Lurralde :inv. espac.

N. 31 (2008)

p. ***-***

ISSN 1697-3070

LURRALDE

El ALARMISMO CLIMÁTICO: EN DEFENSA DEL CO2.

Recibido: 2008-04-23
Aceptado: 2008-06-02

© Antón URIARTE CANTOLLA

Instituto Geográfico Vasco
Apartado de Correos 719
20080 Donostia-San Sebastián

 

Laburpena:CO2a nahitaezko gas bat da gure planetaren atmosferan. Bere osagai bat da orain dela milioi urte. CO2a baita landareen sorkuntzan eta garapenean ere gas erabakigarri bat da, eta oro har, bizitza organiko osoarena. CO2aren kontzentrazioa handitzeak izatez nolabaiteko berotzea ekar dezake atmosferan, baina horrek ez du esan nahi kaltegarria izan behar duenik, gainera, ez da adierazten duten bestelako sendoa ezta arina.

Gako hitzkak: karbono  dioxido, klima aldaketa.

Abstract:

CO2 is an essential gas belonging to the atmosphere of our planet and forms part of it since millions of years ago. CO2 is also an essential gas in the appearance and development of vegetable life and in general in all organic life. The increase of CO2 in the atmosphere could originate a certain heating of the atmosphere but it need not be harmful nor probably so intense or rapid as it is being preached to us.

Key words: Carbon dioxide, climate change.

Resumen:

El anhídrido carbónico (CO2) es un gas consustancial de la atmósfera de nuestro planeta y forma parte de ella desde hace miles de millones de años. El CO2 es también un gas esencial en la aparición y el desarrollo de la vida vegetal y, en general, de toda la vida orgánica terrestre.

Palabras clave:  Anhídrido carbónico, cambio climático.

1 No hay tanto

Es cierto que ha habido un aumento de CO2 en el aire durante el transcurso del último siglo y que la actividad humana es probablemente la causante de ese incremento. Hace un siglo la concentración de CO2 en la atmósfera era de unas 300 partes por millón (ppm), es decir, un 0,030% del volumen total del aire, y ahora supera las 385 ppm, un 0,038%.

El planeta tiene unos 4.500 millones de existencia y su historia geológica se conoce más o menos bien desde hace unos 540 millones de años, desde el inicio del Cámbrico. Fue entonces cuando la evolución de la vida se aceleró en los océanos. Casi abruptamente, en lo que se llama la “explosión cámbrica”, se multiplicó el número de especies y se modificaron los tamaños y las formas corporales de los animales marinos. Según el valor central más probable calculado por el estudio Geocarb, podía haber entonces en el aire unas 7.500 ppm de CO2, una concentración veinte veces superior a la actual.

Más tarde, a mediados del Silúrico, hace unos 420 millones de años, ocurrió un fenómeno biológico fundamental: aparecieron las plantas con tallos rígidos hechos a base de una nueva sustancia orgánica, la lignina, que les daba el soporte estructural necesario para poder crecer en vertical. Crecieron los árboles, se desarrollaron los bosques y esa explosión de vida vegetal fue posible en una atmósfera bastante más caliente y húmeda que la actual, y con mucho más CO2, quizás con 4.000 ppm.

Después, la concentración de CO2 siguió disminuyendo, hasta llegar hace unos 300 millones de años a un nivel muy bajo, semejante al de ahora. La disminución se debió a que la formación de carbonatos en el mar y el enterramiento de vegetación muerta en pantanos, marismas, deltas y fondos marinos, no quedaba compensado por la emisión volcánica de CO2 al aire. Ese proceso ocurrió de forma especialmente intensa al final del período Carbonífero, cuando grandes cantidades de carbono orgánico quedaron confinadas en el subsuelo. Separado del aire, su falta de oxidación impedía su reconversión en CO2 y su reciclaje. Piensan algunos que la vida terrestre orgánica, tal como la conocemos, corrió entonces el peligro de extinguirse por la falta de esa materia prima esencial, el dióxido de carbono.

Pero al comienzo de la Era Secundaria, hace unos 250 millones de años, las cosas cambiaron. La progresiva partición de Pangea en diferentes islas y continentes originó una gran actividad volcánica y por los conos y las grietas tectónicas salieron al aire grandes cantidades de CO2. Se intensificó la fotosíntesis, proceso en el que la luz suministra la energía necesaria para que juntos, el CO2 y el agua, creen la materia vital, la materia orgánica.

Aprovechándose de una vegetación lujuriante, crecieron y proliferaron de polo a polo los dinosaurios. Un clima más uniforme entre las latitudes altas y bajas, más húmedo y más cálido, les facilitó la vida durante decenas de millones de años a aquellos grandes comilones. El Jurásico, con una concentración probable de CO2 de 2.000 ppm, fue su mejor época.

Después, hace unos 66 millones de años, por causa del choque de un asteroide o de masivas erupciones volcánicas, se trastocó de nuevo el clima terrestre. Comenzó la Era Terciaria. Al principio empezó caliente pero a lo largo de ella el aire se fue enfriando. Primero aparecieron los hielos perennes de la Antártida, hace unos 35 millones de años, luego los de Groenlandia, hace unos 15. Debido al enfriamiento y a una cubierta vegetal más pobre, los mamíferos, más austeros que los dinosaurios, nos hicimos los amos del planeta.

En los comienzos del Terciario, los niveles de CO2 eran dos o tres veces superiores a los actuales, pero fueron disminuyendo hasta llegar, hace 2 millones de años, al triste y frío Cuaternario, durante el cual la concentración ha oscilado entre unas 200 y 300 ppm, con glaciaciones siempre al acecho y períodos interglaciales más breves con temperaturas más suaves.

Durante los períodos más fríos del Cuaternario, en las glaciaciones, grandes mantos de hielo se acumulaban sobre grandes extensiones de Norteamérica y del norte de Europa y de Asia. Su color blanco reflejaba la luz solar y devolvía la radiación al espacio extraterrestre, intensificando el enfriamiento. El frío llegaba a todas partes. La concentración de CO2 en la atmósfera bajaba a unas 200 ppm, cantidad casi insuficiente para sostener la vida arbórea sobre la superficie terrestre. En los breves milenios interglaciares subía casi hasta las 300 ppm, una concentración que nosotros hemos aumentado ya a las 385 ppm.

2 No envenena

El CO2 no es un contaminante. No es un gas tóxico ni venenoso. Cualquier aula cerrada llega a las 2.000 ppm al finalizar una clase y sin embargo profesores y alumnos salen indemnes cuando toca el timbre o la campana.

En nuestros pulmones la concentración suele alcanzar las 50.000 partes por millón, un 5% del aire que expiramos. Al cabo del día, cada uno de nosotros emitimos más de 1 kilogramo de CO2 al aire, parecido a lo que emite un coche en un recorrido de entre 5 y 10 kilómetros. Una emisión natural, ya que los alimentos que ingerimos, y que nuestras células queman, son el biocombustible que utilizamos para obtener energía y en la reacción se produce, como desecho, dióxido de carbono y agua.

El CO2, por lo tanto, no es un contaminante, ni local, ni regional, ni global. A pesar de ello, en casi toda información o discurso que trata sobre la contaminación se le suele acusar de serlo. También hay los que se quejan de que el CO2 está acabando con el oxígeno. Temen asfixiarse. Algo de razón llevan, pero bastante poca. Es cierto que en la combustión de carbono se pierde oxígeno del aire. Pero en la atmósfera libre la concentración volumétrica de oxígeno es de unas 210.000 ppm (un 21 %) y poco se nota lo que pueda robar el incremento de CO2, unas 100 ppm durante el último siglo.

Desde la invención del fuego, el hombre emite artificialmente CO2. Cualquier combustión consiste en la oxigenación de los átomos del carbono contenido en la paja, la madera, el estiércol, el carbón, el gas, la gasolina, el alcohol, o cualquier cosa susceptible de ser quemada. El resultado es calor, CO2 y agua. Por eso, una combustión limpia es aquélla en la que los desechos resultantes son eso: CO2 y agua. Como en la respiración humana.

Pero como los combustibles no son puros las reacciones de combustión no son tan limpias como para producir solamente CO2 y agua. Además de carbono, los combustibles contienen otros elementos y los procesos de combustión no son perfectos, sobre todo si se realizan a bajas temperaturas, como ocurre con la quema de estiércol, carbón o madera en millones de hogares pobres. Por eso, la emisión de CO2 muchas veces va unida a impurezas tóxicas como óxidos de azufre, óxidos de nitrógeno, partículas carbonáceas, dioxinas, etc.

No obstante, el progreso económico e industrial ha conseguido que los procesos de combustión para la obtención de energía sean cada vez más limpios y menos contaminantes. Las tres grandes ciudades más contaminadas de la Tierra son, según algunos índices, Nueva Delhi, Pekín y Bombay. La razón es que muchos de sus habitantes, pobres, queman combustibles de todo tipo, lo que pueden y como pueden, de forma ineficiente y sucia. Por el contrario, el aire de las ciudades de los países ricos mejora. El índice aglomerado de las emisiones de los seis contaminantes principales del aire se ha reducido en Estados Unidos a menos de la mitad desde 1970.

Finalmente, otra de las maldiciones atribuidas al CO2, es el de la acidificación del mar, lo que a su vez dañaría la formación de conchas y corales. Pero el asunto es muy polémico. Formaciones coralinas y animales marinos con conchas calizas los ha habido durante todo el Fanerozoico, en épocas más cálidas y con concentraciones de CO2 superiores a las actuales. Recientes investigaciones muestran un mayor desarrollo de cocolitóforos cuando aumenta la concentración de CO2. Para la vida y la proliferación coralina, un incremento del CO2 puede no ser perjudicial sino beneficioso, en tanto en cuanto el arrecife de coral es un complejo organismo vivo en el cual una concentración alta de CO2 probablemente lo fertiliza.

3 Más verde

El CO2 es un gas incoloro, invisible, a pesar de que cuando los medios nos hablan de él acompañan los textos con fotografías de chimeneas humeantes. El aumento atmosférico de CO2 resulta beneficioso para el desarrollo de la vegetación terrestre. De pintarlo con algún color, debería ser el verde.

En la fotosíntesis, gracias a la energía aportada por la luz solar, las plantas atrapan el dióxido de carbono del aire y el agua del suelo para formar hidratos de carbono y, por lo tanto, el aumento de CO2 potencia el crecimiento y la producción neta de biomasa. Una parte de estos hidratos de carbono vegetales (sintéticamente : CH2O) son oxidados de nuevo, en la respiración de las propias plantas y en la descomposición de la madera y de las hojas muertas por la acción de hongos y bacterias. El CO2 se escapa de nuevo al aire. Pero otra parte del carbono absorbido fotosintéticamente no es descompuesto, se integra en la vegetación o en el humus del suelo, y hace que vaya aumentando la materia orgánica terrestre.

Es fácil comprobarlo. A partir de mediciones de muestras tomadas directamente del aire se deduce que la concentración de carbono en la atmósfera aumenta de media unas 3 gigatoneladas cada año, aunque con una gran variabilidad interanual. Sin embargo, el cálculo de las emisiones humanas de carbono, contenido en el carbón, gas y petróleo quemado, supera las 6 gigatoneladas anuales. Por lo tanto, ni siquiera la mitad del carbono fósil emitido es retenido en la atmósfera, ya que gran parte del nuevo CO2 es absorbido por la nueva materia orgánica continental y oceánica y se integra de nuevo en el ciclo del carbono vivo.

Existen todavía, no obstante, muchas dudas sobre la localización de los sumideros actuales y sobre cómo se reparten entre los océanos y la vegetación esas 3 gigatoneladas de carbono anuales que no se quedan en la atmósfera. En este sentido, algunos cálculos indican que en el territorio de los Estados Unidos y de Canadá, el CO2 absorbido por el suelo y la vegetación es superior incluso a las emisiones antrópicas de CO2 que se producen en esos países. Otros cálculos más conservadores indican que la masa de CO2 absorbida por el territorio estadounidense es la tercera parte de la emitida: 0,5 gigatoneladas de carbono absorbido frente a 1’5 gigatoneladas de carbono emitido. Los cálculos para Europa indican que la nueva biomasa absorbe entre el 7 % y el 12 % de las emisiones.

En un tratado internacional de control de emisiones se debería tener en cuenta las emisiones netas, es decir, lo emitido menos lo absorbido, pero en este caso, los países con menos territorio quedarían en clara desventaja. Europa perdería.

Gracias a la absorción fotosintética del CO2 fósil que emitimos a la atmósfera, los modelos climáticos calculan un aumento de más de un 20 % de la producción vegetal cuando se duplique la concentración de CO2 en el aire. De esta forma, excluyendo la deforestación, el sumidero vegetal continental puede elevarse a 5 gigatoneladas de carbono anual en el año 2050, cifra casi semejante al total de las emisiones actuales.

La ventaja de una concentración alta de CO2, como lo saben en cualquier cultivo de invernadero, no es solamente la potenciación de la fotosíntesis. Ocurre también que los estomas de las hojas, los poros por donde respiran, tienden a cerrarse cuando aumenta el CO2 del aire. De esta forma, las plantas pierden también menos agua y la fotosíntesis se hace más eficiente. La menor necesidad de agua permite y permitirá una mayor desarrollo vegetativo en las regiones con problemas de aridez. Habrá probablemente también una mayor disponibilidad de agua para otros usos, pues, al haber una menor pérdida por transpiración vegetal, aumentará el agua de los suelos y los caudales de los ríos.

En definitiva, a pesar de la creencia extendida de que vivimos en un planeta cada vez más desértico y menos verde, la verdad es lo contrario: cada vez existe más biomasa en la superficie de la Tierra. Recientes estudios satelitarios lo ratifican. Otra cosa es que, en determinadas regiones, una tala abusiva para obtener madera, o una quema de selva para obtener tierras de cultivo, produzca calvas. La agricultura tradicional de rozas hace estragos. Haití es el ejemplo más sangrante.

4 El CO2 durante las glaciaciones

Es frecuente considerar al CO2 como el factor director de los cambios climáticos que suceden y han sucedido durante el Cuaternario. Pero es la modificación en el reparto estacional de la radiación solar que llega a la Tierra la que ha dirigido los ciclos climáticos de glaciaciones e interglaciares de los dos últimos millones de años. Estas modificaciones orbitales dirigen los ciclos glaciales durante el Cuaternario, aunque todavía no sabemos los mecanismos y el encadenamiento preciso de sus efectos, ya que las modificaciones de insolación afectan en formas y en tiempos diferentes a cada latitud

Es probable que las glaciaciones comiencen cuando veranos con baja intensidad solar en las latitudes altas del hemisferio norte permiten que las nevadas del invierno perduren y que el hielo se vaya acumulando en Canadá y en la región finoescandinava. Por el contrario, el deshielo de los grandes mantos de hielo glaciares se produce cuando aumenta la intensidad solar veraniega.

Diversos ciclos largos, de unos 20.000, 40.000 y 100.000 años de período, correspondientes a la precesión de los equinoccios (las fechas de mayor y menor lejanía de la Tierra al Sol), a los cambios en la inclinación del eje terrestre y a la excentricidad de la órbita alrededor del Sol, interfieren entre sí y modulan el clima en escalas de tiempo de decenas de miles de años. Se les llama ciclos de Milankovitch, en honor del investigador serbio cuyas ideas tardaron muchos años en aceptarse. Como resultado de estos cambios orbitales se producen ciclos largos glaciales, de unos 100.000 años, e interglaciales, de entre 10.000 y 20.000 años..

Estas variaciones térmicas, de origen orbital, influyen a su vez en la modificación de otros muchos factores climáticos, como son principalmente el albedo (la reflectividad de la luz solar debido a la mayor o menor blancura de los paisajes y de los mares helados); las corrientes oceánicas, que transportan calor de unas latitudes a otras; los gases invernadero, como el vapor de agua, el CO2, o el metano, que calientan las capas bajas de atmósfera.

Apuntaré aquí que el incremento del vapor de agua en el aire es con mucha diferencia el que más efecto invernadero añade: entre un 60% y un 80%. Desgraciadamente sólo se pueden trazar gráficas teóricas y no empíricas de su evolución cuaternaria pues no existen, como para otros gases, restos que lo conserven. Por el contrario, gracias al análisis del aire atrapado en las burbujas de las capas del hielo antiguo que recubre Groenlandia y la Antártida, se conoce con bastante exactitud cómo fue variando a lo largo de los últimos ciclos glaciales la concentración de algunos de los otros gases invernadero, el CO2, el metano, el óxido nitroso, así como también se puede saber la evolución de los sulfatos, sales y polvo conservados en los hielos.

Durante el último ciclo glacial, las catas en el hielo indican que desde que acabó el interglacial Eemiense, hace 115.000 años, hasta el último máximo de frío, hace 22.000 años, la concentración de CO2 bajó desde unas 280 ppm hasta unas 200 ppm. El descenso de la concentración de CO2 no fue uniforme sino que después de algunos eventos de calentamiento aumentaba en unas 20 ppm y posteriormente disminuía otra vez. Probablemente el océano era el que absorbía o soltaba CO2 siguiendo el ritmo térmico.

Si se compara la evolución de las temperaturas y la evolución de las concentraciones de CO2 en los últimos ciclos glaciales, se observa que casi siempre los cambios térmicos precedieron a los cambios en el CO2. Así, durante la entrada en la última glaciación, hace 115.000 años, al final del Eemiense, el descenso térmico fue mucho más rápido que el descenso de la concentración de CO2 , que se mantuvo alta durante unos cuantos miles de años más, a pesar de que el frío de la glaciación entrante ya se había hecho notar.

La diferencia de unas 80 ppm en la concentración de CO2 entre el Eemiense y el último máximo glacial no es suficiente como para explicar por sí sola la bajada de temperatura. El incremento de pérdida de radiación infrarroja en el techo de la troposfera provocada por la disminución de 80 ppm en la concentración atmosférica de CO2 sería de unos 2,4 W/m2, lo que teóricamente supondría una bajada de temperatura troposférica, sin otros efectos de feedback añadidos —como el del aumento del albedo debido a los mantos de hielo—, de sólo 0,7ºC. Sin embargo, la temperatura media global durante la última glaciación era unos 7ºC inferior a la actual.

Modelos informáticos que mantienen estable la insolación modificando la concentración de CO2 muestran lo mismo: que los ciclos glaciales e interglaciales no pueden explicarse por los cambios en la concentración atmosférica de CO2 , aunque estos cambios contribuyesen también a ellos.

5 Más frío: más aridez

Continuamente los medios de comunicación nos insisten, en textos e imágenes de mensaje equivocado, que el calor trae la aridez y el frío trae la humedad, pero la historia del clima muestra que, con excepciones, lo correcto es más bien lo contrario.

Durante las glaciaciones del Cuaternario, el frío —del que la baja concentración de CO2 era en parte culpable—, vino acompañado, a escala global, aunque con excepciones, por una mayor aridez, debido sobre todo a la ralentización del ciclo evaporación/precipitación. Durante los tiempos fríos el desierto del Sahara era bastante más extenso que el actual. Avanzaba hacia el sur y se prolongaba por todo el Oriente Próximo y el Suroeste de Asia.

En general, del estudio de los yacimientos de polen, del análisis de los paleosuelos y de los sedimentos glaciales, se deduce que hubo un gran empobrecimiento en la biomasa terrestre durante la glaciación. En Europa se extendían por sus latitudes medias extensas áreas de permafrost (suelo pemanentemente congelado) sobre el cual sólo podía crecer una vegetación de tundra. Incluso las tierras ribereñas del norte del Mediterráneo estuvieron ocupadas por una vegetación esteparia y seca.

En África tropical, en donde durante la glaciación la bajada térmica fue de unos 5ºC, las selvas del Congo y de la costa del Golfo de Guinea se sabanizaron en su mayor parte y apenas quedaron unos retazos de selva cerrada en las riberas de los ríos y en algunos lugares costeros favorecidos por la topografía. En las altas mesetas de África oriental, los estudios polínicos indican una reducción de las precipitaciones de un 30 %, lo que parece concordar con las estimaciones derivadas de las fluctuaciones del nivel de los lagos. En la Amazonia la temperatura bajó unos 6ºC. Con el enfriamiento, las precipitaciones se redujeron y, en consecuencia, la extensión selvática perdió terreno a costa también de un incremento de las sabanas.

6 El CO2 y la temperatura

Ha habido épocas recientes de más calor que ahora, que no pueden ser atribuidas al CO2 pues el nivel de éste era inferior al actual. Por citar tres, de diferente intensidad y escala, una de ellas fue el anterior interglacial Eemiense (hace unos 125.000 años), otra la del óptimo climático del Holoceno Medio (hace unos 6.000 años) y la tercera fue el Optimo Climático Medieval (hacia el año 1.000 de nuestra era).

El Eemiense

El anterior interglacial, el Eemiense, ocurrió entre hace 127.000 y 115.000 años. La concentración de CO2 no llegaba entonces a las 300 ppm pero la temperatura era posiblemente superior a la actual en casi todo el planeta. Se cree que en los momentos álgidos de aquel interglacial las temperaturas a escala global eran entre 1ºC y 2ºC superiores a las actuales. En nuestro entorno, el análisis de la temperatura del agua en el Mar de Alborán indica que era unos 2ºC o 3ºC más alta que la de hoy.

El nombre que se le da en Europa a este penúltimo interglacial procede del valle del río Eem, en Holanda, en donde se encontraron sedimentos de aquella época que contenían fósiles de fauna templada y pólenes de árboles frondosos.

Lo más interesante es que el nivel del mar quedaba entonces entre 4 y 6 metros por encima de la cota actual. Las terrazas de coral, como las de la península de Huon, en Papua-Nueva Guinea, muestran que alcanzó su cota más alta —y los hielos continentales su volumen mínimo— entre el 125.000 y el 120.000 antes del presente.

El alto nivel del mar durante la mayor parte del Eemiense implicaba cambios en las líneas de costa. Es posible que Escandinavia quedase convertida en una gran isla al quedar sumergida parte de Finlandia, con lo que se unían el Báltico y el Artico. Es posible también que el istmo de Jutlandia en Dinamarca quedase también convertido aislado por el mar.

A los finlandeses se les asusta ahora con lo mismo, conque se les puede inundar medio país, pero no se les explica que aquellos calores veraniegos venían motivados porque la insolación estival, debido a razones orbitales, llegaba a ser 60 W/m2 más potente que la actual, mientras que el incremento reciente del CO2 apenas la potencia en 1 o 2 W/m2.

El óptimo del Holoceno Medio

La última glaciación terminó hace unos 11.500 años. Desde entonces los humanos crecimos, nos multiplicamos y nos dispersamos por todos los confines del planeta, que se hizo mucho más habitable desde entonces. A este interglacial lo llamamos Holoceno (en griego: todo nuevo).

La primera mitad del Holoceno, también por razones orbitales, y no por los niveles de CO2 (unos 280 ppm), fue más caliente que el clima que tenemos ahora. Y mucho más húmeda en las zonas hoy áridas de África. El período culminante de temperatura óptima y humedad ocurrió entre el 9.000 y el 6.000 antes del presente.

La razón del calentamiento y de la humedad en esta época del Holoceno era que, en el hemisferio norte, la diferencia de insolación entre las estaciones, era bastante mayor que la actual. Más insolación que la actual en verano y menos insolación que la actual en invierno. Los cambios de este reparto estacional de la radiación solar en los trópicos repercutieron en la evolución de algunas características importantes de la circulación atmosférica y, sobre todo, de la humedad sahariana. Para el geógrafo francés Leroux, la explicación hay que buscarla más lejos: en los cambios circulatorios atmosféricos que afectan a toda la zona atlántica y que se originan primordialmente en el Ártico, en donde los cambios del reparto estacional de la insolación han sido a lo largo del Holoceno más importantes que en el Trópico.

Durante este período el clima africano fue especialmente mucho más húmedo que el actual. El mayor calor veraniego formaba bajas presiones térmicas en el Sahara que atraían vientos húmedos del Atlántico. El Sahara y su franja meridional, el Sahel, no eran las tierras de arena que hoy conocemos, sino zonas que gozaban de períodos prolongados de humedad, con numerosos lagos y zonas marismáticas que hoy aparecen completamente desecadas. El lago Chad era entonces enorme.

En la zona de los macizos del Hoggar y del Tibesti, en el centro del Sahara, aparecen miles de figuras en pinturas rupestres de aquella época que muestran escenas con girafas y otros mamíferos de la sabana. Innumerables pinturas rupestres en la meseta de Tassili, en el corazón del Sahara argelino, indican que en áreas hoy superáridas y recubiertas de dunas pastaba una fauna típica de sabana. En el noroeste del Sahara, en la zona que al parecer se mantuvo más árida, aparecen grandes yacimientos de conchas de caracoles, restos de la alimentación de sus habitantes. Y en el este, muy lejos de las orillas del Nilo, no faltan monumentos megalíticos, en una región que actualmente es hiperárida e inhabitable.

Período Cálido Medieval

En una escala de tiempo más pequeña, con cambios climáticos menos agudos y menos extensos, la relación entre la marcha de las temperaturas y la de los niveles de CO2 se difumina por completo.

Las variaciones climáticas seculares de los últimos milenios se relacionan por algunos investigadores con el comportamiento de las corrientes marinas profundas y superficiales, que variarían en ciclos milenarios. Otros atribuyen los cambios a las variaciones en la actividad del Sol, que afectarían tanto a la radiación solar recibida en la Tierra, como a la radiación cósmica entrante, la cual, a su vez, modificaría la nubosidad.

Sea por la razón que fuese, en este último milenio existieron dos períodos, al menos en Europa, con diferencias térmicas apreciables: un Período Cálido Medieval y una Pequeña Edad de Hielo posterior, al que ha seguido el calentamiento reciente.

El clima en Europa durante el Período Cálido Medieval (también llamado Optimo Climático Medieval), entre el año 700 y el 1300, parece que fue más cálido que el actual. A los catastrofistas del calentamiento no les gusta nada referirse a esta época. El anterior informe del IPCC, en el 2001, intentó gráficamente darlo por inexistente.

Creen los historiadores medievales que entre el año 1000 y el 1300 la población de Europa se multiplicó por tres o cuatro. Coincidió probablemente con un clima óptimo que favoreció la actividad agrícola y la cultura árabe en España. El apogeo del período debió alcanzarse hacia el año 1100. Fue una época de clima tan suave que el cultivo de la vid se extendió por el sur de Inglaterra. Los glaciares suizos se retiraron a cotas más altas.

Lo más notable, por su connotación climática fue la expansión vikinga por el Atlántico Norte. Pueblos de origen escandinavo dejaron sus hogares para aventurarse en tierras lejanas. Los vikingos de Suecia cruzaron el Báltico y se establecieron en tierras eslavas.

Los vikingos de Dinamarca ocuparon y se hicieron fuertes en el sur de Gran Bretaña y en Normandía. Hacia el año 800 navegaron hacia el sur por la costa de Francia y de la Península Ibérica y entraron en el Mediterráneo arrebatando Sicilia a los árabes.

Los vikingos de Noruega se aventuraron aún más. Después de ocupar gran parte de las islas británicas y sus islas septentrionales, entre el año 870 y el 930 se asentaron en Islandia. Aprovecharon un período en el que las aguas de aquellos mares se libraban del hielo y gozaban de un clima más cálido. Más tarde siguieron la aventura viajera y al mando de Erik el Rojo, que había sido expulsado de Islandia por criminal, arribaron a lo que llamaron exageradamente Groenlandia, tierra verde, en donde lograron crear en algunos fiordos y durante unos siglos una colonia relativamente boyante, que alcanzó a tener unos 5.000 miembros.

Al final, hacia el año 1300, el clima de nuevo se fue enfriando. El estrecho que separa Groenlandia de Islandia comenzó a cerrarse con mayor frecuencia debido al avance de la banquisa ártica marina. La navegación se hizo cada vez más difícil. La incomunicación, el frío y el acoso de los inuit —que tuvieron que bajar desde el Artico persiguiendo a las focas y, a su vez, huyendo del frío— acabó con el asentamiento de los vikingos. El último obispo murió hacia 1378. Los viajes a Vinland fueron desde entonces sólo recuerdos y leyendas. Durante muchos inviernos de los siglos siguientes el avance de la banquisa hacía que la propia Islandia quedase toda ella rodeada por hielos, trayendo zozobras y tiempos difíciles, según narran las crónicas históricas islandesas.

Se llama Pequeña Edad del Hielo a este período entre el siglo XIV y el XIX, en el que las temperaturas medias bajaron sensiblemente, haciendo más duras las condiciones para la vida humana. De aquellos fríos, durante los cuales los glaciares nórdicos y alpinos avanzaron por los valles tragándose tierras de labor y viviendas de asustados campesinos, nos recuperamos en el reciente siglo XX. Por eso algunos climatólogos atrevidos denominan Optimo Climático Moderno al período actual, en el que, además, la actividad solar, ha aumentado.

El calentamiento actual

Los registros de las temperaturas indican que la temperatura media global, medida a dos metros del suelo, se ha elevado unas seis o siete décimas en un siglo. Este calentamiento no ha sido regular sino que ha ocurrido primordialmente durante dos períodos, 1915-1945 y 1975-1998.

Durante el primero de ellos las emisiones antrópicas de CO2 eran muy escasas y no pudieron tener una influencia relevante en el calentamiento. Entre estos dos períodos de calentamiento se produjo entre 1945 y 1975 un período de leve enfriamiento que fue más importante en el hemisferio norte. Algunos lo atribuyen a la influencia de los sulfatos emitidos por la quema de carbón. Los sulfatos, al reflejar la luz solar, habrían reducido la entrada neta de radiación solar en la troposfera. Es una teoría que no casa bien con el hecho de que el enfriamiento, aunque más leve, también se manifestó en el hemisferio sur, de atmósfera mucho más limpia, y tampoco con el hecho de que la emisión de sulfatos en China e India fue posteriormente cuando más se intensificó.

Tampoco es verdad que la temperatura media global haya aumentado peligrosamente en las dos últimas décadas y que las medidas sean de extrema urgencia. En estas décadas el evento más influyente desde Enero de 1990 fue la erupción del volcán Pinatubo, en Filipinas, en Junio de 1991, que inyectó grandes cantidades de gases de azufre en la estratosfera. Los aerosoles sulfatados que se formaron permanecieron allí arriba, a más de 15 km de altitud, durante muchos meses, oscureciendo la atmósfera y enfriando el aire troposférico subyacente. La temperatura media global descendió unas 6 décimas de grado en superficie. El segundo evento importante fue el fenómeno oceánico de El Niño de 1997-98, en el Pacífico, que elevó la temperatura media global y la llevó al máximo del período. Luego la temperatura media global descendió pero subió algo en el 2001. Desde entonces, en estos últimos seis años la temperatura global no ha aumentado nada y estos últimos meses, por la influencia de una Niña, ha tendido más bien a enfriarse.

Desde que en 1979 se realizan mediciones satelitarias que permiten hacer comparaciones latitudinales mejor que antes, se ha observado que la tendencia térmica ha sido muy desigual en unas zonas y en otras. Ha habido un calentamiento en el Ártico y en las latitudes medias, pero este calentamiento no se ha manifestado ni en la Antártida, ni tampoco en la zona tropical.

Por otra parte, una de las inconsistencias más importantes entre lo observado en las últimas décadas y lo que hubiera debido ocurrir según los modelos que pronostican el calentamiento global son las diferencias de temperatura en la vertical de la troposfera, especialmente en la zona tropical. En esta región, según los modelos, el calentamiento debería ser mucho mayor en superficie que en la troposfera media y alta. Sin embargo los datos observados no lo señalan.

Los errores se deben probablemente a una de las mayores incertidumbres del funcionamiento del clima: cómo afecta el calentamiento superficial a la humedad del aire y a la nubosidad en diferentes zonas y niveles del planeta. Se sabe, por ejemplo, que, en la troposfera tropical, en unas zonas el aire asciende muy húmedo y en otras desciende muy seco. En algunos sitios el aire asciende en poderosas torres de nubes cumuliformes llevando hacia arriba el vapor de agua que acaba condensándose y que en forma de agua líquida precipita al suelo. Dependiendo de la mayor o menor violencia de las ascensiones, se forman nubes con más o menos agua precipitable. Algunas gotitas sobrantes se congelan en la alta troposfera y forman cirroestratos que se despegan de los cúmulos, se extienden en la horizontal y tienen un efecto de calentamiento extenso y notable, pues retienen la radiación infrarroja y apenas reflejan la radiación solar (su efecto invernadero es mayor que su efecto albedo).

Según la teoría de Richard Lindzen, si aumenta la temperatura del mar, aumenta la violencia de las ascensiones y las gotas de las nubes son más gordas, por lo que precipitan más y más rápido y dejan seca la alta troposfera, sin posibilidad de que se formen esos extensos cirroestratos desgajados de las columnas ascendentes. Por lo tanto se produce un feedback negativo. A más temperatura del agua del mar, menos cirros y, por lo tanto, enfriamiento. Una teoría que algunos dicen que se cumple y otros que no.

Lo que está claro es que las variaciones de la humedad del aire y del tipo de nubes en los trópicos, y fuera de los trópicos, dependen no sólo de la evaporación provocada por la temperatura, sino también de las precipitaciones. Con lo mal que se entiende aún la formación de las nubes y de las precipitaciones, y, sobre todo, con lo mal que se sabe pronosticar la lluvia, es difícil atribuir a un determinado incremento del CO2 un determinado aumento de la temperatura. En realidad, sin ningún otro efecto de feedback, como los cambios de la nubosidad y de la concentración de vapor de agua en el aire, los modelos indican que el calentamiento provocado por la duplicación del CO2 (que se alcanzará dentro de muchas décadas) sería tan sólo de apenas 1ºC. Todo el calentamiento extra tan temido sería causado por efectos indirectos, aún mal conocidos y mal modelizados.

7 Conclusión

El CO2 es un gas esencial de los que se sirve la vida. El CO2 y el agua son los dos ingredientes de la fotosíntesis, el proceso en el que se crea la materia orgánica. Por lo tanto, el incremento anual del CO2 del aire, entre una y dos millonésimas partes de su volumen total, no ha entrañado ni entraña ningún riesgo especial ni para la vida de las plantas, ni para la salud de los animales.

Es cierto que el CO2 es un gas invernadero y contribuye a un calentamiento del aire en la troposfera pero el proceso es lento e incierto, porque infinidad de otros factores mal comprendidos, como la nubosidad y las corrientes oceánicas, juegan un papel en el proceso. Además ahí están los datos que suavizan las urgencias: durante los últimos diez años la tendencia de la temperatura global media superficial ha sido nula, con una bajada en los últimos meses.

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