Esta pérdida de memoria histórica va acompañada de otra grave percepción: la falsa sensación de seguridad, la excesiva confianza que tienen las poblaciones en las obras públicas (embalses, derivaciones) y el progreso técnico en general, cuya eficacia es a veces deliberadamente exagerada mientras se ocultan otras informaciones y paradojas. Se piensa que las riadas eran sucesos del pasado de los que se han liberado gracias a la regulación de la cuenca. La consecuencia de esta falsa seguridad es que los asentamientos se instalan en lugares cada vez más arriesgados, y en consecuencia las inversiones públicas y las pérdidas son crecientes (MATEU, 1992). Este círculo vicioso se rompe cuando los fenómenos naturales desbordan las previsiones.

Los campistas de Grand-Bornand en la tragedia del 14 de julio de 1987 no fueron capaces de apreciar la gravedad de la situación desde el comienzo y no quisieron abandonar sus caravanas pese a las recomendaciones del personal del camping, exceso de confianza que les llevó a la muerte (LEDOUX, 1995). Se hace imprescindible la educación ambiental también en relación a los riesgos, que la población conozca los mapas de riesgo potencial y las limitaciones de las medidas de regulación, de previsión, de alarma, de emergencia.

Por lo que respecta a la respuesta institucional, la organización de las distintas administraciones suele tener deficiencias por inexistencia o inoperancia de los organismos encargados de prevenir o paliar estos acontecimientos, por fragmentación de responsabilidades ante la toma de decisiones territoriales sobre espacios que se comportan como unidades hidrogeomorfológicas (CALVO, 1984). Por todo ello, crecidas e inundaciones delatan conflictos latentes o patentes en la utilización del espacio (MATEU, 1990).

 

6. GRADO DE RIESGO EN DIFERENTES TIPOS DE CRECIDAS E INUNDACIONES

El riesgo se ha incrementado a nivel mundial de modo exponencial en las últimas décadas tanto por los procesos inducidos por las transformaciones humanas de  los sistemas naturales (impermeabilización, encauzamientos), como por el aumento de la vulnerabilidad. Los daños siguen creciendo pese a las inversiones realizadas, aunque han descendido las víctimas mortales (LEDOUX, 1995). Contrariamente a lo que se piensa, es muy probable que la frecuencia de las inundaciones vaya en aumento.

Aparte del cambio climático, cuyas consecuencias no están completamente determinadas, es evidente que el arroyamiento es cada vez mayor por los cambios en las prácticas agrícolas, ciertas obras de defensa que desplazan e incrementan el problema aguas abajo, y la urbanización que disminuye la infiltración y acelera la escorrentía.

Los riesgos no pueden ser clasificados por su escala o grado a nivel universal, debido a su complejidad y sobre todo a la enorme variabilidad en los caracteres de los grupos humanos. Los tipos de crecidas e inundaciones son tan variados, tanto por su origen como por su mecanismo y características, que resulta muy difícil lograr una clasificación (FRÉCAUT, 1964) y predecir los daños que pueden producir, salvo en los términos más generales. Los intentos de clasificación llevados a cabo hasta la fecha, entre los que destacan el de PARDÉ (1961), basado en el coeficiente A, el de RODDA (1969), que distingue entre avenidas permanentes y avenidas transitorias, o la clasificación genética de ALEXANDER (1993), se basan en el origen, la forma de progresión y los caudales máximos, pero no atienden a las consecuencias de los procesos, por lo que son poco útiles para la definición de riesgos.

Proponemos a continuación una clasificación de crecidas e inundaciones en función del grado de riesgo, que supone una tipología sencilla y adaptada a nuestro entorno. Distinguimos seis grandes tipos de crecidas e inundaciones que pasamos a explicar a continuación y que se resumen en el esquema 2.

 

6.1. Crecidas e inundaciones en grandes sistemas fluviales

En los cursos de largo recorrido, en las grandes cuencas hidrográficas del planeta, se registran procesos de crecida e inundación originados generalmente por las lluvias monzónicas (monzón de verano entre mayo y octubre), tormentas tropicales en Africa y Sudamérica o tormentas convectivas con gota fría en el ámbito templado (OLCINA, 1994). Las mayores puntas de crecida se registran en los tramos medios, donde se unen los grandes afluentes. En los cursos bajos, la crecida se lamina de forma natural por el propio desbordamiento, reduciéndose el caudal-punta. En estos cursos bajos las llanuras de inundación son amplias y suelen presentar peligrosas situaciones de outflow, con desbordamientos allí donde se rompe el levee o dique natural, inundación sobre amplias áreas, encharcamiento prolongado y facilidad para que se produzcan cambios en el trazado del cauce por avulsión (Hwang Ho, Po, Waal, Ródano en la Camarga).

PARDÉ (1961) recuerda las grandes crecidas del Nilo o del Ganges, del Hoang-Ho en 1887 y 1938 con cientos de miles de muertos, del Yang-tsé-Kiang en agosto de 1931 y agosto de 1954, del Mississippi en abril-mayo de 1827, con 212 víctimas, del Ohio en marzo de 1913 con 500 muertos, del Garona y sus afluentes en 1875 y en marzo de 1930, la del Arno en Florencia en noviembre de 1966. La gran crecida del Mississippi en julio de 1993 es uno de los desastres más costosos de la historia de América (PITLICK, 1997). Fue producida a raíz de grandes precipitaciones en todo el Medio Oeste a lo largo del verano. Los usos humanos también intervinieron en su incremento.

En la Península Ibérica esta tipología es característica del Guadalquivir y del Ebro, donde es fundamental la coincidencia de afluentes. Duran varios días y se producen a raíz de fuertes lluvias extendidas de tipo frontal. Las del Ebro no han causado víctimas desde 1930, siendo la más importante la de diciembre de 1960. Las del Guadalquivir de diciembre de 1996 causaron 4 muertos y pérdidas por valor de 70.000 millones de pesetas en toda Andalucía occidental.

El grado de riesgo en estas avenidas es alto por su elevada frecuencia y la enorme vulnerabilidad de los llanos de inundación. No obstante al ser más previsibles los habitantes se encuentran más habituados y preparados. Como son crecidas lentas, que se conocen con varios días de antelación desde su formación en las cabeceras, hay tiempo para tomar precauciones y desalojar a la población si es preciso. En las sociedades avanzadas estas crecidas provocan muy pocas víctimas en la actualidad.

6.2. Crecidas e inundaciones por fusión de nieve y hielo Los procesos de fusión producen crecidas de gran volumen y duración, lentas, muy previsibles, muchas veces evitadas por pequeñas obras de infraestructura. El grado de riesgo es menor que en las crecidas de los grandes sistemas fluviales, ya que la vulnerabilidad suele ser menor (la densidad de población más baja) y la estacionalidad se cumple. Los mejores ejemplos de esta tipología se registran en los ríos siberianos y canadienses, así como en el Rhin y el Danubio entre los ríos alpinos. En la Península Ibérica los ejemplos son escasos, destacando algunas de las crecidas de los afluentes pirenaicos del Ebro.

6.3. Crecidas e inundaciones en ríos de corto recorrido y ramblas Esta tipología es muy frecuente en el planeta, pero los mejores ejemplos pueden encontrarse sin lugar a dudas en la Península Ibérica (OLCINA, 1994), tanto en el ámbito mediterráneo como en el cantábrico. Son crecidas rápidas e imprevisibles que afectan a sistemas fluviales de corto recorrido y pendiente media o alta. Es fundamental para su génesis la proximidad a la costa de los sistemas montañosos, desarrollándose procesos convectivos violentos que coinciden, además, con situaciones de temporal en el mar, con lo que los problemas se acrecientan en las desembocaduras.

GUILCHER (1965), DAVY (1975) o MATEU (1990) han propugnado el término de “crecida mediterránea” como avenida desmesurada y repentina de los ríos tributarios de ese mar, desencadenada a principios de otoño por precipitaciones de gran intensidad horaria. La crecida avanza como una muralla de agua con muy abundante caudal sólido y una enorme capacidad destructiva.

El grado de riesgo es máximo debido a la enorme vulnerabilidad: asentamientos urbanos e industriales en los cauces, vías de comunicación que recorren ramblas, etc. OLCINA (1994) define como principales sectores de riesgo la Ribera del Júcar, las cuencas medias y bajas del Segura, otras ramblas menores en todo el territorio levantino, el Vallés (rieras Ripoll y Rubí), Tarragona en la desembocadura del Francolí, Girona donde confluyen los ríos Ter, Güell, Galligans y Oñar, así como la franja mediterránea de Andalucía: río Almanzora (Cuevas, Zurgena), Almería (ramblas Andarax, Belén, Chanca, Caballar y Obispo), rambla de Albuñol, Málaga (desembocadura de Guadalmedina y Guadalhorce), etc.

El 4 de noviembre de 1864 hubo una gran inundación del Júcar, con una punta estimada en más de 12.000 m3/s (MATEU y CARMONA, 1991). En octubre de 1957 tuvo lugar la catastrófica inundación de Valencia por la avenida del Turia (el caudal  máximo el día 14 alcanzó los 3.700 m3/s) que llevó a la posterior desviación y encauzamiento del río.

En septiembre de 1962 en Catalunya un temporal de levante afectó a las comarcas del Vallés, Baix Llobregat y Maresme. La situación de marejada elevó el nivel del mar en la costa que impidió el normal desagüe de los ríos Llobregat, Besós, Ripoll y riera de Rubí, que se desbordaron por las tierras bajas, causando 973 muertos, la destrucción de 5.000 viviendas y 2.700 millones de pesetas en pérdidas.

Otro dramático episodio tuvo lugar en octubre de 1973 en el Sureste peninsular.

Los datos hablan de precipitaciones en un día de 600 mm en Zurgena y 598 mm en Albuñol. Crecidas e inundaciones en todas las ramblas (la de Nogalte, afluente del Guadalentín, el día 19 registró más de 3.000 m3/s; en el río Almanzora 3.500 m3/s de caudal punta) causaron 300 muertos y daños materiales incalculables en las provincias de Granada, Almería y Murcia (OLCINA, 1994).

El 20 de octubre de 1982 tuvo lugar la Pantanada del Júcar, importante crecida incrementada por la rotura de la presa de Tous. La zona inundada alcanzó 290 km2 de superficie y hubo 30 víctimas mortales. La recién construida autopista A-7 y la vía férrera de Silla a Gandía tuvieron un importante papel en la conducción y retención de las aguas. Los daños superaron los 60.000 millones de pesetas sólo en la provincia de Valencia. Otro nuevo proceso de grandes dimensiones tuvo lugar en noviembre de 1987 con enormes daños en todo Levante que superaron en total los 150.000 millones de pesetas. Un nuevo temporal aconteció en septiembre de 1989 con 11 muertos. Los episodios más recientes han sido los de noviembre de 1994 en Catalunya (10 víctimas) y junio de 1995 en Córdoba y Granada (4 fallecidos).

En la vertiente cantábrica destaca el País Vasco, donde las redes fluviales están poco jerarquizadas y los valles son pendientes, estrechos y muy densamente poblados. La disponibilidad de tiempo para medidas de evacuación ante una catástrofe es muy pequeña. Las zonas más vulnerables son la Ría de Bilbao, donde pueden agravarse los efectos con la pleamar, Rentería en el Oiartzun, los barrios donostiarras de Loiola y Martutene en el Urumea, Andoain y Lasarte en el Oria. En agosto de 1983, como resultado de un dramático episodio de lluvias torrenciales de fuerte intensidad horaria junto con el temporal costero, hubo 50 fallecidos y daños materiales de 153.504 millones de pesetas de los que más de tres cuartas partes se perdieron en Bizkaia. Se estima que el Nerbioi rebasaba los 2.500 m3/s tras recibir al Ibaizabal, aunque se rompió el aforo.

A esta tipología corresponde también la mayor parte de las crecidas de los ríos pirenaicos. El proceso más significativo fue el de noviembre de 1982 en los sectores central y oriental de la cordillera. Fuertes precipitaciones (650 mm en Góriz y otro gran núcleo al Oeste de la cabecera del Ter) causaron la crecida de todos los ríos, la rotura de muchas infraestructuras y 30 víctimas mortales. El Segre en Lleida marcó 3.200 m3/s y el Ebro en Riba-roja 5.200 m3/s. Los daños económicos fueron evaluados en 50.000 millones de pesetas.

 

6.4. La avenida súbita (flash-flood) en cursos de montaña o a raíz de roturas de represamientos

Podemos definir la avenida súbita o crecida relámpago como un evento hidrológico extremadamente rápido y violento, con un tiempo de concentración mínimo, producido por una precipitación de fuerte intensidad horaria o por una debacle (rotura de represamiento, erupción volcánica, etc.), generalmente en zonas de montaña con fuertes pendientes, con enorme capacidad de erosión y transporte, de baja frecuencia y muy alta peligrosidad por su excepcionalidad y dificultad de predicción, de manera que no hay tiempo para reaccionar. La vulnerabilidad es variable, ya que puede tratarse de una cuenca prácticamente despoblada o bien afectar a una instalación de máxima fragilidad como un camping. Este último caso ha sido relativamente frecuente, con tragedias que han generado gran polémica.

Es muy característico de esta tipología la abundancia de caudal sólido que puede reforzar la crecida y sobreelevar la altura de las aguas. Suele presentarse en esta tipología el fenómeno de la gran ola o muro de agua, enormemente peligrosa y devastadora en vanguardia de la crecida, definida por PARDÉ (1961). Aparece cuando el cauce está previamente seco y es causado por la gran cantidad de sedimentos transportados y por la mayor rugosidad con que luchan las primeras aguas, de manera que éstas se van frenando y las masas más voluminosas y torrenciales, más rápidas, las alcanzan, formando la ola.

Exponemos a continuación cuatro ejemplos relevantes causados por tormentas de fuerte intensidad horaria: •En Grand-Bornand (Haute-Savoie) en la tarde del 14 de julio de 1987 el torrente Borne y sus afluentes asistieron a una gran crecida que cubrió los dos campings de la localidad. Un helicóptero de Protección Civil salvó a 26 personas de uno de los campings, pero en el otro se registraron 23 víctimas.

La subida de las aguas fue muy rápida y la velocidad de la corriente muy alta, lo que hizo muy difíciles los rescates. Los campings eran legales y el plan de ocupación del suelo municipal no mencionaba el riesgo de inundación. Sin embargo, la Borne había tenido crecidas similares en 1879 y en 1936 (LEDOUX, 1995).

•En septiembre de 1992 hubo grandes inundaciones en Francia que provocaron en conjunto 46 muertos, sobre todo en Pirineos orientales, Aude, Ardèche, Vaucluse y Drôme. La mayor catástrofe se registró en Vaison-la- Romaine, en el valle del Ouvèze, afluente del Ródano. La crecida pasó por encima de un puente de 15 m de altura. Todo el llano de inundación fue ocupado por las aguas, con 11 víctimas mortales en el camping, más otros 21 muertos y 5 desaparecidos. La subida de agua a la entrada de la ciudad fue muy rápida, estimándose un caudal punta entre 600 y 1.100 m3/s. Los afluentes de cabecera entraron en crecida todos a la vez y rompieron varios puentes, pero fue la ocupación del cauce mayor el principal responsable de la catástrofe (LEDOUX, 1995).

•El 17 de agosto de 1995 la población de Imlil en el valle de Reraya en el Alto Atlas marroquí fue una de las más afectadas por una crecida relámpago de impresionantes dimensiones. Se trata de una zona muy turística al pie del Jbel Toubkal (4167 m). Una fuerte tormenta estival generó un muro de agua y rocas de 6 m de altura que arrasó el valle y cuya vibración provocó deslizamientos en las laderas. Los daños fueron enormes en agricultura y turismo, y la cifra oficial de muertos se estableció en 150, aunque debió de ser mucho mayor (JOHNSTONE, 1997). En tres horas las aguas volvieron a su nivel normal. Entre las causas hay que destacar la sequía y la deforestación en los 8 años anteriores.

•El 7 de agosto de 1996 una enorme tormenta vespertina causó 87 muertos en el camping de Biescas (Pirineo Aragonés). En el plazo de una hora la intensidad de la precipitación fue suficiente para provocar una crecida excepcional que movilizó un enorme volumen de sedimentos en el curso inferior del barranco, debido a la rotura de numerosas presas de contención. Un gran muro de agua y bloques se expandió por la mitad de aguas abajo del cono de deyección del barranco, afluente del Gállego, donde se ubicaba el camping.

Esta tragedia tiene que suponer una lección para la planificación territorial y la localización de instalaciones en áreas de montaña expuestas a peligros naturales (CANCER, 1996; GARCÍA RUIZ et al., 1996).

En cuanto a las crecidas relámpago como consecuencia de debacles, exponemos a continuación los ejemplos más característicos. En primer lugar, por rotura de represa de bloques de hielo ha habido desastres en Europa como el de marzo de 1838 en el Danubio en Budapest o las crecidas del Rhin de febrero de 1784 (la máxima altura registrada en Colonia, 12,63 m) o marzo de 1956.

Por rotura o desprendimientos de glaciares que taponaban valles han tenido lugar eventos en Argentina, Noruega o Islandia. En los Alpes el glaciar de Gétroz provocó dos desastres en mayo de 1595 y junio de 1818. En Karakorum en 1928-29 el glaciar Chong-Kumdan creó un lago de 1.320 hm2 con una profundidad máxima de 60 m. Se vació bruscamente el 15 de agosto de 1929 provocando una crecida súbita del río Hunza que en Attock, a 1.200 km de distancia, se elevaba a 8,2 m. En la misma región en junio de 1841 se formó una ola de 24 m (PARDÉ, 1961).

Una rotura brusca de una bolsa de agua subglaciar causó 175 víctimas en St.Gervais al pie del Mont-Blanc el 12 de julio de 1892 (PARDÉ, 1961).

Dos conos enfrentados cerraron el curso de la Romanche formando un gran lago en la llanura de Oisans. El 14 de septiembre de 1219 se rompió y unos 340 millones de m3 de agua se precipitaron sobre el valle de la Romanche, el del Drac y devastaron Grenoble, cerrando la salida del Isère que refluyó en varios kilómetros aguas arriba sobre el valle de Grésivaudan. Hubo millares de muertos.

Por último, ha habido importantes tragedias por roturas de presa, como la de South Fork Reservoir (Pennsylvania) en mayo de 1889 con más de 2.100 muertos, la del embalse de Dolgarrog al N de Gales en 1925, la del embalse Orba en Ortigleto (Apeninos) en agosto de 1935 con 100 muertos, la de Malpasset (1959) en Fréjus que provocó la muerte de 423 personas, o la de Tous o pantanada del Júcar en octubre de 1982. Son catástrofes que pueden definirse como tecnológicas, o bien mixtas si una crecida contribuyó a la ruptura. El 10 de octubre de 1993 en la Camarga una rotura de un dique del pequeño Ródano provocó la inundación de 12.000 ha. a través de la brecha.

Hizo falta una semana para colmatarla (LEDOUX, 1995).

6.5. Inundaciones en zonas urbanas Las zonas urbanas presentan un comportamiento hidrológico original, también durante los procesos de crecida e inundación. El grado de inundabilidad de las ciudades está relacionado de modo inmediato con su emplazamiento respecto a los cauces fluviales, la topografía y morfología de la superficie urbanizada, el grado de impermeabilización del terreno y las características de las infraestructuras de avenamiento –alcantarillado, colectores, canalización subterránea de cursos de agua, etc.– (MATEU, 1990). Mientras los cascos viejos suelen estar a salvo de las crecidas, las expansiones recientes, los acelerados crecimientos urbanos y turísticos ocupan los llanos inundables por la facilidad de construcción y comunicación.

La peligrosidad puede ser incrementada por los riesgos inducidos. La vulnerabilidad es muy alta, y se incrementa progresivamente, debido a la muy alta densidad de población y de actividades económicas, así como a la relajación en la percepción del riesgo y al sentimiento de falsa seguridad.

Puede hablarse de inundaciones urbanas endógenas o exógenas. Las primeras se producen por la modificación del ciclo hidrológico a causa de la urbanización.

En cuanto se supera cierto umbral de precipitación en la ciudad aparece una escorrentía en manto cuyos flujos se concentran hacia las bocas de alcantarillado (HOUGH, 1984). A medida que se impermeabilizan mayores superficies por el crecimiento urbano también se incrementan las puntas de crecida. Las exógenas se desencadenan aguas arriba y afectan al sistema fluvial que atraviesa la ciudad. Las inundaciones urbanas más graves son aquéllas en las que se combina la inundación derivada de una crecida fluvial (exógena) con un episodio de intensa precipitación directa sobre la urbe (endógena).

Un ejemplo paradigmático de inundación urbana fue el de Nîmes el 3 de octubre de 1988 (DAVY, 1989). A raíz de una violenta y prolongada tormenta el agua se concentró en las 6 pequeñas ramblas que atraviesan subterráneas la ciudad. Los caudales que llevaba cada una de ellas eran más de 5 veces superiores a la capacidad de los túneles. El caudal punta fue evaluado en 2.000 m3/s. El alcantarillado quedó destruido y el agua y el barro cubrieron la ciudad, cientos de vehículos puestos a flote y estrellados, amontonados, incluso camiones o autobuses. La rotura brusca de la vía férrea provocó olas sucesivas. Se contabilizaron 9 muertos, 40.000 hogares sin electricidad, 65.000 líneas telefónicas inutilizables, 6.000 coches perdidos o dañados y unas pérdidas totales de 4.000 millones de francos (LEDOUX, 1995). Tras la catástrofe se construyeron embalses en cabecera y, ante la imposibilidad de recalibrar los desagües de las ramblas, dos canales de evacuación rodeando la ciudad.

En la Península Ibérica las ciudades con mayor riesgo, y las que han asistido a inundaciones recientes de consecuencias más graves son Valencia, Barcelona, Alicante, Málaga, Bilbao, Donostia-San Sebastián o Murcia.

En Alicante se registraron 220 mm de precipitación en poco más de una hora en la madrugada del 19 al 20 de octubre de 1982 (coincidiendo con la Pantanada del Júcar), con inundación de numerosos sectores urbanos de la capital, especialmente en el barrio de San Gabriel por desbordamiento del barranco de las Ovejas (GIL OLCINA et al., 1983).

La ciudad de Málaga quedó colapsada por las aguas desbordadas del Guadalhorce en noviembre de 1989. A la gravedad del evento contribuyó la intensidad de la lluvia, la deforestación de la cabecera, la falta de defensas y encauzamientos adecuados, la ocupación humana de zonas inundables por instalaciones industriales y áreas residenciales (OLCINA, 1994). Grandes daños se registraron también en el valle del Guadalhorce y en la comarca de Axarquía. Se realizaron 7.000 rescates por Protección Civil. Los daños se evaluaron en 60.000 millones de pesetas, con 15 muertos y 1.300 personas sin vivienda.

Un ejemplo muy reciente es el de la inundación de Donostia-San Sebastián el 1 de junio de 1997. Fueron afectados especialmente los barrios occidentales donostiarras de Igeldo, Antiguo, Ibaeta, Venta Berri, Añorga, así como Andoain, Lasarte-Oria, Hernani, Usurbil, Urnieta, Rentería, Astigarraga, Pasaia, Oiartzun y Zarautz. La tromba de agua alcanzó los 251 mm en total, batiendo el récord del observatorio de Igeldo, pero 103 mm  se concetraron de las 8 a las 9 horas a.m. y otros 90 mm de las 9 a las 10 horas. No hubo daños personales, pero sí abundantes paralizaciones de actividad, viviendas desalojadas, garajes anegados, carreteras cortadas, vehículos destrozados, talleres y bajos inundados, falta de suministro eléctrico y de gas, desprendimientos en laderas, etc.

Un buen ejemplo de inundación urbana mixta lo constituye el proceso que afectó a Bilbao el 26 y 27 de agosto de 1983, en el que se combinaron las crecidas de Nerbioi e Ibaizabal, las fuertes precipitaciones sobre la urbe y la situación de marea de temporal.

6.6. Inundaciones provocadas por el mar Son inundaciones de alta peligrosidad debido a su frecuente sinergia con crecidas fluviales. Normalmente afectan a amplias superficies y su proceso de laminación es lento. En muchas zonas litorales la vulnerabilidad es altísima, con superpoblación y muchos intereses económicos. Las zonas de máximo riesgo a nivel mundial son Bélgica, Holanda, East Anglia, Bangladesh y Este de la India. Evidentemente las consecuencias varían enormemente entre los países desarrollados y los subdesarrollados, reflejándose dramáticamente en las cifras de víctimas mortales.

Un buen ejemplo fue la importante inundación que se registró en Holanda el 31 de enero y 1 de febrero de 1953, cuando el nivel del Mar del Norte subió 2 m a causa de una marea de temporal. Hubo 1.835 víctimas mortales, tuvieron que ser evacuadas 72.000 personas, se perdieron 40.000 cabezas de ganado, fueron inundadas 150.000 ha de polders y dañados 400.000 edificios y 190 km de diques.

Un ejemplo paradigmático de gran ola de tsunami fue la que se formó cuando explotó el volcán Krakatoa en el Pacífico en 1883. La ola, de 35 metros de altura, penetró 4 km tierra adentro en las costas de Java y Sumatra y causó 36.800 muertos.

 

7. CONCLUSIONES Y REFLEXIONES FINALES

Las crecidas e inundaciones son un tema importante de la investigación geográfica y de la ciencia aplicada precisamente por sus grandes consecuencias en el territorio, tanto en el medio natural como en el medio humano. Crecidas e inundaciones son un riesgo hidrológico por esas consecuencias, si no serían exclusivamente un proceso natural.

Hemos distinguido seis grandes tipos de crecidas e inundaciones y hemos analizado, con diversos ejemplos, su grado de riesgo en función de su peligrosidad natural y vulnerabilidad territorial. Consideramos que los procesos de máximo riesgo son los que se registran en ríos de corto recorrido y ramblas o bien en zonas urbanas.

Creemos urgente, por tanto, en estos casos, el desarrollo de sistemas de previsión y prevención. No hay que dejar en segundo término los procesos de máxima peligrosidad: las avenidas súbitas en cursos de montaña o a raíz de roturas de represamientos.

Las crecidas e inundaciones en grandes sistemas fluviales alcanzan en nuestro entorno geográfico directo un grado de riesgo bajo.

Un llano de inundación es una unidad hidrogeomorfológica y como tal debería ser gestionado. Lamentablemente convergen muchos intereses y las administraciones no atienden al principio fundamental de unidad de cuenca que recoge la Carta del Agua. Por encima de intereses locales y de límites administrativos, que en este tema no deberían tener ninguna validez, debemos gestionar los sistemas fluviales como lo que son, de forma integrada.

Aunque la memoria sociológica sea corta van a seguir ocurriendo eventos extremos, y en consecuencia hay que seguir investigando en esta línea de gestión de un riesgo sumamente complejo. Es un buen campo de acción para que los geógrafos seamos útiles a la sociedad.

Hay que incrementar con urgencia la información a la población sobre estos temas, especialmente en los ámbitos urbanos. Hay que establecer una cultura del riesgo, una concienciación o sensibilización sobre los distintos elementos de peligrosidad y vulnerabilidad. Esta vertiente de la educación ambiental puede ser perfectamente desarrollada por geógrafos.

 

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